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Las guerras de los parques

A veces son más duras que las de las galaxias. Cualquiera que frecuente esos micromundos con niños pequeños y sus cuidadorespuede dar testimonio de ello.

Con el buen tiempo están aún más concurridos, así que son todavía más frecuentes.

Afortunadamente en la mayoría de los casos la cosa queda en unas frías relaciones diplomáticas o en un bloqueo tipo cubano (adulto o niño que se retiran pensando que va a volver a prestarle la pala de arena a ese niño maleducado Rita la cantaora).

Es frecuente que nada más entrar en el recinto identifiques a Corea del Norte, Noruega, EE UU y Canadá nada más verlos.

Yo hoy he tenido dos, una como protagonista y otra como espectadora.

Mi peque nada más llegar al parque ha tirado derecho a los columpios. Es lo que más le gusta, en el tobogán por ejemplo puede estar un rato entretenido, pero en el columpio podría estar horas. Sin columpio el parque no le merece la pena. Y me consta que hay muchos niños así.

Pues fuimos a un parque nuevo y el peque en lugar de ir a los columpio con cestito de los más pequeños se despistó y se plantó frente a un columpio convencional que estaba vacío.

Y yo pensé que tampoco era mala idea ya que estaba tan dispuesto probar y enseñarle a sujetarse en los columpios de mayores.

Pues nada más sentarse la niña del columpio vecino, de unos seis años, se acerca y le suelta: «¡bájate niño, ese columpio es de mi hermana!».

A lo que yo le contesto en buen tono «está vacío, es pequeño y no estará mucho tiempo, vamos a probar un poco y enseguida estará de nuevo libre».

La niña, que debe ser de armas tomar, se va a la esquina del parque, coge a su hermana de la mano y se la trae. «¡Tonto! ¡Te he dicho que te bajes!» le dice al peque.

La hermana a todo ésto muda y sin atreverse mirarnos siquiera.

Yo ni caso y sigo empujando suave al peque, que se está agarrando bastante bien en su primera experiencia en el columpio de mayores.

Y entonces va la criatura, se planta al lado de mi peque y le pega un empujón que no lo lanzó de cara al suelo de milagro.

Menos mal que una tiene autocontrol y poca ganas de líos con una seisañera. Le lancé una mirada asesina, bajé al peque y le dije «vámonos al columpio de los niños pequeños, que estos sólo son para niñas tontas».

Me averguenza un poco esa frase, pero así me salió, que le vamos a hacer.

Al irme me percaté de que sus padres estaban en el banco de enfrente ejerciendo de Suiza en todo el asunto.

De la otra escena como adelantaba sólo fuimos espectadores. La cosa era más o menos así:

Niño de tres o cuatro años lloriqueando: mamá, ese mayor me ha tirado arena a los ojos.

Madre que salta como un resorte: ¿Cómo? ¿Quién?

Niño señala frotándose los ojos.

Niño de unos cinco o seis años con cara de no haber roto un plato: es que él me tiró la pala a la cabeza.

Abuelo del segundo niño: vamos, vamos no hay que ponerse así, no ha pasado nada. Daos la mano.

Madre rebufando: muy bien, pero antes hay que pedir perdón ¿Verdad? No está bien meterse con niños más pequeños.

Podéis imaginar cómo sigue…

Seguro que os suenan escenas parecidas y ya cotidianas para padres y abuelos recientes. ¿No es cierto?