José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Blues del desierto

En un anfiteatro de arena como cualquiera soñaría para el mejor de los conciertos, una larga alfombra en el suelo hace de escenario. Enfrente, en la cavea, cientos de personas están embrujadas por el grito, al mismo tiempo sensual y ácido, de Mariem Hassan. Está cantando en el desierto, a una decena de kilómetros del campamento de refugiados saharauis en Dajla, al pie de una bellísima duna donde la escuchamos. Ya es de noche. Hace poco más de una hora el sol ha regalado generosamente su espectáculo de retirada y, ahora, retransmitido en directo por la radio de la República Saharaui para que pueda oirse en todos los campamentos, seis mujeres sentadas sobre la alfombra cantan despacio mientras una de ella toca el tebal, un timbal oscuro que marca el ritmo, y acompañan a Marien.

Mariem Hassan es una artista excepcional y una mujer (como cuenta HZin)como miles de mujeres saharauis. Fue expulsada de su tierra, tuvo que lanzarse con su familia y sus vecinos en un éxodo de años y terminó en un campo de refugiados. Como tantos, como tantas, vio morir a sus hermanos en la guerra y crió a sus hijos bajo el cielo verde de una jaima. Como todos, echa de menos su tierra, su verdadera tierra y todavía espera volver para pisarla. Alguien la descubrió, como también lo hizo con su mítico guitarrista Baba Salama, ahora desgraciadamente muerto, y los dos juntos inventaron un sonido nuevo que mezcla la energía incisiva de la tradición, las melodías sinuosas y la cadencia y la serenidad del blues. Tres discos y treinta años de canciones la han convertido en la cantante más importante del desierto y, si no es una estrella mundial, es porque como su pueblo entero, parece condenada a pasar desapercibida, a quedarse escondida, refugiada, en en hueco de arena.

En cuatro días -cuatro eternidades- he machacado mis riñones en un todoterreno por el desierto durante cientos de kilómetros fascinado por la orientación mágica sin duda, incomprensible de un conductor absorto; he estado en hospitales y escuelas para ciegos, pequeños milagros, metáforas perfectas; he fabricado adobes y me he rendido a la belleza absurda de los corrales de las cabras, hechos de latas viejas, de piel reseca y de cordajes; he tomado el té de Mehdi y el cous-cous de Zaina, y he compartido su tienda, su mundo, al que me habían invitado; he hecho media docena de amigos que sabía que estaban esperándome aunque no nos hubiéramos conocido todavía; he paseado con Lala, que me ha enseñado los rincones del desierto donde juega al escondite y la he visto jugar a la rayuela con dos socias, y he escuchado los planes de Salik, tan sensatos, mientras venía de su escuela; he escuchado hablar español de bocas saharauis con todos los acentos autonómicos, como si ellos mismos encarnaran con naturalidad el diseño político del estado; he dejado de contar estrellas cuando se me han acabado los números que había aprendido en el colegio; he visto a algunas actrices, a las que quiero y respeto, leyendo manifiestos que hablan de vergüenza y de derechos políticos para que todo un pueblo pueda salir en los periódicos; he detectado la paradoja de una situación profundamente injusta, mejorada por la increíble capacidad de organización y subsistencia en cada jaima, en todo el campamento, un todo provisional con riesgos indecentes de hacerse permanente; he visto amanecer con mucho frío entre las piedras negras, muertas, de la hamada y he visto una elegíaca caída del sol en una carretera sin asfalto ni apellidos junto al monumento humilde a un cirujano que murió en un viaje solidario; y he visto el cine, por supuesto, que tanto me gusta, en una pantalla gigante que estrenaba miradas en ese campamento, manejado por unos proyeccionistas que hicieron con su oficio una exhibición y un lujo.

Todo eso, y tanto más como lo que todavía me asalta sin aviso — hoy, en un paso de cebra he visto a un camello y a un vecino con turbante; hoy le he pedido a alguien que no fuera tan deprisa–, no hubiera sido lo mismo sin la voz aquella noche de Mariem Hassan: en un segundo, su grito, con la generosidad de un volcán y la elegante caricia de la tela de su melfa, voló por el ala de la duna y nos llevó a todos de viaje, hacia dentro.

Ahora, he vuelto. Adiós a todo eso y al tiempo distinto, y a ese lugar donde el suelo es más extenso que el cielo que lo acoge. Habrá que acostumbrarse.

Foto, gracias Extrujado

6 comentarios

  1. Dice ser Extrujado

    De nada. Coge todas las que quieras. Un gusto leerte.

    18 abril 2007 | 8:13

  2. Dice ser irene

    que pena que tengas que irte, relatas tan bien…ademas le das otro puntito a la experiencia, comparando con Hernan.me ha gustado mucho vivir esta experiencia contigo y con ellos, ya le he dicho a hernan que el sahara es mi proximo objetivo turistico…(que absurdo suena lo de turistico ¿verdad? hablando de un sitio como Sahara…en fin, que ha sido un placer leer tu periplo desertil ejejejejjesaludos y ponte cataplasmas de vinagre caliente en los riñones huele fatal, pero de los remedios de mi abuela es de los pocos que funciona de verdad.saludos

    18 abril 2007 | 9:51

  3. Dice ser MM

    Jaes, tengo que leer otra vez tu relato.Está tan lleno de matices, de sentimientos e intensidad…Qué pequeños nos sentimos ante la inmensidad de ese cielo que eclipsa al ser humano verdad?Se te acabaron los números con las estrellas…preciosa apreciación.Y eso que sólo estuviste cuatro días…las gracias te las tenemos que dar nosotros por tus textos, estuvimos allí, en ese mar de sal y con Lala de la mano.El dolor del viaje desaparecerá, pero estoy segura, no sé por qué, volverás a esas tierras dónde el suelo es más extenso que el cielo que lo acoge.

    18 abril 2007 | 10:07

  4. Dice ser jaes

    Carla, Soledad, Sonrisa, Belen, Lluisa, Urdu, Joaquina,Irene, Antar, MM…, gracias por las líenasd de estos días. Esta noche he hablado con una amiga que estuvo hace diez años en los campamentos saharahuis y todavía lo recordaba con absoluta precisión. No era un espejismo. Salud.

    18 abril 2007 | 12:48

  5. Dice ser Jaes

    Gracias por la pista de las cataplasmas. Dormir un poco seguido ha sido suficiente, Irene. Y, sí, MM, supongo que volveré. Todavía no estoy seguro de haberme ido.

    19 abril 2007 | 1:00

  6. Dice ser Luis Miguel Del Valle

    Quiero imaginarme y escuchar la voz de Mariem en el desierto de la hamada Argelina, quiero también oír e imaginar un día la voz de Mariem en su tierra en su querida y añorada tierra, donde sus padres la trajeron al mundo, No quiero simplemente pensar los sufrimientos de Mariem que son los sufrimientos de todo un Pueblo, no quiero pensar que injusticias hemos cometido con este Pueblo, es posible con tanto sufrimiento poder sonreír y poder cantar.He escuchado varias veces a Mariem, y su timbre de voz su armonía, su gracia, su talento me ha transportado desde el escenario a un paradisíaco paraje desértico pero lleno de humanidad, he visto y oído llorar a Mariem, la he visto sufrir he presentido su sufrimiento, pero tengo que decir que también la he visto sonreír y reír abiertamente, no sé de donde saca tanta fuerza, que grandeza de espíritu, amigo mío que has escrito estas líneas el Blus de Desierto de Baba y Mariem, te envidio por esos momento que narras, y recuerdo también la risa de Baba Salama, recuerdo cuando nos contábamos chistes reía como un inocente niño, como en el fondo era un niño que no le habían dejado vivir como tal, le recuerdo cuando hablábamos de música, y recuerdo sobre todo sus proyectos, sus ilusiones, sus últimos viajes a los campamentos, que deba la impresión que iba a despedirse de su gente, recuerdo mi despedida en un hospital de Pamplona «un día de concierto para el grupo Saharaui», con Mariem pasando por un momento muy duro para ella, yo no pude imaginar que seria la última vez que le iba a ver, postrado en su cama del hospital, todavía recuerdo como intentaba sonreír y como intentaba decirme algo, que al final no pudo decírmelo, solo me aconsejo que nos marcháramos pues la carretera de Pamplona a Zaragoza a esa hora daba el Sol de frente, el sabía que tenia la “muerte de frente” esperándole a los pies de su cama, yo recuerdo con emoción el beso que le di en la frente de despedida, recuerdo que le dije «Baba tienes que ser muy valiente, pues sino serías el único saharaui cobarde», el me sonrió y se despidió agitando su mano, veinticinco días después fallecía. «Que Dios le tenga en su gloria y que pueda ver un futuro de su querida tierra en libertad y que los niños en las madrazas canten y recuerden sus canciones»El grupo ese día después de 1200 Km. hicimos un concierto muy emotivo en Pons (Gerona), con dos grandes ausencias, afortunadamente tenemos entre nosotros a Mariem, y tenemos y tendremos siempre en el fondo de nuestro corazón a nuestro hermano BABA SALAMA. Descanse en Paz.Luis.

    14 mayo 2007 | 18:37

Los comentarios están cerrados.