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‘Tortilla de patata’, un juego para trabajar la memoria y la atención

imageHace bastante que tenía pendiente hablar de este juego de mesa, este juego de cartas de creación española, obra de Xavier Carrascosa, y editado por Darbel que cuesta 13,5 euros.

A ver, no es un juego de mesa que resulte revolucionario, que vaya a convertirse en un clásico o a ganar premios. Tortilla de patata es un juego de cartas cuyas principales virtudes son el poco espacio que ocupa, que las partidas son muy rápidas y que permite trabajar la memoria y la atención de los niños con una temática simpática. No es poco.

Que se trate de una cajita poco más grande que la que albergaría una baraja convencional y que cada partida (elaboración de tortillas) dure unos diez minutos, sin ocupar mucho espacio en la mesa además, permite que sea uno de esos juegos que llevar en el bolso y sacar para entretener con los niños los tiempos de espera.

Respecto a trabajar la memoria y la atención, permite hacerlo mucho mejor que los clásicos juegos de memoria con tarjetas que abundan en cajas y aplicaciones de móvil.
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Y ahí llegamos a cómo se juega. Tenemos dos posibles recetas para hacer tortillas de patata, en función de si la queremos grande o pequeña. Se reparten cinco cartas de ingredientes: huevos, patatas, cebolla y cartas que pueden ser uno u otro de esos ingredientes, incluso los tres (es decir, un comodín). Dos de ellas se ponen boca arriba en la mesa, serán los primeros ingredientes de nuestras dos primeras tortillas. A partir de ahí se van colocando las cartas y robando, se ponen unas encima de otras para que no podamos ver los ingredientes previos. Cuando nuestra memoria nos diga que la tortilla está bien hecha, la apartamos y colocamos unos comensales encima. Podemos tener hasta tres sartenes (pilas de cartas) en marcha. Al final averiguaremos si está rica o para tirar (no, no vale hacerla sin cebolla), con lo que no obtendremos puntos.

Se trabaja memoria y atención a raudales, os lo aseguro. Con lo bien que puede venir eso a los niños.

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Primeros recuerdos

Recuerdo un viejo piso en Asturias, con una cocina enorme y una habitación sin amueblar dedicada sólo a mis juegos. Recuerdo el pinar que había al lado del hospital en el que estuvo ingresada mi madre y recoger piñas con mi abuelo, aunque no recuerdo haber estado dentro. Recuerdo el 23F en casa de mis abuelos y a mi padre trayéndome unas ceras de colores antes de irse con mi madre al hospital. Recuerdo las siestas que me negaba a dormir en el pueblo extremeño de mi madre, en agosto. Recuerdo haber jugado en la guardería de un familiar con otros niños antes de ir a casa de mis abuelos. Recuerdo a mi gato, demasiado brevemente mío. Recuerdo el primer día de colegio. Recuerdo al niño que me arrancó de las manos un chupa chups en una mercería que hace ya veinte años que cerró. Recuerdo la tienda de ropa infantil que también tuvo mi madre brevemente y lo poco que me gustaba probarme vestidos.

Esos, y algunos pocos más, son mis primeros recuerdos vitales. Lo que encuentro en mi cabeza cuando rastreo en los arcones más escondidos.

No recuerdo grandes cosas. ¿Por qué esos recuerdos quedaron en memoria y no otros? Probablemente los hubo más trascendentes o significativos. No lo sé y nunca lo sabré.

Lo que sí sé, por que me lo han confirmado, es que todos corresponden a mis cuatro o cinco años de vida.

No hay nada antes. Nada.

Mi hijo cumplirá en poco más de un mes tres años. Mi hija acaba de cumplir cuatro meses.

Fiestas de cumpleaños, excursiones al zoo, animales de compañía actuales, lugares que no seguiremos visitando, gente que no veremos más…

Nada que lo que hacemos hoy por y con ellos será recordado.

Pero no me cabe duda de que ahí está. Y es importante que esté.