Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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Una nueva prima

Tengo una nueva sobrina. Se llama Aitana y nació hace dos semanas aunque no he podido conocerla hasta ahora. La había visto en fotos pero me ha parecido mucho más guapa al natural. ¿Será pasión de tía?

Mi hijo pequeño, al que siempre le han encantado los bebés, la miraba ayer embobado. A los pocos minutos de estar con ella soltó la frase a la que me tiene acostumbrada cada vez que tiene una niña cerca: «¿Cuándo me vas a dar una hermanita?».

Hace tantos años que lo pregunta que ya le he dado todas las respuestas posibles: que con dos hijos creía que tenía suficiente, que no había encontrado al padre adecuado para tener otro, que aunque me quedase de nuevo embarazada podía tener otro niño…

A él todo eso parecía darle igual, e insistía y volvía a insistir en tener una hermanita. Incluso prometía que la cuidaría por las noches para que yo pudiera salir de vez en cuando.

Ayer estaba a punto de responder a su pregunta cuando fue él mismo quien contestó: «Ah, si a ti ya se te ha pasao el arroz, ¿no?». Lo dijo guiñándome el ojo pero me hizo sentirme como una abuela. Que se me ha pasao el arroz… ¿tendrá razón?

Tener o no tener… cara de madre

Se ha convertido en una pregunta recurrente. Ayer mismo me la volvieron a hacer con motivo de este blog:

-¿De verdad tienes hijos?

-Sí, tengo dos y son más altos que yo, contesto directamente antes de que llegue la consabida alusión a su edad.

También puedo intuir lo que viene a continuación: gestos de duda o de sorpresa, afirmaciones categóricas del tipo «No tienes cara de madre» o, en el mejor de los casos, halagos de cortesía como “Estás muy bien para haber tenido dos hijos” (odio esa frase, alguien que quiere agradar debería ahorrarse la coletilla final).

En fin, que me encuentro a menudo en la ridícula situación de tener que defenderme ante la incredulidad de los que no me ven cara de madre. ¿Será que no la tengo? ¿mi madre la tenía? No sé, eso debe ser como tener cara de hijo, de primo, de charcutero o de asesino en serie.

Y todo por tener unos hijos ya creciditos, porque cuando eran pequeños eso no me pasaba. Ni a mi ni a nadie. Es muy curioso: si a los veintipocos años llevas a un bebé en brazos o en el carrito nadie duda de tu maternidad, aunque seas «muy joven para eso» según algunos, pero pasados los cuarenta y con unos hijos que ya se pasean solos todos te ven, de repente y sin saber por qué, aspecto de no tener descendencia. No sé por qué ocurre, pero ocurre.

Ahora que lo pienso, esto debe ser sólo una breve tregua antes de que empiecen a verme con cara de abuela. Así que voy a disfrutar de la que tengo, antes de que se me llene de arrugas con otro bebé en brazos.