Hugo Morán – Secretario para la transición ecológica de la economía
Si el mercado eléctrico no estuviese revestido de unas características que lo distancian de forma notable de otros mercados al uso, el pulso que hoy se libra en nuestro país entre tecnologías renovables y tecnologías convencionales se habría producido ya diez años atrás. Más aún, el protagonismo de la administración en el proceso de transición no iría más allá de un limitado papel de vigilancia en evitación de abusos entre competidores y de defensa de los derechos del consumidor.
Así sucede en uno de los sectores que más reticente se ha venido demostrando a la hora de enfrentar su inevitable mutación, como es el que comparten los imperios del petróleo y del automóvil. Por más que la industria del motor se ha resistido a aceptar su destino, y los gobiernos han venido arrastrando los pies haciendo gala de una injustificable miopía, el vehículo eléctrico va ganando terreno a su predecesor cubriendo a velocidad anual etapas que los más optimistas habían calculado en lustros.
En uno de sus primeros discursos como presidente, Barack Obama asignaba a quienes más rápido avanzasen en la implantación de las energías renovables el papel de líderes económicos del futuro; siendo así que los países que antes culminen sus transiciones energéticas, estarán en condiciones de garantizar plataformas de certidumbre para la inversión en la práctica totalidad de sectores industriales.
Plantear en este escenario una propuesta de prolongación de la vida útil del parque nuclear, como el Gobierno acaba de hacer público en estas últimas semanas, equivale a ralentizar y encarecer nuestra transición energética como país y, en consecuencia, a renunciar en favor de terceros a toda expectativa de modernización industrial.
Así, mientras que en el actual calendario de vida útil de las centrales nucleares establecido en los cuarenta años, Gobierno y eléctricas tendrían que estar implementando los planes de transición justa para cada territorio con la referencia de una década por delante –por qué no planteando una sustitución de potencia nuclear desalojada, mediante la asignación de potencia renovable equivalente, con tecnologías adecuadas a las condiciones de los territorios en transición. Los planes que el Ministerio de Energía parece manejar, implican diferir los avances en este campo hasta el año 2040, e incluso hasta el 2050. Esto es tanto como hacer inviable esa transición; una o dos décadas de retraso son diez o veinte años perdidos, que en los ritmos del siglo XXI equivalen a dos revoluciones industriales.
¿Quiere esto decir que España quedará al margen de los avances que se están produciendo en el resto de países de nuestro entorno? ¡Ni mucho menos! Lo que quiere decir es que una vez más llegaremos tarde, y que tras haber perdido el tren de la innovación y el liderazgo en las energías emergentes, nos limitaremos a sustituir nuestra actual dependencia energética convencional, por una nueva dependencia ahora de carácter tecnológico (por suerte no habremos de importar ni sol ni viento).