José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Milagros

Esos ojos que todo lo devoran, esas bocas acorralando cada instante, ese asombro redondo, perfecto, esa rendición íntegra ante el portento, esa primera vez mágica.

Y, al tiempo, cómo debían mirarlos a ellos los que les habían traído las maravillas que les deslumbraban: el cine, la música que giraba en el gramófono, la alegría de los libros, las ásperas ejecuciones de Goya, los títeres de veintitrés colores por los menos, la sal yodada contra el bocio.

Los unos alcanzaron a tocar el borde del terciopelo; los otros, descubrieron de qué estaba hecho el país al que querían enseñar una pizca del tesoro. Los unos llegaron a atravesar montes andando todo el día, avisados de antemano, para saber si era verdad lo que decían que iba a llegar al pueblo; los otros habían viajado en camioneta, por encima del barro, por el filo de los riscos, cargados de cuadros, de discos, de películas mudas, de un piano, de una docena de libros, de una misión.

He paseado por la exposición de las Misiones Pedagógicas para imaginar lo que debió ser aquella aventura encabezada por Manuel Cossio, el hombre que se inventó todo el empeño, pero también por Luis Cernuda o Ramón Gaya o José de Valdelomar. Casi 7.000 pueblos y aldeas de las de entonces y seis años recibieron vistas de los misioneros, desde 1931 hasta que la guerra acabó con el experimento que la Insitución Libre de Enseñanazahabía levantado junto a la República recién proclamada.

Hay decenas de fotos y documentales, cartas, libretas, manuscritos, expedientes; y un aula rural y una camioneta; y los cuadros del Prado que copiaron Gaya y sus amigos para llevarlos a las plazas de los pueblos: los colgaban del balcón del ayuntamiento frente a los vecinos reunidos ante semejante maravilla. Y hay un par de gramófonos y un par de proyectores -Ezeiss iKon kinovox C-K 400, formato maleta, 110 V, 350W- con lo que se proyectaba La calle de la Paz, con Chaplin, claro, o un documental sobre la fabricación del caucho del que todavía se puede aprender.Y está la lista de los que participaron en la aventura y la ilusión de una generación que en plena juventud salió a conocer su propio país mientras trasladaba a sus compatriotas del campo, donde vivía la mayoría de la población y la mayoría analfabeta, esa cultura difusa -«esas ventajas y goces nobles»- que flotaba en las ciudades y que el mundo rural no había olido.

Pero, por encima de todo, lo que hay que buscar es el cruce de las dos miradas, la de que estaban y los que llegaban, ese descubrimiento doble, ese milagro que el corte salvaje de la guerra y la rencorosa represión de los años siguientes se encargó de liquidar.

En el centro de Madrid hay una máquina del tiempo y la entrada a un mundo terrible y luminoso.

1 comentario

  1. Dice ser MM

    Interesantismo, iré a verlo! Las imágenes y lo que reflejan tienen gran intensidad.Gracias!

    17 enero 2007 | 14:12

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