Doñana y sus circunstancias, el epítome de la desidia gubernativa

Doñana ya es un foco de atención especial de 20minutos, lo que da cuenta de su singularidad e importancia. Pero vamos a insistir en la necesidad de rescate porque lo más probable, de seguir las cosas así, es que llegue a 2030 apenas en su mínima expresión. No podremos llevar a La Cima nada más que algunas fotografías o vídeos y un botellín de plástico con aguas tóxicas, como muestra de lo que nunca se debió consentir.

Cuesta creerlo pero va para cierto. Doñana sigue hace años el camino de no retorno y ha entrado ya en el bucle próximo a la destrucción como conjunto. Servirá para apenas un registro catastral de parcelas de vida, cada vez más inconexas. Poco importa su historia geológica, ni siquiera la vital. Esa que nos hizo darnos cuenta de que había lugares de España que se parecían al paraíso de Aristóteles. Bueno a uno de ellos porque pensó en muchos. Del que nosotros hablamos es de aquel que alojaba a tantos libros de naturaleza maravillosa, una biblioteca de vida porque de la atenta mirada queda siempre un rastro. Vuelvo a sentirla otra vez desde la distancia y me pregunto si ahora le sienta bien aquello que decía Averroes que en la naturaleza nada había superfluo. Hay mucho superfluo en la naturaleza, casi todo lo han inducido los humanos que han querido sacarle todo su jugo líquido hasta exprimirla. Son sus cada vez más potentes circunstancias.

(Getty Images/iStockphoto)

Doñana ya no es Doñana, aunque sí figure en los mapas pintada de un azul esperanza. Son sus circunstancias. Las que se ven –sequía principalmente y muertes adelantadas de especies vegetales y animales- y aquellas que permanecen ocultas a la vista de las personas. Como esas que encuentran las tareas científicas que hacen de Doñana al menos un laboratorio. Como las que ha sacado a la luz una investigación del Idaea, organismo dependiente del CSIC, que advierte que los tóxicos encontrados en agua y sedimentos –algunos pesticidas prohibidos hace años como el aniquilador DDT, que lo fue en 1978- avisan de un riesgo cercano de muerte -aunque no inminente- si no se ponen los medios oportunos. Porque en determinadas zonas del puzle sistémico que es Doñana, las cercanas a los cultivos de arroz –rociados con pesticidas organoclorados (DDT) que tienen un gran poder de acumulación-. La vida languidece y pide auxilio.

Doñana va a dejar de ser Doñana sin agua. Me asomo con interés al especial de eldiario.es de diciembre de 2022. Qué pena produce que a estas alturas se tenga que dedicar toda una revista que responda al reto de Salvar Doñana, que reza en su portada. Allí se habla de muchas cosas, entre otras de los riesgos y secretos del agua, de cómo hacer visible el acuífero –si aguanta- porque ojos que no ven corazón que no siente y Administración que se esconde. Disfruten leyéndolo pero no se dejen eso de “ni agua para patos ni agua para fresas”. La ecodependencia y la interdependencia no se inventó en Doñana pero allí se proyecta esa película cada día, a cada hora, sea la estación que se, de día o de noche. Aquí está el agua que no llega a Doñana.

Doñana no será Doñana sin aves. La acumulación de tóxicos lleva a las aves a poner huevos con cáscara más delgada. Y ya se sabe, el embrión no se desarrolla igual y las roturas son frecuentes; el tránsito del aire por la cáscara –el secreto de los incrédulos- se hace demasiado incontrolado. El expolio del agua y los nidos devorados ha reducido las poblaciones desde el año 2004 pero parece que a partir de 2019 han entrado en picado hacia su desaparición. ¡Qué paradoja! Las aves de Doñana levantaron con sus vuelos la inicial preservación del posterior Parque Nacional, Patrimonio de la Humanidad. Si las aves migratorias no hacen parada en sus caminos norte-sur y sur-norte qué harán. El asunto es de tal gravedad que debería haber un Tribunal de Justicia Europeo para estos casos. Se ha roto la abundancia, se resquebraja la variedad. Señal inequívoca de que algo grave está ocurriendo.

(JOSÉ A. SENCIANES/CSIC)

Doñana no solo es Doñana. Lo han convertido en el estandarte fútil de lo que ocurre en otros lugares de España como las Tablas de Daimiel, también Parque Nacional. Es lo que llevamos por el mundo científico para promocionar la marca España. Pero no solo estos dos lugares emblemáticos sufren maldades y descuidos. España se adhirió al convenio Ramsar, que es más o menos la carta de protección de los humedales del mundo. Cuenta con 76 humedales de importancia internacional, el tercer país de mundo detrás de Reino Unido y México. Pues bien, varios de ellos (Doñana, Daimiel, Mar Menor y Aiguamolls de l’Empordà, entre otros) están sometidos a expedientes informativos y dos (Doñana y Delta del Ebro) tienen abiertos procedimientos de infracción europeos. Según contaba SEO/Birlife el pasado Día Mundial de los Humedales (2 de febrero), el 85% de los humedales de relevancia internacional se encuentra en un estado de conservación preocupante. Por eso la organización ecologista reclamaba que estos espacios naturales interiores y costeros fuesen declarados hábitats en peligro de desaparición.

Dicen que desde el Ministerio de Transición Ecológica van a hacer todos los esfuerzos para elaborar un salvavidas de Doñana junto con la administración andaluza. Por ahí anda, o debía hacerlo la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir que del agua contaminada y la sequía debe saber mucho. Quienes no somos de allí nos preguntamos qué han hecho hasta ahora para no salvar Doñana. La avaricia productiva de la agricultura intensiva y la ganadería, dentro y fuera del parque no tiene límites; la desidia administrativa tampoco. Pronto la Unesco le quitará aquella estrella de excelencia de Patrimonio de la Humanidad que le había otorgado en el año 1994. ¿De quién es hoy patrimonio? ¿Qué pensarán, o pensarían si ya han fallecido, quienes poblaron este paraíso y los que hicieron de la lucha por Doñana el motivo de su acción participativa para el bien común? Quienes se rebelan ahora y ven el agua en forma de espejismo. Nos relatan su epítome.

(ahau1969 / iStock)

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