En torno al “bienser” para caminar juntos, de la mano de Emilio Lledó

Decir que el personaje es una referencia básica en la vida colectiva no supone ningún halago añadido. Al menos, para quienes nos dedicamos a la educación y buscamos algo en el sentido de las palabras. Todavía más en este momento en el que la incertezas nos impiden ver un poco más allá de nuestra nariz, despejar lo que realmente importa, analizar lo que hay de verdadero en el día a día. Así nos protegemos de la avalancha de ideas fatuas, frases hechas que tanto manosearlas han perdido significado, desmesuras políticas en nuestro territorio y en un mundo cada vez más grande y desdibujado –con dejaciones ambientales y sociales marcadas para el año 2030-. Tal es el mundo que ahora no se circunscribe a los límites de un mapa, o mejor esfera, como lo veía aquella Mafalda de Quino que lo llenaba de tiritas reparadoras y protectoras.

Andando por esta compleja casa que es España dentro de Europa, esa gran estancia que la televisión y las redes de internet han expandido hasta confines inimaginables hace unas décadas, uno piensa si la energía vital de estos territorios está contenida en la utilidad de las cosas, el beneficio personal o la productividad económica. Ese uno debe pensar a la vez en los muchos otros. Solamente es necesario asomarse a los foros mundiales clausurados hace unos días. En los largos paseos con otro jubilado profesor, llamémosle S. y geógrafo como quien esto escribe, conversamos sobre si la(s) sociedad(es) no son cada vez más desiguales entre ellas y más iguales por tramos en el conjunto europeo, si ciertas opciones políticas que las mandan no se han atrincherado en la superficialidad del lenguaje perverso, cual si fueran una fábrica de palabras de usar y tirar, porque nada útil contienen. Lamentamos la impresión penosa del trabajo parlamentario donde los insultos o frases hirientes casi a diario de unos pocos –grupos pringosos los llama Lledó- enlodan el bien querer de muchos. Por lo que dicen, de “bienser” nada, se emplean con ahínco en malmeter la convivencia. A estos paseantes jubilados ya nos queda lejos la batalla transformadora del “bienser” colectivo, de las palabras entrelazadas para el bien querer social; pero aquí estarán nuestros hijos y nietos en los años 2030, el de la cima erosionada, y siguientes.

Nos decimos que habría que buscar la utilidad de la vida a base de la construcción de puentes que permitieran el tránsito del diálogo, incluso la estancia duradera. Claro que no debemos ser ciudadanos generalizables pues estamos aturdidos por la superficialidad de los mensajes, por el griterío de ciertos partidos políticos, por la huida de la amabilidad silenciosa. Entonces nos asimos a personajes irrepetibles como J. Emilio Lledó que nos despierta de la melancolía, nos invita a no rendirnos, a ir más allá de los lugares comunes pisoteados. A preguntarnos en más de una ocasión por el verdadero significado de la honestidad. A buscar el “bienser” antes que sublimar aquello del bienestar, que tanto predicamento ha tenido que ha oscurecido la dignidad personal y colectiva, así como el beneficio del conocimiento razonado en torno a todas las artes que puedan adornar el humanismo colectivo. Leí de él la importancia de la utilidad de lo aparentemente inútil; me pregunto si no caben en este apartado las sensaciones de formar una sociedad global ahormada con la presunción de solidaridad. Releo los resultados de la COP27 y se me desvanece el deseo del “bienser”, que por lo que parece no sirve para los estados ni las multinacionales. Recuerdo decir al maestro que cualquier postura insolidaria es un atentado contra el hombre. Miro y veo que la humanidad sigue maltratada por la crisis climática en forma de olas de calor, sequías, hambrunas y demasiadas muertes condicionadas, amén de múltiples desigualdades sociales. Muchas provocadas por demasiados indecentes con poder. O aquella formulación premonitoria para los tiempos de incertezas: la memoria y el tiempo. Lo que tenemos ahora se entiende haciendo memoria de los pocos aprendizajes guardados y mirando al tiempo que podemos permitirnos ciertos lujos de vida aislada.

Cuando todos vivimos a golpe de un clic para acercarnos apetitos varios sentimos que demasiadas veces no nos proporcionan referencias para el “bienser”, que sin duda nos ayudaría en el bienestar. La perplejidad ante lo que se dice, la violencia política sin responsabilidades judiciales sobre un problema de convivencia, de desigualdades u otro que aluda a temas candentes como la crisis climática descoloca a la gente buena o inocente. Tanto oír palabras contaminadas el cerebro las hace suyas y las expresa en leguajes aviesos o intenciones excluyentes. Las banderas sobre las que se parapetan quienes no piensan en bienestares fundamentales como la justicia, bondad, educación, cultura, sensibilidad, filantropía, etc., dividen y dispersan; diría el filósofo. Ejemplos los hay cada día. Le preocupaba en especial hambre, una realidad que afecta al menos a 828 de personas según la ONU, datos de 2021, porque la palabra se usa demasiadas veces como una metáfora. ¿Cómo pueden llegar al “bienser” esas personas que sufren semejantes malestares?

Alguien se preguntará qué pinta aquí J. Emilio Lledó, en un blog dedicado a plantear un 2030 más asequible. Mucho, pues si abundase el “bienser”, el diálogo como metáfora de la convivencia, se construirían puentes que superar trincheras. Se debería “aprender a ser” ya en las escuelas y en la familia, algo sobre lo que insistió a menudo Lledó. El recorrido presente viaja por España pero alguno de los mojones que hemos ido expandiendo serviría para aproximarnos a ese mundo cada vez más conocido y más alejado de pautas de convivencia. Dolor y pesadilla por todas las guerras de Ucrania, Mali, Yemen, Sudán, etc., por los excluidos de cualquier buenaventura, que tuvieron la desgracia de nacer en tal o cual país. ¡Cómo no repudiar los nacionalismos excluyentes y a la vez obligatorios que practican líderes políticos en donde no se ejercita la libertad como derecho humano y bien público! Se trata de pensar el presente, de estar al tanto de lo que pasa en la calle para darnos cuenta de que nos encontramos en tránsito permanente, por eso necesitamos abrir camino, ser conscientes de que todos nosotros somos camino. Por consiguiente, “vivir es dialogar, entender, soñar e interpretar”; no se ve ahora en la acción política que rige la vida ciudadana. ¿Cómo llegaremos al 2030?

Además, el maestro que comunica la igualdad y la plena democracia, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2015, fue siempre, es, un gran defensor de la educación pública, cuyos currículos deberían centrarse más en el “bienser” para caminar juntos. Cómo buscaba Mafalda y la mente que guiaba la mano que la dibujaba.

Emilio Lledó

Fotografía de noviembre de 2014 del filosofo, humanista y académico Emilio Lledó. (EFE)

P.P.: Esta entrada fue inspirada por las retomadas enseñanzas del filósofo y un artículo de Emma Rodríguez titulado “Palabras, búsquedas y diálogos de un humanista”, que publicó la Junta de Andalucía.

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