Tras el final de la Segunda Guerra Mundial comenzó otro peligroso conflicto, la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Las dos potencias rivalizaban y surgió la desconfianza mutua y el peligroso umbral de la histeria, que alcanzó de lleno a la sociedad norteamericana. La industria del cine no se iba a librar de ello.
Alcanzaba a todas aquellas personas que simpatizaban con el comunismo o mostraban tendencias políticas similares. Afectó a los intelectuales más importantes del país y terminó llegando a la emergente industria de Hollywood. Todo el universo del cine (actores, directores, guionistas y resto de trabajadores) fueron puestos en el punto de mira de la Comisión de Actividad Antiamericanas. Nacía la Caza de Brujas.
Aunque esta comisión comenzó a trabajar en los años 30 tratando de evitar cualquier propaganda nazi en el país, se desarrolló principalmente tras el final de la contienda mundial y especialmente desde 1947, cuando el senador Joseph McCarthy promovió un proceso de acusaciones provocando una auténtica histeria anticomunista en todo el país, afectando a todos los ámbitos de la sociedad americana. La creciente tensión con la Unión Soviética por la carrera atómica y la Guerra de Corea (1950-1953) provocaron una ola de acusaciones entre colegas y juicios inquisitoriales. El comité enviaba cuestionarios a los miembros de la industria para que estos delatasen a cualquier sospechoso.
Los que se negaron a responder alegando la enmienda de la Constitución que les garantizaba la libertad de ideología, fueron acusados de desacato y condenados a multas y cárcel. Además cualquier proceso en su contra significaba su final profesional en la industria americana.
El delirio llegó hasta tal punto que se buscaba propaganda comunista en cualquier escena, un simple comentario en una película era suficiente para ser catalogada de “propaganda roja”, como unos inocentes niños rusos sonriendo fue considerado como tal como en Song of Russia (Gregory Ratoff, 1944).
Hubo movimientos de protesta contra los interrogatorios. Liderados por John Houston, junto a nombres como William Wyler, Lauren Bacall, Humphrey Bogart o Gene Kelly, alegaban que se estaban vulnerando los derechos fundamentales de muchos de sus compañeros.
«No soy comunista»
Humphrey Bogart en la revista Photoplay
Grandes nombres como Charles Chaplin u Orson Wells también fueron señalados y muchos salieron del país, a Europa o México. En 1948, Humphrey Bogart tuvo que escribir un artículo en la revista Photoplay donde recalcaba que defendía la libertad de expresión pero no era comunista.
Pero no sólo le ocurrió a actores y directores, los guionistas fueron puestos en el ojo del huracán, de hecho eran mayoría en los Diez de Hollywood, la primera lista negra del macartismo contra los que se inició el proceso en 1947, aquellos que se negaron a declarar ante la comisión. En 1951 la lista ya englobaba a trescientos veinte cuatro nombres. Un ejemplo de ello es Dalton Trumbo, guionista incluido en la lista, que fue encarcelado y terminó exiliado. Por ello no pudo recoger sus premios Oscar por Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953) ni por El Bravo (Irving Rapper, 1956), aunque continuó trabajando bajo seudónimo. Otro guionista perseguido fue Carl Foreman, exiliado fuera del país que tampoco pudo asistir a recoger su oscarizada El Puente sobre el Río Kway (David Lean, 1957).
“Son comunistas todas las personas que tienen ideas no americanas […] incluso en las miradas existe una interpretación comunista”
Adolphe Menjou, actor
Kirk Douglas fue otro de los personajes que alzaron la voz contra la persecución y el que dio un golpe en la mesa que resultó casi definitivo de cara a la opinión pública. Tras no conseguir el papel protagonista en Ben-Hur (William Wyler, 1959), se embarcó como productor en Espartaco (Stanley Kubrick, 1960) y se empeñó en contar a Dalton Trumbo como guionista al que incluyó en los créditos de la película (muchos guionistas escribían los textos pero sin aparecer en la ficha), lo que a la postre provocó que otros productores fueran perdiendo el miedo y la caza de brujas tuvo sus días contados.
Elia Kazan, que había pertenecido al Partido Comunista en su juventud, fue uno de los mayores delatores de sus compañeros. El director de películas como Un tranvía llamado deseo (1951), ¡Viva Zapata! (1952) o Al este del Edén (1956) nunca se arrepintió de ello y cuando se le otorgó el Oscar Honorífico en 1999, muchos se alzaron en contra de la Academia.