Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

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¿Pueden echarte de clase por ir rapado?

Me he encontrado con esta pregunta de mi hijo al llegar hoy a casa

-¿Estás pensando en cortarte el pelo al cero? ¿has hecho alguna apuesta?, he preguntado inmediatamente.

-No es por mi, son dos colegas que han ido hoy rapados a clase y les han dicho que les van a echar. ¿Pueden hacerlo?

-No creo, ¿por qué iban a hacerlo?

-Y yo que sé, por eso te lo pregunto.

-Si no han hecho nada más que cortarse el pelo, no. No hay ninguna ley que impida ir a clase ni salir a la calle con el pelo al cero. Salvo que demuestren ser unos cabezas rapadas violentos y se líen a destrozar las instalaciones o a pegar a alguien.

-Ya, pero no han hecho nada de eso. Sólo raparse. Y si no echan a los que llevan un piercing o un tatuaje, ni a los que llevan rastas, ¿por qué iban a echar a los que se rapan?

Llevo un rato dándole vueltas al asunto. Me han venido a la cabeza las repetidas polémicas por el uso del velo en colegios e institutos, las de los uniformes… Igual que hay centros que prohíben llevar minifalda o lucir calzoncillos y tangas por encima de los pantalones, tal vez existan normas sobre cómo llevar el pelo que yo desconozco.

En mi trabajo hay algunos que se afeitan la cabeza y nadie les echaría por eso. Pero ellos a veces llevan traje y no se sospecha de su pertenencia a ninguna tribu urbana. ¿De los adolescentes siempre se piensa peor?

Dejo ahí la pregunta. ¿Qué opinais? ¿conoceis a algún alumno al que le hayan echado por su aspecto?

La imagen pertenece a la película American History X

Todos saben cómo educarlos

Todo el mundo opina sobre cómo educar a los hijos adolescentes, especialmente si son de otro. «Eres muy blanda con ellos, así no te van a hacer caso», «No seas tan dura con él, anda déjale salir un rato». ¿No va a ir a ese viaje? si saca tan buenas notas…», «Tiene mucho morro, no dejes que te tome el pelo», son algunas de las contradictorias frases que pueden llegarte en un mismo día de amigos, familiares o compañeros de trabajo.

En los comentarios del blog he encontrado también críticas y alabanzas de todo tipo: «Les dejas ver una de mierda a tus hijos que no es normal. Controla un poco los contenidos de la programación que ven…» (acerca de las series de la tele), «La educación que les das es demasiado de madre perfecta permisiva y las cosas no son así» (Botellón en el armario)

Hay quien directamente te suelta: «mala madre!!!» (también en el post sobre el botellón), «Estas criando un macarrilla de mucho cuidado, siéntete orgullosa» (Habemus piercing), o incluso quien extiende el apelativo a toda la familia: «Siempre que veo niños con pendientes con la pinta de macarras que tienen me pregunto que clase de padres tendrán. Probablemente unos padres igualmente macarras que después se quejarán de que el niño esté con las drogas a los 14, deje a una chica embarazada a los 15 o venga con el ojo morado por una paliza en una noche de juerga» (paula, en Habemus piercing). Sin comentarios.

Hay quien sale en mi defensa tras algunas de esas críticas: «Y si ese hijo resulta que que SÍ saca sobresalientes y es un buen chaval????? también es un exceso permitirle un insignificante pendiente? dejaros de tonterías un pendiente no cambia a nadie… no ha pedido una pistola ni material para hacer una bomba» (Yolita, en Habemus piercing). Que tuvo respuesta de John Constantine: «Lo de los sobres, a falta de confirmación por la autora del blog, no hace falta ni que nos lo diga ella. Por las costumbres que nos ha ido contando de sus retoños, y la del piercing no es más que la última, no son los primeros de la clase, no». Siento decepcionar a Constantine pero Yolita estaba en lo cierto. Aún así, no creo que tengan nada que ver las notas con la opción de llevar o no pendiente.

Hay adolescentes, cuya opinión me interesa mucho, que comparan lo que cuento en el blog con su propia situación: «Tengo 16 años y no me dejan salir en Nochevieja, pareces una madre demasiado permisiva» (La fiesta más esperada del año), «La gente que postea dándole consejos me parece que no tiene hijos o alguien adolescente cerca! Todos los adolescentes o casi todos comemos muchisimo» (JA!, en Comen sin parar y no engordan).

Y también hay quien vaticina un negro futuro: «Y cuando sean mas grandes no querrán estar ni contigo ni con su padre» (Yo con papá, tú con mamá). En fin, nadie dijo que fuera fácil educar a un adolescente. Y a dos, mucho menos.

Habemus piercing

Mi hijo pequeño llevaba mucho tiempo pidiendo un piercing. Ya lo tiene. No le he dejado hacerse, de momento, el que quería en el labio -tendrá que crecer un poco más antes de tomar una decisión como esa-. Así que se lo ha hecho en la oreja, un lugar bastante más discreto por si después se arrepiente.

Se lo han hecho en una farmacia y he tenido que acompañarle para dar mi autorización. Un mal trago para mi, que no soporto la sangre ni las agujas.

El proceso ha sido algo más divertido de lo que esperaba: entre la farmacéutica y yo hemos pintado varias veces con un rotulador el lugar en el que quería ponerse el pendiente.

-No, ahí no, más arriba.

-¿Aquí? ¿tan afuera?

-Nooo, un poco más adentro, bórralo.

Tras varios intentos, y con la oreja pintada ya de varios colores, hemos logrado dar con el punto exacto, con la distancia necesaria para ponerse el arete que ya se había comprado.

No he querido mirar en el momento del pinchazo, aunque tanto él como la farmacéutica insistían en que no era doloroso. El proceso ha durado menos de medio minuto, no he escuchado la más leve queja y no ha habido ni una gota de sangre. Así que he respirado aliviada.

Ya tiene su primer y ansiado piercing, aunque aún debe esperar tres semanas para ponerse el aro. Ahora lleva el típico pendiente de bolita de recién nacida -los más habituales en las farmacias, de hecho se venden por pares-. No puede quitárselo ni de día ni de noche durante esas tres semanas (para evitar infecciones mientras cicatriza la herida) y tiene la oreja enrojecida, pero es el tío más feliz del mundo.

Tener o no tener… cara de madre

Se ha convertido en una pregunta recurrente. Ayer mismo me la volvieron a hacer con motivo de este blog:

-¿De verdad tienes hijos?

-Sí, tengo dos y son más altos que yo, contesto directamente antes de que llegue la consabida alusión a su edad.

También puedo intuir lo que viene a continuación: gestos de duda o de sorpresa, afirmaciones categóricas del tipo «No tienes cara de madre» o, en el mejor de los casos, halagos de cortesía como “Estás muy bien para haber tenido dos hijos” (odio esa frase, alguien que quiere agradar debería ahorrarse la coletilla final).

En fin, que me encuentro a menudo en la ridícula situación de tener que defenderme ante la incredulidad de los que no me ven cara de madre. ¿Será que no la tengo? ¿mi madre la tenía? No sé, eso debe ser como tener cara de hijo, de primo, de charcutero o de asesino en serie.

Y todo por tener unos hijos ya creciditos, porque cuando eran pequeños eso no me pasaba. Ni a mi ni a nadie. Es muy curioso: si a los veintipocos años llevas a un bebé en brazos o en el carrito nadie duda de tu maternidad, aunque seas «muy joven para eso» según algunos, pero pasados los cuarenta y con unos hijos que ya se pasean solos todos te ven, de repente y sin saber por qué, aspecto de no tener descendencia. No sé por qué ocurre, pero ocurre.

Ahora que lo pienso, esto debe ser sólo una breve tregua antes de que empiecen a verme con cara de abuela. Así que voy a disfrutar de la que tengo, antes de que se me llene de arrugas con otro bebé en brazos.