La cuarta edición de MasterChef ya tiene su flamante ganadora. A estas alturas es fácil ir de listos, pero en realidad estaba cantado que Virginia acabaría imponiéndose porque representa el prototipo perfecto del ganador de MasterChef: sufrida, con dotes de cocina popular que hay que refinar, facilidad de lágrima…
Menos suerte ha tenido nuestro favorito de la final, José Luis, que se quedó cerca pero no llegó a la última eliminatoria. No sólo nos encantaba su acento de Muchachada Nui, la capacidad de trabajo o la alegría que le ponía al asunto, sino que nos ganó su falta de cursilería. Una auténtica rareza en la televisión en general y en MasterChef en particular.
Pensándolo un poco, posiblemente se convirtió en nuestro concursante predilecto el día de la visita familiar -qué novedad, ¿eh?-, cuando frente al ambiente lacrimógeno de participantes y jurados que invitaba a pensar que hacía un par de décadas que vivían alejados de los suyos, el de Albacete mantuvo la compostura.
No habrá ganado, vale, pero su entrañable capacidad para liarse a la hora de hablar ha sido una de las mejoras cosas de este MasterChef 4 que, por otro lado, también podría resumirse con el recurrente «más de lo mismo».
No ha habido León come gamba. O tal vez sí, al menos eso es lo que nos contaba Jordi Cruz al preguntarle por el tema, señalando aquella Bomba de sangre de Aniuska que le costó la eliminación en el primer programa. Hay quienes no han dudado en definir ese plato -¿plato?- como el peor de la historia de MasterChef, pero está claro que no tuvo ni de cerca el tirón mediático del León de la anterior edición.