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Una tarifa social como solución a la pobreza energética

Si empezamos a ser conscientes de que el uso de energía no es un lujo, sino un bien básico que nos permite alcanzar unas condiciones de vida dignas en la sociedad actual y que como suministro esencial debería ser considerado un derecho y un servicio público; si ya conocemos las dramáticas cifras de la pobreza energética -y, previsiblemente, irán en aumento debido a la crisis económica derivada de la pandemia y a la creciente brecha social-; si conocemos las graves consecuencias para la salud y entendemos que es una injusticia social supeditar la esperanza de vida a nuestras condiciones económicas; y si, además, conocemos de antemano las causas por las que se produce la pobreza energética, solo nos queda trabajar para erradicar esas causas, porque sí, la solución existe.

El objetivo de crear una tarifa social es facilitar y garantizar el acceso de todas las personas al suministro eléctrico, si entendemos la energía como un derecho: convertir un contrato de suministro básico en una herramienta que proporcione la dignidad que todas las personas necesitamos para sentirnos plenamente integradas y participar en la sociedad como ciudadanas de pleno derecho. Se evitaría así la necesidad de engancharse de manera ilegal a la red eléctrica, ya que se puede acceder a ella en la misma forma que cualquier usuario o usuaria, sin ningún tipo de discriminación. Lograr poner punto y final a esta práctica ilegal es un beneficio para la sociedad en su conjunto, por el grave peligro que supone para todos y todas y porque permite también acabar con la estigmatización de quienes son más vulnerables.

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Es necesario que actuemos cuanto antes y nos movilicemos en este sentido, favoreciendo y facilitando que el acceso a un suministro esencial, como es el eléctrico, sea equitativo (que no igual) para todas las personas. Si un vector de la pobreza energética es el alto precio de la energía, deberíamos actuar en este sentido. El bono social, que es la única herramienta pública de apoyo a los más vulnerables no es más que un mecanismo de descuento fijo, del 25% o del 40%, en el mejor de los casos. Una tarificación accesible para todas las personas garantizaría un consumo mínimo para unas condiciones de vida dignas y materializaría, de manera efectiva, el derecho a la energía. La necesaria reestructuración del sistema eléctrico para adecuarlo a la transición energética nos brinda una oportunidad única para introducir una tarifa social que nos permita reducir la creciente desigualdad de la población.

El concepto de bono social en sí mismo es una medida asistencialista y estigmatizante. Se aplica según unos mínimos niveles de renta y sobre una factura cuyos conceptos, opacos por un sinfín de regulaciones, ni siquiera están optimizados. No es ni será una solución, sino solo un mecanismo que sirve de justificación a la administración pública para acreditar que se está actuando frente al problema, pero con graves carencias que se irán parcheando de manera puntual. El concepto de tarifa social, por el contrario es inclusivo e integrador.

Una de las mayores deficiencias que encontramos en el mecanismo del bono social es precisamente su dificultad de acceso. El bono social no puede aplicarse de forma automática, sino que ha de ser solicitado por los propios afectados, precisamente por aquellas personas que tienen mayores dificultades a la hora de realizar trámites burocráticos y/o administrativos y a quienes la información les llega también con más dificultad. Como ejemplo, en el año 2017, antes de la modificación de las condiciones del bono social, el número de beneficiarios era de 2.336.185 hogares (puntos de suministro); en agosto de 2020 habían pasado a ser 1.305.019. Un mes después, en septiembre de 2020, finalizó la prórroga automática del bono social, una de las medidas aprobadas por el Gobierno dentro del llamado “escudo social” en el contexto de la pandemia. Ese mes el número de beneficiarios del bono social se redujo en 146.477 personas y la cifra continuó disminuyendo, de manera que en diciembre de 2020 llegó hasta 1.099.183 personas beneficiarias, lo que significa que han desaparecido otros 69.359 beneficiarios. Es decir, con el fin de la prórroga automática, de septiembre  a diciembre de 2020, en tan solo 4 meses, 215.836 beneficiarios del bono social no lo han prorrogado y no conocemos la causa. ¿Puede ser que la recuperación económica haya afectado a estos hogares? No podemos saberlo porque aún no hay una “explicación oficial” sobre los motivos de esta reducción.

Pero es más, si el bono social beneficia a 1.099.183 familias (puntos de suministro) según los últimos datos, ¿cubre esta cifra a todas las personas vulnerables de nuestro país? Sabemos que no. Y muchas son las causas por las que este descuento ni llega a todas y a todos ni soluciona el problema de raíz. Veamos por qué:

  • No contempla las necesidades de todas las personas, precisamente por esa burocracia que deja fuera a muchas personas, como, por ejemplo, a las personas que por su nivel de renta no están obligadas a presentar declaración, a quienes carecen de justificación de su renta, a quienes están en situación irregular, etc., por lo que se vuelven invisibles para la administración pública, pero existen y requieren una facilitación.
  • No es apoyada desde el sector privado a causa del esfuerzo del sector eléctrico por trasladar a las y los consumidores desde la tarifa regulada PVPC (Precio Voluntario al Pequeño Consumidor) al mercado liberalizado, con ofertas, en la mayoría de los casos, engañosas. Esto provoca que posteriormente no puedan acogerse al bono social y acaben sufriendo incrementos en la factura respecto a la tarifa PVPC.
  • La exclusión social no solo perjudica a quienes la padecen, sino que repercute en toda la sociedad en general. No actuar para erradicar estas afecciones, entre ellas, la pobreza energética, perjudica por muy diferentes vertientes al gasto público.
  • No soluciona el problema porque simplemente es una ayuda económica que no resuelve la situación de precariedad de los usuarios y usuarias, porque ni implementa medidas que ayuden a usar de la forma más eficiente los recursos ni optimiza las facturas.

Por eso, no solo consideramos necesaria la reestructuración del sistema eléctrico y del sistema tarifario, sino también la eliminación o transformación del concepto actual del bono social para introducir una nueva tarifa social que permita el acceso al suministro energético necesario para garantizar unas condiciones básicas para una vida digna y saludable a todas las personas, sin que el nivel de renta sea un condicionante para ello.

Sol y bombilla

Además, debemos tener en cuenta que la implantación de esta tarifa social no sería suficiente si las viviendas siguen siendo un sumidero por el que se va nuestra energía y nuestro dinero a cada instante, debido a un mal acondicionamiento. Por ese motivo, las distintas administraciones públicas deberán establecer conjuntamente programas de rehabilitación preferente a las viviendas con esta tarifa social contratada.

Y, por supuesto, para que esta tarifa social pueda ser aplicable de manera efectiva, hay que actuar sobre el sistema eléctrico:

  • Modificando el sistema marginalista de fijación de precios del mercado mayorista de electricidad, porque no resulta eficiente debido al mix tan diverso de producción que hay en España y para evitar que las empresas, verticalmente integradas, puedan actuar manipulando la oferta y la demanda de sus centrales de producción en beneficio propio. Es imprescindible una actuación eficaz de los mecanismos de supervisión y control existentes en la CNMC que impidan manipulaciones de precios.
  • Por sentido de equidad, trasladando algunas de las partidas de los peajes de acceso (cargos) a los Presupuestos Generales del Estado, principalmente, aquellos conceptos que se consideran “medidas políticas”, para que no se apliquen de forma alícuota a consumidores y consumidoras, sino en relación a la renta.

Muchas vidas dependen de cómo entendamos la energía como sociedad. Es momento de actuar.

Por Maitane Arri y  Soledad Montero – Área de energía de Ecologistas en Acción y miembro de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético Soledad Montero

El reto de la pobreza energética: causas, situación y soluciones

La Semana Europea de la pobreza energética conmemora la tercera y última de las oleadas de frío extremo que en 1956 sufrió Europa, convirtiendo ese invierno en el más duro desde que existen registros.

El documento “Estrategia Nacional contra la pobreza energética 2019 – 2024”, aprobado por el Consejo de Ministros en abril de 2019 es, por fin, un reconocimiento “oficial” del problema y esperamos que una herramienta para combatirla.

En él se reconoce que –el objetivo de la política energética es conseguir un nuevo modelo energético sostenible y totalmente descarbonizado, dirigido al consumidor y en el que se configure el acceso a la energía como un derecho del ciudadano. La estrategia integra las políticas públicas necesarias para garantizar el ejercicio efectivo de ese derecho de todos los ciudadanos a la energía-, haciendo referencia a que el objetivo nº 7 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), es – asegurar el acceso a energías asequibles, fiables, sostenibles y modernas para todos-. Y no sólo eso, sino que para no dejar a nadie atrás, se señalan otras metas de los ODS, como son:

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La energía como derecho

Escribo hoy de nuevo en este blog transcurridos dos años desde que inauguramos este espacio de opinión y reflexión abierto. Nuestro objetivo era, y es, reclamar el acceso universal a la energía como derecho, objetivo que recientemente ha visto colmadas algunas de sus demandas que, aunque insuficientes, marcan el camino hacia un modelo energético más sostenible y abierto.

La pobreza energética en nuestro país afecta a 4,6 millones de personas. Es un grave problema que se ha generado tanto por el continuo ascenso del precio de la electricidad, que en los últimos 10 años ha subido un 46%, como por la pérdida de renta a disposición de las familias, que en el mismo periodo ha bajado un 4,3%. Esta situación refleja que en España el acceso a la energía no se ha regulado como el acceso a un bien básico, universal, limitado y costoso, con un impacto directo en la calidad de vida, el medio ambiente, tal y como defendemos desde la Fundación Renovables, sino como una commodity más que forma parte del gran negocio empresarial que es la energía.

Adicionalmente a la existencia del problema de acceso, que ya de por si debería ser la prioridad de cualquier gobierno, hay que sumar los impactos económicos y sociales derivados del Cambio Climático cuyo origen está directamente relacionado con el modelo energético actual basado en combustibles fósiles no renovables. La energía está determinando el futuro de los países y de sus relaciones de competencia económica y tecnológica como principal factor de competitividad y también su compromiso con la conservación del planeta, que lleva implícito un cambio en el modelo económico actualmente en vigor por otro  más descarbonizado, desenergizado y desmaterializado.

En España el acceso a la energía no se ha regulado como el acceso a un bien básico, universal, limitado y costoso, con un impacto directo en la calidad de vida, el medio ambiente, tal y como defendemos desde la Fundación Renovables

Las fuentes renovables constituyen el único marco viable de estrategia energética a largo plazo en el que la solidaridad intergeneracional demanda no derivar los problemas de seguridad de suministro, de contaminación ambiental, de residuos radiactivos y riesgos nucleares a las futuras generaciones. Son la solución a la pobreza, a lo altos precios, a la contaminación, al Cambio Climático, a la disponibilidad de estructuras de mercado transparentes y centradas en el consumidor que deben guiar nuestra apuesta energética de presente y futuro.

Nuestras peticiones a lo largo de estos dos últimos años han empezado a verse reconocidas con el DL 15/2018 de 5 de octubre que se aprobó en el pasado Consejo de Ministros en el que recuperamos, como consumidores, el derecho de poder elegir como queremos cubrir nuestras necesidades energéticas y la posibilidad real de ganar la autonomía que nunca el sistema actual nos ha reconocido.

El autoconsumo, sobre todo compartido, no solo contribuye a una mayor penetración de renovables sino que lo hace con un carácter más democrático y transparente al poner a la persona en el centro del modelo energético

Indudablemente el autoconsumo, sobre todo compartido, no solo contribuye a una mayor penetración de renovables sino que lo hace con un carácter más democrático y transparente al poner a la persona en el centro del modelo energético. Por eso, en la Fundación Renovables aplaudimos la propuesta sobre autoconsumo que el Gobierno ha incluido en el Decreto Ley y esperamos que el Congreso convalide las medidas que recoge y que su desarrollo normativo y su aplicación satisfagan las esperanzas que su aprobación ha despertado.

En nuestro caso, esto pasa por facilitar la realización de contratos de compra-venta de energía entre particulares, la fijación de peajes por uso de la red transparentes y directamente relacionados con el servicio recibido, la posibilidad de instalar sistemas de almacenamiento como elemento básico para la gestión de la demanda, la monetización de todos los flujos de energía de forma clara y transparente, el acceso a los contadores en tiempo real….

Junto a la eliminación del “Impuesto al Sol” y de las trabas administrativas y jurídicas además del impulso del autoconsumo compartido, el Decreto Ley ha consolidado el avance y ampliación del bono social, tanto en plazos como en situaciones recogidas así como proponiendo un bono social para la calefacción. No cabe duda que aunque, de forma insuficiente, se están dando los primeros pasos para la creación de una Renta Básica Energética.

Desde la Fundación Renovables reclamamos la necesidad de la creación de una tarifa social amplia que considere las características específicas familiares, sin incluir un tramo fijo, con una potencia contratada básica suficiente en función del tamaño familiar y un consumo mínimo de energía a precio reducido así como la exención o reducción del IVA aplicable. También defendemos la necesidad de otras medidas que consideramos imprescindibles para luchar contra la pobreza energética como son la rehabilitación de 250.000 viviendas/año bajo una configuración de actuación que no exija recursos a quien no los tiene y la consideración de la cobertura de energía eléctrica como un servicio público de los ayuntamientos.

El Decreto Ley nos permitirá avanzar en la recuperación de la “Energía como Derecho” pero quedan muchas asignaturas pendientes que no se han tratado, como es la implantación de una fiscalidad activa que favorezca el cambio de un modelo energético no sostenible a otro que sí lo sea o algunas que se han tratado tímidamente como son las medidas para reducción del precio de la electricidad, cuyo único esfuerzo aprobado recae en la modificación de impuestos y tasas sin entrar de forma decidida en una reforma profunda que permita fijar los precios de forma transparente y consecuente al valor del servicio prestado.

Hemos recuperado derechos perdidos que desde este blog llevamos reclamando desde su creación y que dan título al mismo pero no podemos dejar de pensar que a este pequeño paso le queda una gran camino que recorrer tanto para lograr que la energía sea un bien común como para reducir la hipoteca que estamos dejando a las generaciones venideras.

Fernando Ferrando – Presidente de la Fundación Renovables