Imaginaos una oficina, todos trabajando en sus cosas. De repente, desde el despacho de una de las jefas que está hablando por teléfono comienzan a oirse los siguientes gritos: «¡Le he dicho que a los niños no se les dan los filetes de babilla! ¡Los niños no saben apreciar los filetes de babilla! ¡Qué no vuelva a suceder, los filetes de babilla son para los señores!».
Lo peor sí, ya lo sé. Lo peor por el modo en el que se dirigía a su empleada del hogar. Lo peor también por esa manera de hablar de sus hijos. En justa venganza cósmica, le acompañará toda la vida el mote de «la marquesa de la babilla» por haber dado ese espectáculo.
En otra ocasión pude ver como en una casa se compraban bombones y tabletas de chocolate de cinco estrellas que no se les daban a los niños aunque lo quisieran probar. Para ellos había huevos Kinder, Lacasitos o tabletas de chocolate convencionales.
En su caso lo explicaban con buen tono y de manera comprensible, pero con el mismo argumento de fondo que «la marquesa»: los niños no apreciarían la diferencia, sería tirar el dinero, ellos se quedaban tan contentos con sus chocolates, no tenían necesidad de devorar los Lady Godiva.
Nosotros en casa no nos reservamos alimentos de primera calidad y dejamos para Julia y Jaime otros de inferior categoría. En absoluto. Si a veces no comemos lo mismo es básicamente porque a ellos no les gusta o no les apetece. Pero pueden probarlo todo y pueden comer de todo. Si hay rape para nosotros, a ellos no les damos panga.
Es más, cuando comemos lo mismo solemos reservarles los trozos más limpios, más bonitos, con menos espinas. Hoy mismo he estado seleccionando para comerme yo las fresas más machacaditas y feuchas para dejarle a Julia las que podrían haber salido en el anuncio de un súpermercado. Algo que hacemos muchísimos adultos en casas en las que hay niños.
Pero tampoco pretendo estar en posesión de la verdad absoluta. Hay quien me dice que sí, que hay alimentos de calidad que no tienen sentido dárselos a los niños.
¿Vosotros qué hacéis?
La anécdota que os cuento viene tras leer el post de mi compañero bloguero Juan Revenga en su blog sobre nutrición ¿Cuándo seas padre comerás huevos? Hoy ya no (creo) .
Os dejo un fragmento y su pregunta:
Esta expresión, “cuando seas padre comerás huevos” deriva tal y como explica a la perfección mi vecino Alfred López en su blog “ya está el listo que todo lo sabe” de otras épocas en las que no había ni mucho menos la disponibilidad alimentaria con la que ahora contamos. Afortunadamente, los tiempos han cambiado y ya no hace falta reservar unos recursos alimenticios escasos para mantener mejor nutrido al “cabeza de familia” con el fin de que este pueda asegurar el jornal.
Hoy en realidad lo que quiero es haceros partícipes de una duda, que no es otra que el saber quién en vuestras respectivas casas se lleva “la mejor tajada” de un plato o alimento, quién también se come el último trozo, porción o ración de un alimento concreto. Lo digo porque el otro día mientras comíamos surgió este tema de conversación entre mi mujer y yo.
En principio hay dos posibles escenarios. Por un lado, el de a quién se le sirve en el plato el mejor trozo, el más jugoso, el más “limpio”, en definitiva el más apetecible y; por el otro, quién se come el último trozo de algo que a todos o a varios les apetece.
En nuestro caso, en nuestra casa, en ambas circunstancias son las niñas las que tienen prioridad.