Cuando acabas de recibir un diagnóstico desfavorable y el camino a recorrer resulta muy duro

Sala de espera de Hospital Gregorio Marañón, área especializada en autismo. “Tienes que cuidarte. Os doy otra cita pronto, para ver cómo puedo ayudaros en la escolarización, para que no estéis tan solos”, le dice la doctora desde la puerta a una madre antes de retirarse. Su hijo, muy pequeño, anda correteando por el pasillo, seguido por su padre.

La mujer entra, llorando, a coger los abrigos. Automáticamente otra madre y yo nos levantamos como un resorte. Le damos nuestros teléfonos. Le ofrecemos nuestra ayuda, una charla ante un café, lo que necesite. Somos las tres de la misma zona, del sur de Madrid. La animamos como podemos, con sonrisas y normalidad. “Es muy duro” nos dice, “la sociedad nos ha abandonado, hay gente que debe creer que el autismo se contagia”. “Bueno, piensa que esto te sirve para distinguir a las personas que merecen la pena”

Sí, el camino puede ser muy duro, sobre todo al principio, al inicio del diagnóstico. Pero hay que reservar fuerzas, esto es una maratón.

Y hay que estar convencido de que se puede ser feliz, porque es verdad.

Es preciso buscar aquello que nos da fuerzas, que nos aporta optimismo, ganas de seguir caminando.

Suelen ser cosas sencillas. Pararse, respirar hondo, mirar a nuestro alrededor y disfrutar de empujar un columpio al sol del invierno; tomar un café con un buen amigo; sentarnos un ratito a leer un buen libro en compañía del ronroneo de un gato; dar un buen paseo por alguno de esos rincones que. Os elevan el ánimo, ya sea un parque, un barrio determinado, el paseo marítimo o el monte; escuchar una canción que anima a cantar, o por lo menos a sonreír…

Pero el secreto es pararse. Ser capaz de detenernos en la vorágine. Aprender a relativizar; a refrenar prioridades; a valorar lo que tenemos de bueno, que es mucho; a pedir y encontrar ayuda.

Esos primeros momentos del diagnóstico, de encontrarte con la bofetada de un futuro incierto e inesperado, son tan delicados que tendría que existir una red de seguridad. En primer lugar unas buenas prácticas para que los profesionales que los facilitas sepan hacerlo con tacto e inteligencia, con sentido y sensibilidad. Y en segundo, pero no menos importante, personas que ya hayan pasado por una situación similar con las que compartir inquietudes y aprendizajes.

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