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El gran potencial de los recursos naturales que permite democratizar la energía

Pese al bonito escaparate que están pintando las eléctricas tradicionales en la COP25 y en los medios de comunicación a base de talonario, se está pasando de puntillas por un tema clave y que todo el mundo debe tener en mente: el enorme potencial que tiene la energía solar y la eólica, ya sea onshore u offshore. No cabe duda, y se recoge en múltiples informes, que la potencia de generación instalada de dichas energías no ha parado de crecer a nivel global en la última década, contando ya con 1.097 GW de potencia instalada, de los que 505 GW son de fotovoltaica y 592 GW de eólica. Esta tendencia es muy positiva, e incluso aumentarán todavía más (el doble entre 2019 y 2024, unos 1200 GW), pero el ritmo de crecimiento sigue sin ser el adecuado al encontrarnos en estado de emergencia climática.

Los países que se comprometieron a cumplir los objetivos de reducción de emisiones establecidos por el Acuerdo de París han ido dando palos de ciego. Los objetivos a 2020 no se han cumplido ni se les espera a 2030, con países exiguos de ambición e incluso desaparecidos en la COP que está teniendo lugar en Madrid (China, USA, India, Rusia…).

De hecho, a nivel global las emisiones de CO2 crecieron un 2,1% en 2018 y se espera que este 2019 cierre con un máximo histórico al aumentar, desgraciadamente, un 0,6%. Por este motivo, ya no se trata de transitar, sino de cambiar la “energía” del sistema económico para poder sobrevivir. Para ello necesitamos subvertir el modelo energético de forma drástica y alcanzar el objetivo de cero emisiones en 2050, además de cambiar la forma en la que nos relacionamos con la energía.

No es un secreto que el sector energético se está intentando desvincular de la industria de los combustibles fósiles tanto en la UE como en China. La intención, por grande que sea, no es un reflejo actual de la realidad, la mayoría de los ciudadanos no quieren perder su “estado de bienestar” y las empresas no quieren disminuir la rentabilidad de sus activos de hidrocarburos. Una muestra clara es que la generación de electricidad supuso el pasado año un total del 28% de las emisiones de CO2, suponiendo alrededor de 33,1 Gt de un total de las 55,3 Gt emitidas. El reloj del planeta se está quedando, siendo positivo, sin tiempo.

La inacción ya no es una opción, solo tenemos que aprovechar, más y mejor, los recursos naturales que ya disponemos. Un ejemplo claro es el Sol, el cual emite a la Tierra, en forma de radiación solar, 470 exajulios de energía cada 88 minutos, lo que equivale, nada más y nada menos, al consumo que realiza la humanidad durante un año. En un supuesto de que fuésemos capaces de almacenar la décima parte del 1% de la energía solar que recibimos, obtendríamos seis veces más energía que la que actualmente mueve nuestra economía a nivel global (130.566 TWh). Esta característica de omnipresencia que posee la radiación solar no la tiene en exclusiva, el viento sopla en todas partes aun a pesar de una frecuencia variable.

En este sentido, un estudio de la Universidad de Standford sobre la capacidad eólica global obtuvo como resultado de que, si el 20% de la energía eólica disponible en mundo pudiera almacenarse, se podría multiplicar por siete el consumo eléctrico actual, un dato que no debe caer en el olvido.

Si unimos este hecho a la evidente y enorme potencia de la eólica offshore en la actualidad, la cual podría llegar a generar 420.000 TWh/año a nivel global (18 veces la demanda actual), y al potencial de la energía solar; no existen dudas de cuál es el camino a impulsar si queremos descarbonizar la economía.

Son datos más que evidentes ya que centran los diálogos y los estímulos operativos de cambio dentro de los diferentes sectores sociales, empresariales y políticos. Los Estados que intenten proseguir por la senda del uso de los combustibles fósiles llegarán a un destino, si lo alcanzan, en el que los activos de explotación, transporte y distribución hayan quedado obsoletos y perdido su rentabilidad. Sin embargo, si se toma a tiempo el camino lógico y rentable de potenciar las renovables para descarbonizar la economía en 2050, un Estado puede cumplir los objetivos de reducción de emisiones con un coste marginal de producción energética cercano a cero. A nivel empresarial y estatal, una decisión coherente.

Las compañías eléctricas de “toda la vida”, aun consumiendo gas y carbón, ya lo han asumido, entendido e incorporado a su vorágine de marketing. Por mucho que nos intenten vender su energía “verde”, no es la manera en la que tenemos que mirar al futuro, los grandes causantes del problema no deben ser la solución. No queremos que nos vendan la solución. En la senda de la descarbonización debemos modificar el sistema de gestión para alcanzar el máximo potencial, apoyándonos en el autoconsumo, los sistemas de almacenamiento conjuntamente con las tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC).

Este desarrollo tecnológico y el gran potencial de las fuentes de energía renovable permitirán una “democratización” del sistema eléctrico mediante una correcta gestión de la demanda, la generación distribuida y la integración del potencial renovable; como proponemos en el último informe de la Fundación Renovables. El consumidor debe dejar de ser un rehén del sistema, actuando ahora como productor, gestor y usuario de energía, considerando a esta como un derecho innato y no como un vector económico. El Sol y el viento nos permitirán alcanzar los objetivos del Acuerdo de París si los estados quieren apretar el acelerador con políticas y compromisos más ambiciosos, pero no a cualquier precio. El sistema energético distribuido de manera horizontal y renovable es el único futuro posible si queremos sobrevivir como especie. Pónganse a trabajar, ya ha comenzado la cuenta atrás.

Ismael Morales – Departamento de Comunicación de Fundación Renovables