José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Ficciones en la arena

Meto en al bolsa de viaje unos pequeños tarros de miel, cremas hidratantes, barras de labios, lápices, rotuladores, caramelos, ropa de bebé, libros leídos y queridos, algunas películas ( Los viajes de Sullivan, claro) que tal vez les gusten donde voy a dejar todo lo anterior. La lista de regalos de juguete la ha hecho conmigo Pepe T., que tiene el alma en el desierto y que otras veces ha ayudado a transportar hasta allí depuradoras de agua, ambulancias, camiones pesados o generadores de electricidad. Amigo desde hace más de veinticinco años, T. ha conseguido, por fin, que yo encuentre cuatro días para acompañarle a los campamentos de los refugiados saharauis, esa culpa enquistada de todos los gobiernos. He estado a punto media docena de veces y necesito las dos manos para contar amigos cercanos de todas las clases y colores que han ido y han vuelto a ir; en las casas en las que he vivido han vivido también hombres y mujeres del desierto mientras lo necesitaron hasta que luego volvieron a su tierra prestada, entre paréntesis; he escrito historias de niños del desierto de vacaciones en España hipnotizados con el espejismo de una piscina o dejando un reguero de mondas de naranja por el pasillo de un apartamento para que las cabras no perdieran la pista. Cerca de todo ha estado siempre Pepe T., tan improbable como imprescindible, arquitecto sin casa, gente con causa, racionalmente enganchado con el Sáhara, capaz de llegar tarde a doce encuentros, olvidarse de ti durante meses, quedarse ligado a la misma conversación, ejercer por igual la paciencia, el empeño y el desorden, sino el caos. Y la amistad, por supuesto. Y la dedicación de décadas a un pueblo que ha pasado por el destierro, la guerra, la negociación, la alta política, la intifada, víctima estancada de una esquina de la geoestrategia y cita de una menuda, extensa solidaridad de mantenimiento. En ese limbo es donde se abren hueco los generadoeres eléctricos y la miel. Y el cine. Hay un Festival de cine en el desierto. Ficciones en el enorme libro de arena para poder hablar de duras realidades. Y vamos juntos. Gracias por el regalo

(Me dice RV, que ejerce de jefe de manera elegante, que si puedo escribir me complemente con Hernan Zin. No hay problema: él es un profesional, un maestro del viaje y la solidaridad; yo sólo un invitado.)

4 comentarios

  1. Dice ser MM

    Jaes, que envidia madre mía…no tienes un hueco en la maleta?Vive cada segundo..y dale un abrazo a Hernán de mi parte!Un beso

    30 noviembre -0001 | 0:00

  2. Dice ser Carola

    Acabo de descubrir tu blog, me encanta el tandem con Zin.Te sigoTe deseo una buena experienzaUn abrazoCarola

    12 abril 2007 | 22:17

  3. Dice ser jaes

    Si supieras lo que ha pasado con la bolsa de viaje, MM.En cargo cumplido en lo que se refiere a HZ. A un tipo como ese sòlo te lo puedes encontrar en un desierto.Gracias, Carola. Quédate si te place.

    12 abril 2007 | 22:40

  4. Dice ser Joaquina

    Mmmm, siempre he querido ir al Sahara y sigo las progresiones (escasas, ya sé) del proceso político. Leyendo a Hernán Zin he encontrado tu blog; y me he sentido más cerca de ese desierto donde un hombre espera.Saludos,Joaquina

    13 abril 2007 | 16:43

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