Durante el confinamiento descubrimos que el envío de comida a domicilio podía ser mucho más que pedir una pizza o unos platos al chino. Ante las complicadas circunstancias, restaurantes de todo tipo, también los llamados gastronómicos, se apuntaron a esta vía de negocio que, es verdad, muchos ya llevaban tiempo tanteando. Esta fue la mejor excusa para lanzarse a probarlo.
Y en este master acelerado sobre delivery que ha vivido en apenas dos meses todo el sector -críticos hablando de comida a domicilio, hace cuatro meses era impensable- hemos aprendido que, más allá de la calidad de los platos que llegan, hay muchos más factores a tener en cuenta.
Por eso nos ha parecido tan interesante la propuesta de GourMeet, una asociación de más de una veintena de restaurantes que ponen el acento en esta nueva experiencia en casa. “El cómo, importa, y quién entrega la comida a las casas, también”, aseguran. Y solo con eso ya nos han ganado.
Porque si hay algo que a estas alturas cuesta entender es el silencio de una parte de la hostelería ante el tema de las plataformas de envío. Concretamente esas que, como dicen ya varias sentencias, pretenden mantener una relación laboral ilegal con sus repartidores, considerándolos como autónomos y no como trabajadores.
Es verdad que en tiempos difíciles las reivindicaciones suelen pasar a segundo plano ante la necesidad de poder facturar para mantener el negocio a flote. Pero es que tampoco las condiciones de Glovo y compañía -con comisiones de hasta el 45% del pedido- parecen un chollo para los restaurantes.
¿Qué sentido tiene cuidar el producto, el proveedor, la cocina, el punto de cocción o incluso el tuper biodegradable en el que se sirve la comida, si luego resulta que quien lo está repartiendo está siendo explotado?