José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

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Lógica

1.Hasta hace cinco años la patente de una medicamento, impuesta por la lógica y la práctica del mercado, era de 20 años. Nadie podía fabricar ni producir ni distribuir, por ejemplo, determinados medicamentos a otros precios que no fueran los que se garantizaban con la patente: recuperar la inversión y garantizar los beneficios, las acciones, la bolsa. Hace cinco años los miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC) llegaron a un acuerdo ministerial para permitir desarrollar genéricos superando esas reglas de propiedad industrial. Se trataba de garantizar, a precios asequibles, por ejemplo, retrovirales contra el SIDA o medicación masiva de enfermedades más discretas pero igualmente mortales en determinadas condiciones: regular la copia, matizar los beneficios y hasta cínicamente mantener la clientela. Hay que leerse un informe de Intermon (no es largo, treinta minutos, al completo) para preguntarse por lo poco que han cambiado realmente las cosas. Hecha la ley, lógicamente, hecha la trampa: para aplicar ese acuerdo general hay que firmar, además, acuerdos particulares, de gobierno a gobierno, que reproducen a la fuerza las condiciones que se trataron de superar hace cinco años.

2. Una hora después leo datos sobre la aparición de delicados descubrimientos farmacológicos: biopolímeros derivados de seres vivos aplicables a operaciones cerebrales, agentes antitumorales creados a partir de microbios, transportadores de principios activos que multiplican exponencialmente la eficacia de los medicamentos. Fantástico. Y un corolario: «el obstáculo principal para la industrialización es la fuerte inversion de investigación».
Y, en consecuencia, y por debajo, la rentabilidad.
Lo fantástico se quedará en fantasía para casi todo el mundo.

3. Hay lógicas aplastantes. La del beneficio, y su tamaño, una de ellas. Enfrente tiene que haber otra que no sea, necesaria y únicamente, la lógica de la piedad.

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Tienes razón, no parece lógico y da para ganarse pocas simpatías, pero me parece que es verdad, que Martin Scorsese, y yo me postro de hinojos si hay que, ha estado mucho mucho más brillante en sus grandes obras del pasado. Que Infiltrados, es una película de gente que habla, parada, estática, con un barullo notable en la puesta en escena y en los personajes de los alrededores, con una psiquiatra sin pies ni cabeza que diluye el meollo del asunto, con tres jefes y todo un departamento especial de la policía persiguiendo a unos mafiosos que se reúnen en un bar tosco, dos o tres cuando se despliegan todos en formación. Es verdad, tiene el comienzo -equivoco-, la música, por supuesto, una primera parte eléctrica, la sìncopa del montaje, un sólido Di Caprio y un fantástico, fantástico, este sí, Ray Winston -Mr French- el personaje más coherente y el actor más rotundo que necesita la centésima parte de palabras y de gestos de los que derrocha Nicholson en cualquiera de sus exhibiciones. Mira que creía que me habìa gustado. Pero, pocas vueltas he tenido que darle. Es verdad.

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