Es algo que a todo el mundo le ha ocurrido alguna vez de vacaciones: esa sensación de que, por ser turista, el precio o el servicio de un bar o restaurante es diferente del que se ofrece a los locales. Normalmente peor, se entiende.
Y en nuestra ya tradicional búsqueda de los #clavazosveraniegos nos hemos topado con un curioso caso que pone sobre la mesa este polémico tema. ¿Puede un local adaptar su oferta y servicio según el origen del cliente? No hablamos de discriminación por sexo o raza -lo cual sería denunciable, por mucho que algunos crean que lo de “reservado el derecho de admisión” vale para todo- sino de locales y visitantes.
En teoría, un establecimiento no puede tener diferentes precios según el cliente. La lista de precios es única y debe estar en un lugar visible. No obstante, es verdad que siempre hay margen para las invitaciones o diferentes dosis de generosidad a la hora de poner la tapa, por ejemplo.
¿Pero y si esta distinción entre los parroquianos de siempre y los que pasaban por allí no se hace con el precio, sino con el menú del día?
Algo así es lo que ocurrió hace ya tiempo en El Mirador de Atienza, un restaurante en la sierra de Guadalajara. Según nos explica una clienta con todo lujo de detalles, y adjuntando imágenes que acreditan su historia, el pasado mes de mayo pararon aquí para comer y, tras preguntar por el menú del día, se les aseguró que no tenían, con lo que tocó elegir a la carta.
Según esta versión, al poco tiempo llegaron otros clientes que, por la familiaridad con los camareros, parecían ser habituales. ¿Qué hay hoy de menú?, preguntaron. Y les cantaron los platos del día. Efectivamente, para ellos si hubo menú del día.