José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

Reina Converse

Creo que Maria Antonieta no podía ir sin sus manolos por Versalles. Y sin las converse, marca de la casa, si se alejaba de palacio y se perdía en las noches de juerga y juegos. He leído que la estela de la Maria Antonieta de Sofía Coppola es amplia, larga, y su toque trasciende. Los diseños deMilena Canonero para el vestuario y la exhuberante colección de zapatos inventados por ese señor que hace zapatos carísímos pero al parecer imprescindibles que se llama Manolo Blahnik y que se pasean por la película por todas las alfombras de la película ya están en las pasarelas y en las revistas del ramo, que se decía antes.

Galliano, Dolce & Gabbana, Oscar de la Renta y Kart Lagerfeld han estado a la que salta, como los diseñadores clones de Zara, y sus colecciones se han llenado de transparencias, sedas finas, brocados, terciopelos, cuellos altos, camisillas, hilos de oro, joyas, cinturones, collares – de eso Antonieta sabía más que muchos- y toda clase de accesorios y complementos con toque ancién règimen.

Vale. A su directora seguro que le ha encantado trascender de esa manera. Si hubiera existido el Vogue de la época Sofía hubiera sido portada, sin duda. Y gran despliegue en páginas interiores para contarnos el armario, los amigos, los cuchicheos de una reina adolescente en una jaula ajardinada. Si se trata de cine me ha interesado la decisión de hacerla, ella que puede, y toda la primera parte, el asomo de una chavalilla utilizada como caballito de troya de los intereses de su madre, de Austria, el choque con la rígida etiqueta francesa que la desnuda, la viste y la vuelve a vestir hasta encajarla en sus hormas, la puerta en escena y la cámara juvenil y su contraste con la disposición adulta del mundo; y luego mucho menos sus penurias sexuales y maternales, ya sin sorpresa, y nada o casi nada sus amores extramaritales, sus menudas juergas de adolescente en perifollo, huecas, repetidas, adobadas de spleen antes de tiempo.

Le doy una vuelta más ahora que lo escribo y si Sofìa acertó a perderse con sus personajes en el Tokio de neón y hoteles alfombrados de Lost in traslation fue, seguramente, porque Scarlett Johansen tenía enfrente a Bill Murray y sus secretos, sus miserìas, sus fracasos. Eran una pareja, un cruce, un juego de espejos. Aquí, la idea, brillante y espumosa de hacer una comedia trendy en Versalles para hablar del desasosiego femenino en un mundo de caza y poderes masculinos, se diluye con los minutos porque Kirsten Dunst y sus dientecillos no saben muy bien contra qué se rebelan y ni siquiera si tienen por qué hacerlo. Y encima enfrente no hay nadie con los secretos y la cara picada de Bill Murray, sólo un rey de cabeza hueca, un rey descabezado que no entiende el pop contemporáneo en zapatillas.Fíjate.

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