José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Parkinson y relojes

No hay que parecerse a James Bond para ser agente del Mossad. Los espías israelíes tienen que hablar idiomas, saber moverse con discreción, soportar tensiones físicas y mentales; y pensar rápido, porque, por lo visto, ser espía es un arte, no una ciencia. Hay que ser eficiente, ser capaz de adaptarse a nuevas situaciones y combinar los medios tecnológicos y los humanos. Así les buscan, dice Efraim Halevey, jefe del Mossad entre 1982 y 2002 y agente secreto durante 40 de sus 72 años. Es una entrevista de estos días, más o menos de mil quinientas palabras para hablar de la tercera guerra mundial, mezclar genios del mal, estrategias del odio y amenazas existenciales. Mil quinientas palabras y ni una sílaba que no tenga al lado el adjetivo terrorista para la población palestina, para las primeras razones, a pesar de las lecciones para «comprender la realidad y poder actuar»

El mensaje (interesado) del espía es que su guerra será eterna y por eso su oficio de guerra siempre será imprescindible. Y deja escapar una clave para entender ese mundo mental que desde el frío de los servicios de inteligencia ha contagiado toda la gestión política de la zona:
–Usted ha ordenado operaciones en la que posiblemente agentes suyos o personas inocentes (ensalada personal del entrevistador) resultaron muertas. ¿Le tembló la mano?
–Está terminantemente prohibido temblar.

Me lo quedo para un diálogo de cine.

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Decía Cortázar que lo irracional era el terreno en que más cómodo se sentía. Pues acomodémonos ahí para meternos en un mundo todavía más extraño, Mas extraño que la ficción, la historia inacabada de un hombre atrapado por un reloj, y al tiempo la historia de quien le da la cuerda. Y también la historia de alguien que necesita empaparse de realidad para intentar inventar algo y cuando lo encuentra duda y tal vez tenga que cambiarlo; y también la historia de alguien que aprende a vivir cuando tiene la muerte cerca, tan cerca que la oye, y que aprende a morir en el momento justo, porque ese es su destino natural, perfectamente diseñado para dar sentido a todo lo anterior.

Más extraño que la ficción es una película, una dulce comedia romántica entre un metódico inspector de hacienda y una abogada frustrada que encontró su personaje entre galletas. Pero como a estas alturas las comedias dulzonas no dan para mucho, -hemos visto tantas y son tan imposibles- ha habido que encajarle un punto de vista levemente amargo sobre el oficio de inventar, las técnicas, las dudas y el dolor de manejar la vida cuando se cuenta (o no poder hacerlo). Y un invento fantástico además para defendernos de los finales que el mundo tiene previsto para cada uno de nosotros: si no podemos dominar nuestras vidas, intentémoslos convencer a quién nos las cuenta. O empecemos a hacerlo nosotros mismos.

El director y el guionista ( sobre todo el guionista) se las apañan para tejer y destejer todo eso con gusto, aunque tal vez, si de finales se trata, en el el último de todos ellos les ha podido la ración de azúcar. Va en gustos. Suena a los juegos híbridos de Charlie Kauffman con la realidad, la ficción y el manejo de lo que lo que nos queda de todo eso en la cabeza (sin la amargura de Olvídate de mí, sin el delirio de Cómo ser John Malcovitch y, claro, sin la esquizofrenia de Adaptation) y a Pirandello, claro.

Pero donde de verdad se mueve es en el terreno que a Cortázar le gustaba, así que, como aperitivo o como postre, va en gustos, recordemos, porque siempre es una inspiración, una pequeña obra maestra de un minuto:

Instrucciones para dar cuerda al reloj

Julio Cortázar

Preámbulo.

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Instrucciones para dar cuerda al reloj
Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa.






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