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«ua, eyi, popo y pao»

La mayoría de los padres recientes dan por supuesto que sus hijos hablarán. Nosotros no lo damos por hecho, pero cada vez estamos más esperanzados. Vamos creyendo con más fuerza que nuestro hijo hablará, aunque no lo acabe haciendo como hablamos los demás.

Y es que nuestro hijo nos ha hecho un pequeño gran regalo de Navidad.

Jaime sigue avanzando. Despacito. Por lo que veo a mi alrededor hay niños con autismo que de repente dan un gran salto, luego están un tiempo estables, incluso tienen periodos de aparente marcha atrás. Mi niño no es así, o lo es de forma muy sutil. La impresión que tenemos los que le rodeamos es que va pasito a pasito hacia delante, con esfuerzo, lentamente, a su ritmo…

Pero sí que a veces notamos avances que nos iluminan a todos.

Hace una semana descubrimos que diferencia a los personajes de Pocoyo. Distingue a Elly, a Pato, a Lula y a Pocoyo. E intenta decir sus nombres. Le salen sonidos muy lejanamente aproximados (Elly es el más parecido), no siempre son los mismos sonidos. Pero lo intenta. Intenta decir sonidos diferenciados para cada uno de esos dibujos.

Y pocos días después hemos descubierto lo mismo respecto a algunos animales en los cuentos: el perro, el gato, la vaca…

La verdad es que no para de emitir sonidos pero le cuesta mucho hacerlos inteligibles.

Tampoco en el modo de empezar a hablar hay métodos estándar. Algunos niños pronuncian perfectamente cuando comienzan a hablar pero en algunos casos son poco espontáneos, no usan el lenguaje para comunicar.

Lo importante es fijarse sólo en tu hijo y en sus progresos, procurar no compararle con nadie salvo con él mismo.

Cuando 2009 se convirtió en 2010, no emitía ningún sonido comunicativo. Ahora que 2010 se ha convertido en 2011 lo intenta, tiene unas cuantas palabras (pan, dame, agua, upa, abre, regaliz, caramelo, patata…) y está intentado emitir nuevos sonidos.

Vamos despacio, pero seguimos en el camino.

Y quién sabe qué avances orales y comunicativos podré contaros cuando 2011 deje paso a 2012.

La evolución fonológica (fonética)

Hoy ha venido a casa una de las terapeutas de Jaime, pero hemos estado un ratito hablando de Julia. No porque haya ningún problema con su evolución: es una avispilla que con año y nueve meses hace frases de tres palabras, tiene un vocabulario amplísimo y una comprensión aún mayor.

Pero a todos nos hace mucha gracia, teniendo todo eso en cuenta, que sea incapaz de pronunciar dos sonidos muy semejantes en su articulación: la J y la K.

La /J/ le sale como una /F/: «color rofo» o «naranfa».

La /K/ la pronuncia como la /T/: «tengo tata».

Por supuesto, la /R/ aún no ha llegado. Ni lo intenta.

No es algo preocupante. Es normal que a su edad se les atranquen algunos fonemas.

Aunque también en esto cada niño es un mundo (Jaime por ejemplo, antes de ir hacia atrás con año y medio, recuerdo que decía la /R/ sin ningún problema y que incluso le hacía gracia repetir «el perro roe un hueso»), sí que hay unas pautas generales de cómo aparecen los sonidos.

La adquisición de los fonemas comienza a finales del primer año de vida y concluye, en término medio, hacia el quinto año de vida. Se advierte que, si un niño de 7 u 8 años no logra articular bien todos los sonidos, es probable que nos encontremos en presencia de un trastorno.

Según Jakobson (1969), los fonemas se van adquiriendo de acuerdo a su dificultad articulatoria. Rondal y Seron agregan que hay que considerar también la frecuencia del uso de tales fonemas en el entorno del niño.

Mientras dura el entrenamiento fonológico y en tanto no consiga fonologizar correctamente, el pequeño se vale de algunas simplificaciones muy conocidas, a saber: sustituye fonemas dificultosos por otros más sencillos de articular, emplea asimilaciones (“mení” = ”vení”), suprime fonemas, reduplica sílabas (“cheche” en lugar de “leche”), etcétera.

En cuanto al orden de adquisición, diremos que las vocales se adquieren en este orden: primero, la a. Luego, puede articular la a y la u. Finalmente, las adquiere todas.

Las consonantes se adquieren en el orden que sigue:
1° p, t, k
2° b, d, g (oclusivas sonoras)
3° n y ñ (nasales)
4° f, s, ch, v, z y j (constrictivas sordas y sonoras)
5° l y r (laterales, son las más difíciles de articular)

¿Cuáles son los sonidos que más les costaron o les están costando a vuestros peques?

La explosión de los 18 meses

En unos niños es antes, en otros un poco después, en todos en torno a esa edad se produce lo que algunos llaman la explosión de los 18 meses.

Se refieren a una explosión puramente léxica
: a partir de ese momento comienzan a aprender palabras nuevas a un ritmo incesante e increíble y a combinarlas formando frases. Lo de que son pequeñas esponjas casa más que nunca.

Un niño que a los 18 meses utilice 20 palabras, a los 30 dirá 500 y a las 48 manejará unas 1.500.

Y su comprensión siempre estará por delante de su expresión. Se dará cuenta y comprenderá más de lo que creemos.

Estad pendientes de esa maravilla. Ver nacer algo tan extremadamente complejo como el lenguaje humano en nuestros hijos es algo precioso y fascinante. No dejéis que se os escape como arena entre los dedos. Saboreadlo.

Yo lo estoy haciendo con Julia y también, aunque más despacio, con Jaime.

Esos grandes cazadores de muletillas

No hay mejor espejo de uno mismo que un niño pequeño que nos tenga de modelo. Es así para infinidad de cosas. Una de ellas, las muletillas.

Son expertos cazadores de esas expresiones que todos tenemos y usamos en mayor o menor medida, normalmente de modo inconsciente, para apoyar el habla. Y es que sí, todos los adultos las usamos. El que crea que no, sencillamente es que no se ha dado cuenta o no ha dado la oportunidad a un niño pequeño de que se lo demuestre.

Mi hija con 16 meses recién cumplidos dice constantemente «a ver». Gracias a ella me he dado cuenta de lo mucho que yo lo digo también y he hecho un esfuerzo consciente por controlarlo. En apenas tres días ambas lo estamos diciendo mucho menos. Primero me controlé yo, detrás vino ella.

También repite bastante «¡hala!». Y también es cosa mía.

Sú última muletilla, que nos hace partirnos de la risa, es «¡ooooh noooo!». Pero con esa aún no tengo localizada la procedencia.

¿Vuestros hijos también han sido grandes cazadores de muletillas?
Me apostaría algo a que sí…

El miedo a la oscuridad

Llevamos dos meses durmiendo entre mal y fatal.

El peque siempre ha sido una marmota y nos tenía mal acostumbrados. Lleva desde los dos años durmiendo solo: entraba en su habitación, que tenía que estar completamente a oscuras, cerrábamos la puerta, y no reaparecía hasta pasadas diez u once horas.

Ya había tenido el verano pasado y en invierno pequeñas rachas de mal dormir. Pero ahora algo ha cambiado: se duerme a su hora pero pasadas pocas horas se despierta asustado y gritando. Tenemos que encender todas las luces del dormitorio para que se quede tranquilo, pero con tanto susto se despeja y luego pasa entre dos y cuatro horas despejadísimo sin querer conciliar el sueño. Después vuelve a dormirse, pero dejando la habitación iluminada como una verbena y al adulto que le acompaña mirando desesperado el reloj y pensando las pocas horas que va a poder dormir antes de irse a trabajar.

Hemos probado a dormir con él, a cambiarle de cuarto, a dejarle las luces encendidas desde el primer momento… nada parece funcionar.

Y él no nos puede decir lo que sucede.

Por lo que he hablado, es de lo más frecuente que los niños pequeños quieran luces en su cuarto. Incluso en su cama. Por eso existen inventos como el gusiluz y lámparas frías como la de Pabobo que hay en la imagen y que nosotros vamos a probar.

Pero algo me dice que sus despertares no se deben sólo a las pesadillas convencionales de otros niños, algo me dice que sus rachas de mal dormir tienen que ver con periodos de madurez o activación de su cerebrito.

Sólo tengo la impresión de una madre, pero la verdad es que suelen coincidir con avances tangibles.

Por ejemplo, con la mala racha del verano pasado , que al principio achacamos al calor, notamos que comenzaba a usar signos y a despertarse al mundo. Con la de Navidad llegó el hacer puzzles y ser más comunicativo. Con la que nos encontramos, que está siendo la peor, está mucho más centrado y está comenzando a hablar: repite las terminaciones de todas las palabras, comienza a corear las canciones…

Tal vez sean simples pesadillas como las de cualquier otro niño sin nada más detrás, pero es el consuelo que nos queda mientras nos arrastramos ojerosos camino al trabajo y robamos siestas siempre que podemos.

¡Oño!

Imagino que no hay padre reciente que no se haya encontrado en una situación semejante en algún momento.

A nosotros nos pasó hace un par de días. Estábamos sentados los cuatro a la mesa cenando cuando mi santo se quemó y se le escapó un «¡coño!».

Inmediatamente Julia, que está en plena fase de lorito de repetición, le hizo el eco: «¡oño!».

Y nos sonrió toda contenta.

Automáticamente ambos nos miramos y no hizo falta decir nada. Nos trasmitimos telepáticamente que había que ser extremadamente cuidadosos con los tacos.

No solemos decirlos. Pero habrá que ser aún más precavidos. Estamos muy mal acostumbrados por su hermano mayor a no tener cuidado con ciertas cosas.

Ya hace unos meses las terapeutas de Jaime nos avanzaron que también él, antes o después, soltaría su primer taco. Y nos dijero que fuéramos mentalizándonos para contar hasta diez antes de reaccionar de ninguna manera.

Por que precisamente la estrategia para que los peques de la casa, neurotípicos o no, no se queden adheridos a una o varias palabrotas es no obtener ningún tipo de reacción por parte de los adultos.

Aunque aquí os digo, que con lo que le está costando empezar a hablar, el día que él diga «¡oño!» mi instinto sería montarle una fiesta.

Os dejo con las recomendaciones de Rosa Jové en La crianza feliz, que son puro sentido común, para evitar las palabrotas.

1- Dar ejemplo. Si no quieres que tu hijo diga palabrotas, no las digas tú. Además, lo que se ha oído no puede reproducirse ni imitarse.

2- Evitar reír o sonreír ante cualquier palabrota. Por más graciosa que pueda resultar una expresión o alguna palabrota, reírse de ella es un error porque incita al niño a repetirla.

3- Explicar de forma sencilla y clara que estas palabras ofenden, molestan, que no son respetuosas y que sí se las dijeran a él, tampoco le gustaría que le trataran así.

4- Mantener la calma y no darle demasiada importancia ya que una actitud en exceso afectada por parte del adulto puede producir el efecto contrario. Que el niño sienta que los tacos no son la mejor forma de llamar la atención de sus padres. Lo mejor es reconducir esta etapa con naturalidad para que las palabrotas «pierdan su poder» y su efecto para el niño.

5- Ofrecer alternativas. Aportar otras palabras a un sentimiento o situación en la que se encuentra el niño. Cada familia puede adoptar las palabras de su entorno cultural y social que sean más oportunas. Enseñar a los niños, por ejemplo, que es mejor decir a su hermano que está disgustado porque le has roto el cochecito, que llamarle de «imbécil» o de «burro». Los padres pueden inventar alguna palabra nueva y divertida para sustituir a una de las ofensivas.

6- Ofrecer lecturas para incrementar el vocabulario del niño y hacerle descubrir nuevas palabras, expresiones, exclamaciones,…más divertidas.

La importancia de los indicadores del desarrollo

Hay muchas tablas de desarrollo por ahí, y no todas coinciden siempre en todos sus puntos.

Desafortunadamente, yo no les otorgué excesiva importancia mientras mi primer hijo crecía. Creía que estaba respetando sus ritmos. Grave error.

Una de las terapeutas de Jaime me ha pasado el enlace de una tabla que en su asociación, especializada en tratar a niños con autismo y trastornos del lenguaje, consideran bastante fiable.

Titulada Aprenda los signos, reaccione pronto (learn the signs, act early) es responsabilidad del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC).

No va mes a mes como muchas otras, lo que resulta un tanto absurdo a la hora de detectar problemas. Se fija en los hitos del desarrollo a los 3, 7 y 12 meses y a los 2, 3, 4 y 5 años.

Como bien recomiendan, no hay que esperar. Si hay un problema, la intervención temprana es fundamental. Si resulta que no lo había aún mejor, pero es preferible curarse en salud.

¡Si hay algo que le preocupa, reaccione pronto!

Como padre o madre, usted es quien mejor conoce a su hijo. Si su niño no está alcanzado los indicadores del desarrollo para su edad o si cree que puede haber un problema con la forma en que su hijo juega, aprende, habla o actúa, hable con el médico de su niño y comparta su preocupación. ¡No espere!

Yo ahora sé que ante cualquier pérdida de habilidades hay que acudir corriendo a buscar ayuda. No conviene achacar el que deje de hablar o de ser sociable con los niños a una mudanza, una serie de otitis o la llegada del hermanito.

También sé que iría sin falta con cualquier niño que no diga el menos un par de palabras con sentido a los 18 meses.

Hablando con la terapeuta de Jaime, ella me decía que es asombrosa la cantida de pediatras que quitan importancia al hecho de que un niño de dos años no hable. Que se preocupan mucho más de lo físico que de problemas como esos.

Por eso muchos abogan por obligar a hacer unos controles mínimos a todos los niños a los 18 meses. Con quince minutos de pruebas, un ojo entrenado podría detectar si existe algún riesgo.

En fin, que os dejo con otro acceso a esa tabla:

También con los indicadores a los doce meses. Y no es como la ropa, algo que valorar entre los doce y los dieciocho.

Cada bebé tiene su propio ritmo de desarrollo, por lo que es imposible predecir con exactitud cuándo aprenderá una destreza en particular. Los indicadores del desarrollo que aparecen a continuación le darán una idea general sobre los cambios que puede esperar en su hijo, pero no se alarme si su desarrollo sigue un curso algo diferente.

Área social y emocional

* Actúa tímido o con ansiedad en presencia de extraños

* Llora cuando la madre o el padre se alejan

* Le gusta imitar a otras personas cuando juega

* Prefiere ciertas personas y juguetes

* Pone a prueba a los padres para ver cómo reaccionan a sus acciones cuando lo alimentan

* Pone a prueba a los padres para ver cómo reaccionan en respuesta a su comportamiento

* Puede tener temor de algunas situaciones

* Prefiere a su madre o a la persona que lo cuida constantemente

* Repite sonidos o gestos para llamar la atención

* Se alimenta con los dedos por sí solo

* Estira brazos y piernas para ayudar cuando lo están vistiendo

Área cognitiva

* Explora los objetos en diferentes formas (los sacude, los golpea, los tira, los suelta)

* Encuentra fácilmente objetos escondidos

* Mira la imagen correcta cuando se la nombran

* Imita gestos

* Empieza a usar correctamente los objetos (beber de una taza, cepillarse el pelo, marcar el teléfono, escuchar por el auricular)

Área del lenguaje

* Presta mayor atención al lenguaje

* Responde a solicitudes verbales sencillas

* Reacciona cuando le dicen “no”

* Usa gestos simples como sacudir la cabeza de un lado a otro para decir “no”

* Balbucea con inflexiones en la voz (cambios en el tono)

* Dice “papá” y «mamá»

* Usa exclamaciones como «¡oh-oh!»

* Trata de imitar palabras

Área motora

* Se puede sentar sin ayuda

* Gatea hacia adelante apoyado en el estómago

* Se sostiene en manos y rodillas

* Se arrastra usando las manos y las rodillas

* Cambia de posición, de sentado pasa a gatear o se pone boca abajo (acostado sobre el estómago)

* Se levanta solo

* Camina apoyándose en los muebles

* Se para sin apoyo por momentos

* Puede dar 2 o 3 pasos sin apoyarse

Área de destrezas manuales

* Agarra objetos pequeños entre el dedo índice y el pulgar

* Golpea dos objetos uno contra el otro

* Pone objetos en recipientes

* Saca objetos de recipientes

* Deja que se lleven los objetos

* Pincha con el dedo índice

* Trata de imitar escribir con garabatos

Signos que observar relacionados con la salud y el desarrollo

* No gatea

* Arrastra un lado del cuerpo al gatear (por más de un mes)

* No puede permanecer de pie con ayuda

* No busca los objetos que vio esconder

* No dice palabras sencillas como “mamá” o “papá”

* No aprende a usar gestos como mover las manos para decir adiós o mover la cabeza para decir “no”

* No señala objetos o imágenes

* Sufre una pérdida drástica de habilidades que en algún momento tenía

El poder del «no», el poder decir «no»

Hace cosa de una semana Julia ha comenzado a decir «no». Aún no le tiene pillado del todo el truquillo. A veces dice «no» cuando querría decir sí. Otras veces sólo lo dice para comprobar nuestra reacción. Pero casi siempre lo aplica bien.

Es curioso, por lo que he preguntado en mi entorno. El «no» aparece siempre bastante antes que el «sí». No sé si esa será también vuestra experiencia.

Una sílaba tan tonta y para lo mucho que sirve. Con un «no» bien entendido un bebé puede ahorrarse protestas, lloros y rabietas.

Probablemente no hubiera valorado la aparición del «no» en mi hija si su hermano no hubiera tenido tantos problemas para conseguirlo.

Él aún no lo dice. Pero tiene su equivalente. Domina perfectamente desde el verano pasado el signo de «se acabó», muchas veces acompañado de la vocalización «bó» o «abó».

Os dejo parte de un artículo titulado Cuando «No» se convierte en la palabra favorita del ABC del bebé.

El bebé se opone a lo que pasa o pone límites a los acontecimientos. Quiere decir, según la especialista, que el niño encuentra en esa expresión una vía para independizarse, pero muchas veces los adultos malinterpretan al pequeño. “Digamos que se le va a dar de comer y dice No, No, No. Esto no significa que no tenga hambre, ese ‘No’ pude ser simplemente que él lo quiere hacer solito”, explica la psicóloga, quien también sostiene que el No es un poco ir identificando “que yo, soy yo”.

Diana Palacio, entrenadora física de Procrear, trabaja enseñando a los padres a comprender a sus bebés desde los primeros meses de nacidos; ella coincide en afirmar que el pequeño no acierta totalmente el significado de la palabra. “Es como cuando se le repite al niño todos los días mamá; fácilmente, a los seis meses va a decir mamá”, afirma la profesional.

Así como se desarrolla la sonrisa y pasa de ser imitada a producir carcajadas cuando algo gracioso ocurre, así mismo se desarrollará la comprensión de la expresión ‘NO’.

El uso de chupetes perjudica el habla de los niños

Un sábado al mes desde que comenzó este curso escolar mi santo y yo estamos acudiendo al Hanen. ¿Y qué es eso del Hanen? Pues una escuela para padres con niños con dificultades en el lenguaje.

Vamos varias parejas que tenemos hijos con un nivel comunicativo más o menos parejo, todos entre los tres y los cinco años.

Nos enseñan la teoría, nos ponen deberes, nos grabamos en vídeo en casa y los analizamos en grupo.

Hace un par de meses la cosa fue de logopedia y una de las recomendaciones que nos hicieron fue descartar de una vez el chupete.

Nuestro peque nunca lo quiso, ya os lo conté en otra ocasión. Y a Julia ni me planteé dárselo.

Si lo más conveniente es no ofrecérselo antes del mes y luego quitárselo al año, y no tenía yo ganas de andar con guerras de deschupetear a la niña por unos pocos meses.

Además, si ella quiere succionar, ahí está mi pecho.

Y nos ha salido bien. Va camino de los trece meses. No usa chupete, tampoco biberón y no se chupa el dedo. Igual que sucedió con su hermano.

Volviendo al Hanen, ya allí nos contó el logopeda que el uso del chupete interfería con el correcto desarrollo de los músculos implicados en el habla.

Dijo literalmente que debíamos evitar el chupete para que la lengua tenga la correcta posición en reposo.

Hoy lo recuerdo a raiz de una noticia en la que aparece un nuevo estudio que dice más o menos lo mismo.

Os dejo parte:

Los investigadores evaluaron las asociaciones entre los hábitos de succión y alimentación y los trastornos del lenguaje en preescolares de entre tres y cinco años. Los resultados mostraron que retrasar el uso del biberón hasta que el niño tenía al menos nueve meses reducía el riesgo de desarrollar trastornos del lenguaje en edad preescolar.

Por otro lado, los menores que succionaron sus dedos o utilizaron un chupete durante más de tres años mostraron ser hasta tres veces más propensos en el desarrollo de trastornos del lenguaje. Los efectos perjudiciales de estas conductas se concretaron en dificultades para pronunciar ciertos sonidos de palabras o para simplificar su pronunciación.

La hipótesis de los investigadores se basa en que los niños, cuando se chupan el dedo o usan de manera habitual chupete o biberón, no ejercitan todos los músculos de la cavidad oral. Esto impide que no desarrollen completamente la capacidad para el habla.

Por el contrario, durante la lactancia materna, el bebé ejercita todos los músculos de la boca, cara y la lengua, y logra una mejor capacidad de habla.

Estudios anteriores ya habían revelado que el amamantamiento es beneficioso en el desarrollo de la respiración coordinada, el acto de tragar y la articulación del habla.

La Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPAP) considera que ya en la segunda mitad del primer año se debe comenzar a limitar su uso.

Por cierto, que los ejercicios que nos recomendaron, los consejos que nos dieron ese día, son perfectamente aplicables a cualquier niño pequeño aunque no tenga especiales dificultades.

A ver si tengo unos minutos para «pasar los apuntes» y compartirlos con vosotros. Tal vez os resulten interesantes.

«No eres malo, te has portado mal»

Muchas veces los adultos hablamos demasiado. Hablamos con ligereza. Entendemos bromas, ironías y dobles sentidos. Sabemos interpretar la trascendencia de lo que decimos según el contexto.

Nuestros hijos pequeños no. Y además son esponjas, normalmente muy sensibles, a todo lo que decimos de y para ellos.

Ya he perdido la cuenta de los libros que recomiendan no etiquetar alegremente a nuestros hijos por su comportamiento.

Tienen toda la razón del mundo. Es una forma excelente de evitar tener en casa profecías autocumplidas.

Todos coinciden en que hay que procurar adjetivar las acciones, no a la persona.

No deberíamos decir «eres malo» cuando nuestro hijo ha pegado a un amigo, sino «eso no se hace, no se pega».

También hay que procurar no minar su autoestima.

Es normal que los niños pequeños no afinen demasiado bien o no coordinen sus movimientos, soltarles un «¡Qué mal cantas!» «Anda, déjalo que eres un pato mareado» puede calarles más de lo que parece.

El límite es el cielo. No asumas que tu hijo no será capaz de hacer algo. Hay que dejarle que lo intente y animarle, ahorrándose siempre los «Tú no sabes», «El fútbol no es lo tuyo», etc.

Por supuesto, está prohibido el chantaje emocional. El amor de sus padres debe ser incondicional. Hay que olvidar eso de «como hagas X, mamá ya no te querrá» y expresiones semejantes.

Pero es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Verdad?