Archivo de noviembre, 2018

¿Dejáis a los niños en el comedor del colegio por necesidad o porque lo consideráis mejor que comer en casa?

Hoy traigo una pregunta que me gustaría que respondierais. ¿Dejar a los niños a comedor es algo más que un mal necesario? ¿Aporta algo o es una necesidad nacida de la dificultad por conciliar, de nuestros horarios y trajines?.

Ha surgido de la conversación con una compañera, madre más reciente que yo, cuyos hijos se quedan a comer en el colegio. La mayoría lo hacen así según mi experiencia.

En el colegio de mi hija muy pocos niños vuelven a comer a casa, apenas cuatro o cinco de cincuenta. Es un colegio en el que la jornada es partida, aunque me da la impresión de que en aquellos con jornada continua no cambia demasiado la cosa.

Ahí tenéis otra pregunta. ¿Cuántos niños van a comer a casa en vuestros colegios?

Antaño no era así. Yo recuerdo a una mayoría de niños que, en los ochenta, nos íbamos a comer a casa, descansando o jugando un poquito y volviendo por la tarde al colegio. Los que comían allí eran minoría.

Mi amiga me contaba que ella también comía en casa de niña, y que sus hijos no lo hacen por una cuestión de necesidad. De hecho, me decía que la mayoría de conflictos se producen en el periodo de descanso y juego tras comer en el colegio.

Mi impresión es semejante, creo que no aporta demasiado ni a nivel educativo ni a nivel nutricional. Salvo en aquellos casos, que los hay, en los que la comida en el comedor es para los niños la mejor del día porque provienen de entornos desfavorecidos.

Soy consciente de que hay buenos monitores de comedor, amables con los niños y empáticos. Y hay que agradecerles su labor, por supuesto. Pero no todos son así, como en todos los oficios hay bueno, malo y regular. E incluso los buenos, con su mejor voluntad, pueden tener dichos y maneras que no casen con la manera en la que deseamos educar a nuestros hijos.

He oído en el pasado argumentos a favor del comedor apoyados en que «así les enseñan a comer de todo», en que «de esa manera aprenden a probar cosas nuevas». aunque según otros compañeros, que fueron en su infancia a comedor, lo que aprendes es a esconder comida y a realizar canjes con el compañero.

Yo ya os he contado en el pasado que jamás he querido obligar a comer a mis hijos, no he usado el chantaje emocional, el castigo o la recompensa. Yo sufrí durante mi infancia la guerra a la que se somete a los niños que son considerados malos comedores y no quería eso para ellos. Respeto su apetito y dejo que están descubriendo y desarrollando afinidad por distintos sabores con el tiempo. Será por eso o será por suerte, pero ambos comen variado y felices a día de hoy. También Jaime, que tiene autismo y no empezó a masticar hasta los dos años y medio.

Jaime va a comedor. Por necesidad. Y además el comedor de un colegio especial difiere bastante del de un colegio normal. Julia come en casa. Si le preguntas si quiere quedarse a comer en el colegio te contesta rápidamente que no, ha oído distintas historias de sus amigos que no la animan a ello. “Te obligan a comer judías verdes”, me dice.

Y es fácil que en casa acaben comiendo mejor que en el comedor del colegio a poco interés que pongamos, limitando fritos y huyendo de procesados. Lentejas, pasta integral, pescadito a la plancha, guisantes o judías verdes con un filetillo, sopa y cocido, un guiso de patatas, arroz con verduras o en plan paella…

Pero claro, hay que poder. Nuestros horarios tienen que permitirnos ir a comprar y cocinar, tienen que déjanos a los niños, alimentarlos y, con frecuencia, retornarlos al cole. O tener abuelos o cuidadoras que lo hagan por nosotros.

Así que retomo mi pregunta. ¿Creéis que es bueno que los niños vayan a comedor o van porque no hay más remedio?

EUROPA PRESS

«Me encantaría que nuestros padres y los profesores se llevasen bien»

Me encanta que nuestros padres y los profesores se lleven bien.

Es importante que se hablen y que se digan «esto Noelia lo ha hecho mal».

Eso también sería el colegio ideal, que los padres se implicasen.

Porque al fin y al cabo tienen mucho que ver y mi educación también va a depender de los dos.

Me gusta que mis padres y los profesores se lleven bien porque si no para mí se me acabó el cole.

Los profesores te conocen en un aspecto diferente y los padres en otro, así que yo creo que la mejor educación sería que hicieran un trabajo conjunto.

Atención, porque los que dicen estas frases, que son verdades incuestionables y deseos legítimos, son niños de entre 5 y 12 años en la segunda mitad de este vídeo:

Hoy martes 27 de noviembre, día del maestro en España, es un buen momento para que todos, docentes y padres, revisemos hasta qué punto estamos cumpliendo con las lógicas peticiones de los niños y hagamos propósito de enmienda.

Es vital cultivar el respeto y la cooperación entre profes y familias. Incluso cuando discrepamos, es algo que jamas debe perderse.

En esas discrepancias tenemos que estar abiertos a escuchar al otro, por mucho que estemos convencidos de que nadie conozca a nuestro hijo como nosotros o que como su tutor creamos entendamos mejor lo que le pasa a ese niños que sus propios padres gracias a nuestra experiencia y preparación. Nadie tiene siempre la verdad absoluta.

El objetivo último tanto de unos como otros debe ser el bien del niño, su crecimiento personal y bienestar primero y su rendimiento académico a continuación. Y tenemos que cooperar en esa dirección, entendiendo que todos podemos errar y que no pasa nada por pedir disculpas para poder avanzar.

Las familias debemos involucrarnos en el centro tanto como nos sea posible, por mucho que nuestros horarios y quehaceres diarios no nos lo pongan fácil. Pero necesitamos también escuelas que nos abran sus puertas, no aquellas que nos prefieren lejos para evitar líos.

Por supuesto que hay maestros terribles, igual que hay familias tóxicas capaces de amargar, de quemar a docentes magníficos. Pero por muchas malas experiencias que se hayan acumulado, no pueden pagar justos por pecadores.

Padres y maestros tenemos que dejar de vernos en posiciones enfrentadas, como potenciales quebraderos de cabeza que es mejor que nos dejen en paz.

Son nuestros niños los que nos lo están pidiendo. Y el sentido común, la humildad y el deseo de mejora les dan la razón.

(GTRES)

 

¿Niños que molestan o una cuestión de civismo?

Este domingo mi compañero Edu Casado, autor del blog que sigue la pista a los deportistas olvidados en este mismo periódico, me mandó el siguiente tuit comentando que yo había escrito al respecto en el pasado:

Y he escrito de asuntos relacionados, cierto. De los establecimientos que no admiten niños por ejemplo, o de la niñofobia que parece estar en auge en determinados ambientes. También de cómo al ser madre de un niños con autismo, discapacidad invisible porque mi hijo no parece tener nada, y tener contacto con muchas familias en tesituras semejantes, he visto a gente catalogando rápidamente a un niño como maleducado cuando la realidad es más compleja de lo que ellos imaginan.

A esa conversación en Twitter se sumó otro compañero, Raúl Rioja que es uno de los autores de Tres al contragolpe y que aportó algo con lo que estoy de acuerdo. “A mí los niños no me molestan en absoluto de cena por ahí, pero ayer estuve en un restaurante y había un padre poniéndole en el móvil primero música tecno, después Cantajuegos, y luego varias canciones más a todo trapo. Es más cuestión de educación que otra cosa casi siempre”.

(GTRES)


Es cierto. Es una cuestión de educación, más que de sí los niños saben comportarse o no, por mucho que es cierto que los niños son niños y tienen sus momentos regulares en los que es preciso la comprensión del resto de la sociedad, que también fueron niños una vez.

El que es incívico lo será con niños, sin ellos, con perros, fumando, conduciendo y montado en patinete.

El que es cívico puede meter la pata ocasionalmente o molestar a su pesar en determinadas circunstancias. Con niños, sin ellos, con perros, fumando, etc.

El reto es ser capaz de distinguirlo cuando somos los molestados. A veces sacamos conclusiones precipitadas y confundimos a los segundos con los primeros.

Por experiencia os digo que si somos de los cívicos y nuestro hijo no se está comportando bien, los padres somos los primeros que sentimos apuro y nos apresuramos en buscar soluciones, las que creamos que mejor pueden funcionar. Desde salir temporalmente del restaurante a sacar todo el arsenal de distracciones disponibles.

También es verdad que ‪a la abundancia de incívicos se suma también la abundancia de personas poco empáticas, que deberían ponerse en el lugar del otro y preguntarse si tienen toda la información antes de juzgar. ‬

Hay momentos de estrés, intentando calmar a ese niño precisamente para. O molestar pero también para que nuestro hijo se sienta mejor, en los que las malas caras o los comentarios envenenados no ayudan precisamente.

‪Y de esos también los hay incapaces de ponerse en pellejo ajeno y que siempre se creen los reyes del mambo y los que pecan puntualmente de eso porque, por ejemplo, tienen un mal día.‬

‪También es un reto importante discernirlo.

Al final todo se resume por si solo en que todos, absolutamente todos, deberíamos tomarnos muy en serio el ser capaces de vivir en sociedad, sin tirar papeles al suelo, recogiendo las cacas de nuestros perros, dejando que esa persona que solo lleva un par de cosas pase por delante de nuestro carro cargado en el supermercado o que cedamos el asiento del metro a esos que lo necesitan más que nosotros.

La amabilidad es una virtud a reivindicar que conduce a ese civismo que mejora las sociedades.

Igual que la empatía, el no creernos el centro del universo, asumir que tal vez no lo sepamos todo y aprender a relativizar.

Una oda a lo regular, a vivir feliz en la imperfección

Este sábado tuvo lugar en Madrid un nuevo evento de Educando Hijos. Uno en el que participe subiendo a las tablas del teatro Lope de Vega junto a Jessica Gómez, escritora, ilustradora y también autora del blog de 20minutos Que fue de todos los demás.

Doce minutos compartidos sobre el escenario para reivindicar que nuestros hijos nos quieren felices y no perfectos, para entender que moverse por un territorio gris es más deseable que buscar una perecccion inalcanzable y acabar frustrados e infelices.

Os dejo el texto en el que me apoyé para esa breve charla.

Soy Melisa y tengo dos blogs, uno de maternidad y otro de protección animal. He publicado dos libros, tengos dos hijos, uno con autismo y un grado elevado de dependencia, dos perras, dos universos distintos en redes sociales y hasta hace poco dos gatos. ¡No todo va de dos en dos eh! Marido solo tengo uno. Y aficiones tengo muchas. Ahora me ha dado por aprender japonés.

Con frecuencia me preguntan aquello de «no sé cómo lo haces, cuéntame el secreto». Mi respuesta más sincera cuando me dirigen a mí esa pregunta es «haciéndolo todo regular». Y juro que es la verdad. Cero postureo. Tomo menos cafés con mi madre de los que debería, publico lo que escribo sin apenas revisar porque si quiero pulirlo, no sale. Y eso es aplicable también a muchos aspectos de mi vida cotidiana como madre. Un ejemplo. Este año mi hija, que tiene nueve años, ha pegado un estirón que nos pilló con el pie cambiado. Pues mira, las mallas por encima del tobillo son tendencia, que he visto yo muchos modernos el centro de Madrid con el tobillo al aire pese al frío que hace, así que a correr. Y si hace frío te pones las botas que son más altas y así no se ve que están cortas. Sí, también en clase de gimnasia. ¡La fama cuesta!

Además de hacerlo todo regular, también ayuda el hecho de que la maternidad es el mejor máster en gestión de tiempo que alguien puede hacer. ¿No pensáis también vosotros eso de “¿qué demomios hacía yo con mi tiempo cuando tenía veinte años?”. Hace un tiempo vi bastante en redes que la gente se hacía la pregunta ¿qué le dirías a tu yo veinteañero si pudieras?. No sé vosotros, pero yo lo tengo claro. “Espabila Melisa, hija, que estás a por uvas. Si te pones, con todo ese tiempo malgastado, puedes aprender a programar, a hablar francés y bailes de salón sin demasiado problema”. En fin, me lo reservo para decírselo a mi hija cuando llegue a esa edad, que por supuesto no me hará ningún caso.

Pero dejando la organización del tiempo aparte, lo que yo quería es reivindicar la mediocridad, poner en valor las medias tintas, que eso de hacerlo todo regular puede no estar tan mal. En serio. Aspiremos a no hacer nada bien del todo.

Mi hijo ha decidido últimamente que no hay nada más divertido que ser como el perrito de scotex y llenar toda la casa de trozos de papel higiénico. No pasa nada. Le gusta también desmontar el sofá para apilar los respaldos y ponerse encima. Destrozado lo tiene y lo compre hace dos años. Blanquito, más mono… como de influencer de Instagram. No pasa nada. Vamos con prisa, mi hija odia peinarse y ha salido de casa con la cabeza como un nido de pájaros. No pasa nada. ¿El lavavajillas lleva día y medio con los platos limpios sin sacar? No pasa nada. No nos ha dado tiempo de bajar al mercado y tenemos que cenar ese día sopa de sobre. No pasa nada. Tu marido lleva todo el día en casa y no se ha dado cuenta de que había ropa tendida y ha empezado a llover. Repetid conmigo, no pasa nada.

Y es verdad que no pasa nada. No son cosas importantes. Solo lo son si las hacemos importantes, si pretender tenerlo todo controlado, perfecto, nos conduce a discutir o ser infelices.

Hay que relajarse y respirar. Y disfrutar moviéndose en ese territorio ‘regular’.

Intentar ser feliz, no es intentar ser perfecto. Yo renuncié a la perfección hace mucho tiempo. Realmente, si soy sincera, nunca aspiré a alcanzarla en nada. Solo pretendo avanzar disfrutando y que los míos lo sientan igual. A no patinar en lo importante, que son muy pocas cosas.

Ser feliz y buena persona. Las únicas expectativas que los padres deberían depositar en sus hijos.

Tengo un texto escrito en este blog cuando mi hijo mayor, que ahora tiene doce años, era un bebé en el que defendía eso mismo. Cuando me dijeron que mi hijo tenía autismo y se nos rompió la foto de familia que habíamos imaginado, solo tuve que recordar aquello para encontrar de nuevo el norte.

Ser felices y buenas personas. Habrá quien nos tome por bobos, pero a mí me parece la actitud ante la vida más inteligente.

Y respecto a todo lo demás. No pasa nada.

Termino recordando otras intervenciones, todas interesantes y que invitaban a reflexionar. En la cuenta de YouTube y las redes sociales de Gestionando Hijos será posible verlas todas. Tras el hashtag #MeGustaEducar también podéis encontrar más información sobre la jornada de ayer.

La falda en los uniformes escolares no debe ser obligatoria para las niñas

Buenas noticias desde Galicia. Pequeñas buenas noticias si queréis, pero no por eso dejan de ser positivas y causa para alegrarse.

Todos los grupos del Parlamento de Galicia han llegado a un acuerdo para que, a partir del próximo curso escolar, la Xunta implante «todas las medidas pertinentes» para evitar que los colegios con uniforme obliguen a las niñas a usar falda de forma que esta sea una opción que las propias alumnas elijan.

La eliminación de obstáculos para alcanzar la igualdad también pasa por la eliminación de la vestimenta diferenciada en los centros escolares», manifestó la diputada Luca Chao durante la defensa de la iniciativa el martes, jornada en la que aseguró que el uso de la falda puede condicionar la «libertad de movimiento» de las niñas.

Hoy no quiero entrar en el viejo debate de si los niños deben o no llevar uniforme, de si es mejor que vayan vestidos como quieras o más práctico el uniforme. Hoy simplemente quiero alegrarme por el hecho de que las niñas en Galicia a partir del curso que viene no se vean obligadas a llevar la faldita de turno si no les place.

Y quiero también desear que sea algo que se extienda a toda España. Una niña no debe verse obligada a llevar falda si no lo desea, y es algo que está pasando en demasiados colegios.

Es cierto que los hay que, por iniciativa propia, dejan a las niñas elegir. Y es de agradecer. Pero he visto demasiados casos de colegios que solo hacen excepciones cuando las niñas están en Infantil, para facilitar entre otras cosas su autonomía a la hora de ir al baño, o ese día tienen Educación Física.

Pues no. Esa capacidad de elección debería ser siempre, permanente. En todas partes.

Sé que hay niñas que preferirían ir cómodas siempre, con el chándal del colegio o pantalón, y que se ven obligadas a enfundarse unas medias y la falda o el vestido. También que una mayoría, sobre todo según crecen, prefieren la falda. Tanto unas como otras deben poder elegir.

Tanto unas como otros. Espero que si hay niños que quieren llevar falda, tampoco haya inconveniente.

El único argumento que se me ocurre que se puede aportar para defender que ellas vayan siempre en falta es que así están más monas, expresado de la manera que queráis. Y ahí coincido con Chao, que en su intervención aseguró que «estamos enseñando a nuestras hijas en los colegios a ser guapas antes que felices, queremos niñas felices que jueguen en los patios, que sean libres y dueñas de sí mismas».

Luna Chao tambien apuntó que lo deseable sería que los uniformes fueran iguales para todos, niños y niñas. No sé a vosotros, pero a mí, el hecho de que puedan elegir, ya me parece avance bastante.

Uniformes en una gran superficie (Pepe Caballero/Archivo 20minutos)

Por cierto, termino con otra buena noticia que llegó ayer desde Valencia. Otra que ojalá se ampliara a todo el territorio nacional, para que ni menores (los que más lo sufren) ni adultos se vean expuestos a esta barbaridad propia del siglo pasado.

Los niños no son seres humanos de segunda a los que podamos pegar o faltar al respeto

Los niños son seres humanos de pleno derecho. Es algo tan obvio que no debería ser preciso recordarlo, pero a aún a día de hoy, incluso en países como el nuestro, sigue siendo necesario poner sobre la mesa que cuentan los mismos derechos, incluso más aún, que cualquier adulto; que son merecedores del mismo respeto que cualquiera con edad para votar o conducir.

Demasiadas personas, también muchas que en un plano teórico jamás discutirán que hay que proteger y cuidar a los niños, en el día a día no los tratan como iguales, no los respetan, ejercen distintos tipos de violencia sobre ellos, asumen en demasiadas circunstancias que son ciudadanos de segunda o han interiorizado que sus hijos son de su propiedad.

Sin entrar en graves vulneraciones, que podrían considerarse delictivas hay demasiados ejemplos cotidianos de lo que cuento.

Sigo sin entender que en pleno 2018 se siga justificando tanto el educar a los niños mediante la violencia física. Son legión los que dicen que no pasa nada por tirar de cachete, pellizco o coscorrón. Claro que pasa. Es una agresión y no dice nada bueno de los que la justifican. La mayoría de los que quitan hierro a pegar a un niño, no defenderían pegar a otro adulto, nuestra pareja, padre o compañero de trabajo, para corregirle o porque nos ha hecho perder los nervios.

Es solo un ejemplo, uno muy obvio, pero hay más. Les gritamos, les insultamos, tiramos con ellos de chantaje emocional, les prohibimos el acceso a determinados sitios porque molestan, les castigamos sin proporción ni remordimientos, no tenemos en cuenta su opinión o les forzamos a comer sin tener en cuenta sus gustos y apetito.

Educar, establecer normas, que entiendan que sus actos tienen consecuencias, no solo es positivo y necesario para ellos, también es nuestra obligación. Y es algo perfectamente compatible con tratarlos con respeto, no hacerles nada que no haríamos a otro adulto, teniendo siempre su bienestar como prioridad.

Somos sus guardianes, pero no son nuestros para hacer con ellos todo lo que nos parezca oportuno.

Es nuestra obligación reflexionar sobre nuestros modos de proceder, nuestras creencias, por arraigadas que sean. Es inteligente ponerlas en duda, no perpetuar sin pensar lo que nosotros vivimos siendo niños, no dar nada por sentado en nuestra relación con ellos.

Hoy es un buen día para hacerlo. Hoy, 20 de noviembre, es el Día Internacional del Niño, un día señalado por la ONU en conmemoración del aniversario de la aprobación de la Declaración de los Derechos del Niño en 1959.

(GTRES)

¿Es mejor confesar a nuestros hijos el secreto tras los Reyes Magos o dejarles que lo descubran solos?

No sé cómo y a qué edad supisteis vosotros o vuestros hijos quiénes eran los Reyes o Papá Noel. Mi hija tiene nueve años y jamás ha puesto en duda la magia que los adultos construimos tras los regalos de Navidad de los Reyes Magos. En su forma de ser está el querer creerla cierta e impermeabilizarse a los comentarios, razonamientos que invitan a sospechar y deslices que hayan podido rondarle.

Lo sé porque es mi hija y la conozco, pero también porque yo era igual. Me recuerdo siendo de las últimas de mi clase en no querer saber la realidad. Defendiendo con vehemencia con unos once años junto a otra compañera frente a todas las demás que no, que no eran los padres, aunque en el fondo sospechara estar errada.

Aquello, obviamente, cayó al poco tiempo por su propio peso, pero no me sentí en ningún caso estafada o decepcionada. No recuerdo ni cabreo ni trauma. Que haya perpetuado en mis hijos y el resto de niños que me rodean ese bienintencionado y generalizado engaño del mundo adulto al infantil es buena prueba de ello.

Sé de gente para la que no fue así, para la que sí fue un jarro de agua fría difícil de digerir. Algunos que lo descubrieron cuando aún eran demasiado pequeños o de formas poco afortunadas, incluso me han hablado de un castigo paterno que se tradujo en la revelación del secreto.

Os confieso que ando barruntando sentar a mi hija cuando cumpla en marzo los diez años, aprovechando que es un número redondo y en el límite de mantener la creencia, para que nosotros, sus padres, le contemos lo que hay de forma positiva y la hagamos parte de estar al otro lado de la magia con sus primas pequeñas y todos los demás niños. Me parece más recomendable que dejar que se mueva en la incertidumbre, en el no atreverse a confesar que ya lo sabe o que algún renuncio suyo o ajeno descubra de mejor o peor manera el pastel. Me inclino a pensar que es mejor tener controlado cómo afrontarlo, también que si nosotros la metimos en esto, es nuestra obligación sacarla de la mejor manera posible.

No obstante, no lo tengo del todo claro. ¿Qué opináis?

Me da la impresión de que no dar el paso de contarlo responde más a nuestro deseo de prolongar esa magia, esa ilusión de la que tanto disfrutamos los adultos, que a otra cosa. Aun a riesgo de que todo tenga un mal final. También tal vez a no saber cómo confesarlo. Me consta que en algunos casos hay padres que creen oportuno que se caigan ellos solos del guindo y dejarles a ver cómo reaccionan, porque lo consideran un aprendizaje.

Me inclino a desvelarlo, sí, pero no las tengo todas conmigo.

¿Qué creéis debería hacer?

(Gtres)

Dejad que los niños se acerquen a los fogones

Este es un post nacido de un hilo de Twitter. De un hilo sin aspiración ninguna, improvisado tirando de fotos conservadas de milagro en el carrete del móvil. Escrito de pie en la cocina, mientras preparaba la cena de mi hijo. Mejor lugar, imposible.

La infancia que mejor recuerdo transcurrió en Asturias, donde las cocinas y las raciones son más grandes que en Madrid y la comida parece tener más sabor. Muchos de los recuerdos de mi niñez están vinculados a la cocina. Tanto buenos como malos.

Los malos son aquellos en los que me querían obligar a comer, en los que me forzaban a probar, a tragar más, a meterme en la boca aquello que no me parecía nada apetitoso sobre el plato. Tenía fama entonces de mala comedora, de comer cuatro cosas que me entrarán por los ojos.

Los buenos son aquellos en los que me dejaban participar en la cocina. Preparar galletas con la nata de las vacas vecinas, remover un guiso, liberar los guisantes de sus vainas, pasar manzanas y asarlas o cortar judías verdes que irían en conserva. Aun a día de hoy pienso en mi abuela Maruja cuando percibo el olor de las judías frescas. Y dudo que alguna vez deje de sentirla así.

Tenía claro por tanto lo que quería para mis hijos. Jamás obligarles a comer, respetar siempre su apetito igual que, de adultos, hacemos respetar el nuestro. Y cocinar con ellos. Para cimentar recuerdos de momentos compartidos en torno a la comida, pero no solo eso.

Merece la pena perder el miedo a que se acerquen a los fogones. Con sentido común, sin forzarles, cuidando la seguridad, dejar que cocinen con nosotros no tiene más que ventajas.

Ahora sí, el hilo:

«¿Qué consola me recomiendas para un niño pequeño?»

Me han hecho esa pregunta con relativa frecuencia. Ante la cercanía de una comunión, un cumpleaños, pero sobre todo en torno a estas fechas. Este año ya me lo han planteado en dos ocasiones. Normalmente son adultos que nunca o apenas han jugado a videojuegos, para los que es un terreno ignoto, y tienen niños pequeños, lejos aún de la adolescencia. Así que he decidido convertir la respuesta en post que ya aviso que es para neófitos; si sois medianamente jugones no vais a encontrar nada nuevo bajo el sol (y serán bienvenidas vuestras sugerencias).

Vamos allá. Suelo recomendar en estos casos las máquinas de Nintendo. Y no deja de ser curioso, porque quitando sus consolas portátiles, yo no he sido nunca demasiado nintendera. Confieso no haber sido demasiado plataformera y no soy fan de Mario, por mucho que el fontanero tenga títulos magníficos. Pero creo sinceramente que Nintendo es la firma que tiene mejores catálogos si pensamos en un público infantil o familiar, incluso cuando la consola es nueva y esos catálogos aún son escuetos.

A día de hoy, ya superada la Wii (aunque aún es una opción barata y en segunda mano y muchos buenos títulos a buen precio), las mejores opciones para iniciar a uno de esos niños en el mundo de las consolas y los juegos y que, ya de paso, también se adentren sus padres, es la Nintendo Switch o la portátil 3DS 2DS en sus distintas opciones.

La primera es más cara y ese es su principal inconveniente. Se puede encontrar por unos 315 euros, raro es verla por menos. Viene con dos mandos y si queremos tener tres o cuatro para jugar en familia hay que apoquinar unos cincuenta euros por cada uno. Además los mandos (joycon) son delicados, hay que insistir en que se traten con mimo a la infantería. Pero si nos podemos permitir el desembolso es una opción estupenda porque sirve tanto como consola portátil con la que jugar entre las manos como consola de sobremesa, con la que jugar en la tele del salón.

Arrancó con un catálogo escasito, pero ya pasado un año, se han puesto las pilas y tiene una oferta amplia. Es cierto que muchos son remakes de juegos de la Wii U, así que solo a los que vengan de la anterior consola puede saberles a poco. Pero si estábamos hablando de la primera consola de un niño, ahí no hay inconveniente.

Mario Kart, Mario Party, Nintendo Labo, Mario Tennis, el Overcooked
o Mario Odyssey son ejemplos de juegos que son blancos y estupendos, que se pueden jugar en solitario o en compañía y son muy divertidos para niños y adultos. The Legend os Zelda: Breath of Wild puede ser largo y algo complejo para los niños más pequeños, pero es una maravilla. Y hoy mismo salen a la venta Pokemon Let’s Go Eevee o Let’s Go Pikachu, la esperada traslación a “consola grande” de los juegos de Pokemon que tanto gustan y que estamos deseando probar en casa este fin de semana. Pero hay más opciones, todo es echar un ojo al catálogo teniendo presentes los gustos de nuestro hijo.

Y Nintendo Switch tiene el mejor control parental que yo haya visto. Nos podemos descargar una aplicación en el móvil con la que vemos el tiempo que ha jugado cada día el niño, a qué juegos y establecer límites de tiempo con avisos, incluso detener el juego desde la distancia con algo que en casa llamamos «el botón de la muerte». Tengo que hablaros más despacito en el futuro de este sistema.



La Nintendo 3DS o 2DS es una opción más económica y veterana,
por lo que el catálogo es amplísimo. Hay diferentes rangos de precio en función de la consola que elijamos, se mueven entre los menos de 100 euros de una 2DS (incluyendo juego preinstalado) y los 150 de la 3DS XL, pero hay mucha consola en buen estado y a buen precio de segunda mano. Y no hay que pagar por mandos aparte. En la web de Nintendo se puede consultar toda la familia de portátiles existentes. Su único inconveniente es que el juego es solitario, no facilita en absoluto el jugar en familia, con lo que puede implicar si hay varios niños en casa o queremos jugar con ellos (y yo siempre recomiendo jugar con nuestros niños si es posible).

Insisto, juegos hay a montones. Si tengo que recomendar algo que sea divertido, bueno y blanco diría que el Animal Crossing, una gran mayoría de los del clan de Mario y los de Pokémon, que además esas aventurillas ayudan un montón a los niños a ganar velocidad lectora. Como siempre, los gustos de los niños también mandan.

Por cierto, ambas consolas tienen unas figuras monísimas que se llaman Amiibos, pero más allá del goce del coleccionismo, confieso que no les veo mucha chicha a la hora de disfrutar jugando.

Y por último, cuando lo que hay ya en casa es una PlayStation o una XBox, porque los adultos de la familia así lo querían y ahora buscan también juegos infantiles o tal vez porque han heredado o comprado barata y de segunda mano una de estas consolas, los juegos que siempre recomiendo son los de la saga de Skylanders, que me parecen fantásticos para niños (ojo, que requieren comprar también las figuritas de los personajes); las aventuras de Lego, sobre todo de aquellas franquicias que más gusten al niño; y los simuladores deportivos si es que el niño es de los que sienten inclinación por los deportes.

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«¿Dónde puedo conseguir un casimerito (o ksi-merito)?»

Esa pregunta, en tono de desesperación, se la escuché el año pasado por estas fechas a varios padres, en mi entorno laboral y familiar. «¿Qué son los casimeritos?», pregunté la primera vez que escuché el término, con mi antena bloguera desplegada. Y así fue cómo me explicaron que eran unos muñecos procedente de México, de pequeño tamaño, que se habían popularizado mucho en España desde Youtube.

Los casimeritos (o ksi-meritos mejor dicho), sin entrar en si son bonitos o feos, son supuestos bebés neonatos de otros planetas con nombres de resonancias mexicanas como Machincuepa o Ansinita a los que hay que quitar el cordón umbilical al desembalarlos de la caja, que es su incubadora, y llevarlos siempre a cuestas prodigándoles cuidados. Así, en teoría, la cosa no parece demasiado original. Hay multitud de muñecos que encierran historias semejantes.

Los Ksi-meritos son un éxito gracias a Youtube. Los son por aparecer en numerosos canales infantiles, entre ellos el de una youtuber ya adulta llamada Enfermera Tania, supuesta experta en cuidados neonatales que explicaba cómo cuidar a estos juguetes e impulsada por Distroller, la empresa fabricante de estos juguetes.

Los niños los habían visto en vídeos, los querían, estaban en las cartas destinadas a Papá Noel y los Reyes Magos, pero el juguete era Mexicano y resultaba una proeza conseguirlo. Una proeza y un gran desembolso. Me hablaron de gente consciente del fenómenos y espabilada que había venido de México con varios de estos muñecos y se los habían quitado de las manos por precios muy superiores a los cien euros, de encargos a gente que viajaba allá, me mostraron en Wallapop o milanuncios ofertas de estos muñecos a precios astronómicos que volaban. Como poco había que apoquinar ochenta euros por un muñeco que en México se puede encontrar por 25. Ríete tú de la reventa de entradas de conciertos.

La ilusión que tenemos como padres de ver cumplidas las peticiones de nuestros niños, el deseo de no romper la magia de estos días, encierra la trampa de vernos atrapados en peticiones imposibles o de muy difícil cumplimiento. Realmente los beneficios del juego simbólico, que son muchos, el disfrute de jugar cuidando a un muñeco, no debería estar vinculado a que ese muñeco sea un ksi-merito y deberíamos ser capaces de transmitírselo a nuestros hijos. Pero ese es otro tema.

La cuestión es que el año pasado fueron un fenómeno en España. Los que consiguieron uno fue dejándose un dineral y muchos no pudieron lograrlo. Este año llegaron a España, a El Corte Inglés, y me consta que se agotaron en un suspiro, porque conozco padres que apenas tardaron un día en ir a buscarlos y ya no quedaban. En la web de la empresa también figuran ya como agotados. Así que me da la impresión de que este año se va a repetir la misma película.


¿Qué es lo que me parece más interesante de todo este asunto?
Pues que ejemplifica muy bien cómo Youtube influye en los deseos de los niños, cómo de manera exponencial está marcando qué quieren, que no son solo estos muñecos, hay muchos otros productos cuyo éxito ha nacido esa red. También que los padres tenemos que extremar el cuidado sobre esa plataforma cuando hablamos de la infancia. Nuestros niños menores de diez años no se mueven por Instagram, Facebook o Twitter, les damos desde bebés móviles y tabletas con la música del Cantajuegos y en menos tiempo del que creemos están viendo canales de Youtube protagonizados por productos y no por música, que les crean necesidades innecesarias.

Y la industria lo sabe y cada vez va a desplegar más tropas en ese territorio. Os dejo un párrafo con una reflexión que hizo José Antonio Pastor, presidente de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes (AEFJ), para un tema publicado hoy mismo en 20minutos sobre la próxima campaña navideña.

«Se ponen cosas de moda sin que haya habido ninguna publicidad que los adultos hayamos visto, que van por otros medios. Pero al final el juego está, la necesidad del niño de jugar también. Los juguetes se mueven por otros lados, pero se mueven. Nosotros como industria nos debemos adaptar. Este martes presentábamos un estudio en el Instituto Tecnológico del Juguete y una de las claves era que los niños quieren ser youtubers. Los talentos digitales se llaman ahora. Lo que sea. Están ahí, se ven y tenemos que incorporarlos, utilizar los medios que tenemos para llegar a los niños allá dónde estén».

Hay todo un universo diseñado para atraer al público infantil en Youtube. Un universo de profundidad abisal formado por youtubers de todo tipo, más y menos recomendables, plagados de publicidad manifiesta y subterránea. Y una mayoría de esos contenidos aportan poco o nada, no vamos a engañarnos.

No es un ataque a Youtube ni mucho menos. Hay youtubers fantásticos, divulgadores maravillosos que nos ayudan a entender mejor la música, los libros, los lugares que queremos visitar como turistas. Comunicadores estupendos, con criterio y ética, para formarnos una idea sobre si ese videojuego o esa película merece la pena, nos puede gustar. Os recuerdo que defendí a Luzu aquí mismo no hace mucho.

Pero también hay mucha morralla y no podemos dejar a los niños navegando por ese vasto océano sin supervisión. Hay que conocer lo que ven y dirigir su rumbo, buscando aquello que suma y descartando lo que es un mero aparcaniños audiovisual, que les tiene tranquilos y sin molestar, y además expuestos a una publicidad poco controlada.