Algunos años antes de que los hermanos Lumière mostraran su gran invento en el Salón Indien, los parisinos pudieron disfrutar de las “Pantomimas luminosas” gracias al teatro óptico que había construido Reynaud, que en realidad se trataba del antecedente del cine de animación.
Emile Reynaud (1844-1918) nació en Montreuil, el mismo lugar donde vivió el padre de la ciencia ficción, Georges Méliès. Debido a las necesidades económicas de su familia, Emile tuvo que entrar de aprendiz en una empresa de ingeniería, lugar donde comenzaron sus inquietudes científicas. Siempre fue un autodidacta y en base a su tesón, logró convertirse en profesor de mecánica y física en una escuela técnica.
Fue un gran aficionado a la lectura y a las revistas divulgación científica, donde comenzó a escribir sobre ilusiones ópticas que le llevarían a la construcción de sus primeros inventos.
Ya se habían creado algunos juguetes de ilusiones ópticas con imágenes en movimiento. El problema principal de estos inventos era el lugar por donde entraba la luz, ya que el propio obturador la obstruía en gran parte. A este invento que patentó en 1877, le llamó praxinoscopio, y se vendía como un juguete que tuvo gran éxito.
El paso siguiente de Reynaud fue transformar este juguete en un teatro óptico, su gran obra maestra, donde logró plasmar las imágenes en movimiento sobre una pantalla, lo que nos recuerda inexorablemente a las técnicas de proyección del cine.
El gran hándicap que tenía el invento era la repetición continua de las imágenes, ya que se formaba reflejando las imágenes de una tira circular en un tambor de forma poligonal. La única forma de variar las imágenes era cambiando la tira por otra diferente (el praxinoscopio de Reynaud llegó a tener hasta 36 tiras diferentes).
Reynaud era infatigable y logró solventar el problema de la monotonía usando varias bobinas con tiras de imágenes distintas. Otro de los problemas del teatro óptico era su complejidad, que obligaba a él mismo a controlarlo todo. Además cada uno de los dibujos de las bobinas estaban hechos a mano por el propio Emile, y cada historia requería unos 700, lo que era un trabajo artesanal agotador.
En 1892 comenzó la proyección de las «Pantomimas luminosas» en el Museo Grévin de París, que era el museo de cera. El éxito fue notable, ofreciendo 12 representaciones diarias durante todos los días de la semana. Entre los espectáculos destacaban historias del circo o el famoso arlequín Pierrot.
Pero el gran e insuperable rival para Reynaud llegó solo tres años después. En 1895, y en la misma ciudad, los hermanos Lumière presentaron su gran invento, el cinematógrafo, que se llevó todo el foco de atracción de los espectadores. Ahora en lugar de ver dibujos pintados a mano podían visionar imágenes reales en movimiento. Pese a todo Reynaud se mantuvo en el Museo Grévin hasta 1900. Durante esos 8 años, ofreció unas 12.000 representaciones alcanzando la cifra de medio millón de espectadores. Las ganancias no fueron muchas, pues solo ganaba un pequeño sueldo por el trabajo más un 10% de la recaudación.
El final de su aventura fue lamentable. Con el dinero ganado intentó alternativas al cinematógrafo pero fracasó. Sumido en la desesperación y olvidado por todos, destrozó a martillazos sus propios inventos que vendió como chatarra. Las tiras de imágenes en las que tantas horas de trabajo había empleado terminaron en el fondo del río Sena (su final recuerda mucho al de Méliès, ¿verdad?). En la más absoluta pobreza, pasó sus últimos tiempos en un hospicio cerca del Sena, donde falleció en marzo de 1917.
Pantomima animada «¡Pobre Pierrot!» (Pauvre Pierrot!) de Emile Reynaud (1892)
¿Te ha gustado el artículo? Quizá te interese alguno de estos artículos sobre pioneros del cine:
Las ilusiones ópticas siempre nos han fascinado, desde bien pequeños. Después, con los años, no deja de sorprendernos como se engaña al cerebro a través de los ojos.
22 agosto 2023 | 5:57 pm