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Contra mí: el libro de la ¿escritora? Belén Esteban es uno de los más vendidos

Por Paula Arenas Martín-Abril paula_arenas

«Qué horror, esto ya es el colmo» . «No, por favor, eso no, un libro de Belén Esteban no…». «Pero ¿hasta dónde vamos a llegar?» Son reacciones inevitables en algunas personas, entre las que me incluyo, mentiría si dijera lo contrario, al saber, ver y no leer el libro de Belén Esteban: Ambiciones y reflexiones (Espasa).

Yo también lo pensé, todo lo que ha iniciado esta entrada y más, bastante más y peor y…, bueno, lo pienso. Sin embargo me ha dado por intentar cambiar de postura.

estebanbelénSí, me ha entrado una inexplicable rabia. Doble, porque por un lado resulta horrenda la idea de que Belén Esteban haya publicado un libro (y esté entre los diez más vendidos), y por otro por el motivo contrario: ¿quiénes somos para juzgar y horrorizarnos ante un hecho que es libre? A nadie le obligan a leerla o a comprarla, mucho menos a hacer cola, inmensa por cierto la del centro de Madrid, para que firme un ejemplar.

Así que me impongo cambiar el esnobismo y para ello trato de meterme en la piel de quienes sí quieren leer a Belén Esteban y sus Ambiciones y Reflexiones. ¿No hay espacio para todos? Pues desgraciadamente no lo hay, y existen muchos escritores brillantes relegados a pequeños huecos o ni siquiera, pero hace mucho tiempo que ocurre eso. No tiene la culpa Belén Esteban y tampoco quienes la leen.

¿A qué viene pues que nos alborotemos tanto algunos que presumimos de no ser elitistas (y cada vez menos)? Si estamos hartos de ver cómo se aúpa a escritores insufribles pero intocables (a ver quién se atreve a meterse con algunos supuestamente grandes nombres, y no, no me voy a pringar en esto).

En fin, que he hecho el ejercicio de llevarme la contraria, que tan bien hace Juan José Millás, y parece que ahora, al terminar, estoy bastante convencida de este ‘Contra mí’ que acabo de emitir.

¿O no?

(Comentaristas con nombre real y nunca escondidos tras falsas identidades: Espero ansiosa vuestras hermosas palabras)

 

Luis Cernuda, en el 50 aniversario de su muerte,Trending Topic…, ¿alguien da más?

Por Paula Arenas Martín-Abrilpaula_arenas

Escribir este martes 5 de noviembre Cernuda (Sevilla, 1902 – México,1963) en Twitter era sinónimo de alegría y esperanza. Sus poemas, su voz, alguna entrevista, comentarios, muchas loas se hacían con el poder de la Red y demostraban que la gente no es como a veces se quiere pensar tan tonta, tan ignorante, tan poco dada a la poesía.

Jóvenes (y no tan jóvenes, pero esto ya no parece llamar tanto la atención) retuiteando su Te quiero o ese Donde habite el olvido que tanto juego ha dado a muchos periodistas a la hora de titular con un Donde habite el… 

Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

Un placer que 50 años después, lo que habite en Twitter, no importa que no dure, haya sido Luis Cernuda, el poeta de la Generación del 27, que, lo siento por Lorca  (aunque él mismo reconoció su grandiosidad poética), era mucho más poderoso que el anterior, sólo que no murió tan joven.

cernudaTuvo sin embargo una existencia dolorosa, tanto como el nunca superado choque entre realidad y deseo, tanto como ser homosexual en tiempos (los suyos) en los que serlo era una infamia. Encontró en su poesía, reunida en La realidad y el deseo, la manera de sacarle a la vida lo que la vida le negaba.

Hizo de casi todas las barreras verso, de su dolor un himno sin disfraces, de su palabra un anticipo universal. Leer a Cernuda es leerlo a él, en carne y hueso, sin trampas ni mentiras. Es también poder explorar en la amargura, el llanto, la ira, y a su vez la brutal belleza de un hombre, uno más (muchos más llegarán) que sufrió porque su ansia, su anhelo, en fin: su deseo jamás estaría de acuerdo con la prosaica realidad.

Leer a Cernuda es sentir que uno puede darse permiso, permiso para ser y ser sin la exigencia de la sonrisa. Una huida, que diría Benedetti, de los proxenetas de la risa.

Leer a Cernuda para mí es volver a la cuesta de Moyano con mi padre, es sentarme de nuevo en aquella clase amplia llena de sillas vacías en la Universidad y escuchar la voz del profesor hablando de Cernuda, es regresar a casa de mis padres y leerlo una y otra vez, es recordar que suyos fueron los primeros versos que me atreví a escribir en una pared

No hay más que parar un momento y leer, leer el poema que ni Salinas ni Neruda ni Bécquer lograron escribir.

Te quiero

Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino;Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.

 

 

Por María J. Mateomariajesus_mateo
Ser «ausencia leve como carne de niño» y habitar «allá, allá lejos», donde solo existe el olvido. ¿Quién no ha amado y ha querido después, cuando el desamor llega con su guadaña, simplemente dejar de ser? Dormir o acabar «disuelto en la niebla»… ser tan solo levedad y transitar en una bruma donde no exista ya esta punzada que apunta al abdomen.

Es fácil reconocerse en estos versos de Luis Cernuda. Recordar cuando el verbo remite justamente a su significado etimológico: volver a pasar con el corazón (re: de nuevo y cordis: corazón) y experimentar la angustia del abandono que muchos seres humanos hemos sentido. Leo esta noche (ya hoy, recuerdo, por la mañana) los versos del poeta, de cuya muerte se cumplen estos días cincuenta años, y copio y guardo el texto para «volver a pasarlo por mi corazón» a la salida de la oficina. Cuando la noche es ya muy cerrada y la soledad, que él mismo decía, es un «inmenso abrazo», estepa, oscuridad.

Vuelvo a sus versos y vuelvo a sentirme «fantasma de la pena» y me pregunto, como en el poema, por qué vivir, amor (amores) si desaparecéis un día. Pero regreso reconfortada. Acurrucada por la «fragilidad sentimental» de sus líneas, que decía estos días Luis García Montero, satisfecha por la gracia que concede la poesía… por esa libertad de poder gritar a corazón abierto, que la noche, la vida, duelen cuando el abandono se hace explícito y «la cama es ancha» en la soledad de la madrugada.

Cierro mis ojos al fin, en esa neblina donde ya solo queda el olvido porque solo hay ya espacio para la calma. Y olvido, porque desvanezco, que en este día, esta hora, en que el «amor, ángel terrible» volvió a traicionarme, «me cansé de ser hombre (o mujer)», que dijo Pablo Neruda. Y dejé de susurrar aquel lamento de mi querido paisano Miguel Hernández: «¡cuánto penar para morirse uno!»  

Ando ya al fin lejos, lejos. Nada como recordarte, Cernuda.

La ciencia habla también: los libros no son un lujo

Por María J. Mateomariajesus_mateo
La 31ª Feria Internacional del Libro (LIBER) cerró este domingo sus puertas con optimismo, según algunos. El motivo de esta esperanza se encuentra en unas exportaciones que, además de ir en aumento y de representar un 30% del mercado total, alivian en cierta medida al sector, donde late la preocupación, por qué no decirlo, ante unas cifras de facturación del mercado interno que se escriben estos días en números rojos.

JasonEl sector del libro tuvo este año una actividad similar a la del año pasado, cuando se facturó por la venta de libros un 10,9% menos que en 2011. Una caída progresiva que se percibe especialmente en ámbitos como el del libro de bolsillo —cuyo descalabro fue superior al 24% en 2012— y que se explica rápidamente si uno piensa en los numerosos adversarios a los que debe hace frente el mercado: malas prácticas y descargas ilegales en un entorno aún resbaladizo para que el libro electrónico se convierta en el rey.

Con este panorama, reivindicar el valor de los creadores y de sus creaciones debe ser el punto de partida, creo yo. Defender su labor como principio —»defenderla del pasmo y las pesadillas de los neutrales»— aun a riesgo de llegar a ser pesados y de adquirir un tufo de sermón dominical. No podemos permanecer impasibles cuando la literatura queda relegada a planos secundarios, que decía mi compañera Paula: es necesario frenar la hemorragia de los libros.

Está claro que la época en la que los poetas tenían, a los ojos del público, aura de estrellas ya pasó. Y sin embargo, qué bueno sería que recuperaran aquel viejo estatus… porque qué necesario es el cuerpo a cuerpo en el que bien decía Roberto Bolaño que nos batimos cuando nos enfrentamos a un libro. Qué imprescindible ese duelo en el que en realidad luchamos con nosotros mismos, con nuestras sombras y nuestros anhelos, para purgar nuestros pecados, para que los libros finalmente nos bendigan, poco antes de salir de ellos, con un «podéis ir en paz».

Mentir bien la verdad, que decía Onetti. Mentirla para lograr salir de nuestra propia mente, ese cuadrilátero limitado —»Me cansa pensarme», afirmaba Miguel Delibes— en el que solo podemos ser lo que nuestros fantasmas creen que somos. Mentir la verdad para tomar distancia y ser capaces de discernirla, aunque sea a lo lejos y aunque ni siquiera nos salude ni nos mire a la cara cuando nos la encontramos por la mañana frente al espejo.

Leo estos días sobre un estudio que ha sido publicado en Science y que de nuevo viene a poner el dedo sobre las bondades de los libros. Un equipo de científicos del Nuevo Centro de Investigación Social de Nueva York ha demostrado que leer ficción contribuye al desarrollo de la empatía y de las habilidades sociales. Los investigadores han comprobado eso que ya podíamos intuir: cuando leemos ficción nos ponemos en la piel del otro y adquirimos nuevos puntos de vista.

Durante la investigación, los científicos leyeron a un grupo de voluntarios tres tipos de textos —que catalogaron como ficción literaria, ficción popular y no ficción— y los sometieron posteriormente a una serie de pruebas basadas en lo que se conoce como ‘Teoría de la mente’ y que reflejan el grado en que un individuo es capaz de percibir las emociones y pensamientos ocultos de los demás.

Así sometieron a los voluntarios a diversas pruebas, como la del ‘test de los ojos’, según la cual, los participantes deben adivinar la emoción que esconden unos individuos solo observando su mirada a través de unas fotografías. Una vez finalizados los ensayos, los científicos dedujeron que quienes había leído ‘alta literatura’, es decir, la que no trata solo de buenos y malos, eran más hábiles a la hora de penetrar en la mente de los personajes, por lo que, concluyeron, esta literatura mejora, además de la empatía, el rendimiento intelectual.

Una prueba más para seguir creyendo y defendiendo, como decía, a esas palabras que, aglutinadas y ficticias, nos hacen creer en la posibilidad de otras islas en las que aliviarnos del peso de la realidad. Otra evidencia de que los libros, como la cultura, están lejos de ser un lujo.

Letrabrick, ficciones de bajo coste y consumo rápido

Por María J. Mateomariajesus_mateo

Vas a la presentación de un libro «x» y de pronto, no sé por qué, tienes la sensación de que la cabeza te pesa el doble. Te suda la camisa al escuchar las parrafadas de esa nueva y enésima joven promesa que recita de memoria frases hechas en su casa la noche anterior. Y los vellos se te ponen un poco de punta porque ni él ni su «padrino de obra» tienen la intención de disimular un ápice lo encantados de sí mismos que están todos. Lo bien pagados de toda esa grandilocuencia en la que a menudo se construye eso que llamamos literatura.

Por eso se agradece que de tarde en tarde alguien tenga la honradez de dejar de lado tanta pompa y tanto fasto, de aligerar el tono si lo creen oportuno y de presentarse con todos —o al menos algunos— de sus defectos («Hola, me llamo Paco y tengo algo de estrabismo». ¿Por qué no?).

ucikQuedo con Luis Zaragoza y Aurora Aguilella, dos de los responsables de una nueva editorial con mucha guasa y muy buena pinta. Es primera hora de la mañana en un bar de Madrid y pedimos café pero, de repente, tengo ganas de pedirme un gin tonic. Y no porque tenga problemas con el alcohol. Sino porque el ambiente es tan distendido como debería serlo la vida misma.

Me cuentan que han montado una nueva editorial que se llama Letrabrick, un «despropósito» que hace bandera del humor más absurdo y en el que «lo importante es reírse, no participar», dice Luis, que es además autor de En los bares nunca llueve. Historias de la historia de João Siniestro, la primera novela que saca a la luz este desvergonzado sello.

Según dicen, lo que ellos hacen no llega «a la categoría de libro» porque son obras cocinadas por «un grupo de energúmenos» —como se autodefinen— que parten de un concepto nuevo que es «un poco fast food y un poco low cost«. La idea es tan rupturista, aseguran, que sus productos literarios han sido rebautizados como libricks, obras «de rápido consumo, alimenticias y necesarias para vivir» —apunta Aurora— o «libros que matan neuronas como lo hace una borrachera», sostiene Luis.

A quienes sigan teniendo dudas sobre lo que es un librick, recomiendan acudir a la primera página de En los bares nunca llueve…, donde estas novelas que son «delirios» se definen como «publicaciones de bajo coste y dudosa calidad» que se caracterizan por contar con «un aspecto decrépito, un diseño delirante, una maquetación inaudita (…), una promoción insana y unos textos que están a la altura de todo lo anterior».

João Siniestro

João Siniestro

La cuestión es, sobre todo, advertir al lector sobre lo que se le viene encima si al final cae en sus manos uno de esos libricks. Porque lo cierto es que estos amantes del junk delighting o deleite basura, el nuevo subgénero que dicen haber creado, no dejan de avisar en sus «antipromociones» al público potencial sobre el sinsentido de unas obras «cutres» aunque, eso sí, «hechas a conciencia», aseguran.

Por lo pronto, En los bares nunca llueve… es «un libro que no te va a cambiar nunca la vida», asegura Luis sin atisbo de sonrisa. «Hay quien lo ha leído y dice que incluso tiene gracia», declara este relatista relativista que no sabe si lo que ha escrito es en realidad una novela —vaya por delante la creación, por detrás la teoría de los géneros— o simplemente una historia que sirve de «excusa para contar otras cosas absurdas».

En la obra, João Siniestro, «un protagonista que apenas aparece en la historia», es un misterioso conquistador de mujeres al que el mundo le ha tratado mal y que enfrenta la vida vestido de Humphrey Bogart. Es una «parodia surrealista, absurda y corrosiva» que Luis escribió aislado en Varsovia, de la que se han dicho cosas como «tampoco está tan mal» o incluso «esto no hay por dónde cogerlo», como es posible leer en la contracubierta del volumen.

Un ejemplo más de esta declaración de «no principios» con la que juegan en las «anticampañas» de los libricks. Una «contrapublicidad» que se construye mediante presentaciones que son shows y trailers colgados en YouTube en los que buscan ampliar «su radio tóxico».

En definitiva, material no apto para espíritus graves que es a la vez expresión de que «caer en lo pretencioso es lo más aburrido del mundo porque la literatura no solo son Magdalenas de Proust», asegura este autor que considera que su biografía «no interesa a casi nadie, excepto algunos datos prácticos como que tiene carné de conducir y vehículo propio».

Antídotos para salir de la autocompasión

Por Paula Arenas paula_arenas

La vuelta al colegio. Mi cabeza está mirando desde el patio de mi hijo. Soy yo, estoy dentro y llamo a mi madre, me llamo a mí. Quiero que venga y que volvamos a la playa o a casa. Sí, con estar en casa bastaría. A salvo.

Estás proyectando, te dices, me digo. Pero no del todo. Es muy pequeño y yo, a veces, como ésta, también. Sólo un libro puede salvarme, distraerme, sacarme del patio. Él ya está dormido, y sus últimas palabras han sido: “Mañana (que será hoy cuando lo lean o incluso ayer) cuando me llaméis y encendáis la luz no voy a levantarme. ¿Qué vais a hacer?”

Leer para que no duela

Qué leer la noche antes de su vuelta al cole

Lunes. Va a ser (ya habrá sido…, pero no mientras lo escribo y en este caso importa que sea domingo y también 8 de septiembre). Malo, malo y malo, va a ser una asco. Esto es un blog de libros, y ellos son parte de mi vida, no los separo. Y eso da problemas.

La vida no es literatura. Menos divagación. Paula, haz memoria, no es momento de jugársela con una novedad, por muy segura que creas la apuesta. Y entonces, clic, Nicanor Parra, poemas, antipoemas, del poeta que acaba de cumplir 99 años y me arranca siempre una sonrisa.

Dicen (algunos lo han comentado) que leer no mata pero sale caro… Pinchen Parra y lo leen gratis. Y a quien no le guste que no se lo compre, él mismo lo ha avisado siempre: “Suban, si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por la boca”.

Me hace reír un poco. Vuelvo a él con ansiedad, estoy buscando esa manera suya de darle la vuelta a lo que para él había sido muchas y tanto tiempo la poesía: el paraíso del tonto solemne. ¿Estaré en él, Nicanor? Rozo la ñoñería, la cursilada que tanto te espanta y de la que tan bien has librado a la poesía. Ay, tu Autorretrato, tus Artefactos, tus antipoemas, tu Advertencia al lector:

Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse:
La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,
Menos aún la palabra dolor,
La palabra torcuato.
Sillas y mesas sí que figuran a granel,
¡Ataúdes!, ¡útiles de escritorio!
Lo que me llena de orgullo
Porque, a mi modo de ver, el cielo se está cayendo a pedazos.

Me da igual los premios que no te den, la verdad es que ya tenías que tenerlos todos.

Queda mucha noche y el sueño se me escapa siempre que caigo en la autocompasión y la pena, la tragedia. Me sacas de la tragedia. Te leo en el ordenador y luego cojo tus Obras completas.

Sigue quedando noche y me aterra. Necesito saltar a otro. Volver…, pero ¿quién me llevará lejos? Y busco en una de las pilas de libros que me rodean. Maldigo mi desastre, como siempre que busco y no busco. Si no sé qué estoy buscando por qué me quejo.

No quiero encender el maldito ordenador y empezar a meterme en páginas de educación y crianza y ver lo malo, lo bueno, y todo los puntos de vista encontrados que voy a encontrar (por supuesto que podría sustituir por ‘hallar’, pero no es lo mismo). Y Elizabeth Fodor, otro libro (muy recomendable cualquiera de los que dedica a la infancia) , me la sé de memoria.

Viejo, muy viejo, y con tapas blandas y polvo como para que coja una toallita del niño (se han convertido en el limpia-todo oficial), lo tengo en mis manos. Es fino y lo recuerdo, pero volverá a engancharme. Es el francés Boris Vian (1920-1953) y su primera novela (muchos se estarán acordando ahora mismo de esta obra), Escupiré sobre vuestra tumba. Lo que necesitaba. Antídoto brutal.

Tan brutal que el tiempo no le ha quitado un milímetro de virulencia. Sigue siendo un rey. Ese protagonista rubio de cuerpo tan hermoso y fuerte como el de un negro (no puedo y no debo ‘reventar’ el motivo, aunque me muera de ganas), lleno de ira y deseoso de venganza, va a hacer que mi cabeza pase de la, gracias, Parra, sonrisa a la absoluta pérdida de la noción de mí misma.

Me hace tanta falta… Siento que a él le saliera tan cara (fue condenado a pagar una buena suma y censurado) la obra (y no sólo ésta), pero al menos, sigue salvando. Me salva.

Vian, escupiremos juntos esta noche, y tu catarsis y venganza, tu manera de usar la violencia para denunciar el racismo me va a dar a mí mucho más que cualquier somnífero.

Sobre todo, porque así mañana cuando tenga que llevar a mi niño al colegio no tendré ese efecto terrible de la química y estaré mucho más que despierta. O con la ira suficiente para no dejar que la ñoñería perjudique a al que menos se lo merece. Ni una lagrimita.

Gracias, Vian.

Perdonen la temeridad de declarar algunas intenciones

Decía Flaubert que hace falta tener talento para leer bien. Porque no basta con transitar desde la distancia y en modo vertical páginas impresas o en pantalla. Leer requiere un esfuerzo, muy bien pagado por cierto, pero un esfuerzo al fin y al cabo. Es también una elección: ¿Pongo la tele o abro un libro?

Samale/ O. Ayuso

Samale/ O. Ayuso

No vamos aun así a culpar a la tele del abandono frecuente de los libros. La responsabilidad y la elección es nuestra, no es el mando el que nos lleva hasta ese “no tengo tiempo para leer”. No caeremos en ese cinismo. Por eso también hace falta talento, elegir lo requiere. Y elegir bien… no digamos. 

Aún así… huyamos del elitismo. Porque este blog —o diario de lecturas o columna o historia de otras historias— es un intento de escapada de todo el esnobismo al que sí podemos responsabilizar de que muchos se hayan quedado sin una guía que no sean «anuncios en marquesinas».

Son tantos los libros que prometen ser “el mejor de los últimos tiempos” que no es de extrañar que tantos acaben desistiendo y entonces, sí, elijan no abrir un libro más. No hablemos ya de comprarlo porque… los precios no ayudan ni tampoco tanta «publicidad equívoca».

Lo que aquí queremos es que quien abra una obra se quede sin ganas de guardar la ropa y salir de ella bien peinado. Porque la auténtica lectura requiere de conciencias autónomas, de mentes no secuestradas. De almas tendentes al órdago, dispuestas a jugarse el todo por el todo sin previo aviso ni condiciones pactadas de antemano.

La literatura es algo así, decía Bolaño, como la lucha de un samurái contra un monstruo. Uno tiene que salir a pelear mentalizado de que lo más probable es que acabe siendo derrotado. Pero es preciso codiciar el combate cuerpo a cuerpo y prenderle fuego al miedo. Querer enfangarse y atreverse a alcanzar el borde del precipicio, si lo que realmente se quiere es terminar viendo —y sintiendo— algo.

Samale / O. Ayuso

Samale / O. Ayuso

Quienes bien la practican bien lo saben: no vale andarse con remilgos. Atrincherados en el altar de sus dormitorios conocen la recompensa: han visitado ya varias veces la tierra de los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, la Ciudad Encantada de los Césares, El Dorado.

Por eso reconocen también lo que no es leer. Y saben que el asunto no va de acumular volúmenes en estanterías inertes ni de merodear como mercaderes por los círculos de la literatura oficialista.

Los lectores que aman la literatura son en su mayoría aquellos que un día decidieron poner toda la carne en el asador: aceptaron los riesgos y optaron por ver el mundo a través de esa lente de realidad aumentada que es la literatura. Algunos eligieron la evasión, el entretenimiento sin más, pero es que lograr tal fin es ya en sí, bien logrado claro está, una verdadera complicación para quien escribe. Recibir la aparente sencillez y huir del mundo es siempre fruto de una mano atenta, fuerte, con talento. Difícil saber qué es más complejo. No vamos a separarlo ni hacer aspavientos ante una novela que evada. Sí, en cambio, huiremos de lo barato y lo simple —que no lo sencillo—, la literatura de usar y tirar que tanto daño hace a otros que no ven ni verán la luz porque hay demasiados puestos ocupados.

Leer como consentimiento de las reglas de este juego que es en el fondo un acto de fe. Porque leer es creer: uno se pone en manos de sus autores y se deja mecer por sus historias. Y se imagina en otros cuerpos y en otras mentes, como habitante de mundos distintos. Se convence entonces de que la ficción puede ser un territorio mucho más potente que el tangible y de que la literatura, la metáfora, como decía Ortega, es probablemente la potencia más fértil que el hombre posee.

Conscientes de todo ello, nosotras no solo creemos que leer no mata y que su hábito hace más pequeña a la ignorancia. Sino que imaginamos la vida y la literatura como las caras de una misma moneda. De un mismo espacio que observamos como un laberinto babélico, como un universo en el que todas las combinaciones son posibles y en el que todos los libros que nos llamen la atención tienen cabida.

Buscaremos, por ello, no imponernos más limitaciones que la propia curiosidad. Y la necesidad de hablar de los títulos y autores que para nosotras tengan verdadero interés, sean de hace siglos o recién llegados. Hablaremos, y vamos ya a echarnos a la retórica, sobre lo que nos dé la gana para que este blog sea un sitio vivo y, sobre todo, libre.Malaysian children participate in "Read2008 : One Nation Reading Together" in Putrajaya