No fui una niña a la que le gustasen demasiado Blancanieves, Cenicienta o La bella durmiente. Mis películas favoritas Disney eran Tod y Toby y Los 101 dálmatas, aventuras con animales que también leía una y mil veces en los grandes tomos de lomo blanco de Películas que las mostraban en formato cómic. También Robin Hood, El libro de la selva o Los aristogatos.
Las princesas Disney que había siendo yo niña me interesaban poco, la única con la que recuerdo haber disfrutado era La bella durmiente, pero por su magnífica malvada y por las aventuras del príncipe, el auténtico protagonista, enfrentándose a ella.
Muchos años después de las tres princesas clásicas llegó una segunda hornada de princesas modernizadas con Aladdin, La sirenita y La bella y la bestia. Sí que las vi en su momento, pero Jasmine, Ariel y Bella me encontraron entrando en la adolescencia y más interesada en escuchar a Madonna.
No fue hasta muchos años después, tras ser madre, que me reencontré con las princesas Disney. Con las clásicas, con las nuevas y con las novísimas representadas por Tianna, Rapunzel, Mérida, Elsa y Anna. En los últimos años he podido ver todas las cintas con mirada de adulta y comprender todas sus virtudes.
Cuando Julia era muy pequeña gustaba especialmente de ver a Blancanieves, ese cuento clásico que dice que no te fíes de los extraños a menos que sean currantes bajitos y barbudos o que lleguen bien vestidos a lomos de un caballo blanco (ejem) y que lo mejor que puedes hacer es ser bondadosa, cocinar y limpiar a fondo todo, aunque sea con el culo de las ardillas a modo de bayeta (ejem 2). «¡Qué horror!», me dijo en alguna ocasión alguna que otra madre que tenía prohibido que sus hijos vieran esas películas por los estereotipos que arrastra. Bueno… Cada cual educa a sus hijos como mejor cree, pero a mí no se me pasó nunca por la cabeza prohibir su visionado. Hay muchas maneras de compensarlo y es algo que se puede hacer ver a los niños. Porque mi hija haya visto y disfrutado con Blancanieves su objetivo en la vida no va a ser cocinar, fregar y encontrar un príncipe. Ella también es hija de su tiempo.
Blancanieves es una película que se estrenó hace ocho décadas, cuando en España estábamos enfangados en una Guerra Civil. Es un icono popular innegable, es historia del cine y una obra de arte cuya elaboración en su momento fue un trabajo monumental de muchos artistas, un punto de inflexión en el cine de animación y no se puede entender sin tener en cuenta el tiempo en el que se hizo. No podemos juzgarla con nuestros ojos de hoy día, igual que no podemos hacerlo con las protagonistas femeninas de Casablanca, Historias de Filadelfia o Lo que el viento se llevó. Bastante bien han envejecido todas ellas, princesita incluida, teniendo en cuenta el tiempo que ha pasado desde su creación.
Lee el resto de la entrada »