A los niños no se les insulta. A los niños se les habla con cariño y respeto, incluso cuando tenemos que corregir un comportamiento. No se les insulta porque no se lo merecen, porque debemos lograr que crezcan queriéndose a sí mismos que es el andamio para acabar siendo adultos equilibrados y felices y porque si les estamos insultando les estamos transmitiendo que eso es un comportamiento aceptable cuando crezcan. Tal vez les encontremos en el futuro insultándonos a nosotros y no tendremos autoridad para decir que no lo hagan.
Y educar creyendo que no se debe pegar ni insultar a un niño no es incompatible con educar con autoridad. Aquí no estoy hablando de que los padres sean colegas de sus hijos, sino de que los traten como seres humanos merecedores de respeto.
Es sorprendente encontrar adultos sensibles, razonables, inteligentes, que justifican el tortazo a tiempo e ignoran insultos y desprecios cuando van dirigidos a menores. Las excusas son muchas: que no se les hace apenas daño físico, que no se puede razonar con ellos, que a ellos sus padres también les pegaron y no pasó nada, que hay que enseñarles…
Son las mismas excusas que hace una o dos generaciones se oían respecto a la violencia a la mujer. Dar una bofetada o un grito puntualmente a la parienta no era para tanto, algo habría hecho, si no se te va a subir a la chepa, a su madre también la gritaba su padre en alguna ocasión y fueron un matrimonio estupendo…
Todo se resume en algo muy sencillo, muy de base: un ser humano jamás debería ejercer la violencia contra otro. Menos aún si es de su entorno familiar. Menos aún si se le quiere. Menos aún si está en una situación de inferioridad. Todo lo demás es maquillar la ética, justificar que nos faltan estrategias, paciencia y sensibilidad.
Ahora bien, no existe ser humano que no haya perdido los nervios en alguna ocasión, no conozco a ningún padre que no haya metido la pata. Que sí, que puede que tus gritos hayan estado fuera de lugar, puede que se te escapara la mano y le dieras un cachete en el culo en un momento de saturación, puede que castigases desproporcionadamente por no ser capaz de respirar profundamente y contar hasta diez antes…
No existen los padres perfectos que nunca gritan, nunca pegan, nunca castigan. No pasa nada. No hay que fustigarse por ello, hay tomar nota y aprender para no tropezar de nuevo en la misma piedra.
No pasa nada siempre y cuando no lo justifiquemos, siempre que seamos conscientes de que no responden a una estrategia educativa, siempre que no le quitemos importancia, siempre que seamos conscientes de que ese cachete y esos gritos han sido un error, que hemos perdido los estribos, que somos adultos y que debemos aprender a contenernos para la próxima.
Y somos capaces de contenernos. Claro que sí. Ahí están nuestras relaciones con nuestros jefes como prueba evidente de que sabemos tragar sapos y culebras sin gritar, pegar ni faltar al respeto. Pero nuestros jefes están en nuestra cabeza en una posición de superioridad jerárquica, nos interesa contenernos. Nuestros hijos no están ahí arriba, no tienen autoridad para abroncarnos o complicarnos la vida en el trabajo o hacer que lo perdamos. Pero son nuestros hijos, lo que más queremos del mundo. ¿No deberíamos tener aún más paciencia y mimo con ellos?
Los padres nunca serán perfectos, pero ojalá llegue un día en el que no haya gritos, cachetes y faltas de respeto hacia los niños. Yo sí creo posible hogares así, igual que es posible que haya relaciones de pareja igualitarias y no hace mucho también era algo de ciencia ficción.
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* Fotos: GTRES