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Contadores inteligentes para unos… tontos para otros

Por Mariano Sidrach de Cardona – Catedrático de la Universidad de Málaga

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Necesitamos cambiar nuestra forma de consumir energía. Nadie a estas alturas niega la responsabilidad de cómo producimos y consumimos energía en problemas tan serios e importantes como el cambio climático y la contaminación del aire que respiramos. Problemas cuya solución necesita de un cambio de actitud y de mentalidad de todos nosotros. Tenemos que empezar a consumir menos y a consumir mejor, es decir, tenemos que priorizar el ahorro y la eficiencia energética, para hacer posible el cambio al uso masivo de las energías renovables para nuestro abastecimiento energético.

Las claves para conseguir la concienciación ciudadana necesaria para poner en marcha este cambio de modelo energético son la educación y la información. Es difícil cambiar aquello que no conocemos o de lo que no disponemos de información suficiente.

Vivimos en la era de las tecnologías de la información y de la comunicación. Disponemos de forma inmediata de acceso a gran cantidad de información, podemos conocer en tiempo real casi cualquier cosa imaginable, el tiempo, la producción de energía, la contaminación del aire en muchas ciudades, etc… tenemos aplicaciones en nuestros dispositivos móviles capaces de acceder a cualquier tipo de información.

¿Cómo es posible que no podamos conocer en tiempo real el consumo energético de nuestra vivienda?

Se venden en el mercado infinidad de dispositivos que podemos acoplar en nuestras líneas eléctricas para conocer el consumo eléctrico, y cualquier estudiante de informática puede, a partir de plataformas abiertas, programar de forma más o menos sencilla un medidor doméstico de energía. Sin embargo, no tenemos acceso directo y en tiempo real a los datos de nuestro contador de energía eléctrica.

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Un Brexit negacionista

Por Hugo Morán – Ex diputado

brexit-1497067_640Aún queda mucho por escribir respecto a la decisión mayoritaria de los súbditos de Su Graciosa Majestad –por los pelos, pero mayoritaria, al fin y al cabo– de abandonar la casa común europea en la que convivían con todos nosotros. A regañadientes y de aquella manera, pero después de todo convivíamos.

Cierto que prácticamente todos los análisis argumentados hasta ahora se han centrado básicamente en las consecuencias económicas del Brexit: afectación a las primas de riesgo y al crecimiento, equilibrios presupuestarios, financiación y reprogramación de fondos europeos, movimientos en inversiones y posibles deslocalizaciones empresariales, nuevos marcos fiscales…; en las sociales: la situación en que quedan los ciudadanos europeos que viven y trabajan en el Reino Unido, la de los británicos que residen y votan en municipios españoles, las restricciones fronterizas frente al fenómeno de la inmigración…; y en las geopolíticas: el futuro incierto de la Unión Europea, el posible contagio a otros países como el caso de Holanda, las discrepancias territoriales internas en el caso de Escocia, Irlanda del Norte, Londres o Gibraltar, la relación con terceros países…

Pero poco hemos leído al respecto desde el punto de vista medioambiental, por no decir casi nada, salvo honrosas y acrisoladas opiniones, como por ejemplo la de David Attenborough, junto con la de las organizaciones ecologistas, advirtiendo del riesgo que supone para la conservación de la naturaleza en el Reino Unido el perder el paraguas de las directivas ambientales, recogidas en algunos medios especialmente sensibles en la materia.

Frente al análisis inicial de destacadas personalidades, como es el caso de Christiana Figueres, o la carta abierta del propio embajador del Reino Unido en España, Simon Manley, intentando dejar sentado que el nuevo Gobierno Británico no modificaría ni un ápice su compromiso en la lucha contra el cambio climático en este nuevo escenario, la tozuda realidad ha terminado por imponerse. Y es que durante toda la campaña que precedió al Brexit, si en algo destacaron los más visibles líderes que hicieron campaña en favor del mismo es en sus posiciones marcadamente anti-ambientales, hasta tal punto que buena parte de ellos han mantenido históricamente tesis indisimuladamente negacionistas en relación con el cambio climático.

De esta forma, hemos podido comprobar como entre las primeras decisiones de la nueva primera ministra británica Theresa May ha estado la supresión del Ministerio de Cambio Climático, pese a que el Reino Unido había sido uno de los primeros países en contar con una ley pionera y específica en la materia, o que entre los primeros nombramientos aparezca el de Andrea Leadsom como secretaria de Medio Ambiente, cuando ha sido una de las voces que se ha destacado como “climaescéptica”.

Las consecuencias en el campo de la energía no se demorarán largo tiempo. Desaparecido el problema del cambio climático en el Reino Unido merced a la “benéfica” decisión del Brexit, desaparecen también las urgencias de transitar hacia un patrón económico neutro en emisiones en aquel país, lo que conllevará una revisión estratégica de las empresas concernidas para acomodarse al nuevo escenario político y no se nos escapa que las hay que desarrollan su actividad más allá de sus fronteras y más acá de las nuestras.

Confiemos en que no se cumpla la sentencia de que todo aquello que va mal es susceptible de empeorar. Me refiero al resultado que vayan a arrojar las elecciones presidenciales en los Estados Unidos.

El “brexit energético” del señor Nadal

Por Domingo Jiménez Beltrán – Presidente de la Fundación Renovables

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Acabo de volver de un corto viaje de trabajo a Londres para una reunión, habitual estos días, del patronato de un Instituto Ambiental para tratar el tema de qué hacer ante el escenario del abandono del Reino Unido de la Unión Europea. El panorama no puede ser mas desafiante e interesante en cuanto a lo que hay que evitar o promover si queremos que un estado, un país, progrese y lo haga de manera sostenible, democrática y cohesiva.

Lo más sorprendente es que incluso gran parte de los que querían salir están en general sorprendidos y preocupados. Parece como si el referéndum hubiera sido más una apuesta de casino en la que lo que se jugaba era ganar o perder lo puesto, es decir, tener razón o no, sin pensar en que lo que venía a continuación ya no era un juego. La prueba de que muchos votantes no sabían de qué iba el tema es que al día siguiente del referéndum la pregunta más hecha según Google fue ¿Qué es la Unión Europea?, es decir, que muchos británicos habían votado salir sin saber lo que significaba.

Según las explicaciones que he escuchado, esto obedecería a la situación de auto complacencia o pasividad con la que los ciudadanos vivimos, al parecer, la realidad de la UE. Esta situación no es ajena a algo generalizado y de aplicación a todos los europeos como es la falta de una información pública más continuada, relevante y atractiva por parte de las instituciones europeas, en particular de la Comisión y de los Estados miembros, que parecen participar en el hoy clave debate europeo como en un juego solo apto para políticos y para los lobbies económicos que en Bruselas tienen más presencia casi que las propias instituciones.

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Bando: ¡queda proclamada la transición energética!

Hugo Morán  – ExdiputadoHugoMoranFernandez

El proceso se repite invariablemente vinculado a acontecimientos relevantes que afectan al discurrir de la historia. En situaciones de conflicto y, ante un vacío de poder al frente de la gobernación de un país, se desencadenan reacciones de alcance local que terminan por convertirse en el germen de auténticas revoluciones. Ejemplos hay para todos los gustos, baste recordar los de ayuntamientos sublevados contra la invasión napoleónica, o los que adelantaron en su momento la proclamación de la República; episodios épicos de este tenor salpican la narrativa de cada país para orgullo de sus lugareños.

Niña junto a molinos eólicos

En un sentido figurado (o quizás no) hace tiempo que España semeja adolecer de un clamoroso vacío de poder en lo que toca a la gobernación de la política energética y tal parece que vengamos asistiendo a una abdicación de facto por parte del Estado en beneficio de terceros, a los cuales nadie ha encomendado una tarea que no puede ser ajena al conjunto de las decisiones democráticas. Tan es así, que buena parte de la ciudadanía asume que desde el Ministerio del ramo priman otros intereses distintos del general a la hora de tomar decisiones que afectan (¡y vaya cómo!) a hogares, negocios, industrias y actividades de toda índole.

Y en medio de este aparente estado de omisión surge, a modo de puente del antiguo a un nuevo régimen, un concepto que acaba haciendo fortuna: la transición energética. Vemos como esta suerte de mudanza se ha convertido en eje central de la acción de algunos países a los cuales venimos considerando como potencias a emular: Alemania, Francia, Reino Unido… Algunos otros ya se habían puesto manos a la obra en la misma dirección antes incluso de que la revolución hubiese sido bautizada. El común denominador en todos estos casos ha venido siendo el del amplio consenso y el objetivo en el corto plazo el de que no generase efectos traumáticos indeseados.

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