Habitualmente cuando nos referimos a las grandes películas del cine mudo, suelen aparecer las primeras imágenes de los hermanos Lumière o Edison, los trucajes de Méliès, el uso de los planos de Griffith, los magníficos escenarios de Guazzoni, las extravagancias de Wienne o el rey del montaje, Einstein, sin olvidar, por supuesto, a los grandes cómicos como Chaplin o Buster Keaton.