Dicen que la adolescencia es la etapa en que uno deja de hacer preguntas y empieza a dudar de las respuestas

Archivo de junio, 2008

Cámaras antichuletas

Cámaras de seguridad en los bancos, en las tiendas, en la calle, en el trabajo, en el metro, en las puertas de los institutos, y ahora… también en las aulas. Todo para evitar que alguien tenga la tentación de copiar en un examen. La tecnología avanza a pasos tan largos que está logrando dejar atrás muchos de esos viejos métodos para copiar.

Los exámenes de fin de curso en colegios, institutos y facultades, además de la temida selectividad, tienen estos días a miles de estudiantes en vilo. Muchos de ellos se están jugando su futuro y nadie quiere perder su gran oportunidad de sacar la mejor nota posible, aunque sea copiando.

En el Reino Unido están pensando instalar cámaras de vigilancia para descubrir a los que copian y lectores de huellas digitales -para intentar evitar que alguien suplante la identidad de un alumno- en 65 centros educativos.

A ver quién es el listo que se atreve a dar un cambiazo, a sacar una chuleta de debajo de la mesa o a preguntarle algo al vecino de mesa ante el todopoderoso ojo de una microcámara instalada encima de la pizarra.

¿Harto de tus padres? Actúa


ADOLESCENTE:

¿Estás cansado de que tus padres te den la plasta?

¡ACTÚA AHORA!

Vete de casa.

Busca un trabajo.

Paga tus propias facturas.

Hazlo mientras todavía puedas, cuando crezcas será tarde.

He leído este texto en una pegatina que mi hijo mayor tenía entre sus libros.

Las repartió en clase uno de sus amigos y dice que se la quedó «porque sabía que a mi me haría más gracia que a él». Gracia no sé si es la palabra adecuada, pero me parece muy curioso que un adolescente se dedique a repartir unas pegatinas con este texto. Y tú, ¿qué opinas?

Quitar un sujetador con una mano

-«¡He aprendido a desabrochar un sujetador con una sola mano!»

-¡Mira qué listo nos ha salido el niño!, respondí sin entender muy bien a qué venía tanto alboroto.

Acababa de enseñarle a hacerlo su hermano mayor. Habíán cogido uno de mis sujetadores: uno se lo ponía y el otro intentaba quitárselo.

-Es muy fácil, sólo hay que doblar la parte de los ganchos esos (los corchetes) entre el índice y el pulgar y arrastrar los dedos.

Mientras el pequeño me enseñaba su nueva habilidad, el mayor le advirtió: «Si no sabes hacerlo te aseguro que no te comes una rosca, después de eso no llegas a nada con una piba. ¿O no, mamá?»

Solté una carcajada –no debería reirme cuando dicen estas cosas, pero a veces no puedo evitarlo-. Risas aparte, creo que tiene toda la razón. A algunos adultos no les vendría nada mal un cursillo acelerado, no hay nada más ridículo que alguien intentando quitar un sujetador sin conseguirlo.

La verdad es que nunca había escuchado a nadie explicar cómo desabrochar un sujetador con una mano. De hecho, yo siempre utilizo las dos. ¿Y tú qué opinas? ¿cómo te quitas o te quitan el sujetador?

Posdata: El blog incluía una ilustración de Sedyas (http://sedymage.blogspot.com), obtenida a través de Internet. Ha sido eliminada a raíz de las quejas de algunos lectores y del propio autor/a.

C-Walk, el baile de moda

-¿Tu hijo también baila el siwok?

-¿El qué?, pregunté sorprendida

-El siwok, me pareció volver a entenderle a mi amiga.

-No he oído hablar de eso en mi vida.

-Se escribe C-Walk. Mi hermano Guille está todo el día bailándolo en la cocina y tiene a mi padre más que harto.

Mi amiga no tiene hijos, pero entiende perfectamente la desesperación de su padre, que ya pasa de los 60 y ni entiende lo que baila su hijo ni tiene intención alguna de hacerlo. Aunque el chaval es un artista con los pies, su padre preferiría que dedicase a estudiar todas esas horas que pasa moviéndose de un lado a otro.

En cuanto llegué a casa les pregunté a mis hijos por el C-Walk. El baile en cuestión, del que ellos tampoco habían oído hablar, se llama realmente Clown Walk (aunque casi todo el mundo lo conoce por C-Walk), se suele bailar con música hip hop y consiste en abrir y cerrar los pies hacia izquierda y derecha, como si se deslizaran, con movimientos que recuerdan a los de un clown. Es algo así como ver a Michael Jackson bailando rap.

El nuevo baile de moda causa sensación en los institutos, en algunas discotecas y en Internet, con vídeos que incluso enseñan a practicar paso a paso. ¿Qué te parece el C-Walk? ¿habías oído hablar de él? ¿has visto a muchos chavales bailándolo?

¿Niños hasta los 18?

«Precios especiales en viajes a Orlando para niños hasta 18 años». Es la promoción de una agencia de viajes para que las familias viajen con sus hijos al gran parque de ocio estadounidense de la factoría Disney. No es la primera vez que leo o escucho algo así. Como podréis suponer, no tengo nada en contra de los descuentos para menores de edad pero me parece un exceso llamar niños a chicos y chicas que están a punto de alcanzar la mayoría de edad y que hace tiempo que dejaron bajitos a sus padres.

A veces tratamos a los hijos como si fuesen más pequeños de lo que son, tendemos a negarles cosas porque aún son jóvenes para esto o lo otro. Supongo que nos cuesta asumir que crecen, que ya no son esos tiernos bebés a los que achuchar y que cada vez necesitan más intimidad, más tiempo y espacio para ellos solos. Pero de ahí a considerarlos niños…

No recuerdo cuál fue la última vez que llamé niños a mis hijos pero han pasado ya unos cuantos años. Y estoy segura de que si lo hiciese lo considerarían un insulto.

Pese a ello, mis hijos me acusan a menudo de tratarles como a niños, especialmente cuando discutimos sobre la hora de volver a casa -aunque esa queja tenga mucho de intento de aprovechamiento por su parte-. Nunca me ha gustado oir hablar de ancianos de 60 años -un error muy común en los medios de comunicación-, ni de esa eterna juventud que muchos alargan hasta casi los 40 años. Parece que ahora le ha tocado el turno a la niñez, como si todos fuesen como Peter Pan y no quisiesen crecer. Si estiramos la infancia hasta los 18, la juventud hasta los 40 y nos convertimos en ancianos a los 60 (aunque nuestra esperanza de vida casi llegue a los 90), la madurez nos va a durar un telediario.

Ellos necesitan su espacio


Mis hijos ya son mayores y lo que necesitan es espacio, yo debo aprender a hacer menos por ellos y ayudarles a descubrir la fuerza que poseen. Necesitan que mi vida sea lo más llena y satisfactoria posible. Hay que dar a los hijos unas expectativas de goce que solo pueden captar si te ven feliz a ti.

Lo ha dicho Susan Sarandon, gran actriz, gran mujer y madre de tres hijos, los dos pequeños de 18 y 15 años, en una entrevista en la revista Psychologies.

Siempre me ha gustado Sarandon. Y no solo en el cine, sino fuera de él, cuando se manifiesta por lo que cree justo, defiende causas que otros consideran perdidas o se posiciona politicamente aunque sepa que eso le puede hacer perder algunos trabajos.

La actriz, que ya tiene 61 años aunque no los aparente, acaba de pasar por Madrid para presentar su última película, Aritmética emocional. Además de hablar de cine y de política -está encantada con la victoria de Obama-, ha dado también algunos detalles sobre su vida familiar. El País recoge algunas de esas declaraciones, en las que con todo el desparpajo del mundo cuenta cosas como que su hijo adolescente «preferiría tenerla más tiempo fuera de casa».

Eso les ocurre a todos los adolescentes. Y lo sufrimos casi todas las madres aunque muy pocas sean capaces de reconocerlo, y menos públicamente.

Estoy mayor para besos

«Estoy mayor para besos». Eso me ha dicho mi hijo mayor esta mañana. Salíamos de casa juntos, él iba a clase y yo al periódico, y al separarnos en una esquina y pedirle que me diera un beso me lo ha soltado. Al menos me ha guiñado un ojo mientras lo decía alejándose.

Mayor para besos. Sólo me había dicho algo así cuando todavía le llevaba al colegio, hace ya demasiados años. Entonces entendí que le diera vergüenza dar o que le dieran besos delante de sus amigos.

Pasaron unos años sin muestras de cariño en público -y menos de las que a mi me habría gustado en privado- hasta que un buen día pareció olvidar completamente esa actitud y me sorprendió con dos sonoros besos y un gran abrazo delante de toda su pandilla.

A partir de entonces dejó de cortarse para darme besos, abrazos y todo tipo de mimos, e incluso los reclamaba para él cuando estábamos con más gente. También me cogía a menudo de la mano por la calle, como cuando era niño. Ya no le importaba en absoluto quién estuviera delante o en qué lugar nos encontráramos.

Y hoy, vuelta a las andadas. ¿Quién entiende a los adolescentes?

El primer gran festival para ellos

He ido con mis hijos a conciertos de Estopa en un pabellón deportivo y dos teatros -uno de ellos al aire libre-, he visto cómo se desgañitaban coreando las canciones del Canto del Loco mientras el grupo daba un concierto sobre un autobús descubierto por el centro de Madrid. También les he llevado, o han ido solos, a conciertos en parques, plazas de toros, campos de fútbol o recintos al aire libre.

Pero muchas veces se han quedado con las ganas de ver a sus cantantes o grupos preferidos por el simple hecho de que los menores tienen prohibida la entrada a los locales en los que se sirve alcohol, y eso incluye todas las discotecas y muchos de los grandes recintos deportivos en los que se programan conciertos.

Y digo hasta ahora, porque por fin a alguien se le ha ocurrido la idea de crear un festival para adolescentes. Se llama U18 (Under Eighteen, menos de 18) y se celebrará en Madrid el 10 de julio con grupos como Despistaos, Pignoise o Simple Plan, desde las cinco de la tarde hasta las once de la noche. Eso sí, en un recinto libre de alcohol y tabaco.

Espero que la iniciativa se amplíe a un montón de salas y de ciudades, y a todos los estilos de música. No sé cómo los programadores de conciertos no habían caído todavía en la cuenta del gran mercado que tienen con los adolescentes.

Quiero una moto

«Quiero una moto, mamá ¿cuándo me la compras?» Llevo tres o cuatro años escuchando la misma petición. De hecho, ninguno de los dos tenía edad para conducir una cuando empezaron a pedirla. Y ahora que ya han rebasado ese límite siguen insistiendo cada poco tiempo, mucho más ahora que se acerca el verano.

La cosa ya suena a chiste. Cada vez que saben que saben que voy a negarles algo lo comparan con la moto:

«Esos pantalones no los tendrás nunca, ya sabes, como la moto», le dice uno al otro.

«Pero si no son caros, ni peligrosos», se queja el otro entre risas mientras los dos aprovechan para calificarme de miedosa, sobreprotectora, tacaña o cualquier otra lindeza similar.

Otras veces utilizan la táctica del todos menos yo: «Casi todos mis colegas tienen una», «La puerta del instituto está llena de motos y ninguna es mía», «A Jorge (o Álex, Sofía o Jaime, el nombre da igual) le van a comprar una este verano»… Ante mi insistente negativa han comenzado a contraatacar con su voluntad de pagarla: «¿Y si trabajo este verano y pago una parte me dejarías?».

Estoy un poco aburrida del tema. Aunque mi experiencia me dice que van a seguir pidiendo una moto hasta el fin de los tiempos. ¿Y tú? ¿tienes moto? ¿a qué edad tuviste la primera? ¿dejarías a tus hijos adolescentes conducir una?

La imagen pertenece a la película Diarios de motocicleta.