Archivo de noviembre, 2022

La resaca del «Black Friday» apenas inmuta a la gente pero deteriora al planeta

Parece que consumir es vivir, que la maldita pandemia nos colocó en un estado anímico en el que el deseo consumista enfermó. Pero ha vuelto con fuerza. Los comerciantes han desplegado todas sus artes divulgativas para llamar la atención, para sanar sus cuentas mermadas durante el confinamiento o ante el retraimiento social que provocó la COVID y la posterior invasión de Ucrania. Los publicistas exprimieron todas sus artes para decirnos: compra y sé feliz, abandona por unos días tu tristeza, pues te regalamos casi todo. Y allá anda cada cual despistado entre lo que quiere y desea, aquello que ambiciona o simplemente algo que necesitaba tener y aspira a conseguirlo mejor precio. No sabemos la influencia que tendrán en las compras del “viernes negro” la alta inflación, la carestía de materiales, las zozobras económicas y otras desgracias sociales que llevan al aumento de las desigualdades.

Compran quienes necesitan algo o nada pero las rebajas atraen, incluso la publicidad atrapa a algunos necesitados que para nada necesitan lo que compran. No comprarán muchos de los que apenas tienen para el sustento diario, porque todos sus días económicos son negros. Hay quien se pregunta si ahora los comerciantes hacen tales descuentos, y se supone que los que no van a hacer semejante propaganda para vender a pérdidas, cuál es el coste real de muchas cosas que nos venden.

¡Qué día! Lo que comenzó siendo una jornada ha acabado ensanchándose una semana o más, en algunos lugares se prolonga hasta final de noviembre. Parece que la inquietante situación de los bolsillos de la ciudadanía, el alza de precios, ha dejado una “ventana de alivio”, como se hace en las competiciones deportivas. Dicen que se trata de consumir más para recuperar la felicidad, siempre condicionada. Total, que esa maniobra ha dejado los bolsillos de mucha gente pelados. Bueno, algo más gastarán con las enlazadas campañas navideñas que ya han empezado. Las calles comerciales, con Vigo a la cabeza compitiendo con Barcelona y Madrid, Málaga ya lucen su más artísticas luces. Se la levantado la veda de la compra. Está claro que la navidad empieza en noviembre, y el consumo manda, como han repetido los ediles de esas ciudades citadas el día que encendieron la espita luminaria. Entre las modas expandidas por las cadenas americanas en las pasadas décadas, el Internet de las cosas y Amazon han logrado que el mundo parezca uno solo durante estos días. Todo este barullo festivo comenzaría en España hacia 2012, atemperados algunos efectos de la crisis del ladrillo y bancaria de 2008. Pero vaya usted a saber.

Activistas de Greenpeace protestando este viernes en la madrileña plaza de Callao por el Black Friday. (EFE/ Luis Millán)

El caso es, o será, que se batirán récords de compra. Cada objeto comprado lleva tras de sí peajes ambientales y sociales, cerca o lejos. Esa prenda de vestir a 5 euros ha necesitado el uso de cantidades de materiales, y algún peaje de economía sumergida o de situaciones de esclavitud productiva. En algunos casos, portará alguna toxicidad entre sus componentes. Parece que la celebración viene anexada al “Día de Acción de Gracias”, el de comerse el pavo, de los americanos. Parece que más de 40 millones de personas seguían el desfile motivador de este año en Nueva York (96 edición), además de las otras muchas que desfilaron o bailaron en la marcha de la felicidad navideña con sus carrozas y fanfarrias. Globos, payasos y bailes varios desfilaron por la Central Park, como difundirían todas las televisiones del mundo; imaginamos que no sería así en el desecho Afganistán o en los olvidados Yemen, Somalia, Sudán del Sur, etc. Una pancarta imaginaria, o real, abriría la marcha y diría, más o menos: se olvidaron las penas, que el consumo lleve a la alegría. Pero no siempre. No sé dónde he leído, o me lo imagino, que este jolgorio se arrastra tras las necesidades consumistas que ocasionó el colapso de 1929, que se visibilizó como el día negro, o una crisis de 1869, o un atasco monumental en la carreteras de Filadelfia al día siguiente del famoso pavo; pero lo dejamos aquí porque hay variadas interpretaciones que parece que desmienten una cosa u otra.

Y eso que ya nos había avisado Annie Leonard con su serie The History of stuff (La historia de las cosas). Merece la pena su visionado en familia y un diálogo posterior sobre lo que allí se expone. Porque Annie Leonard nos dejó suficientes temas de consideración, ya en aquella entrevista que concedía a Ecologistas en Acción en septiembre de 2011, cuando el “viernes negro” no era todavía un plaga de consumo en España. Entresacamos ideas como que quería conocer los materiales en nuestra economía, sacar a la luz nuestra adicción al consumo, etc., o esa cuestión relevante para el pensamiento colectivo: los de aquí ricos no pagamos del todo por las cosas que consumimos. ¿Entonces quién paga? Lanzaba una advertencia premonitoria, máxime vista después de la COP27: estamos ante una seria coyuntura. Muchos científicos dicen que nos quedan menos de 10 años para tomar una acción seria sobre el clima si queremos que la vida continúe en este planeta tal y como la conocemos.

Como quien esto escribe es un resistente estepario recomienda hacer caso, aunque sea a posteriori, a aquella invitación que nos lanzaban desde Ecologistas en Acción con una invitación saludable para el cuerpo y espíritu: Un día sin compras, 364 de consumo responsable. En esta entrada se accede también a los consejos anuales que nos dan por estas fechas. Todo un legado para la sociedad de 2030. El planeta lleva soportando tantos “viernes negros” ya que se encuentra depauperado. Porque la resaca que estos días le dejamos es la culminación de la pasada y la continuidad en la cotidiana. En buena parte por hacer cosas para tirar enseguida.

Además, para “fastidiarlo todo” llegan los de Greenpeace y no se les ocurre otra cosa que levantar montañas de residuos en varias plazas de España. Lo justifican en la lectura crítica del disparate del “viernes negro”. Lean la noticia en 20minutos.es porque añade claves para entender dónde nos encontramos y qué caminos hemos emprendido. Como decía Mafalda en aquella viñeta esclarecedora: Bueno, ¿y cuando la sociedad del consumo llegue a la saciedad del consumo, QUÉ? A lo que podría añadirse aquella duda metafísica que la llevaba a preguntarse si la vida moderna no estaría teniendo más de moderna que de vida. Gracias Quino por alumbrarnos este día “negro”.

NOTA: Esta entrada no tiene fecha de caducidad, mientras el planeta siga con semejante resaca.

Ya somos 8.000 millones; a ver cómo se maneja ahora lo del desarrollo sostenible

Ahora mismo, cuando lea esta entrada ya seremos muchos más. El día 15 de noviembre quedará señalado en los mapas mundiales: por primera vez, 8.000 millones de personas vivían simultáneamente en la Tierra. Quien quiera conocer al instante cómo y cuánto se incrementa la población solo tiene que conectarse a Worldometer. Este sumatorio poblacional –no es fácil hacerse la idea- es como si en Luxemburgo viviesen más de tres personas por metro cuadrado. El número es tan enorme que impregna cualquier situación de vida humana global y a la vez se da a la fuga en modo cósmico, adopta la forma de “agujero negro”. Tan oscurecido está que pasa desapercibido en los escenarios políticos y preocupa poco, o casi nada, a la ciudadanía en general; bueno hay asociaciones y entidades que sí están muy alertas. La respuesta de muchas personas de aquí, país rico y escasamente poblado en buena parte del territorio, a esta nueva y creciente incógnita, a todo lo que lleva relacionado, es sencilla: qué podemos hacer nosotros. ¿Quién sabe?, lo más conveniente será dejar la pregunta en el aire esperando que surja una voz celestial, o un liderazgo con crédito, que la explique. No vale ya aquello de “creced y multiplicaos”.

El mismo día que se conoció la cifra se reunían los jefes del mundo en la Cumbre del G20 en Bali (Indonesia); a la vez continuaba la Conferencia sobre el Clima COP27 en Sharm el Sheij (Egipto), que al final acabó en meros compromisos de ayuda para la reparación de daños de los países pobres. Se supone que en ambos eventos se hablaría del dato, de su incremento casi exponencial en unos lugares y su decrecimiento en otros, de sus repercusiones para la salud mundial, para el cambio climático, etc. Esperaremos a conocer los comunicados finales porque hasta los ricos del G20 estarán preocupados por los dineros del Cambio Climático. Mucho nos tememos que la justicia y la seguridad humana global quedarán otra vez oscurecidas por cuestiones macroeconómicas y algunas climáticas, aunque estas nada más sea por el bien quedar; porque lo de repartir riqueza no sonaría bien ni en Egipto ni en Indonesia. Dudas y más dudas, tantas que nos llevan a pensar cómo gestionaría Habermas lo de pertenecer a sociedades multiculturales en donde primen claramente los derechos del individuo; una sociedad internacional con normas capaces de imponer la paz y el respeto universal de los derechos humanos, pero sin que se forme un Estado mundial ni desaparezcan los Estados nacionales; no recuerdo dónde lo he leído. Deberemos recuperar sus lecturas por si nos alumbran el entendimiento.

Activistas por el clima durante la COP27. (Christophe Gateau/EP)

¿Quién sabe si es útil hablar de la población?, se pregunta Eart Overshoop Day. Se nos ocurre, ante la falta de ideas contundentes, que debemos incluirla en nuestro pensamiento y compartirla siquiera en el ámbito familiar y con nuestras amistades. ¿Por qué? Porque vivimos siendo uno pero pertenecemos al conjunto muchos, para bien y para mal. Lo de que los parlamentos de los países ricos, entre ellos España, hablen y debatan sobre la preparación ante este hecho y su rápido incremento es una quimera, empeñados como están en cosas tan diversas. Un detalle sobre las previsiones: la población crece muchísimo más en los países menos desarrollados y que más dificultades tienen en la adaptación y mitigación del cambio climático y del cumplimiento de sus Agendas 2030. Acérquense a verlo en este Gif.

Tras ello una cuestión que inquieta en la ONU: ¿Cómo alimentar adecuadamente a esos 8.000 millones y los que vengan detrás con el alza continuada de precios que ahora soporta la cadena alimentaria? Sin duda habría que empezar ya a cambiar a una agricultura regenerativa que elimine el monocultivo industrial, detener la colonización de ecosistemas naturales frágiles para convertirlos en tierras de cultivo, reducir el kilometraje de los alimentos entre productores y consumidores, disminuir el consumo de carne, reducir el desperdicio y la pérdida de alimentos y muchas más acciones. Resumiendo, creando un futuro alimentario sostenible, como proclama a menudo el Instituto de los Recursos Mundiales (WRI, por sus siglas en inglés).

Ya somos 8.000 y pico millones pero seremos muchos más dentro de poco. El mismo 15 de noviembre me llega un artículo de María Florencia Melo en Statista, con un título desbordante de incógnitas: ¿Cuántas personas habrá en el mundo en 2100? Me aclara que si bien la población del mundo se ha triplicado en los últimos 70 años, en gran parte debido a los avances médicos y a la mejora de la calidad de vida, desde 1950 lo hace más despacio, incluso se ha alcanzado una tasa de crecimiento anual que cayó por debajo del 1% en 2020. Pero claro, desde 1960 hasta 2020, “la esperanza de vida al nacer ha aumentado unos 20 años en todo el mundo (la media mundial actual es de 72,7 años) y la población está envejeciendo rápidamente. Según la ONU, la proporción de personas de 65 años o más aumentará del 10% en 2022 al 16% en 2050”.

Tomemos nota de la siguiente advertencia de los autores del último informe del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA): Los 46 países menos adelantados se encuentran entre los de más rápido crecimiento del mundo. Se prevé que muchos de ellos dupliquen su población entre 2022 y 2050, lo que supondrá una presión adicional sobre los recursos y un reto para la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en sus países y en el resto del mundo. Lleva por título Visibilizar lo invisible. Aparte de muchos datos demográficos se ocupa de alumbrar algunas cuestiones sobre “los embarazos no deseados” y desigualdades de género. Mientras tanto, Europa verá descender su población total –en esta entrada de agencia su puede ver la previsión global y para cada país, los incrementos interanuales, las regiones más y menos pobladas- y deberá favorecer la inmigración para siquiera reparar la falta de mano de obra de sus actividades y empleos más sencillos. Más cuestiones sobre el impacto del cambio demográfico en Europa en la Web de Eurostat. Y una sugerencia que no tendrá más recorrido que esta entrada: deberíamos declarar el 15 de noviembre de 2022 como el “Día Internacional para construir un Futuro Compartido”, para recordar que empezó entonces y hacer balance cada año.

Pregunta indiscreta: a su juicio, ¿cómo se debería manejar lo del desarrollo sostenible para alcanzar mucha gente La Cima 2030?

Una mujer toma una foto que anuncia la COP del próximo año en Dubai. (Dominika Zarzycka/SOPA Images via ZUMA Press Wire/EP)

Ascuas del cambio climático frente a la COP27

Cada vez con más frecuencia, el tiempo meteorológico se enfada y nos recuerda que todos somos transitorios. Todos llevamos prendido un pin que en una de sus partes nos califica como sufrientes, aunque más de uno no se haya dado cuenta y solo vea los colores gloriosos. Normal, el cuerpo humano actúa a veces de cerebro. Además, el corazón no late acompasado con su exterior; qué decir del pensamiento acumulado. El clima, tan estudiado en los libros de texto, tan protagonista de conversaciones y demandas, se ha convertido en un túnel al que no llega la luz para leer. ¿Por qué esta manía de confundir tiempo y clima? Si por ejemplo se secan buena parte de los manantiales y las fuentes que antaño abastecían a pueblos y ciudades;  ¿será a causa del tiempo o del clima? Lo cierto es que España se seca y se quema como cuenta esta entrada de 20minutos.es. Allá por donde la catástrofe va todo son rescoldos del cambio climático (brasas, ascuas, escozores y residuos) que al final componen crisis más o menos sentidas. No pasa sólo aquí. Ahora mismo tiene lugar en Egipto la Cumbre del Clima COP27. Por algo será.

Una participante en la COP27 ante el reloj del clima. (Gehad Hamdy/EP)

Somos humanos y como tales nos comportamos. Apetece sentirse confortado con el tiempo (temporal, episódico, muy cambiante, antes distribuido en estaciones casi regulares), y que vaya siempre a nuestra conveniencia. Si llueve varios días seguidos -bueno eso era antes- los noticiarios nos muestran gente cabreada (de la ciudad casi siempre) con tanta agua. Si padecemos un calor veraniego en el otoño hay gente que se conforta y se da un baño en el Mediterráneo: que nos quiten lo “bailao”; mientras las personas que regentan tiendas de vestidos de temporada miran al cielo. Pero algo sucede con el tiempo meteorológico cuando el verano alarga su tiempo hasta seis meses como va a suceder este 2022 en España. Malos tiempos para las sociedades humanas y la biodiversidad, para lo económico y lo social; ¡Qué decir de lo ambiental! Pero la vida no se puede detener.

Los medidores de audiencia de los medios de comunicación afirman que seguir el tiempo en las cadenas televisivas bate récords cada año. Tal es nuestra fijación por el tiempo meteorológico que la mayoría llevamos la conexión inalámbrica en dispositivos móviles en una app de las buenas. Le pedimos que me fije el tiempo para ir a tal o cual sitio o vestirme de una manera determinada, que me diga la hora en que va a llover (con porcentajes) o hacer viento, o más o menos calor, pero ¡hay cómo se equivoque! La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), que nos informó con detalle del clima en España en 2021, ha soportado varapalos mediáticos y comerciales por no acertar plenamente en día, hora y lugar en sus previsiones del tiempo, por no hacerlas a nuestra conveniencia.

Dicen que en España, el paraíso de los pantanos, falta agua en los ídem. Claro, el problema es que no ha llovido. La culpa la tiene el tiempo. Como se nos da como norma escrita o filmada, nosotros nos confiamos en su caracterización. Pero cuidado, muchos tiempos (con sus variables meteorológicas, ordenadas y similares en los calendarios mensuales durante años pueden “convertirse” en clima; para bien y para mal. Si lo pensamos bien, ¡no queremos imaginar series pluviométricas y olas de calor como las de este año! De lo que quema siempre nos llegarán las ascuas si estamos cerca, pronosticaba aquella parábola popular.

Si ahondamos en el tiempo meteorológico y sus consecuencias, en lo que los medios de comunicación cuentan de quienes tienen intereses lucrativos a costa de él, sospechamos que llevan una verdad encubierta: los pantanos tendrían más agua si no se hubiese derrochado en maniobras energéticas y en pérdidas en las redes de distribución, tanto para los agricultores del regadío como en las deterioradas redes urbanas de abastecimiento. Por cierto, la paradoja climática avisa de que la amenaza del deshielo del Ártico y tierras limítrofes como Groenlandia nos puede abrasar. La noticia nos deja en ascuas porque detrás de ella se esconde una desviación y otras anormalidades de las corrientes marinas en el Atlántico norte, además de aportes extraordinarios del agua a los mares. Vaya desde aquí un réquiem por los glaciares españoles (los del Pirineo que tantas veces nos han enseñado vivencias y proporcionado emociones) y de todo el mundo.

De esto debería hablarse en una hipotética universidad del clima. Por cierto alguna universidad ya manifiesta la intención de promover una asignatura en todos los grados que abordaría la compleja estructura y variabilidad del cambio climático. Pero también la vida educa en la caracterización del clima. Cada día son más las personas que se interrogan si el cambio climático va a ser tan determinante en nuestras vidas, si no deberíamos saber de su presente y futuro; conocer lo que dice la ciencia. La ciencia de la psicología afirma que nuestro cerebro está preparado/entrenado para reaccionar enseguida al miedo, por una inundación o un incendio devastador por ejemplo, pero ese momento de alerta no es eterno. Se nos pasa cuando deja de afectarnos y no exploramos las causas que lo provocaron. El tiempo meteorológico es episódico mientras que el clima es una sucesión que por ahora da poco miedo. Bueno, a algunos sí que preocupa y mucho. Por cierto, la crisis climática redujo el tiempo de vida a bastante gente, y a otra le cercenó en parte la salud. Un estudio científico publicado hace unos días en The Lancet avisa de que las muertes de mayores de 65 años relacionadas con olas de calor y otros condicionantes del aire han aumentado un 68% en los últimos 20 años.

Una reclimatización saludable es lo que buscamos las gentes que queremos eliminar varios desacuerdos entre lo que hacemos cotidianamente y el mundo en que vivimos. Actuamos con la mejor intención para que las catástrofes y crisis globales no sucedan, o se aminoren sus efectos. Pero miramos a nuestro alrededor y se nos llena la mente de contrariedades con la realidad, incluidos los males endémicos que sufre mucha gente anónima. Sin olvidarnos del choque contaminador de países como China, EE.UU. o Rusia, por citar solo tres, que nunca hacen lo que alguna vez dicen, se les escapa, sobre la reducción del uso de combustibles fósiles; sus ascuas tienen carácter permanente y han llegado hasta la COP27.

Visto lo cual, se desmoronan los pensamientos de reconversión climática mundial, continuamente tizoneada. Vale aquí aquello que escribía Jorge L. Borges: “Mirar el río hecho de tiempo y agua. Y recordar que el tiempo es otro río. Saber que nos perdemos como el río. Y que los rostros pasan como el agua.” Pero ese río/tiempo tiene un caudal universal, en especial para la infancia –mucho más vulnerable a la contaminación– según demuestra el Informe FAROS. El ambiente y su impacto en la salud maternoinfantil: ¿a qué nos enfrentamos? del Hospital Sant Joan de Deu e IS Global. La misma infancia que este año ha podido vivir “El año más frío de su vida” como denuncia Unicef; tiempos y clima en interacción permanente, ascuas sobre las que hay que caminar. A la infancia de ahora le durarán muchos años hasta llegar a la vida adulta.

Así no hay manera de apagar el incendio del cambio climático; siempre hay por ahí tizones que se reavivan. Que pregunten a los agricultores y ganaderos españoles que soportan más de cerca las sequías. Les da igual o no de dónde vengan, el caso es que no duren tanto ni se repitan. ¡Bien quisieran hacer el tiempo suyo y poder manejarlo a conveniencia! Pero claro, las series temporales de agua de ellos a lo mejor no coinciden con las de los hoteleros y restauradores turísticos. Un ejemplo: si el pasado puente hubiese llovido mucho en un lugar, lo cual agradecería la gente del campo y los suministradores de agua potable -con los embalses y fuentes de abastecimiento casi secos-, despotricarían los gremios turísticos, quizás porque los informadores-as del tiempo televisivo o de otros medios no habían sabido precisar al milímetro el tiempo que iba a hacer cada cinco minutos. Unos de estos mensajeros son los científicos y científicas del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático por sus siglas en ingles), unos “cenizos pronosticadores de desgracias” que son cuestionados hasta por una parte de la clase política, que tanto debería apoyarse en las previsiones del IPCC para avanzar con medidas de “poliética ambiental” que hagan llevadero el futuro social, siendo que el cambio climático ya irrumpe en la política española y europea.

En demasiadas ocasiones, incluso a quienes queremos acercarnos o pregonar la realidad climática más se nos aleja. No tenemos éxito. Querríamos liberarnos de toda culpa por no seguir las prescripciones fruto de investigaciones climáticas y no lo conseguimos. Mientras tanto, los líderes políticos y empresariales escenifican sus pesares en algún momento, pero siempre “arriman el ascua a su sardina”, con o sin culpas añadidas. Vale para ellos aquello que escribía Antonio Muñoz Molina en un artículo reciente: la ignorancia ya no se disimula, ni se muestra sin complejo: ahora es un mérito, una señal de orgullo, un desafío contra los enterados, los expertos, los tediosos, los exquisitos, los avinagrados. Personalmente me encuentro muy próximo a estos cinco imaginados colectivos: todos los que alertan sobre la crisis/emergencia climática.

Recientemente, una dirigente política española dedicó en sede parlamentaria epítetos despectivos a quienes protestan/se lamentan por la inacción ante la crisis climática –suponemos que ahí no están incluidos los miles de investigadores-as de todo el mundo del IPCC o de universidades-. Basaba su negación del cambio climático  en que siempre ha variado el clima; lo debía asimilar a lo de las glaciaciones pero tiene poco que ver con el momento actual de la acción antrópica. No sabemos quién le aconseja decir esas cosas, que parecen veleidades del señor Trump –este también confundía tiempo y clima- cuando al ver la nevada de la costa este de EE UU (nov. 2019) aprovechaba esas ascuas gélidas para arremeter contra la ciencia del IPCC. Todos recordamos un presidente del Gobierno español que hace ya bastantes años negaba la existencia del cambio climático porque un primo físico de Sevilla no lo tenía claro. Ahora mismo hay un partido político que directamente niega el cambio climático y otro más mayoritario que lo ningunea. Por los mismos vericuetos viajan líderes como Putin, Bolsonaro y otros que han convertido la ignorancia en un mérito. ¡Peligro! No está la escena climática para confundir con frivolidades en torno a ella.

La verdad es que esas manifestaciones verbales, o ideas fijas, quedan muy mal cuando se celebra la COP27, a donde suponemos no llegarán las palabras de los negacionistas con altos cargos o que aspiran a ser líderes en España. Pero aquí desmontan muchos esfuerzos educativos sobre el clima y desmotivan a la gente indecisa. Algo parecido sucede últimamente en Francia, Italia, etc., hasta en las antiguas democracias modelo como Dinamarca o los Países Bajos. Sin embargo, luego van sus conciudadanos, que no suponemos ignorantes, y siguen votándoles. Sin darse cuenta, la ciudanía perdona esos deslices para que se sigan despreciando las evidencias climáticas, las consecuencias que pronto o tarde llegarán, también a sus hijos y nietos. Para sumergirme todavía más en lo del tiempo ambivalente y el clima, para enmarcar mi percepción de que no se valoran la inacción, el principio de precaución o el no miedo climático me quedo dándole vueltas a aquella idea de que era menos costoso prevenir que curar. Llegará 2030 y nos pillará…en ascuas.

Esculturas de jirafas, rinocerontes, conejos y otros animales de materiales reciclados invaden el parque donde el Gobierno egipcio habilitó la Zona Verde como espacio paralelo al destinado a la cumbre climática COP27 de Sharm el Sheij. (EFE/Rosa Soto)

Reciclar incumplimientos climáticos antes de la COP27 para actuar de verdad

No sé cómo, pero si cuándo y quiénes (gobiernos, empresas, organizaciones sociales y ciudadanía). Hasta sale en los informativos televisivos y se le dedican programas especiales. Tenemos ahora mismo el hito de la celebración de la Cumbre del Clima COP27 del 6 al 18 de noviembre en Sharm el-Sheikh, Egipto. Pero allí no está representado todo el mundo, pues China, Rusia e India –unos 3.000 millones de habitantes más o menos- ya han dicho que no van a estar, que lo que se recicla les interesa poco.

Ilustrativo el titular de France 24 del pasado día 4: La COP27 se abre en Egipto entre el alarmismo climático y la sed de energía. Merece la pena entrar en la página para conocer la antesala mundial de la lucha contra el cambio climático con datos tan alarmantes como que el aumento de la temperatura media en Europa fue dos veces superior a la media del Planeta en los últimos 30 años, elucubrar sobre las posibilidades de reducir el aumento de la temperatura global en distintos escenarios. Todos tan preocupantes por la no disminución del uso energético y más todavía de combustibles fósiles, con el invierno a las puertas de la mitad de la Tierra, en donde más gente vive y se localizan los países más contaminantes. También será noticia que Greta Thunberg no irá a la COP27–con quién se meterán ahora los negacionistas- porque está sobrecalentada de “greenwashing”; tenemos reciente la COP25 de Chile-Madrid. Aunque sí estará allí el “agorero” Secretario General de la ONU para recordar al mundo que nos dirigimos a una catástrofe global. Porque es opinión compartida mundialmente la advertencia del Pnuma (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente): el progreso reclimatizador ha sido lamentablemente inadecuado.

Un agente de la Policía egipcia frente al Centro de Congresos en el que se celebra la COP27. (EFE/EPA/SEDAT SUNA)

La Cumbre nace con polémica, como titula 20minutos.es, pues se celebra en un país acusado de violar los derechos humanos, alma global de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que sostienen la reunión de los agentes sociales y gobiernos en su lucha contra el calentamiento global, pero no solo. Casi todos los que miramos con preocupación el presente y el futuro ecosocial nos hacemos una pregunta casi idéntica a la que se formula en este artículo de la CNN en español: ¿han servido para algo estas reuniones contra el cambio climático? ¿Qué se espera este año? Nos quedamos, aporta muchas ideas y reflexiones interesantes, con este recordatorio: el cambio climático se cobra cada vez más vidas, el mundo se encamina hacia un calentamiento global que pondría fin a la vida tal como la conocemos y los países han negociado y negociado pero tardan en llegar a hacer realidad sus compromisos.

Ahora toca actuar. Y poner el dinero prometido en las cumbres anteriores sobre la mesa y repartirlo entre todo el mundo para disminuir los efectos del paulatino incremento de la temperatura global. Según denuncia Antonio Guterres y se recoge en un artículo del domingo pasado de Heraldo de Aragón “Las necesidades estimadas varían en un rango entre 160.000 millones de dólares y 340.000 millones en 2030, números que llegarían hasta los 565.000 millones en 2050”. Pero aún hay más: las aportaciones actuales y futuras a las necesidades de los países pobres para hacer frente a la imprescindible adaptación deberían ser incrementadas entre 5 y 10 veces.

Es este enlace de National Geographic hay suficiente información sobre las cumbres climáticas. Habría que ver lo que se había comprometido y lo que se ha cumplido desde la anterior COP26 de Glasgow o de la COP25 de Chile-Madrid. Preferimos no contaminar el análisis con nuestra subjetividad, por eso vamos a limitarnos a reseñar algunos detalles de la valoración realizada por el WRI (World Resources Institute) que además celebra su 40 aniversario y merece un enorme homenaje. Dice más o menos esto de la acción mundial:

Se comprometió impulsar las energías limpias y a eliminar los subsidios a los combustibles no renovables (casi se duplicaron en 2021 según la OCDE.

Se prometió aumentar en miles de millones el dinero empleado en ayudar a los países pobres para su adaptación pero todavía faltan muchos fondos para llegar a los 100.000 millones de dólares USA de antaño.

Gobiernos y empresas grandes se comprometieron a las “emisiones cero” para mediados de siglo pero demasiados implicados no saben si alcanzarán semejante objetivo.

La  Alianza Financiera de Glasgow para Cero Neto (GFANZ, por sus siglas en inglés)  se formó en abril de 2021 para impulsar al sector financiero a alcanzar emisiones netas cero a mediados de siglo. Pero el asunto va demasiado despacio.

En la COP26, más de 100 países firmaron  Compromiso Global de Metano pero falta un trecho a pesar de haberse incorporado países nuevos, pues hay muchos intereses comerciales y políticos intentando pinchar este globo. Lo de alcanzar el incremento máximo del 1,5 ºC ya se sabe que será sobrepasado.

Se firmó el compromiso de detener la deforestación. Ha habido que promover una  Asociación de Líderes de Bosques y Clima (FCLP, por sus siglas en inglés) que será lanzada e impulsada en la COP27 para acelerar aquella “Declaración de Líderes de Glasgow”. La FCLP quiere hacer visibles los compromisos alcanzados por países, que necesitan más ambición y continuidad a lo largo del tiempo. Incluso tienen la pretensión de reunirse anualmente para ver cómo va todo y reprender a los rezagados.

Más de 1.000 ciudades se lanzaron a la Carrera de Ciudades hacia Cero emisiones netas en la década de 2040 o antes. Pero el informe Race to Zero publicado recientemente proporciona pocos datos sobre el pretendido progreso. Habrá que ver en qué queda aquello de las zonas de bajas emisiones de las ciudades españolas.

Queda muy lejos aquel compromiso de más de 100 países, ciudades, estados y empresas importantes explicitado en una declaración en la que ponían fin a la venta de motores de combustión interna en los principales mercados para 2035 y en todo el mundo para 2040.

…Muchas más cosas que a pesar de estar escritas las barrió el viento.

Sea como fuere, la COP27 que se celebra estos días plantea un más allá en el tiempo, más acá en el espacio, más esfuerzos siempre en todo el mundo, más ilusiones y menos decepciones. De lo contrario, se extenderá la menos esperanza para todas las criaturas del planeta, para el mantenimiento de la paz mundial. El clima es el escenario del cual nadie puede escapar; excepto el planeta –sí, aunque a muchas personas les parezca una barbaridad lo que escribo- al que le da lo mismo lo que nosotros hagamos porque discurre permanentemente en la entropía y ya se ajustará a las nuevas variables. Si alguien quiere saber más, proveerse de recursos, mire en WRI.

Sea como fuere, ¡suerte para la COP27! Al menos, servirá para recordarnos a todo el mundo, a la ciudadanía de los países ricos también, que estamos ante una crisis climática global que tiene grandes alcances en la biodiversidad, que tiene enormes ramificaciones vitales, entre otras un deterioro desigual sobre la vida de los pobres y de los ricos. La transición energética no se resuelve con poner las calefacciones a menos grados. Me temo que harán falta muchas transiciones personales y sociales. Por eso hay que empezar ya a preguntarse cada cual el tipo de incumplimientos climáticos en los que hayan podido incurrir para reciclarlos en forma de esperanzas.