José Ángel Esteban. Señales de los rincones de la cultura. Y, por supuesto, hechos reales.

El monstruo está a este lado

Un grupo de soldados atrincherados en un puesto montañoso se dedica a perseguir rebeldes dirigido por un sádico capitán obsesionado por la tradición militar y masculina de la familia. Al destacamento llegan la mujer embarazada y la hijastra del capitán para ser atendidas por un médico y un ama de llaves que sirven a los soldados pero simpatizan con los rebeldes. La niña, superada por una realidad cruel y fatídica, se refugia en un mundo de fantasía, que al cabo no le salva de la maldad sin salida que la rodea.

Es decir, quitémosle a El laberinto del fauno el contexto de la guerra civil española. Y se puede seguir viendo. Incluso, mejora. El laberinto del fauno no es una película fantástica, o no lo es únicamente; es una tragedia, un western trágico. Sin las explícitas referencias al pan de Franco, a veces más ilustraciones o anotaciones al margen que esencia misma de la historia, la película se convierte más y mejor en una batalla entre el bien y el mal, la realidad y la fantasía, los monstruos de la imaginación y los de la vida, todo trenzado en una sola historia, la de Ofelia, la del sacrificio de una niña valiente, inocente y sabia para cumplir el destino que la espera. Hay mundos tan terribles que ni siquiera la fantasía puede derrotarlos.

A la salida del cine, echamos de menos tal vez un poco de sentido del humor que hubiera hecho más resbaladizo al villano implacable, todavía mejor personaje entonces, todavía más sugerente la película. Guillermo del Toro, que escribe, produce y dirige la historia, da mucho cine, muchas pistas de cuentos y misterios, mucha grieta para que el espectador imagine y vea en cada plano lo que la historia cuenta: la gasa para curar la boca desgarrada del capitán y que se empapa de aguardiente; el reloj que marca el tiempo de su permanente venganza, los ojos fascinados de Ofelia ante el horror verdadero.

A la salida del cine, hablamos de los mexicanos, de los directores mexicanos. De Ripstein; de Cuarón, de González Iñárritu, que llegan en nada con Hijos de los hombres y Babel; de Al otro lado, el documental de Natalia Almada sobre la frontera que acaba de ganar el Festival de Miami, o de Ignacio Martínez, que se ha atrevido con Malcon Lowry. De Reygadas, de Guillermo Arriaga, el guionista, claro.

Hace poco alguien que se dedica a pensar razones para las cosas del cine se preguntaba por qué son tan buenos los mexicanos. No las sé; para tratar de responder me conformaría con leer sus periódicos e imaginar su mundo. Un maestro mío en el periodismo decía que son los últimos españoles que quedan. Tal vez por eso el fauno se enfangue en las trincheras.

Son un verdadero ciclón.

4 comentarios

  1. Dice ser david martínez

    Creo que hay una pequeña falta de ortografía, éste con tilde es un pronombre y en el título del artículo éste lado, este no debe llevar tilde porque no es un pronombre sino que es un demostrativo. este niño, aquel hombre, esa mujer, son determinantes, acompañan al nombre, no lo sustituyen.un saludo.

    16 octubre 2006 | 10:04

  2. Dice ser Jaes

    La hubo. Y las habrá. Disculpas. Gracias, David.

    16 octubre 2006 | 10:14

  3. Dice ser MujerMadrid

    Me parece que te has extendido en comentar la película.,casi temí que la destriparas.Aqui si iré al cine. Haré una excepción, colgaré el parche pirata tras la puerta.Saludos

    16 octubre 2006 | 14:12

  4. Dice ser fan

    Que buena la niña de la peli

    16 octubre 2006 | 20:49

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