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Una ciudad sostenible es posible: Copenhague, Málaga y Barcelona lo demuestran

Por Fundación Renovables

Bicicleta

Expertos de diferentes áreas relacionadas con el ámbito energético se dieron cita el pasado 26 de mayo en la Jornada “Ciudades sostenibles, ciudades con futuro” organizada por la Fundación Renovables, con la colaboración de ANPIER, para exponer a responsables municipales una hoja de ruta sobre cómo transformar las ciudades, principales focos de emisiones, en entornos más habitables y sostenibles.

Una cita en la que no solo se explicó cómo y por qué los espacios urbanos deben encaminarse necesariamente hacia un futuro libre de emisiones sino en la que los representantes de ciudades que ya se han erigido pioneras en el escenario del cambio, demostraron, a través de sus experiencias particulares, que además esta transformación es posible.

Es el caso de Copenhague, que se ha propuesto convertirse en la primera ciudad del mundo neutral en carbono en el año 2025, “un objetivo ambicioso pero factible” tal y como señala Mikkel Larsen, Agregado de Comunicación del Departamento Político de la Embajada de Dinamarca en España. Para lograrlo la capital danesa ha basado sus políticas en tres pilares: una apuesta decidida por las energías renovables; una mayor eficiencia energética y reducción del consumo de energía y, por último, una movilidad que destierre el uso de los combustibles fósiles. Todo ello, acompañado de planes de resiliencia al cambio climático, lo que repercute en una mejor vida de la ciudadanía.

Pero no es necesario salir de España para encontrar ejemplos de ciudades que ya dirigen sus actuaciones a impulsar la transición energética. Prueba de ello es la ciudad de Málaga donde, según explica Jaime Briales, del Área de Innovación y Nuevas Tecnologías del Ayuntamiento de la ciudad, en tal solo seis años se han registrado unos ahorros energéticos por encima del 20% así como una reducción de las emisiones del 18%.

También Barcelona, que tradicionalmente ha ejercido un liderazgo a la hora de poner en marcha políticas medioambientales transformadoras, ha querido ahora dar un nuevo impulso a sus políticas, como explica Janet Sanz, Tenienta de alcaldía de Ecología, Urbanismo y Movilidad de la Ciudad Condal, y situar en el centro de las mismas el “derecho a la ciudad” en el que la sostenibilidad y el cambio climático son ejes fundamentales a la hora de combatir la desigualdad social y conseguir una ciudad sostenible, socialmente responsable e inclusiva.

La ciudad de Madrid estuvo igualmente presente en la Jornada. Para Inés Sabanés, Delegada del Área de Gobierno de Medioambiente y Movilidad del Ayuntamiento de la ciudad, el momento de llevar a cabo la transición energética en las ciudades ha llegado ya que actualmente existe entre los ciudadanos una comprensión global y una percepción colectiva de la necesidad de llevar a cabo un cambio. Sabanés tomó también como una «muy buena noticia» el Manifiesto de la Fundación Renovables en el que se reclama un Madrid emisiones cero.

En el siguiente vídeo puedes ver las intervenciones completas de Mikkel Larsen, Jaime Briales y Janet Sanz en la Jornada.

Los círculos de la historia: Hacia un nuevo modelo de ciudad

Por Mariano Sidrach – Catedrático de la Universidad de Málaga

 

Puerta del Sol tras su reforma (1885)

Puerta del Sol tras su reforma (1885)

Recuerdo una infancia en Madrid, donde el tranvía y el metro eran mis medios de transporte. Es más, recuerdo cuando en la calle José del Hierro se instalaron las vías para la línea 48 que nos llevaba a Diego de León.

Aquellos tranvías que habían empezado a funcionar en Madrid en 1879 con tracción de vapor y que fueron electrificados en 1899, dejaron de funcionar definitivamente en Madrid en junio de 1972. Por cierto, también desaparecieron los trolebuses, antepasado ilustre del autobús eléctrico, eso sí, sin acumulación y que aprovechaba la líneas eléctricas aéreas para alimentarse, como hacían los tranvías.

Lo mismo ocurrió en muchas ciudades españolas. En Málaga, ciudad en la que ahora vivo, en el año 1923 funcionaban 6 líneas de tranvías con 37 unidades que dejaron de funcionar definitivamente en 1961. En todas las ciudades este transporte público fue sustituido por autobuses a motor. Los motores de combustión representaban en aquella época la innovación y el progreso tecnológico, que la sociedad abrazó gustosamente.

De esta forma, los automóviles invadieron las ciudades de modo masivo en la década de 1960, y se han adueñado de ellas, cada vez más, hasta hoy. Durante todos estos años, nuestras ciudades se han configurado a forma y capricho del automóvil, cuya poderosa industria, apoyada en perfecta simbiosis por la industria del petróleo ha influido y de qué manera, para que la configuración de la ciudad diera prioridad absoluta al rey coche y haciendo creer a los ciudadanos que su libertad aumentaba con el supuesto nuevo derecho a tener un automóvil, ir a cualquier sitio a cualquier hora, aparcarlo en cualquier lugar, contaminar el aire y disfrutar así de “esa sensación de libertad” que tan bien nos vende la industria del automóvil. Una configuración que provoca ruido, contaminación y usurpa espacios comunes a la ciudadanía. Un modelo y una forma de comportarse que todos hemos aceptado como bueno y por el que estamos pagando un alto precio.

Tenemos la responsabilidad de programar el futuro y mejorar así la calidad de vida de nuestras ciudades. Si no lo hacemos, alguien lo hará por nosotros. Las grandes empresas, corporaciones industriales e intereses económicos trabajan también para programar el futuro, pero con un objetivo bien distinto, garantizar sus inversiones y beneficios.  ¿O alguien piensa que la configuración actual de las ciudades es casual?

De forma que nos tenemos que preguntar sobre qué medidas tomar para mejorar la calidad de nuestro aire y hacer de las ciudades un lugar más saludable para vivir, cómo configurar ciudades para satisfacer nuestras necesidades básicas, encontrar bienes públicos esenciales y hacerlo con menores costes energéticos, respetando el medioambiente y, en definitiva, produciendo una huella ecológica más pequeña.

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