Lo he descubierto por una amiga, una de mis lectoras más veteranas y también bloguera. «Sin miedos pero SIEMPRE alerta», decía sobre esta campaña de Unicef. Totalmente de acuerdo.
No es cuestión de volverse paranoico, pero hay que estar vigilante. Ya os he contado en alguna ocasión que a mí Jaime, por su autismo, me da especial miedo. Para un monstruo que desee abusar de un niño, uno con discapacidad está aún más indefenso. No puede hablar o no puede expresarse con claridad, puede que incluso le favorezcan sus problemas de movilidad.
Distintos estudios corroboran que los niños con discapacidad son más vulnerables. Uno de Nebraska con 50.000 participantes aseguraba que un niño con discapacidad intelectual tenía cuatro veces más posibilidades de padecer abusos.
Esos monstruos (me niego a llamarles de otra forma) a dos patas no tienen escrúpulos, pero no van por la vida con una camiseta que diga «soy un pederasta» o «soy un pedófilo». No tienen uno de esos rostros de malo de telefilme, que hace que les calemos desde el primer fotograma. Ojalá fuera tan fácil identificarlos. Pero como bien dice el vídeo, lo que es muy fácil es acceder a los niños.
Por eso no podemos bajar la guardia con nadie, por eso sobre todo hay que dar a los niños recursos para que sepan defenderse, hay que enseñarles a decir no, que son dueños de su propio cuerpo, que pueden contarnos cualquier cosa y les comprenderemos y explicarles que los lobos feroces existen.
Cuidado con los hombres de algodón de azúcar. Uno de los peores se suicidó ayer, pero son legión.
Sí, es posible educar a los niños para que detecten cuando están sufriendo abusos. Por eso, la Asociación para la Sanación y Prevención del abuso Sexual Infantil (Aspasi) recomienda empezar a enseñar a los niños, desde los tres años, «desde que hablan», a reconocer lo que les gusta y lo que les molesta, que partes del cuerpo son suyas «con cosas sencillas, como cosquillas, y juegos» explica la psicóloga Margarita García Marqués.
Según la experta «la negación del problema y la creencia de que es algo que le puede suceder a otros niños, pero nunca a los nuestros, conduce entre otras cosas a bajar la guardia y descuidar uno de los pilares de la lucha contra el abuso sexual: la prevención familiar».