Ayer Julia dió su primer paso sin sostén. Sin estar asida a una mano adulta, sin apoyarse en un mueble o en una pared.
Fue en su habitación, también la habitación de su hermano.
Estaba apoyada en una caja verde, llena de juguetes, apretando el botón que ponía en marcha el primer disco del Cantajuegos (el famoso tallarín) en un reproductor de CD especialmente pensado para niños y que ella maneja la mar de bien.
Yo estaba a su lado, sentada en una silla baja. Su tía y su prima, que tiene cuatro meses, estaban con nosotras como testigos.
De pronto soltó sus manos, me miró, dijo «teta» (un poderoso aliciente) y lanzó su primer paso hacia mí.
Hasta el momento no ha dado ninguno más, pero pronto llegará.
Antes de lo que imagino la tendré corriendo por la casa.
Y apenas hace dos segundos era un bebé que lanzaba sus primeras risas.
Mi madre no se acuerda de mi primer paso. Sabe que tardé, pero la imagen del momento se le ha borrado.
De hecho, yo no logro recordar cuándo y cómo fue exactamente el primer paso de Jaime.
Así que aquí dejo este recuerdo, para que no se desvanezca como lágrimas en la lluvia.