Archivo de octubre, 2017

Naciste niña, así que no bajes nunca la guardia

Naciste niña y tuviste suerte. Naciste en España y aquí no te espera un futuro en el que te guillotine un matrimonio demasiado temprano, una ablación, la incapacidad de estudiar, conducir, manejar tu propio dinero o mirar a los hombres a los ojos.

Tuviste suerte. Naciste niña en un país en el que tienes el futuro que desees al alcance de tu mano. Un país en el que aún encontrarás cortapisas por haber nacido niña, pero en el que que la igualdad real se vislumbra posible.

Tuviste suerte y es bueno que seas consciente de esa suerte, pero también de que te tocará pelear, empeñarte, no bajar jamás la guardia, porque la noche es oscura y está llena de peligros.

No bajes la guardia para no confundir los celos con amor, tampoco el control.

No bajes la guardia para no creer jamás a aquellos que te digan que no puedes, que no serás capaz, que no debes.

No bajes la guardia para no interiorizar que vales lo que pareces.

No bajes la guardia para evitar que te calen presiones, que te cambien los sueños.

No bajes la guardia para poder reclamar lo que es de ley y se te puede acabar negando: el mismo sueldo, las mismas oportunidades, los mismos derechos.

No bajes la guardia para identificar las situaciones de abuso, de todo tipo de abuso.

No bajes la guardia para poder encontrar tu felicidad y cultivar la bondad eligiendo en libertad.

Naciste niña, así que no bajes nunca la guardia.

Te prometo que no estarás sola. Yo haré siempre guardia a tu lado.

(GTRES)

* Hoy se celebra el Día Internacional de la Niña.

Nueve meses y nueve grandes tonterías que he tenido que escuchar en mi embarazo

El texto de hoy no es mío, es un regalo de una amiga, de Yolanda Marín, que justo estos días está descubriendo lo que es ser madre, algo que por mucho que imagines no sabes lo que es hasta que saltas al vacío. El pequeño Jorge nació con bien el sábado y desde aquí aprovecho para felicitarlos.

Sin más os dejo con las nueve grandes tonterías que tuvo que escuchar en su embarazo, que un día como hoy el humor es bienvenido.

1. “No sabía que estabas buscando niño” “¿es deseado?”
Tenemos claro que no vamos a buscar los bebés a París. Y que el cuento de la cigüeña es del Pleistoceno. ¿Qué cómo se intenta tener un hijo/a de manera natural? Pues con sexo. Sí, no voy a descubrir América, ni la pólvora. Pero.. ¿es necesario que la gente sepa cuándo lo practicas? ¿si utilizas método anticonceptivo o no? Parece ser que sí. La dichosa pregunta es más que habitual, increíblemente, cuando das la noticia de tu futura maternidad, aunque lleves más de diez años con tu pareja. “¿Estabas buscando un hijo? ¡No sabía nada!”. Y qué me dicen de la otra: “¿Es deseado?” Pues mira, no froté la lámpara maravillosa de Aladino, pero sí, estoy embarazada.

2. Tantos ginecólogos y matronas como población tiene China
Si los ginecólogos/ tocólogos que afloran con tu embarazo fundaran un país podrían equipararse en números a la población de China. En el momento que comunicas que estás de buena esperanza salen de debajo de las piedras: la cuñada María, la vecina Pepi, la tita Conchi. La nota de corte de estas carreras universitarias debe estar por los suelos. Todos creen tener el título y saben cómo va a ser tu embarazo: cuánto te van a durar los vómitos o la acidez, si te va a dar ciática… Y no, amigos y amigas, si algo he aprendido es que en esto no hay reglas. Cada cuerpo, un mundo.

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3. La forma de tu barriga, un oráculo.
A medida que tu bebé va creciendo he escuchado numerosas conjeturas según la forma de mi barriga. Los primeros meses, cual oráculo, tu tripita puede llegar a determinar si es niño o niña. Tal y como lees. Y si quien ha elucubrado acierta (el sexo de tu bebé ya no es ninguna incógnita) se sentirá como si averiguara la combinación ganadora del Euromillón, con bote incluido. “¡Yo lo sabía!”, “¡Nunca me equivoco!”. Ejem. ¿Sabes que las posibilidades de acertar son una de dos? No hay más preguntas, señoría.

Pero aquí no acaba. Tu barriga seguirá creciendo y ¡las conjeturas también! Si es ancha, picuda, recogida, oblicua, hexagonal… Estas formas geométricas arrojan resultados inimaginables para el personal. “Tienes una barriga de parto fácil” (¡Oh! ¡Gracias!) Y ya en los últimos días de embarazo todo el mundo mirará la altura de tu barriga haciendo un análisis físico cuántico: “La tienes más baja”, “aún la tienes alta”, “ya la tienes varios dedos por debajo del pecho… el parto es inminente”. Maravilloso. En mi caso no ha acertado ni el Tato.

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4. Ecografías y parecidos: un caso para Iker Jiménez.
Desde la primera ecografía tu gente pueden empezar a sacar parecidos a la criatura. Da igual que ni los propios padres distingan nada, que solo se vea una oscuridad, eso da igual… El resto sí lo verá. Hay un poder sobrenatural, cual fenómeno de las caras de Belmez, que hacen que tus familiares y allegados saquen parecidos en las primeras ecografías en blanco y negro. Tiene la nariz de su tía, los ojos de su abuelo… A mi me han llegado a decir -con la eco 20 en blanco y negro- que mi criatura es tan fea como el padre cuando nació. Apoteósico. ¡Plas, plas! Y mejor no pararse a contar las anécdotas de las ecografías en 3D, 4D, 5D… Yo me perdí entre tanta nueva dimensión, y el niño que está por venir también. Nunca se ha dejado ver al completo.

5. ¿Nariz hinchada? Parto inminente.
Además de la barriga, no he tenido un embarazo de grandes cambios físicos. Me he librado de cara o pies muy hinchados cual elefante. Lo que nunca podría imaginar es que la forma de la nariz (la mía es bastante prominente) determinara cuándo vas a parir. No invento nada. Gente cercana me ha asegurado que según mi forma de la nariz daría a luz en unos días. ¿No es grandioso?

 6. “¿Ya tienes la maleta preparada?”
Es una de las preguntas top y, ojo, fundamental. “¿Tienes la maleta preparada?”. Empieza resonar con fuerza cuando sobrepasas la semana 30. ¡Y de manera ascendente! Perdonad mi simpleza, yo no voy a dar a luz en el Caribe. Lo haré en un hospital. Creo que poco más hará falta que el personal médico y el papá del bebé a tu lado. Pariré con maleta y sin ella. O eso creo. Espero no tener que pasar aduanas de casa al paritorio.

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7. “Aprovecha y come todo lo que puedas”, “Come por dos”
Este comentario es de los más absurdos de estos 9 meses. Se supone que durante el embarazo debes de comer más sano, desechar las porquerías y mirar por tu bienestar y el de tu pequeño. ¿Quién entiende esa frase absurda de “aprovecha y come lo que puedas”? ¡Como si fuera a venir un holocausto nuclear y tuvieras que guardar reservas en tu cuerpo como animal rumiante! En fin.

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8. “¿Estás esperando a verle la cara para ponerle nombre?”
Sí, ya sé que no es lo habitual, pero hay gente, como es nuestro caso, que no tiene 100% claro cual será el nombre del futuro descendiente. Si esto ocurre, preparaos para escuchar la frase (repetida hasta la saciedad): “¿Tú eres de las que están esperando a verle la cara?” Pues mira, ¡no! Hay discrepancias entre el papá y la mamá. No pasa nada. No nos preocupa en absoluto.

9. “Hoy no darás a luz, no hay luna llena”
Es aconsejable que hagas un cursillo rápido de astronomía antes de que llegar a los días finales de tu gestación. Las fases lunares determinan, según tu alrededor, cuando darás a luz. Aquí un extracto de conversación real.

“Hoy no darás a luz, la Luna no ha cambiado de menguante. Tendrás que esperar hasta el día X“
“¿Es mi hijo Lobezno? Mi vecina parió esta madrugada, ¿para ella no salió la Luna?”
Fin de la conversación.

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Y hasta aquí las 9 tonterías. Por cierto, también hay personas coherentes, con sentido común, que han sido de gran ayuda, física y emocional, durante estas 41 largas semanas. Me acuerdo de algunas aquí:

El primero: el futuro papá, con él he compartido hasta las hormonas. No veo la hora de que lo tengas en brazos.

Mis hermanas, madre, padre y cuñada. Madre Reciente y Boticaria García, sin sus consejos para mi diabetes gestacional esto hubiera sido un camino lleno de más obstáculos. Las otras tantas amigas embarazadas, que con su empatía gestacional me habéis ayudado tanto. No son pocas. Y mis amigos, por favor, qué calorcito me habéis dado a diario con vuestras palabras, memes, consejos y risas. Mimad igual de bien a mi criatura.

La importancia cuando tienes un hijo con autismo de encontrar padres que relativizan, que ríen, que lloran y caen pero que se levantan

Escribir sobre mi experiencia como madre de dos niños, uno de ellos con autismo. Escribir para dar una visión normalizada, mi visión optimista y realista de lo que es tener un niño con discapacidad en la familia. Escribir para ayudar a otros, al menos para intentarlo.

Demasiado ambicioso. ¿Cómo voy yo a ayudar a nadie? Yo no soy una terapeuta especializada en niños con autismo, uno de esos profesionales con los que me he cruzado con una larga experiencia tratando con personas afectadas y con sus familias. Tampoco soy una neuróloga o psiquiatra al tanto de las últimas investigaciones. No soy capaz de dar un diagnóstico certero y aconsejar modelos de intervención.

Soy simplemente una madre que un día se encontró que su precioso niño dorado de dos años tenía algo desconocido y aterrador, como casi todo lo desconocido, llamado autismo. Algo que rompía la foto de familia que había dibujado en mi cabeza, que nos enfrentaba a un camino largo y umbrío, en el que nadie te daba certezas ni te guiaba de la mano.

Pese a lo que he leído, lo que he vivido, lo que he reflexionado a lo largo de los últimos ocho años, no soy una experta en autismo o discapacidad social o intelectual. Solo soy una experta en mi hijo. Hay tantas manifestaciones de autismo como personas afectadas, es algo que escuchamos y leemos con frecuencia. Y es así. Es tan frecuente toparnos con ello, porque es completamente cierto. No hay dos personas con autismo iguales, pero es que, sencillamente, no hay dos personas iguales.

Al principio, cuando nos dejaron en la oscuridad, huérfanos salvo por muchas incertidumbres y un diagnóstico nacido de la observación y que podía variar con el tiempo, leí mucho en foros de Internet, en libros, mantuve largas conversaciones por correo electrónico, charlas con otros padres de distintas salas de espera, buscando en las historias de otros niños, en sus características y evolución, alguna pista de cómo iba a desarrollarse mi hijo, qué potencial podría alcanzar, qué podría esperar, hasta dónde llegaría. Buscaba no sólo cómo ayudar a Jaime, también qué destino le esperaba, cómo iría evolucionando. Buscaba respuestas.

Ridículo, absurdo. Ahora lo sé. Solo sirve para caer en comparaciones perjudiciales para todos, para construir expectativas que son espejismos. Lo que sí me sirvió de hablar con otros padres y madres que habían recorrido ya un camino que yo intuía que tendría que transitar de forma similar fue hallar gente asertiva (y así mi propia asertividad), que tropezaba mirando al frente y reía contra el viento. Personas que sabían que esto era una larga travesía en la que no desfondarse. Padres y madres que relativizaban, que lloraban y caían pero se levantaban negándose a vivir en la desesperación o la lástima. Personas que afrontaban los retos sin engañarse, sin mirar a otro lado, trabajando y buscando en pleno invierno el lugar dónde más calentaba el sol.

Anabel, Daniel, Inma, María José, Virginia, Ana, Beatriz… compartiendo nuestras vivencias, reflexiones, preocupaciones, aprendizajes y alegrías cotidianas, hicieron mucho por mí.

¿Superhéroes? Para nada. Solo padres y madres que hacen lo que mejor saben y pueden por sus hijos y por procurarles a ellos y a sí mismos una vida feliz y plena al mismo tiempo.

Yo soy solo una madre que aprendió de ellos y de mi hijo. Una madre que también tropieza mirando al frente, que busca refugio en la risa, reserva fuerzas, ama a los suyos y hará por ellos y por su felicidad y la mía todo lo que esté en mi mano.

Bueno. Una madre que escribe.

Estos días se cumple un año de que terminara de escribir el libro en el que esta incluido ese texto, un libro en el que quise desnudarme para contar casi una década junto a mi hijo, aprendiendo, reflexionando, sintiendo. Desde su publicación a principios de años me han llegado muchos comentarios, muchas opiniones, la mayoría por privado, agradeciéndome la compañía que les ha hecho su lectura, contándome que se han sentido menos solos, que les ha ayudado.

No había entrado entrado en Amazon hasta ahora, y al hacerlo me he encontrado con quince opiniones, las quince con cinco estrellas, las quince en línea de los comentarios que me han estado llegando a lo largo de los últimos meses.


Y me hace muy feliz comprobar que la intención principal por la que me lancé a escribir, con toda la humildad, está dando sus frutos. Cuando afronté la creación de Tener un hijo con autismo mi mayor temor era no aportar nada positivo a nadie, pero parece que no está siendo así. Gracias a todos los que estáis haciéndomelo saber.

Este martes a las 20 estaré en la Casa de Asturias de Madrid, presentándolo y charlando con todos los que queráis venir.

¿El musical sobre Billy Elliot es apropiado para ir con niños?

Recuerdo la primera vez que me envolvió la magia de un musical. Salí fascinada. Fue con Cats cuando ya era veinteañera, porque los niños de la vetusta EGB no teníamos al alcance de nuestra mano acudir a musicales salvo que se diera alguna rara suerte (rarísima entre los que crecimos en España en los 70 y los 80), como viajar a Londres o Nueva York durante la infancia. Nuestra relación con los musicales vino de la mano de la tele, y por eso muchos crecimos celebrando cuando emitían Grease o Dirty Dancing, aunque esa es otra historia.

Este miércoles fue la primera vez de mi hija, que con solo ocho años ha podido disfrutar de Billy Elliot. Precisamente a partir de ocho años dicen los responsables del musical que se puede ir a ver al talentoso Billy huir de un futuro de carbón, huelgas y disturbios de la mano de la danza, luchando por hacer entender, en un entorno hostil, que no se deben poner cortapisas a los sueños de los niños.

Tenía muchas ganas de acudir con ella, tanto por iniciarla en la genialidad que son los musicales hechos con mimo y medios, como por las enseñanzas de Billy Elliot en concreto. En estos días que aún es noticia que algunos centros de enseñanza deciden que la cocina y la moda es cosa de niñas y la informática solo para niños, sigue siendo preciso recalcar que no es verdad, que un niño o una niña pueden ser lo que deseen, que Billy fue un valiente e hizo lo correcto al enfrentarse a la incomprensión generalizada de tantos.

Todo eso que esperaba, estaba en el musical. Y aún más, de la mano del maravilloso Michael (Beltrán Remiro en la función que vi, aunque hay otros cinco) devorando el escenario cada vez que asomaba.  Puso al público en pie en el que creo que es el mejor número del musical, ataviado con la ropa de su hermana y de la mano de su amigo Billy. Un espectacular canto al derecho a ser uno mismo. Y mi hija también lo creyó así. Lo disfrutó muchísimo, igual que quedó encantada con la espectacular puesta en escena.

Pero hay más en el musical de Billy Elliot que es preciso saber si nos estamos planteando ir con niños, para no meter la pata con unas entradas cuyo precio es difícil que baje de los 50 euros por barba. Y ahí voy a partir de ahora, a intentar explicar si es una obra apta para acudir con nuestros hijos, sobrinos o nietos.

Me da la impresión de que han sido en exceso optimistas con esos ocho años. Los responsables del musical advierten que hay palabras malsonantes. Es una advertencia que debe hacerse, pero no es ese el motivo por el que creo que es un acierto seguro con niños de la edad de los jóvenes intérpretes (maravillosos, por cierto), a partir de doce o trece años.

En primer lugar hay que tener en cuenta que los musicales son muy largos (dos horas y media en este caso) y si tenemos un niño de los coloquialmente etiquetados como «de culo inquieto», más vale pensárselo dos veces. Julia es una niña tranquila y acostumbrada a películas largas, pero la segunda se le hizo cuesta arriba. En gran medida porque era tarde, que comenzó a las 20:30 (con niños, buscad mejor las sesiones de las 17 y las 18 de la tarde), pero también porque hay muchas partes en las que se perdía.

Billy Elliot son niños cantando y bailando, casas que surgen del suelo, un viejo boxeador risible, una profesora genial y una abuela olvidadiza que nos enseña que se está mejor sola que mal acompañada. Eso gusta a cualquier niño, cualquier niño lo entiende. Pero Billy Elliot también es una huelga sostenida, conflictos con la policía, posiciones enrocadas, esquiroles, minas que se cierra y se abren, un padre enjaulado, sindicatos y Margaret Thatcher, y eso a cualquier niño le puede resultar árido e incomprensible.

En la segunda mitad hay más de lo segundo que de lo primero. Y lo segundo es imposible de explicar a un niño de ocho años por mucho que se intente, menos aún me medio de la obra y entre susurros.

Es cierto que los frecuentes tacos, los golpes de pelvis y el momento «quieres que te enseñe el chichi», presente también en la película, pueden ser un problema para muchos padres (es bueno que sepan a priori que se lo van a encontrar, para que decidan ir o no con conocimiento de causa) y que pueden causar asombro, sobresalto o risitas entre muchos niños preadolescentes, pero no me parece que sean los elementos que invitan a elevar la edad, sino la complejidad de gran parte de la historia.

Me consta que también habrá familias a las que les disguste además que sus hijos, nietos o sobrinos vean a Michael vestido de niña y defendiendo con alegría su derecho a hacerlo o a todo el elenco vistiendo tutús. Esos tienen más problemas que decidir si llevar o no a sus niños a un musical. Y precisamente esos ojalá los lleven, aunque sea por error, a modo de vacuna contra la cerrazón.

* Más información sobre el musical Billy Elliot de mano de Raquel G. Otero.
* Todas las fotos que ilustran este post son obra de Jorge París y el vídeo de Guillermo Fernández Savater.

A veces hay que aprender a relajarse y convivir con un cierto grado de desorden

Crecí escuchando a mi madre decir que las casas están para vivirlas, no de adorno, y creo que lo interioricé más aún de lo que ella hubiera deseado.

Mi casa no está, ni de lejos, completamente ordenada, lo reconozco. Ni mi santo ni yo somos de los que necesitamos tenerlo todo recogido y organizado, ambos tenemos un nivel de tolerancia razonable al desorden. Y os aseguro que encontramos (casi siempre) lo que buscamos por casa.

Y menos mal. Con dos niños pequeños y uno de ellos con autismo, querer tener la casa siempre perfectamente recogida sería un dolor de cabeza, fuente de discusiones y malos rollos. Prefiero dedicar el poco tiempo que tenemos libre a leer, pintar maquetas, jugar con los niños, cocinar… antes que a tenerlo todo impoluto, listo para ser fotografiado en ese escaparate de mentiras que es Instagram.

Tal vez por esa manera que tenemos de afrontar las cosas de casa me sorprendió hace unos días recibir una nota de prensa de la empresa Coaching Club en el que hablaba de sesiones con muchas madres que «se manifiestan agobiadas el estrés y el desequilibrio emocional que les provoca la anarquía de juguetes, de libros de texto, de ropa y de otros abigarrados enseres dispersos por las habitaciones».

Hablaban de los niños «doble D»:
despistados y desorganizados, diciendo que son «características por las que los padres pueden llegar a desesperarse». Características que, si somos sinceros, muchos adultos compartimos.

Pero lo que me hizo gracia y por lo que he he decidido traer esa nota de prensa aquí, es el apartado en el que Verónica Rodríguez Orellana, terapeuta y directora de Coaching Club, hablaba de cómo afrontar tanto agobio.

Ojo a los consejos prácticos que ofrecen:

  • Con niños pequeños es fundamental priorizar lo funcional a lo estético dentro del hogar.
  • La casa ha de ser un lugar para vivir y no un museo.
  • Si tenemos más de un niño habrá que regular la pasión por el orden y compatibilizar el mismo con las distintas personalidades de los más pequeños.
  • Posibilitar una posición intermedia en la que haya espacio para enseñar a que cada uno debe de responsabilizarse de sus parcelas personales.

Al final mi madre tenía razón: las casas están para vivirlas. A lo que yo añado que relajarse un poquito y primar lo realmente importante es muy necesario. Y oye, si para alguien es realmente importante ordenar y tenerlo todo inmaculado, pues adelante con ello.

Y añaden lo siguiente: «Incluso la dispersión o la distracción, consideradas hasta hace poco como enemigas del conocimiento, ahora se contemplan por las nuevas corrientes educativas como una capacidad a desarrollar consistente en poder estar concentrados en una actividad sin perder la atención que se presta al entorno».

En fin, que parece que conviene aprender a relajarse y convivir con un cierto grado de desorden (y de despiste).

Fotos: GTRES

No es terapia con animales todo lo que reluce (cómo identificar las que merecen la pena)

Este miércoles se celebra el Día del Animal y 20minutos ha publicado un especial, impreso y online, que recoge muchos contenidos que os recomiendo.  Pero hoy quiero destacar uno, porque es algo que me preocupa desde hace mucho tiempo.

Teo Marical, director de la Fundación Bocalán y maestro de entrenadores, junto a Melchor se gana la atención de  Jaime. (JORGE PARÍS)

Tengo un hijo con autismo y bastante relación con el mundo de la discapacidad (a falta de otra manera mejor de decirlo), también afinidad con los animales y conocimientos al respecto, y me preocupa mucho la creciente abundancia de terapias con animales que me despiertan muchas dudas, recelos más bien. En primer lugar por el uso y abuso de esos animales como instrumentos de los que sacar beneficio económico, algo a evitar por razones obvias. También por el supuesto beneficio que las personas que acuden a la terapia puedan recibir.

He visto extraescolares después de clase en un colegio especial en las que ocho, diez o doce niños pasan un rato con un perro. He visto cómo en hípicas que me horrorizó cómo enseñaban a los niños sin problemas y el trato que daban a los caballos, subían a niños con parálisis cerebral a dar vueltas de manera muy similar a cómo sería un tiovivo, pero con seres vivos. Eso no es terapéutico, eso podría incluso ser maltrato animal, tal vez incluso un fraude.

Veo a muchos padres de niños con discapacidad que buscan estas terapias sin saber cómo identificar cuáles son recomendables, por falta de conocimientos y porque no hay regulación ninguna, formación reglada, un listado fiable y supervisado que ayude a elegir.

La terapia con animales puede ser algo maravilloso, siempre y cuando haya buenos profesionales detrás, respeto por los animales y esos animales estén participando gustosos en la actividad. Es algo que los padres que buscamos los beneficios de estas terapias tenemos la obligación de buscar.

En ese sentido os aconsejo leer lo que cuenta Nuria Máximo, terapeuta ocupacional y profesora en la Universidad Rey Juan Carlos, responsable en esa universidad de la cátedra Animales y sociedad.

Os dejo, de todas formas, la parte final del reportaje, en la que se incide en este tema:

«La gente está muy perdida. Hay gente que lo está haciendo muy bien y gente que no lo está haciendo nada bien. Sería una cosa que habría que regular», reconoce Nuria Máximo, que destaca que en la cátedra solo trabajan «con entidades colaboradoras que hemos visto que trabajan de manera respetuosa con los animales».   En demasiados sitios la falta de control ha propiciado que no sea así, que prime la búsqueda de rendimiento económico.

«El tema de las hípicas daría para mucho: el caballo como objeto de lujo que cuando llega la crisis no lo puedo mantener y rentabilizan las hípicas diciendo que hacen terapia, pero sin formación. Estamos subiendo a niños a lomos de un caballo y nos estamos jugando mucho. Con los perros igual. Si lo quiero hacer rentable, ¿qué hago? Tener muchos animales, aumentar el número de sesiones y asumiendo cosas que quizás no son asumibles. Yo he visto vídeos de terapias en los que el perro está nervioso, asustado, no le está gustando nada que lo cepillen. Hasta que no pase algo, no lo regularemos«.

La profesora Nuria Máximo en el campus de la universidad (JORGE PARÍS)

La profesora Nuria Máximo facilita algunas pistas sobre cómo saber si estamos ante una terapia recomendable y respetuosa con los animales.

  • «Siempre hablamos de que tiene que haber un equipo de tres: el animal, el técnico que está pendiente de las señales de estrés del animal formado en el adiestramiento del animal y en el mundo de la terapia y el especialista: el fisio, el terapeuta ocupacional, el psicólogo… un profesional de la salud o de la educación que gestiona a la persona que va a recibir ese tipo de terapia».
  • «El programa tiene que tener unos objetivos bien diseñados para esa persona que recibe la terapia. Incluso aunque sea de tipo educativo, para aprender por ejemplo a leer, tiene que haber unos objetivos para ese niño o ese grupo. Si no es así estás pasando una tarde más o menos agradable, nada más».
  • «Con perros me gusta que los animales convivan con sus técnicos, no me gustan que estén en cheniles. Tienen que hacer vida de perro. Y el técnico puede vivir con dos o tres perros, no con muchos más. Por eso la terapia es tan cara».
  • «Si yo estoy trabajando, por ejemplo, un proyecto con niños con autismo y decidimos trabajar en grupo, como mucho puede haber 4 o 5 personas. Y si hay mucha afectación de tipo conductual, necesitaré dividirlo aún más».
  • «El caballo no puede vivir estabulado, tiene que tener tiempo en el que esté en una pradera, suelto, con otros caballos. Es un ser social. Cuando ves que solo hay establos y que los caballos están todo el rato con estereotipias, muy nerviosos, ese centro no me gusta».
  • «Si lo que se va a trabajar es beneficio a nivel motor es importante que el caballo tenga un estado de salud muy bueno porque la marcha del caballo se transmite al jinete. Si está muy mayor y la espalda no está recta, si tiene algún tipo de cojera… ese caballo no puede emplearse, por ejemplo, con un niño con parálisis cerebral. Toda esa alteración en la marcha la estoy transmitiendo y es algo que está comprobado».

Pequeños grandes objetivos que no deben ser subestimados: «Trabajé muchos años en una asociación con personas con afectación cerebral importante y casi todos pudieron subir a lomos del caballo, pero había una niña que por su dificultad de tronco era imposible, no podía subir. Me acuerdo que la dueña de la hípica, que era maravillosa, dijo «no os preocupéis, que esta niña va a poder sentir lo que es un caballo», y trajo un caballo blanco, muy tranquilo y lo puso al lado de la silla. Imagina una niña sin lenguaje, sin poder moverse, con sus bracitos en flexión y sus manitas cerca de la cara. Los ojos de esta niña jamás en la vida se me van a olvidar, cuando superó los nervios de ver el caballo tan cerca y estiró la mano y tocó al caballo, tan bonito, tan cerca, tan calmado. Esa tarde fue maravillosa para ella».

Y os añado algo que no entró en el reportaje, pero que también es importante. No por comprar o adoptar un perro vamos a tener los beneficios de una terapia bien conducida con nuestro hijo, ni siquiera si es un precioso labrador como los que vemos con frecuencia cumpliendo esta misión.

Nuria Máximo ha escuchado con frecuencia de padres de niños con discapacidad o especiales dificultades la pregunta de si conviene que tengan un perro.

Me preguntan «¿Qué te parece si le compro un perro?» Como si poniendo un perro en tu vida vas a recibir la terapia. Ojo, que esa no es la solución, que muchas veces poner un perro en tu vida las 24 horas no es precisamente terapéutico. Hay que ver cómo encaja el niño con el perro. Y vas a comprar un cachorro que vas a tener que entrenar, que requiere mucho esfuerzo, mucho tiempo. Añádele la carga que supone tener un animal en casa más tu problema, tu trabajo, las necesidades de tu niño…Y si no puedes entregar el tiempo que necesita ese animal. ¿Qué hacemos con ese perro?