José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Archivo de marzo, 2007

Detective de monstruos y fracasos

El primero se tiró de un quinto piso. Era un ingeniero. Decenas de compañeros fueron testigos. El segundo se dejó ahogar por las aguas enfangadas de un estanque. Lo encontraron días después de hacerlo echado en falta. El tercero, se colgó de un cinturón mientras su mujer y su hija estaban de viaje. El primero estaba tenso y su muerte fue sólo un pequeño acontecimiento; el segundo, era depresivo, y tal vez, dijeron, fue una casualidad que trabajara en el mismo edificio que el primero; el tercero, levantó la liebre. Y dejó una nota.Ya nadie podía engañarse. Todos eran compañeros y todos los demás se acordaron de un cuarto de hace un año y de otros más, frustrados.

En la fábrica central de Renault, Technocentre, una megafactorìa con más de 12.000 empleados, una ciudadela encadenada del futuro, el miedo existe. Un asesino anda suelto, un monstruo, una quimera, algo intangible que tienta con el vacío a los más débiles, a cualquiera. El Contrato 2009, me temo.

Podría ser el título de una película; podría ser una película. En La Caja Kovack, por ejemplo, la gente se suicida y nadie sabe por qué mientras se preocupan de si lo que les pasa es real o es ficción. Aquí, no hay duda: todo es real, mientras se fabrica el Twingo o el Laguna, todo es real ¿Cómo imaginar ese alien destructor? ¿Cómo dibujarlo? Los responsables empresariales, empeñados en conseguir unos resultados estratosféricos, mantener un nombre, seis nuevos modelos cada año, cientos de millones de beneficio, una imagen, empezaron negando el contacto entre éxito a toda costa y muerte: «no hay», dijeron, «una relación entre estos fallecimientos y nuestra política de recursos humanos. Siempre existe un factor personal en los suicidios y pese a todas nuestras precauciones, no podemos evitar que este tipo de dramas sucedan»; ahora, a la tercera, han decidido investigar esa conexión.

¿Por qué me ha interesado ésta historia? Porque podría ser una película, claro, y por una frase: Renault no tiene derecho al fracaso, pero sus trabajadores sí. Esa sería la pista para el olfato del detective, la fetidez de las macrocifras, la peste de las microvidas acabadas.

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En The Host hay un monstruo y cuatro fracasados; una base militar estadounidense que protege a los coreanos y, de paso, les llena de venenos; un río, el paisaje preferido por la clase obrera de Seúl para echar la tarde, que se convierte en un campo de batalla, y Joon-Ho Bong, un director de cine, más que peculiar. Llamó la atención con Memory of murder, mezclando el thriller más angustioso y la comedia más cercana, la impericia policial, la miseria de una dictadura, el retrato de costumbres. Aquí, juega otra vez con ese trasiego, con los hechos reales y con las vidas pequeñas y fracasadas, enfrentadas a las realidades monstruosas.

Me gusta lo poco o nada que la película tiene de Godzilla, Gamera, Ultraman y demás criaturas Kaiju; y lo mucho que hereda de Alien, a su manera, desde luego, sin la trascendencia aparente de la película de Ridley Scott; lo imprevisible, lo fuera de la norma monstruosa, lo que que se sale del camino en la coreografía de la acción, cómo da la vuelta a la tragedia con una piel de plátano, cómo cuenta cuatro historias a la vez, cómo salva la continuidad y es capaz de pasar de un punto de alta tensión al ridículo más inquietante. Me gustan los travellings por el río y el dormilón que aprende a ser padre a marchas forzadas, que aprende a comer sano y a olvidarse de la televisión; la hermana arquera olímpica y sus problemas con el tiempo y la precisión; el universitario radical, que ha empeñado su juventud por defender la democracia coreana y ahora no sabe a lo que puede dedicarse ni como acertar con los còcteles molotov; el patriarca y su quiosco playero, obsesionado en hacer las cosas como hay que hacerlas, como las hacían los ancestros, contar las patas de los calamares, por ejemplo. Y, sobre todo, cómo Joon-Ho Bong lo digiere todo a la vez, y lo utiliza con desparpajo para meterse con las autoridades, con el poder desmesurado de los científicos, con la burocracia médica y militar, con la torpeza infantil de sus protagonistas, de su propio país.

Vale, es una película de monstruos, tal vez con un final embarullado, cierto, pero la próxima película de Joon.Ho Bong, cuando la haga, también la iré a ver. A ver que me cuenta.

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Cartas boca abajo

Del culebrón mejicano entre Arriaga, guionista, e Iñárritu , director, con cruce de cartas y de desplantes, cabe pensar en derivas neuróticas, en un espejo de su propia Babel. La relación entre uno y otro oficio se basa siempre en la capacidad de transferir las ideas de tal forma que el de enfrente crea siempre que lo que se te ha ocurrido a tí en realidad le ha nacido a él. Y a la inversa. Ese equilibrio y el reconocimiento de que alguien tiene la última palabra, la indispensable, pero alguien tiene también la primera, la imprescindible, son las claves para que cada cual encuentre su sitio, también el guionista. Decía siempre el clandestino maestro Rafael Azcona que, como mucho, los guionistas son autores del guión, del comienzo. Pero lo son y si lo son, existen, tienen su espacio. Uno, como humilde guionista, tiene siempre a tendencia a darle una vuelta más a las secuencias y tratar de atrapar, en fin, lo que se cuenta por debajo de lo que se ve, lo que se esconde; preguntarse en este caso si la tormenta de incomunicación tan convenientemente desatada no es sino un camuflaje de la frustración. De otra manera, qué habrìa pasado en esta historia si la película hubiera conquistado todo por lo que había apostado.

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Dos citas -largas, lo sé – de Jose Martí Gómez a propósito de su reflexión sobre lo escuchado a Víctor Gómez Pin (El ideal humanista en la era del genoma y la inteligencia artificial), Frédéric Lenoir (Las metamorfosis de Dios y de lo sagrado) y Gilles Lipovetsky (Los tiempos hipermodernos) en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, donde se es interrogan sobre el triunfo abrasivo del ocio, de la estética como fórmula, del consumo como identidad en nuestra civilización, de la felicidad instantánea, de la espiritualidad de andar por casa, prèt a porter y para compensar, de la prisa del clic.

En el periodo hiper de la historia, el ser humano busca. Lo peligroso es que busca habiendo perdido la memoria histórica y pendiente del zapping: no queremos perder el tiempo madurando una experiencia; queremos vivir al instante, olvidando que para que la experiencia sea enriquecedora se requiere memoria y pausa. (…)

Aún hay esperanza. El mundo hiper no es unidimensional. Es un mito que en ese mundo haya muerto Dios, que hayan caído los principios morales y éticos. El consumismo y el individualismo no han arrasado. Funcionan cuatro mil ONG, continúa viva la capacidad de autocrítica y autocorrección. Podemos forjar un nuevo tiempo hiper si sustituimos el bienestar cuantitativo por un bienestar cualitativo. Habrá que corregir el capitalismo actual para que deje de ser el motor de la urgencia. En ese mundo en el que la ecología debe jugar un papel fundamental, ¿cómo recuperar el imaginario mágico necesario para vivir? Para forjar ese mundo debemos lanzar los dados que tenemos en nuestras manos. Y el consejo es que los hemos de lanzar ya.

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Dicho lo cual y para tomármelo con tranquilidad, sin urgencias, cierro el teclado y me pongo a escribir despacio una cartauna carta a una amiga A mano. Porque me han convencido los de las antípodas.

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Foto: The last letter







Que las calles

Que las calles sean lo que son: un baile que bailamos entre todos, dice el antropólogo Manuel Delgado. Su nuevo libro se llama Sociedades movedizas , un ensayo sobre el espacio urbano y sobre sus trampas. De las cámaras callejeras, por ejemplo, le molesta que le vigilen a él en vez de apuntar a los consejos de administración. Que todo lo que existe esté en la calle, pide, que no se borre la vida del lugar donde se discurre (se camina, se habla, se piensa). Y si las calles son escenarios de conflicto, asumámoslo, sugiere, para poder ser testigos de la vida. Son inútiles los esfuerzos por tranquilizar lo urbano, advierte, por obligarlo a cesar en el temblor que constituye su naturaleza. El gobierno de las ciudades debería garantizar el bienestar de los ciudadanos y no sólo mantener en buen estado el espacio que trata de vender, el escenario.

Manuel Delgado vive en Barcelona y se despacha contra el empeño de su gobierno local de limpiar la ciudad para que no se vea lo sucio, sólo para que no se vea, no para que desaparezcan las razones que provocan esa suciedad, esa rareza. Pero en Madrid, me temo, a nuestras autoridades deberíamos decirles que dejen de ensuciar, de llenarnos de cascotes. Delgado, en fin, afina y no se pregunta sólo por la violencia urbana, sino también por la violencia urbanística.

El libro me lo ha regalado M. Vive en Alcorcón, en Madrid, y me recuerda escandalizado que un mes después, –una semana después, incluso– del gran incendio avivado y avivado y avivado, no queda nada. Ni las cenizas del invento.

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En Marzo, que empieza hoy, cumplen años un montón de amigos. San Juan, ya se sabe. Cumple también un local de Madrid, que ha invitado, entre otros a Nacho Vegas a celebrarlo. Y de paso han rescatado un texto del cantante, un paseo por Madrid, un flash back por sus calles más recientes, que Manuel Delgado podría hacer propio. Una ciudad que desaparece detrás de las marcas de las tiendas, detrás de lo que vende.

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La mejor escena de Venus, la película con la que Peter O´Toole batalló hasta antes de ayer por un Oscar, ocurre en un puente, en plena calle. El hombre, el viejo, cínico actor casi marchito, empeñado en mantener una dignidad seductora, recita Shakespeare para tratar de engatusar a la adolescente de falta corta, alimentada de patatas chips y chucherías. Ella le responde con un estribillo pop. Ninguno de los dos se entiende. Pero a partir de ahí, después de cruzar el puente, empiezan a estar más cerca. Y luego el viejo actor puede que consiga lamer el cuello de la chica y ella agenciarse, pese a la grima, un hueco en la ciudad. La película, que podría haber resultado casi empalagosa, consigue ser una pieza armónica, un cruce de comedia áspera y de tragedia dulce, sobre el mantenimiento del deseo, de cualquier deseo hasta las últimas consecuencias.

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Cuando me gustan las críticas de cine, me gusta las películas.

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Sin cobertura

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