Archivo de la categoría ‘Cambio climático’

El gas fósil no es limpio

Yo comprendo que las empresas de Oil & Gas quieran vender gas. Gas natural, ya sea comprimido (GNC) o licuado (GNL), y gas licuado de petróleo (GLP). Por otro lado, también comprendo que los fabricantes de coches que cogieron el atajo del gas porque consideran que favorece una movilidad sin emisiones, quieran vender los coches a gas que se amontonan en sus concesionarios.

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¿Malgastar dinero público para comprar coches contaminantes?

En la Unión Europea, y también en España, se han alzado en las últimas semanas numerosas voces del mundo de la empresa, de la ciencia, de la cultura, de la política y de la sociedad civil para reclamar que la salida de la crisis del Covid-19 se base en una recuperación económica verde y limpia, que ponga el Pacto Verde Europeo, el Acuerdo de París y la Agenda 2030 de las Naciones Unidas como pilares de un futuro sostenible, competitivo e innovador que permita hacer frente, de forma inteligente y eficaz, a la emergencia climática.

Ante la necesidad de reactivar una economía maltrecha por el coronavirus, la Unión Europea y muchos gobiernos nacionales están planteándose poner en marcha importantes paquetes de medidas de ayuda pública para estimular el mercado. El problema subyace en que, a causa de las fuertes presiones de ciertos lobbies industriales, los gobiernos hagan un uso ineficaz e irresponsable del dinero de los ciudadanos destinándolo a tecnologías contaminantes y peligrosas para la salud pública y el medio ambiente.

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Gobernabilidad global para alcanzar la sostenibilidad global

En anteriores artículos, publicados en este blog la semana pasada, analizaba tanto la posición de Europa ante la post pandemia como las condiciones en las que España afronta la salida de esta crisis, pero, en esta ocasión, quiero comentar el escenario en el ámbito más amplio, el del conjunto de nuestro planeta con sus carencias organizativas.

Estamos ante una globalización desgobernada, como ya denunció Kofi Anam al dejar, a finales de 2004, la Secretaría General de Naciones Unidas (ONU). Esta globalización es deficitaria en tres elementos básicos: a) estrategias globales comunes (lo más desarrollado son Convenios Globales, aunque insuficientes); b) capacidades comunes (lo más cercano a un Gobierno Global es ahora el G20 ); y, sobre todo, c) responsabilidades comunes, que se ejercerían, necesariamente, en una economía de mercado mediante impuestos  globales, como la tantas veces invocada Tasa Tobin a las transacciones financieras, el impuesto al  CO2 que parecía más cercano a hacerse realidad o, por último, el más restringido al keroseno de aviación que ni siquiera fue posible a nivel de la Unión Europea.

Estas anomalías se ponen de manifiesto en la crisis actual en la que un país como Estados Unidos se puede permitir no solo desautorizar a la Organización Mundial de la Salud (OMS), sino, también, incapacitarla con solo retirarle su aportación económica. Si la capacidad de gestión e intervención de un organismo se mide finalmente por el tamaño de su presupuesto y la predictibilidad de este, la de Naciones Unidas, y con ella la de la OMS, no podría ser más limitada.

La Gobernabilidad global, clave para la Sostenibilidad del planeta, parece que solo tendrá visos de realidad si se plantean medidas disruptivas como los impuestos globales ya mencionados. A ellos habría que añadir, a la hora de reforzar los distintos nodos de la red global (en particular los de los países en vías de desarrollo), el de una renta global de subsistencia cubierta por las recaudaciones impositivas citadas, de tal forma que se destinara a cooperación internacional más del 0,7% de la riqueza global, del PIB mundial, de forma predecible, como se acordó en 1992 en la Cumbre de Río, porcentaje cada vez más lejano por pequeño que parezca.

Disponer de recursos predecibles facilitaría una recuperación de los nodos más débiles de la red global, diversificar su economía, especializada ahora en suministros baratos para países desarrollados, y gestionar sosteniblemente sus recursos con una mayor “autosuficiencia conectada” que, también, podría romper la dependencia de esos suministros baratos, en particular productos sanitarios clave, de los nodos más fuertes, aunque también vulnerables. La red se convertiría en una red de cooperación entre nodos más sostenibles y resilientes reforzados todos ellos por su “autosuficiencia conectada”, aunque “diferenciada”.

Y en este caso, el recurso a la energía sostenible como vector de cambio verdaderamente disruptivo, con la posibilidad de un progreso rápido hacia la autosuficiencia energética conectada a todos los niveles, al contar con recursos predecibles, acercaría sensiblemente el Objetivo 7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): Garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna para todos. Este paso, además, facilitaría sustancialmente el resto de los ODS como señala la ONU:

La energía es fundamental para casi todos los grandes desafíos y oportunidades a los que hace frente el mundo actualmente. Ya sea para el empleo, la seguridad, el cambio climático, la producción de alimentos o para aumentar los ingresos. El acceso universal a la energía es esencial.

Trabajar para alcanzar las metas de este objetivo es especialmente importante ya que afecta directamente a la consecución de otros objetivos de desarrollo sostenible. Es vital apoyar nuevas iniciativas económicas y laborales que aseguren el acceso universal a los servicios de energía modernos, que mejoren el rendimiento energético y aumenten el uso de fuentes renovables para crear comunidades más sostenibles e inclusivas y para la resiliencia ante problemas ambientales como el cambio climático.

Esta sí que sería una nueva normalidad a nivel global, pasando de la mal llamada “aldea global” a reconocer, o poder recrear, “el globo en cada aldea”, manteniendo sus especificidades.

Crisis del coronavirus vs emergencia climática ¿Se utiliza la ciencia con un doble rasero según interesa?

La lucha contra la nueva enfermedad Covid-19 ha forzado a tomar medidas drásticas, en España y en muchos otros países, para tratar de ralentizar su expansión y minimizar su impacto en la salud pública, medidas que, a su vez, no han podido evitar generar un importante problema económico.

Ante la gravedad sanitaria de la pandemia, todos hemos tenido que aceptar, con mayor o menor resignación y con un grado variable de sufrimiento, las medidas de confinamiento, pese a que éstas han limitado significativamente nuestra libertad de movimiento y de reunión y han perjudicado la actividad de muchos sectores económicos.

La aceptación de todas estas limitaciones y perjuicios ha sido posible porque, en primer lugar, nuestra salud estaba en peligro y, en segundo lugar, porque las medidas adoptadas por los gobiernos estaban basadas en criterios científicos, como han reiterado los responsables políticos de la inmensa mayoría de los países. La canciller de Alemania, Angela Merkel, uno de los países que ha manejado de forma más eficaz la crisis del coronavirus, ha sido alabada internacionalmente por el rigor científico de su política frente a la pandemia.

En España, el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha repetido hasta la saciedad que la declaración del estado de alarma está basada en argumentos científicos. Así, por ejemplo, dijo: «Superaremos esta emergencia amparándonos en el consejo de la ciencia y apoyándonos en todos los recursos del Estado» (Declaración institucional del presidente del Gobierno anunciando el Estado de Alarma en la crisis del coronavirus, La Moncloa, 13 de marzo de 2020).

O también: «La decisión política la tomo yo, el mando único, las autoridades delegadas, pero las tomamos en base a criterios de la ciencia, de los expertos y no a criterios políticos, no a criterios de otra índole, a criterios de la ciencia. (….)”(Conferencia de prensa del presidente del Gobierno tras la reunión de la Conferencia de presidentes autonómicos. 12 de abril de 2020).

Es decir, los gobiernos sensatos, basándose en la ciencia, han tomado de forma rápida medidas de gran calado en aras de nuestra salud. En ese caso ¿por qué no hacen lo mismo para hacer frente a la emergencia climática?

El cambio climático sigue siendo el principal riesgo para el planeta y para la Humanidad, tanto en términos de salud como económicos, como lo era antes de la irrupción del coronavirus y lo será después de que hayamos superado la pandemia.

Imagen cedida por cortesía de John Farmer, publicada originalmente en The Mercury (Tasmania, Australia)

El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC, en sus siglas inglesas), el organismo científico de referencia y autoridad internacionalmente aceptada sobre esta materia lleva años advirtiendo de la catástrofe que nos espera si no tomamos, de forma decida y con urgencia, medidas al respecto. Ya en 2018, presentó un informe, y no ha sido el último, en el que se concluía que para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC se requerirían “cambios rápidos, de amplio alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad”, en nuestros sistemas energéticos, modelos industriales, agrícola-ganaderos y de transporte, planificación de las ciudades, etc.

No acotar el calentamiento por debajo del límite de 1,5 ºC (tal y como fijó como objetivo más ambicioso el Acuerdo de París) intensificaría los impactos climáticos: olas de calor, deshielos, subida del nivel del mar y otros fenómenos climáticos extremos. Al ritmo actual, si no se actúa drásticamente, ese límite podría llegar a alcanzarse incluso en el 2030. El planeta ya sufre un calentamiento de 1,1 °C y ello ya ha provocado efectos devastadores en diferentes partes del planeta.

En la misma línea, según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), las emisiones mundiales de Gases de Efecto Invernadero deberían bajar un 7,6% cada año, entre 2020 y 2030, para que la humanidad estuviera en camino de contener el aumento de las temperaturas en 1,5°C. Es decir, los países deben aumentar su ambición climática más de cinco veces respecto a sus esfuerzos actuales, para alcanzar la meta de los 1,5 ºC.

Dice el PNUMA: “Los gobiernos no pueden darse el lujo de esperar. Las personas y las familias no pueden darse el lujo de esperar. Las economías deben tomar el camino de la descarbonización ahora. Todavía tenemos la oportunidad de frenar el calentamiento global en 1,5 °C. De acuerdo con los científicos, este nivel de calentamiento es el que está asociado a los efectos menos devastadores. Cada fracción de calentamiento adicional a 1,5 °C resultará en impactos cada vez más severos y costosos.”

La pandemia provocada por el coronavirus ha generado una crisis sanitaria dentro de otra crisis también de carácter global, la climática, que también pone en riesgo nuestra supervivencia además de, lo que es aún más grave, la de cientos de miles de otras especies animales y vegetales en todo el planeta.

Pero, a diferencia del Covid-19, los científicos y técnicos hace años que nos han proporcionado la “vacuna” para hacer frente a la emergencia climática en todos los campos de nuestra actividad económica (eficiencia energética, energías renovables, tecnologías y sistemas de movilidad sostenible, agricultura ecológica, etc.). Lo único que hace falta es tener voluntad política para, fundamentándose en la ciencia, adoptar medidas urgentes y de gran alcance ante la crisis climática.

Estamos en un momento crucial. Ahora, al tiempo que vamos saliendo de la crisis sanitaria, tenemos que poner en marcha medidas de recuperación económica basadas en criterios que nos permitan hacer frente, de forma eficaz y justa a la vez, a esta crisis y a la climática.

Esa recuperación económica verde debe ser coherente con los compromisos internacionales adquiridos por la Unión Europea (UE) y el propio Estado español de lograr la neutralidad climática, a más tardar, en el año 2050, lo que nos obliga a tener un sector energético profundamente descarbonizado. En este contexto, no basta sólo con fomentar las energías limpias, sino que hay que aplicar todo tipo de medidas, económicas y legales, para abandonar, cuanto antes, el uso de los combustibles fósiles, que son los principales causantes del cambio climático.

La UE y los gobiernos nacionales se están preparando para gastar muchos cientos de miles de millones de euros de dinero de los contribuyentes para relanzar la economía. Como se expresa en un manifiesto recientemente impulsado por medio centenar de organizaciones europeas, los legisladores deberían intensificar e implementar las leyes ambientales anunciadas en el Pacto Verde Europeo y basar las próximas políticas de inversión en criterios ambientales y climáticos, lo cual apoyará y acelerará una transición justa hacia una economía más limpia y sostenible.

No podemos permitirnos el lujo de dar pasos atrás en la senda de la descarbonización que tímidamente se ha iniciado bajo los auspicios del Acuerdo de París. Al contrario, tenemos que acelerar la necesaria transición energética.

En pocas palabras, la respuesta política a la pandemia de Covid-19, basada en la ciencia, ha dejado sin excusas a los gobiernos y a las diversas fuerzas políticas para seguir actuando de manera irresponsable ante la emergencia climática.

Por Carlos Bravo – Consultor de OceanCare y socio protector de la Fundación Renovables

La agenda para la recuperación. ¡Ojo con las medidas sutiles de retroceso climático!

El confinamiento es también un tiempo para la reflexión. ¿Qué mundo nos va a quedar? Algunos debates que parecían muy lejanos como la renta garantizada ciudadana podrían avanzarse y eso, sin duda, es algo bueno.  Sin embargo, también puede avanzar la pérdida de libertades y derechos que se generalizan como respuesta, que no discuto necesaria, a la crisis sanitaria. Medidas muy estrictas que atentan a nuestra libertad y que ni siquiera han sido objeto de debate. Estas se aceptan por el miedo a nuestra supervivencia y también por la culpa de que nosotros mismos somos los que estamos transmitiendo, de forma invisible a nuestros ojos, esta terrible enfermedad a personas que quizás se encuentran entre nuestros seres más queridos. Por no hablar de palabras que se repiten a diario, la guerra contra el virus.

¿Qué guerra? ¿Quién es el jefe de estado del virus? ¿Qué estrategia tiene el virus? Si no tenemos respuesta a estas preguntas, entonces ¿por qué hablamos de guerra?  Y en todo este proceso, China resulta que se convierte en ejemplo con una actuación, aparentemente eficaz, que pone en duda los sistemas democráticos. Y sí, he sido la primera en abrir mi geolocalización en dos aplicaciones móviles públicas de seguimiento del COVID-19, confiando, supongo, en que nunca un partido como VOX ocupe la presidencia del Gobierno español porque, la puerta que ahora estamos abriendo no está nada claro que se cierre, en el futuro, sin ninguna fisura.

Aunque parezca algo ya lejano, la crisis climática (que también es sanitaria, social y económica) continúa estando aquí. Llevamos más de 30 años de reuniones, cimeras, conferencias globales y encuentros de mandatarios que previamente han requerido de años enteros de trabajo intenso de delegaciones oficiales para consensuar políticas globales de reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero. Unos consensos que, sin duda, han pasado por dar un paso adelante siempre seguido de medio paso atrás. Nos da miedo “parar” la quema de combustibles fósiles, puesto que nosotros mismos somos la generación que más se ha beneficiado de los casi 200 años de la civilización de los hidrocarburos. Ahora hemos parado la economía mundial, en seco, y no nos hemos quejado.

Pero esa timidez aparente de progreso climático no debe ocultar los movimientos científicos, tecnológicos y geopolíticos que estaban en danza antes de la pandemia y que formaban parte de una nueva revolución industrial que dudo que se detenga.

Por citar unos cuantos ejemplos, en 2019 tres de cada cuatro unidades de nueva generación eléctrica en el mundo han sido de energías renovables; el cierre avanzado de las plantas de carbón europeo por falta de rentabilidad frente a un precio de las emisiones de carbono superior a los 20 € por tonelada de CO2; la bajada de los precios del mercado mayorista de la electricidad por la entrada masiva de las energías renovables que, a su vez, pone en peligro la viabilidad económica de las centrales nucleares y la “falsa” información de que China no va a ayudar a los coches eléctricos. En realidad, va a dejar de dar ayudas a los vehículos eléctricos que no aporten innovación tecnológica.  Solo van a recibir ayudas aquellos vehículos de más de 250 km de autonomía y los de más de 400 km tendrán más. China se prepara para liderar la innovación tecnológica del vehículo eléctrico que nada tiene que envidiar al térmico y, además, el centro de atención se va a dirigir al despliegue de la infraestructura de recarga inteligente y digital como puente de conexión entre la transformación del sistema eléctrico y el modelo de transporte.

Por otro lado, la guerra de precios del petróleo que iniciaron Arabia Saudí y Rusia empezó antes de la pandemia del COVID-19. No superar los 2ºC de temperatura en este siglo va a requerir dejar más de la mitad del petróleo bajo tierra con lo que, mejor vender la máxima cantidad del crudo, aunque sea a precios bajos, que dejarlo sin extraer. Y no menos importantes son las presiones de la petrolera Exxon Mobile a funcionarios de la Comisión Europea que, incluso, constan en los documentos de transparencia de la Comisión, para retroceder en los límites de emisión de CO2 de los coches y en su lugar incluirlos en el comercio de emisiones. También cabe destacar la estrategia en programas de ciencia, tecnología e innovación a lo ancho del planeta, incluso en España, centrados en la descarbonización del transporte y la integración de las energías renovables en la red eléctrica.

La cuestión es si la agenda de recuperación va a pasar por desacelerar el camino ya emprendido de la estrategia de crecimiento verde o vamos a asumir que la agenda para la recuperación de España y de la Unión Europea (UE) debe tomar como eje central la más que necesaria transición energética.

Polonia, China y EEUU han hablado claro: van a reducir los controles ambientales a las industrias; Alemania y Francia no han hablado y 10 países del Sur y del Norte de la UE, entre los que se encuentran España e Italia, han manifestado su inquietud pidiendo al gobierno europeo que no rebaje su ambición climática y no abra la puerta a medidas cortoplacistas que favorezcan el uso de combustibles fósiles.

Lo cierto es que la posición de Trump no me gusta nada en absoluto, pero es clara, por lo que se puede combatir. Me preocupa mucho más que la proclama de esos países que piden no dar alas a los combustibles fósiles se quede en eso, en proclama, y sus acciones concretas se dirijan justo a lo contrario.

No nos engañemos, la política de relajación ambiental puede ser beneficiosa electoralmente ya que la imagen que ahora muchos tienen de una ciudad limpia de contaminantes atmosféricos se corresponde con la imagen de una ciudad bajo una crisis galopante.

Los medios de comunicación se han llenado de artículos que relacionan la mejora de la calidad del aire en las ciudades con los coches que no se desplazan por las limitaciones del confinamiento. Aunque parezca que ese es el motivo, en realidad no lo es. La contaminación del aire se ha reducido a niveles inimaginables sencillamente porque esos vehículos han dejado de quemar los combustibles fósiles que necesitan para propulsar sus motores térmicos. O sea, que no es la crisis galopante la que limpia el cielo, sino dejar de quemar combustibles fósiles y esa es, justamente, la principal misión de la agenda climática, pero sin duda, ese no es el mensaje que hemos recibido.

Es evidente que primero tendremos que curar nuestras heridas, pero después vamos a tener que estar muy atentos para que las proclamas de crecimiento verde no se traduzcan en acciones que vayan en sentido contrario. Tendremos que estar atentos a las medidas que el Gobierno ya había anunciado tanto para la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible como en la Estrategia de Energía y Clima. Respecto al ámbito fiscal, la necesidad de igualar la fiscalidad del diésel y la gasolina o la modificación del impuesto de matriculación para que los coches que están por encima de la media de emisiones permitidas por la UE no se beneficien, como hasta ahora, de la gratuidad de ese impuesto. La necesidad de afrontar una Ley de Cambio Climático y Transición Energética ambiciosa y, por supuesto, que no suceda como en la crisis del 2008, cuando una de las medidas tomadas por el gobierno del PP pasó por la reducción de las aportaciones del Estado al transporte público de Madrid y Barcelona, a la par que se rescataban autopistas.

La avalancha de peticiones de ayudas que se avecinan, sin duda van a incluir al sector de la automoción.  España es el segundo país europeo en producción de automóviles, y el noveno en todo el mundo, con lo que es un sector económico absolutamente estratégico y debería continuar siéndolo. No queremos un país libre de coches, pero sí un país libre de sus emisiones, y ello pasa por orientar la agenda de recuperación a vehículos de cero emisiones y a su infraestructura de recarga.

Necesitamos actuar con luces largas porque esta crisis no solo pone a prueba a las democracias y a sus proclamas, también nos puede dejar fuera de la revolución industrial que ya había iniciado el camino y que dudo, se detenga. Y quizás, lo más importante, para la crisis climática no existirá ninguna vacuna.

Por Assumpta Farran – Patrona de la Fundación Renovables y ex directora del Institut Català d’Energia

Caída, abismo y resiliencia

Estamos en caída libre. El último agarre que teníamos en la mano se nos ha resbalado a causa de que, sin previo aviso, estaba más húmedo de lo que habíamos previsto. En la escalada la concentración de ir paso a paso con cada movimiento, es fundamental para ascender a la cumbre por la vía. Aunque, puede haber factores imprevisibles que nos hagan caer. Extrapolándolo al sistema socioeconómico actual, este factor imprevisible y con consecuencias devastadoras está siendo el COVID 19. Imprevisible, o más bien invisible, al no haber valorado la importancia de la biodiversidad y su conservación en la contención de los virus de origen animal. Lee el resto de la entrada »

Coronavirus y cambio climático: ¿Cambio de prioridades?

La crisis del coronavirus Covid-19 nos ha inmerso en situaciones que, hace tan solo unos días, nos habrían parecido propias de una serie de televisión. Las conversaciones que mantenemos con familiares o amigos se asemejan más al guion de una serie distópica de Netflix o HBO que a nuestro día a día. Pero esto es la vida real y solo hay un camino: centrar todos los esfuerzos en tratar de contener, atajar y resolver un problema con el que ya convivimos.

En esta situación, cualquier otra prioridad o urgencia pasa a segundo plano. Sin embargo, esta emergencia mundial también nos enseña lecciones que nos pueden ser de gran ayuda para enfrentar la otra gran crisis que avanza inexorable y que, a diferencia del coronavirus, la conocemos con antelación y sabemos que nos puede contagiar a todos: la del cambio climático.

Las consecuencias de la crisis climática, si no se ataja a tiempo, serán aún mucho más devastadoras que las del coronavirus, y no solo para la salud y la economía. Aún así, contamos con una gran ventaja: conocemos la medicina que debemos administrar al cambio climático. Lo sorprendente es que no solo no se está aplicando (o se hace en dosis insuficientes), sino que continuamos alimentando el origen del problema. Por este motivo, lo peor que podríamos hacer ahora es olvidarnos de él solo porque hay otras urgencias. Es justo ahora cuando debemos y podemos evitar que nos ocurra como con el coronavirus, por lo que necesitamos actuar con antelación para evitar llegar a una situación fuera de control, que no se resolvería solo con quedarnos en casa.

La comunidad científica nos ha advertido con toda claridad: para tener una probabilidad razonable de evitar un cambio climático que condicione dramáticamente nuestras vidas tenemos que actuar con urgencia, cuando todavía queda algo de tiempo. ¿Y cuánto tiempo nos queda? ¿Para hacer qué? Para que el calentamiento global no supere el umbral de 1,5 ºC, las emisiones mundiales de Gases de Efecto Invernadero, como el CO2, deben reducirse a la mitad en esta década y llegar al cero neto a mitad de siglo. Eso nos obliga a grandes transformaciones, sí, pero son cambios que ya están identificados -incluso decididos-, que sabemos hacer, que van a beneficiar al conjunto de la sociedad y que se van a producir, en cualquier caso.

El problema es de ritmo, de urgencia. Es paradójico ver la diferencia de percepción y de actuación ante la emergencia en uno u otro caso. En enero, el Gobierno de España, a instancia del Parlamento, declaró la emergencia climática en nuestro país, una declaración “fake” que, si bien contenía medidas importantes, carecía de lo más básico: el sentido de urgencia. De hecho, no ha cambiado nada: si le preguntamos a cualquier persona por la calle (bueno, desafortunadamente ahora eso ya no podemos hacerlo) seguro que no se ha enterado de que oficialmente estamos en emergencia climática. Por el contrario, la emergencia sanitaria por el coronavirus es por todos conocida y mayoritariamente aceptada; nos quedamos en casa y se paraliza toda actividad no imprescindible que implique contacto físico y así todos los prejuicios sobre “lo imposible” o “lo utópico” se caen como un castillo de naipes. Cuando una emergencia se reconoce como tal, se comunica como tal y se actúa como tal, sí se puede.

Ahora que se habla de la gestión que ha hecho Corea del coronavirus como ejemplo de éxito, y dadas sus semejanzas económicas y poblacionales con España, es interesante observar que el Gobierno surcoreano no ha cambiado sus prioridades respecto a la transición energética a causa de la emergencia sanitaria. Al contrario, el partido de gobierno ha decidido presentarse a las próximas elecciones con una propuesta de “Nuevo Pacto Verde” que lleve al país a ser el primero del este asiático en comprometerse a alcanzar emisiones cero en 2050. Y lo hace apoyándose en la gran oportunidad económica que ese Pacto Verde supone para el país. Entre sus medidas incluye una ley que dé soporte legal al Pacto Verde: acabar con la financiación a proyectos de carbón e introducir un impuesto al CO2.

Es decir, en plena situación de emergencia por el coronavirus, Corea reconoce la importancia de la emergencia climática y elige acelerar, no frenar, la transición desde una economía basada en los combustibles fósiles a una basada en las energías renovables. Si bien falta que concrete una hoja de ruta con plazos y medidas, y que no solo lo proponga el partido que aspira a seguir gobernando, sino que sean todos los partidos quienes aspiren a seguir ese camino, podemos y debemos apoyarnos en el ejemplo coreano para decidir acelerar el paso de la transición energética también en España.

Antes de que estallase la crisis del coronavirus, 2020 estaba identificado como el año clave en la lucha contra la emergencia climática y ecológica. Todavía lo es. A pesar de que por la crisis se hayan suspendido los grandes encuentros que estaban programados para el otoño, como la conferencia de las partes del Convenio de Biodiversidad en China y la del Convenio de Cambio Climático en Escocia, la urgencia del problema no ha cambiado. Para antes de fin de año, todos los países deberán haber presentado nuevos planes oficiales para reducir sus emisiones mucho más de lo comprometido hasta ahora, porque no es suficiente con cumplir lo que de momento han puesto sobre la mesa, ya que esto nos llevaría a un calentamiento global de más de 3 ºC.

No es el momento de cambiar de prioridades. Es el momento de aprender que podemos reaccionar ante una gran crisis haciendo cambios de calado que antes parecían impensables y de anticiparnos a la crisis climática al tiempo que ponemos en marcha un paquete de medidas que nos saquen de la crisis sanitaria, aplicando un gran Pacto Verde en España y en Europa, mucho más ambicioso que lo que hasta ahora han propuesto tanto la Comisión Europea como el Gobierno español.

No es el momento de pensar en volver a estar “como antes” de la crisis: es el momento de plantear las medidas que nos permitan estar mejor que antes y, sobre todo, mejor preparados para prevenir la gran crisis climática.

José Luis García – Patrono de la Fundación Renovables y responsable del Programa de Cambio Climático de Greenpeace España

El día de mañana quiero poder mirar a la cara a mis hijos

Lejos quedó ya el tiempo en el que Roger Revelle, allá por finales de los 50 del siglo pasado, enviase a la alta atmósfera sus primeros globos sonda para analizar la variación en la concentración de CO2. No pasaron más de 10 años hasta que comprobó, con gran preocupación, que más allá de la lógica variación entre el invierno y el verano, cada año las concentraciones eran más altas. Las primeras voces de alarma surgen en los años 70, convirtiéndose en un clamor para la comunidad científica durante la década de los 80. Por ello, en 1992 tiene lugar la primera Cumbre de la Tierra, la de Río, que puso el cambio climático como una prioridad a la que la humanidad debe hacer frente de forma drástica y urgente si queremos evitar los efectos que puede tener un sobre calentamiento de la atmósfera, más allá de ciertos límites, sobre los fenómenos meteorológicos. Posteriormente, vino el imperfecto y asimétrico Protocolo de Kioto y, después, el aun no aplicado Acuerdo de París.

En total, suponen más de 60 años. En este tiempo la concentración de CO2 ha pasado de las 315 parte por millón (ppm), que observó Revelle, a las actuales que se sitúan alrededor de las 415 ppm. Nunca antes se había experimentado un aumento tan drástico y, de hecho, en los últimos 3 millones de años esta concentración se había mantenido constante entre las 180 ppm y las 300 ppm.

emisiones

Sin embargo, como si de una cantinela molesta se tratase, en este tiempo se han escuchado todo tipo de voces quitando hierro al asunto o, incluso, negándolo de raíz. Los intereses en juego de la quema masiva de combustibles fósiles han sido demasiados y los beneficios muy tentadores. Como decía Upton Sinclair:

“Es muy difícil que alguien comprenda algo cuando su sueldo depende de que siga sin comprenderlo”.

Por otro lado, algo sí que ha cambiado en los últimos años y, además, permite que todo sea muy diferente. Lo que los científicos han venido diciendo que iba a ocurrir si seguíamos con la quema frenética de combustibles fósiles y un modelo económico basado en el consumo compulsivo y sin límite, está ocurriendo en la actualidad. Encima, se está produciendo de forma generalizada y afectando a la realidad diaria de miles de millones de personas.

En España, por poner un ejemplo cercano, hemos sufrido tres huracanes en los últimos tres años a unos pocos kilómetros de nuestras costas, cuando nunca había habido huracanes en esta orilla del Atlántico. El primero de ellos, Ophelia, coincidió con los grandes incendios que llevaban asolando Portugal todo el verano de 2017 y ayudó a que estos se extendieran de forma imparable por Galicia y Asturias.

Este año, la borrasca Gloria ha alcanzado el nivel de huracán Mediterráneo o “Medicane”, con récord de altura de olas, de precipitación máxima en 24h en el mes de enero y de rayos caídos en un día en el mismo mes. La imagen del Delta del Ebro completamente barrido por esta tormenta ha sido, sin duda alguna, impactante.

Las olas de calor son más largas y con temperaturas cada vez más elevadas, generando unas sequías mucho más profundas. Además, cuando llueve es cada vez más frecuente que la lluvia llegue en forma de tromba, provocando que nuestras infraestructuras sean absolutamente inútiles y veamos los coches flotando por las calles, como sucedió en septiembre del pasado año en Arganda del Rey o anteriormente en Mallorca, llevándose la vida de 13 personas.

El aumento de la temperatura ha hecho que nuestras mínimas nocturnas ya no maten las larvas de ciertos insectos, ocasionando que se hayan encontrado los mosquitos de la malaria o del dengue en nuestro país. Los récords de temperatura se van batiendo uno tras otro, como demuestran los 46,9ºC de Córdoba de hace 2 años, que el verano en España haya aumentado en 5 semanas desde 1971 o que en los últimos 30 años la vendimia se haya adelantado un mes.

Somos el país de Europa que, según todas las previsiones científicas, más va a sufrir y donde mayor impacto van a tener los efectos de la crisis climática. Al sur tenemos el Sahara, como la calima se está encargando de recordarnos estos días en Canarias, y de nosotros depende que no acabe sobre nosotros en las próximas décadas.

Para evitar estos efectos catastróficos, todavía tenemos una oportunidad de reducir drásticamente nuestras emisiones, pero para ello hay varias líneas de acción que debemos acometer. La mejora de la eficiencia energética de nuestras ciudades y el impulso de un modelo energético 100% renovable son dos de las medidas más claras. Aunque, por otro lado, también hemos de cambiar nuestra movilidad y dar prioridad, frente al vehículo privado de combustión interna, a los medios de transporte colectivos y eléctricos, a la bicicleta y a las zonas peatonales. Hemos de priorizar el tren electrificado al avión, el coche compartido cero emisiones frente al coche privado y exclusivo.

Nuestras ciudades habrán de ser más transitables, con un mejor uso de la energía y del agua y con tejados verdes. La economía circular deberá saltar de las campañas publicitarias a la realidad cotidiana haciendo de la reducción de residuos, con productos que duren más y sean reparables, y de la reutilización las claves por delante del reciclaje y, en cualquier caso, desterrando el vertedero como modo de gestión de los residuos. La reforestación tiene que estar en la cabeza de nuestras acciones para fijar el suelo, atraer la humedad y capturar el CO2. La permacultura y la agricultura regenerativa han de ser una prioridad. Debemos consumir productos de temporada y lo más cercanos a nosotros posible, disminuyendo también la ingesta de carne desproporcionada.

No hay una solución mágica por lo que no va a ser sencillo ni rápido; pero, sin duda, merecerá la pena.

Debemos y necesitamos adaptarnos a lo que está por llegar para que nuestros hijos e hijas tengan un futuro y nosotros podamos mirarlos a la cara dentro de 20 años. El momento es ahora y de nosotros dependerá pasar a la historia como la generación que pudo y no quiso o como la que reunió todo el valor necesario para enfrentar el problema y lo doblegó, abriendo así un futuro para los que vengan después.

No es una cuestión ni de ideología ni de economía, es pura y simplemente una cuestión de humanidad y de fuerza de voluntad.

Por Álvaro Rodriguez de Sanabria – Coordinador general de The Climate Reality Project en España Soledad Montero

¿No urge la emergencia?

Asistimos a una abrumadora aportación de informes desde la comunidad científica sobre la aceleración de los efectos del cambio climático, que propiciaron que en la 21 Conferencia de las Partes firmantes del Convenio sobre el Cambio Climático de la ONU (COP21), celebrada en 2015, se acordaran medidas voluntarias de reducción de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) por cada país, con el objetivo de “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales y de proseguir con los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático”.

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Australia, crónica de una tragedia por venir

La crisis provocada por los incendios de Australia constituye otra advertencia más sobre la dimensión catastrófica que conlleva el cambio climático. Los peligros del calentamiento global ya no son profecías distópicas, sino procesos globales con enormes inercias que hay que tratar de reconducir para evitar sus escenarios más dramáticos. Para entender lo que significan los sucesos australianos, primero hay que saber que la temperatura media, respecto a la etapa preindustrial, apenas ha aumentado en 1ºC y actualmente nos situamos dentro de un escenario en el que los compromisos post-París apuntan a incrementos superiores a los 3ºC en este siglo; es decir, más del doble del límite recomendado por la ciencia para tratar de evitar un drama existencial para la humanidad.

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