José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

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Aristocracias

Fui con ganas. De Stephen Frears, me fìo. Hablamos del tipo que ha firmado Cafe Irlandés o Las amistades Peligrosas, Los timadores, Alta Fidelidad, Mi hermosa lavandería, La Camioneta. Y más. He intentado aprender de su verosimilitud, de su turbiedad controlada; estudiar su amor a los personajes, es decir el empeño en permitirlos ser como son, colocarse en su sitio, cuidarlos, a los héroes y a los villanos, a los cínicos, a los ingenuos; instruirme con su apuesta por la realidad y el detalle y con su esfuerzo para no repetir fórmulas , con su capacidad de encontrar siempre un hueco para el humor: he podido saborear su olfato para las imágenes líricas en medio del barro y disfrutar de su talento para hacer cine personal y absolutamente traducible para todos los espectadores. De todo eso hay en The Queen, que no defrauda.

Hay pasteles exquisitos y barritas quemadas de pescado; alta política y miseria tacticista; exhibiciones públicas y misterios íntimos, muy privados; imágenes documentales, explícitas, y sutiles metáforas; hay derroche y contención de las emociones, palacios y oficinas, fincas desmesuradas y calles de a pie, arriba y abajo. Hay, sobre todo, el dibujo de un relevo, el de la vieja aristocracia del linaje por la nueva aristocracia de la fama, la batalla entre una reina de palacio y una princesa de papel couché, ganadora después de muerta.

Cuando Lady Diana Spencer muere en aquel túnel de Paris, cuando Tony Blair arrasa en sus primeras elecciones, todo podìa pasar en Gran Bretaña. Aquel verano de 1997 le sirve a Frears para hablar del poder y de como se mantiene, para dar una lección de supervivencia, para explicar como se fabrican, se explotan y se utilizan las emociones, para retratar como Blair encajó en el estabhlisment a la semana de triunfar y para acercarse al desconcierto — tan regio y tan humano– de quien ve que su mundo ha cambiado, que sus valores se han agotado, que hay que cambiarse de piel o cambiar de destino. Vale para aristócratas y plebeyos.

Esa imagen de la reina abriendo los ojos en sus habitaciones privadas, en su cama, en plena madrugada cuando llega la tormenta, esa rodilla en tierra de Blair delante de su monarca, esas palabras balbuceadas sobre las vacaciones…Helen Mirren puede ganar este año todos los premios que se sorteen y no será una cuestión de suerte. El guionista es Peter Morgan, absolutamente imprescindible para este éxito.

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Hace meses, en uno de los encuentros del presidente de Gobierno y del jefe del Partido Popular, las cámaras se detuvieron, como es habitual, en el sofá previo a la reunión oficial. Flashes. Los micrófonos estaban abiertos y ese día se pudo escuchar sin tapujos lo que se dice en esos momentos previos a las palabras mayores, terrorismo, emigración, economía, guerra, política siempre. A la espera de la realidad, Zapatero y Rajoy hablaron de intimidades, de sus padres y sus hijos, de pequeñas enfermedades y de deberes escolares. Luego se encerraron en el despacho y ya no hubo nada. Lo privado se había hecho público y lo público se guardo en privado.