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La cirugía estética no es un juego de niños, pero tiene más de 200 aplicaciones infantiles

Ahora Julia tiene de más a destinar su tiempo de ocio electrónico a los videojuegos de Nintendo 3DS o de la Wii que a los que hay en dispositivos móviles, pero en el pasado ha jugado con muchas aplicaciones infantiles. Unas me han gustado más y otras menos, todas las he supervisado.

La experiencia me dice que la norma (con pocas excepciones) las mejores apps para niños son aquellas por las que tienes que pagar unos pocos euros pero luego están libres publicidad o micropagos dentro del juego. Y no solo por evitarte cuñas y juegos diseñados para invitar a dejarse el dinero, también porque su calidad en general suele ser mejor.

Entre las aplicaciones que más me han gustado creo que estaban las de Doctor Panda y Toca Boca (buscad las apps de esos desarrolladores y acertaréis seguro), pero si tuviera que destacar una en concreto sería Tiny Thief, una verdadera maravilla también para adultos.

Entre las que menos me gustan se encuentran algunas de esa miríada de aplicaciones para peinar, maquillar, pintar las uñas… acicalar en definitiva, al personaje que nos plante el juego de turno. Hay una horda ingente de aplicaciones así, normalmente gratuitas, con publicidad o pagos posteriores, y calidad ínfima.

No me gustan por muchos motivos, no solo por su mala factura o lo aburridas que son al poco, tampoco me agrada lo que transmiten. Vivimos en una sociedad cada vez más superficial, en la que lo externo parece primar sobre todo lo demás, y que aplicaciones así parecen cimentar. Pero esos programillas para móvil quedan en nada cuando me entero de que hay una hornada de aplicaciones que han dado un paso más allá y ponen a los niños pequeños a jugar con la cirugía estética.


Sí, así tal cual. Hay bastantes aplicaciones en las que los niños tienen que rellenar labios, quitar arrugas corregir tabiques… Es decir: normalizar la cirugía estética desde la más tierna infancia, plantar ideales de belleza que apuestan por conseguir esos estándares a cualquier precio, banalizar las intervenciones quirúrgicas, minar la aceptación desde a los tres años.

El horror.

Y lo que no concibo es que haya padres y tutores que permitan que sus hijos jueguen a este tipo de cosas. ¡Con la de cantidad de aplicaciones divertidas y educativas que hay disponibles!. ¿O es que les dejan descargarse libremente lo que quieran y ni siquiera lo revisan?

Me entero gracias a Álvaro Varona, que en Generación Apps (web obligada si tenéis niños tecnófilos y queréis estar bien informados de apps que sí merecen la pena) se ha hecho eco de la existencia de estas polémicas apps infantiles a cuenta de una campaña en contra de ellas que no puedo más que apoyar.

Os animo a leer el contenido entero que Álvaro publica, pero os dejo unas pocas líneas:

Usando los hashtags #CirugiaNoEsUnJuego y #SurgeryIsNotAGame, el grupo global ha creado una campaña en las redes sociales, Facebook, Twitter e Instagram que está generando indignación pública en contra de estas aplicaciones. La iniciativa exige a las tres grandes marcas que controlan las tiendas de aplicaciones, Apple, Amazon y Google que regulen con un mayor criterio este tipo de apps para niños.

Según datos de los organizadores de esta campaña habría, solo en Google Play, más de 200 aplicaciones de esta temática.Las ilustraciones de la parte superior de este texto pertenecen a la app “Simulador de Cirugía Plástica” que se puede encontrar actualmente en Google Play. En AppStore ya no aparece pero consultando la caché de Google podemos ver que el 6 de diciembre de 2016 tuvo una actualización.

Y aquí algunos otros ejemplos:

¿Te sentías a gusto con tu cuerpo cuando estabas embarazada?

Yo sí, he de confesarlo. No me importaba un pimiento parecer un zepelín al final del embarazo ni extrañamente gorda al principio. Y no creáis que fui de esas que parecen la serpiente que se comió el elefante de El Principito, yo engordé por todas partes, no solo de barriga: muslos, cara de pan (las que tenemos cara redondita estando delgadas, estamos condenadas a eso cuando engordamos), brazos… Y estaba feliz y contenta. Estaba gestando a mis hijos, mi gigantesco abdomen alojaba a mis niños y mi cuerpo tendía a acumular grasa que luego liberaría en forma de leche. Sentía todo tan natural, tan lógico, que disfruté de los cambios que se producían en mi cuerpo y no tenía ningún complejo a la hora de mostrarlo, incluso menos que al no estarlo.

Pero sé que no es siempre así, lo sé bien. En mi entorno hay mujeres que me han contado que se rechazaban ante el espejo, que vivieron el embarazo preocupadas por si luego lograrían recuperar su figura, que entendían engordar de tripa pero no de todo lo demás, que perdieron las ganas de ir a la piscina o a la playa e incluso de tener sexo con sus parejas por sentirse poco atractivas.

Lo sé y puedo meterme en su pellejo, pero no sé cómo podría convencerlas para que luchen contra ello, hacerlas entender que el cuerpo de una mujer embarazada es hermoso por mucho que opine cualquier descerebrado delante de ellas, que las transformaciones que se producen tienen sentido, que la opción siempre debería ser gustarnos, querernos… que los patrones estéticos imposibles que nos venden a las mujeres, incluso en una situación como el embarazo, no son más que corsés invisibles que nos hacen infelices.

Creedme, vuestros cuerpos gestantes son preciosos. Disfrutad este verano sin complejos. Miraos, maravillaos. Un milagro así lo merece.

La misión de las madres es enseñar a sus niñas (y niños) que son preciosas

Esta semana leí y me horroricé con una noticia de una madre británica de treintaypocos años que inyectaba regularmente botox adquirido por Internet a su hija de ocho años. Quiere convertirla en una belleza, en una estrella, y dice que para lograrlo tiene que empezar a «cuidarse» ya.

Este párrafo me resulta especialmente triste:

La pequeña, normalizando la situación que vive e incluso sintiéndose orgullosa de ello, dice que sus amigos piensan que ella es «guay» por poder acceder a estos tratamientos, y añade: «Cada noche compruebo si tengo más arrugas y si veo alguna quiero más inyecciones».

Y precisamente esta misma semana me llega este maravilloso cuento sobre una niña preciosa a la que hicieron sentir que era fea si no llevaba maquillaje, tintes, vestidos bonitos, tacones… De verdad, no os lo perdáis.

Y comprendo que la labor de las madres no es decirnos cuando somos niñas (o niños) que necesitamos ponernos lazos en el pelo o cambiar de peinado, adelgazar, llevar zapatos bonitos, comportarnos como señoritas (o ponernos botox en casos extremos en los que habría que retirar la custodia) para sentirnos guapas (o guapos).

Me consta que muchas madres, con una exigencia para bien mal entendida, son las primeras que empiezan la labor que luego vendrán otros (televisión, amigos, revistas, publicidad…) a continuar.

El primer paso para ser feliz es querernos tal y como somos.

Y las madres deberíamos precisamente ayudar a nuestros hijos a quererse, a aceptarse, a saberse seres humanos únicos merecedores únicamente de amor y respeto en sus relaciones futuras.

Deberíamos darles las armas para que sepan luego enfrentarse a las presiones que les llegarán de fuera.

No es lo mismo decirle a nuestra niña: «¡Qué guapa estás con lazo!» que decir «¡Qué fea estás sin él!».

Y que si luego deciden maquillarse, llevar tacones o buscar un tipazo en el gimnasio, lo hagan felices y conscientes de que ellos siguen siendo preciosos y únicos sin el maquillaje, los tacones o los músculos.