Mañana tengo boda. Una boda muy cercana (mi santo es el padrino), a la que el peque no puede faltar.

Ahora está en una etapa un poco raspa, en la que extraña al principio. No es además de esos niños que se deje achuchar por los desconocidos. Y mucho me temo que le van a agobiar.

La gente se acercará a hacerle carantoñas, queriendo cogerle, y mi peque gritará y pataleará. Es inevitable.

Pero hay algo que sí voy a evitar. Mañana y en cualquier otro momento: que le torturen sus preciosos mofletes.

Yo también era una niña con mejillas gorditas y sonrosadas. Y acabé hasta el colodrillo de aquellos que, sin conocerles apenas, venían a pellizcarme la cara hasta casi hacerme daño

Tan desagradable lo recuerdo, que me prometí hace muchos meses que nadie iba a hacerle lo mismo a mi peque.

Y eso me hace pensar si no somos demasiado tocones con los niños. Nos tomamos con ellos, sin conocerlos de nada, unas confianzas que jamás se nos ocurrirían con un adulto.

Y si el niño quiere huir de tanto afecto, encima pensamos que son poco simpáticos.

Pobres… ¿quién dijo que la infancia fuera fácil?

Ya os contaré qué tal nos fue en la boda.