Por primera vez Julia, a sus cinco años cumplidos en marzo, está pasando una semana lejos de nosotros. Lo más que he estado sin ellos han sido tres noches, una única vez. Y ellos seguían en nuestra casa, con mi santo. Era yo la que me había ido.
Afortunadamente está tan contenta con sus abuelos, disfrutando de la playa, la piscina, el monte y de sus primos. Probablemente sin acordarse de nosotros. Y así debe ser. En cambio mi santo y yo tenemos presente su ausencia.
No se trata exactamente de que me acuerde de ella, que por supuesto que sí, es una sensación diferente, como tener además de mi cuerpo y mi propia consciencia a otros dos satélites con sus propias mentes y cuerpecitos pero a los que estoy ligada por un hilo de oro intangible.
Una propiocepción poliédrica vinculada a la maternidad. La constatación que si alguno de ellos me faltara quedaría quedaría incompleta para siempre.
Convertida tras ser madre en una suerte de mutante con alguno de los poderes del profesor Xavier, si me permitís la licencia.
El fantasma del cordón umbilical permanece. Y juraría que van a dar igual los años y las circunstancias. Cambia, eso sí, pero se queda.
Ligados para siempre. Al menos en una dirección.
Eso solo lo siente una madre
hacia su tierno retoño
y también lo seguirá sintiendo
cuando pasado los años
el retoño, maduro se vaya poniendo
y se le plateen las sienes
y se convierta en un viejo un viejo.
Eso…solo lo siente una madre,
y no lo siente ni el padre.
ni tampoco los abuelos
pero tampoco… el hijo.
El sentir de los demás
la ausencia del que no está
lo sienten muy diferente
de lo que siente una madre
cuando el hijo se le va
aunque sea por unas horas.
No hay amor y por lo tanto dolor
como los siente una madre.
22 julio 2014 | 10:19
A 500 km, en casa de los abuelos, tenemos nosotros al mayor desde el domingo. Siento el mismo vacío y pensar en las dos semanas que tengo por delante se me hace eterno y me encoge el corazón.
Extrañamente, según lo que leo en el otro comentario, soy «sólo» un PADRE…
22 julio 2014 | 11:43
@ Dice ser paparracho:
No ha sido mi intención por supuesto,
seguro que muy bien no me expresé
en minimizar del sentir,
es decir del sufrimiento,
que un padre siente en los adentros
cuando se ha ausentado un hijo.
No es que sea menor
lo que he querido decir,
es que es… algo muy diferente,
de lo que una madre siente
en la ausencia del cachorro,
sean hembra de animal,
o sea mujer, la mamá.
Seguro, que quieres a tu hijo,
más que a nada en este mundo
pero a pesar de ser tan grande,
tan inmenso y tan profundo
(y yo que también soy padre)
no llegaremos a igualar
por ser amores muy diferentes
el amor, angustia y dolor
que hacia nuestros sus hijos,
las que los parió… sus madres.
No hay nada en este mundo
como el amor de la madre,
me atrevería a decir,
que ni siquiera el de Dios,
que por supuesto es… PADRE.
Mis respetos y mil perdones
si no me supe explicar,
un saludo y…hasta pronto.
22 julio 2014 | 12:34
Cambia, no lo dudes, aunque sientas que lo amas como a nada ni a nadie porque es algo que sale de la entraña, inevitable, que mana del instinto, perpetuo… con el tiempo te relajarás, la vida te obliga a ello, tu hijo te obligará a ello y mejor ser receptiva porque si no, no vives. Tengo dos hijas una de 19 y otra de 13, fui madre más joven que tú y me niego a estar con el alma en vilo los próximos años que seguro van a ser complicados… Pero es ley de vida, mejor tomarlo con naturalidad y no convertirlo en un drama, eso solo acarrea sufrimiento e inquietud, que aparte de privarte de la tranquilidad, no previenen nada de lo que esté por llegar.
Un saludo.
22 julio 2014 | 13:39