Archivo de enero, 2022

La ganadería escrupulosa delimita las macrogranjas

Ciertas voces interesadas han utilizado abundantes hipérboles para posicionarse en contra/a favor de las macrogranjas. Incluso los argumentos expuestos llenarían una de ellas. Ahora ha surgido la polémica en España tras las palabras del ministro de Consumo expresando sus dudas, ¡en un periódico extranjero!, de que la carne que producían fuese de calidad suprema. Bien sabe el señor Ministro que este asunto puede remover muchas cosas que ligan producción con consumo, dos ingredientes básicos de la alimentación humana que no siempre están bien gestionados ni siguen intenciones convergentes. Como entremedio hay puestos de trabajo y grandes sumas de dinero en los canales de distribución ya tenemos el lío montado. Aquí no vamos a hablar de la calidad del chuletón al punto que se comería el Presidente Sánchez, opinión expuesta tras otra diatriba hacia la carne del ministro Garzón, ni de quienes han optado por seguir una alimentación vegetariana o vegana. Cada cual con lo suyo. Además lo que sobre el asunto se ha dicho ha sido recogido en muchas entradas de 20minutos.es, incluida una en el blog La crónica verde que anima César-Javier Palacios a propósito de la incidencia de las macrogranjas en la economía de los pequeños ganaderos.

Toda esta controversia acumulativa durará poco, como tras muchas cosas de interés social. Morirá cuando las proclamas políticas encuentren otros temas de enfrentamiento. Aquí vamos a centrarnos en la necesidad de abrir un debate sosegado, constructivo sobre la alimentación en general y sobre el consumo de carne en particular tomando como punto de partida las granjas de porcino, vacuno, aviar y todas las otras. Hace unos meses Greenpeace les dedicó su informe Macrogranjas, veneno para la España rural. Efectos ambientales de la ganadería industrial. En él se habla de la evolución del censo ganadero en España, lo que ha colocado a nuestro país en los primeros lugares productores del mundo, de los efectos ambientales (por tierra, agua y aire) de la ganadería intensiva. Pero también de la acelerada proliferación, de la relación entre ganadería industrial y despoblación. Merece la pena echar un vistazo a las conclusiones finales y a las propuestas que hace la ONG (no desdeñar lo que propone sobre la emisión de nitratos), pues nos ayudaría a delimitar un estilo de vida futuro, del que la calidad y heterogeneidad de la alimentación es uno de los principales ejes. También propone hablar de la imprescindible transición ecológica del sector agroalimentario, a su juicio una de las grandes olvidadas en el plan “España Puede”, a partir de los fondos Next Generation.

La ganadería cuidadosa piensa tanto en las personas como en los animales, en los riesgos ambientales que puede comportar como en los beneficios nutricionales y sanitarios que aporta una correcta alimentación, en la economía circular y en estrategias de mercado con responsabilidad ecosocial, en la comparativa ecológica entre las pequeñas explotaciones y las macrogranjas, en la existencia contrapuesta entre la crianza ecológica y las pseudofábricas de carne. No se olvida la trazabilidad de los productos de forma que el certificado de calidad vaya desde la alimentación hasta la mesa de los consumidores, y que estos sepan leer la información o demandarla caso de que falte; en concreto se pide que la etiqueta hable del impacto ambiental. Por lo que se dice, parece ser que bastantes de las grandes explotaciones/cadenas de distribución tienen que mejorar parte de este proceso. Se calcula que solamente las porcinas emitieron en 2020 el 8 % de metano y el 20 % de amoníaco del total de España.

Las macrogranjas están presentes en las banderas de los partidos políticos. Por eso nos hemos empeñado en saber si son muchas o pocas las que hay en España. Aragón, Lleida y la Región de Murcia acumulan una mayoría de las explotaciones. Se dice que los cerdos de España, buena parte de cuyos productos van a China, son alimentados en buena parte con la soja que se produce en la deforestada zona amazónica. De todos modos, no es seguro que se conozcan la cantidad de macrogranjas que hay en España ni cómo se registran su actividad (existe un Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes) ni sus posibles emisiones. Y claro, muchos contaminantes van a las aguas. Imaginemos cómo estarán los freáticos de esas zonas, debido también al uso agrícola de los nitratos. Tampoco deberíamos excluir del debate el asunto de las superbacterias resistentes a los antibióticos, que parece que en parte son consecuencia del tratamiento sanitario de los animales que se lleva a cabo en las granjas. Sea como fuere, Bruselas ya ha llamado la atención, ha llevado a las autoridades españolas ante el Tribunal de Justicia,  sobre la contaminación de provocan aquí las actividades agroganaderas.

Por lo que sea, ninguna localidad quiere grandes explotaciones ganaderas cerca. Se ha puesto como ejemplo Caparroso (Navarra) o Loporzano (Huesca), más que nada por la persistente lucha de quienes quieren poner STOP a este tipo de granjas. Hay precedentes como Balsa de Ves (Albacete) en donde sus 131 vecinos conviven con más de 100.000 cerdos, en una proporción de 763 animales por habitante. Claro que en esto de la convivencia entre cerdos y humanos también hay controversias. La patronal del sector porcino Interporc sostiene que las más de 86.000 granjas de cerdos de España dan empleo a 400.000 familias de forma directa e indirecta, la mayor parte en zonas rurales. Por tanto, afirma que son “esenciales para luchar contra la despoblación”. Sin embargo, cuenta Ecologistas en Acción que ha analizado unas 5.000 granjas ubicadas en la zona rural alejada de las grandes ciudades y que en tres cuartas partes de las localidades se ha perdido población. Luego lo de que las granjas son esenciales para mantener la población no es tan evidente. En todo esto influyen varios factores. El caso es que ahora mismo, Daimiel (Toledo), con alcalde cuyo partido se ha ofendido por las declaraciones del señor Garzón, se opone, como la mayoría de sus vecinos, a la instalación de una macrogranja, exponiendo motivos similares a los de otros lugares.

Varios vecinos cuelgan una pancarta contra las macrogranjas en Espinosa de Villagonzalo (Palencia).PISORACA / EP

Si como parece la ganadería extensiva no es suficiente para cubrir las necesidades básicas de productos animales habrá que delimitar muy bien la ganadería intensiva de cerdos, vacas, gallinas, pollos, conejos, y las demás. No se pueden cerrar todas las granjas ni hacerlo de golpe, pero es obligado darles un tratamiento más amable , escrupuloso, a los millones de animales que mantienen la nutrición de una buena parte de los habitantes del planeta. Habría que ampliar sus espacios de libertad, de forma que vivan en la naturaleza a la que pertenecen, que no sufran torturas innecesarias, porque son intrínsecamente crueles. Así lo leímos en varias entrevistas que se le hacían a la antropóloga y primatóloga Jane Goodall en distintos medios de comunicación españoles, también lo recogió en 20minutos.es. A la vez manifestaba que había que discutir si se igualaban totalmente los derechos animales a los de las personas.

En suma, urge delimitar el número de explotaciones y el tamaño de las granjas, en España no se ha articulado y legislado su delimitación.  Así pues, habrá que congeniar la ganadería extensiva con la imprescindible transición ecológica. Habrá que exigir que su funcionamiento y producción no suponga una sobreexplotación de recursos ambientales. También que sea compatible con la pervivencia social en el territorio donde se asiente. Condiciones que no parece que cumplan las macrogranjas.  De hecho, no sabemos si existe una política ganadera ajustada a los nuevos tiempos sino que la situación actual se compone de retazos de lo antiguo con la irrupción descontrolada de lo nuevo. De todo esto hay que hablar. Hasta Coetze y otros escritores han entrado en la polémica.

En suma, la nueva política ganadera de España debe exigir un serio debate, hasta ahora postergado, en el cual todos los sectores sociales afectados lleguen a consensos que faciliten la imprescindible transición ecológica. Cuestión esta que dentro de la Unión Europea se lleva largo tiempo hablando. Nos tememos que cuando pase la controversia por las afirmaciones del ministro Garzón, otras problemáticas quitarán de en medio la armonización entre cría de animales y transición ecológica. Quizás España no llegue al 2030 con los deberes hechos, sin cerrar el debate.

El silencioso vuelo del paisaje sonoro

Los pájaros cantan cada vez menos, como si sus alegrías hubieran volado a la trastienda del mundo. Probablemente sufren de melancolía, o están tristes como nosotros. O son menos y no encuentran con quien conversar. Sucede en mi casa del pueblo, ni siquiera las migrantes golondrinas vuelven a ocupar sus nidos. Por el contrario, abundan las palomas o tordos que también merodean en el tejado de la casa de la ciudad donde ahora vivo. Allí, en plena estepa un par de gaviotas hicieron de una salida de humos su parada preferida. Aves marinas que dejaron la masa de agua. Será que allí hay mucha competencia. Aquí sobrará comida en los vertederos; lo saben bien esas cigüeñas y otras aves que ya no migran. Por el contrario, algo singular sucede cerca del río urbano, según me cuenta mi amigo Severino, un observador que filma una y otra vez sus orillas buscando encaje de vida para ponerle música y regalarnos a sus amigos imágenes de poesía viva, que a la vez que nos traen disfrute nos acercan añoranza. Además, el insistente investigador barrunta que cada vez hay más ejemplares en las orillas del río, algo parecido sucede en el tramo naturalizado del Manzanares, al decir de Santiago M. Barajas. Qué pena que queden tan cada vez menos espacios casi vírgenes en los entornos de los ríos, cual imagen de lo que fueron y que quieren volver a ser. Aún así este año también vinieron los cormoranes, aves acuáticas, marinas por excelencia.

Pájaros urbanos sin haber sido domesticados. Y en el campo faltan. ¿Quién entiende semejante paradoja? En demasiadas ocasiones, cuando sales de la ciudad te espera un silencio de aire, luz y cielo como en el poema de Octavio Paz. El complejo espacio se insonoriza. ¡Qué tiempos aquellos cuando levantabas la vista y te sorprendía la diversidad de los viajes alados!, aunque no identificases el pájaro ni por si vuelo ni color y forma. Transmitían alegría a la vez que daban cuenta de un espacio multiforme. Hoy, el vuelo de las aves sin dirección conocida casi es una experiencia para contar a las amistades. Incluso si están por ahí se invisibilizan, o somos nosotros quienes los ignoramos. No ocurre así con el sonoro desplazamiento de las grullas en V. El resto de los apreciados son algunos pájaros resistentes en parques o llegados de lugares lejanos.

Cigüeñas en un vertedero de Madrid. (Javier de la Puente. SEO/BirdLife)

Dice el poeta que cuando un pájaro canta se mueven las hojas y las hierbas despiertan, ¿será que unas y otras se sienten atraídas por lo extraordinario de lo antiguo? Las gentes rurales marcharon y dejaron el campo abierto hace unas décadas, pero eso algunos pensábamos que eso supondría una masiva recolonización alada, pero no, al menos no siempre. ¿Quién sabe si también los pájaros se han hecho urbanitas, como añorando nuestra presencia? En cualquier caso a las más visibles en parques ciudadanos como urracas y otras especies no les molesta nuestra cercanía. Juan Ramón Jiménez poemaba que cuando él se fuese en su viaje definitivo se quedarían los pájaros cantando por su huerto. Preguntaba a su pájaro  de agua qué cantaba, o espantaba. Hasta el sol se desnudaba con su cantata y le rogaba a ese corazón con alas que no se fuese nunca. Los cantos de los pájaros suenan a vida, sus silencios a ausencias. Vicente Huidobro nos dejó todo un muestrario de sentimiento en sus poemas lamentando el pájaro perdido en el olvido del pájaro. Neruda se llamaba a sí mismo “pájaro pablo, ave de una sola pluma, volador de sombra clara y de claridad confusa”. Será por eso que Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura 2015, los recuerda a menudo desde Chernóbil en su Crónica del futuro.

Pájaros en retirada, como denuncia SEO BirdLife en su Libro Rojo de las aves de España 2021. Nos señala cuales están en peligro crítico, en peligro o aumenta su vulnerabilidad. Anotemos solamente dos detalles pero leamos su informe: un total de 90 especies de aves se encuentran amenazadas por la extinción, lo cual supone el 25,1% de la avifauna. Las más amenazadas ocupan ambientes agrarios, acuáticos, marinos y alpinos. Todo esto en un conjunto (359 especies) en el que desconocemos datos fiables de un 44 %. Para quienes quieran interesarse un poco más aquí van las que se encuentran en peligro crítico: aguja colinegra, alcaudón chico, arao común, avetoro común, cercetas carretona y pardilla, escríbano palustre, focha moruna, fumarel común, gaviota tridáctila, pardela balear, pardela chica macaronésica, pardela pichoneta, pardiño pechialbo, porrón pardo, urogallo común y zarapito real. Puede que los nombres digan poco a la gente que no se fija mucho. ¿Cuántos conocen en su casa? ¿Saben donde viven? Sirva esta entrada para renovar la curiosidad que provoca ver un pájaro volar o escuchar sus cantos, escritos en un lenguaje y con una partitura de desconocemos. La vida es eso, imaginar los mensajes que nos están enviando una roca, un monte, una raquítica masa vegetal, ese liquen desconocido o un árbol sublime; cualquier animal con el que nos topemos.

Macho de alcaudón chico. (GENCAT)

Seguramente se desconoce que solamente 7 de estas “gozan” de algún estatuto de protección en España. Es más, la ciencia tiene constancia de que una parte de este declive es consecuencia del cambio climático. Se ha alterado el desplazamiento de las especies, las migraciones ya no son lo que eran, episodios meteorológicos o cambios climáticos extremos provocan extinciones en determinados territorios. Qué decir de la contaminación, las degradaciones de ciertos ecosistemas, ciertas prácticas agropecuarias intensivas o los impactos de la caza. El Gobierno central y los autonómicos tampoco ven en los pájaros, en su desaparición, un problema. Si bien hay que reconocer la intervención puntual que algunos realizan.

El silencio del paisaje, su insonoridad, no es una ocurrencia de los ecologistas. Lo ha denunciado también, en este caso sobre las aves marinas, el programa El Escarabajo Verde, una ventana abierta a la naturaleza que ha cumplido ya 25 años. Por cierto, varias investigaciones científicas han tomado registros de avistamientos de aves en unas 200.000 localizaciones de Europa y Norteamérica. Después de analizar los datos han llegado a la conclusión de que han desaparecido casi la mitad de las aves comunes en estos lugares. Lo cuentan en un estudio publicado en Nature Communications. Por cierto, si alguien tiene curiosidad por los cantos de las aves, unas 1.000 especies disponibles, lo tiene en Xeno Canto.

Para terminar de celebrar el encuentro con los pájaros, más exactamente sus múltiples visiones de la relación entre ánimo y vida personal, proximidad y lejanía, sirva este poema de Blanca Andreu:

Duermo, pájaro vivo, pájaro de babilonia y pájaro vienés,
pájaro acunado en siena,
pájaro de las californias, duermo,
y la poesía huye de mí como de una frase acabada.
Duermo,
pájaro,
sábana,
palabra esdrújula,
para acabar con los venenos raros,
y así mira el espíritu de la avispa,
llora la plaga de mi cerebro y sus costumbres de ameba,
siente por mí el sabor de la impaciencia y di los tactos tristes que eran míos,
araña y roza, desde la niña antigua,
todo lo que soñé hasta la dicha de la muerte.

En fin, un paisaje dentro de un universo insonoro para la mayoría, pendiente del cumplimiento de los deseos expuestos hacia la biodiversidad en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS 13, 14 y 15).

Cuando lo anómalo climático de hoy sea una cotidianeidad mañana

GTRES

Anomalía es una palabra de esas que acomplejan, porque significa que las cosas no van como debieran. Es tanto una desviación de la regla como un defecto de forma o funcionamiento. También se constata en la astronomía y en la biología pero eso permanece oculto para los legos como el que esto escribe. No tiene un uso frecuente y sin embargo existe por todos los lados y ejerce una singular influencia en casi todo. Sabemos que hay anomalías beneficiosas o perjudiciales. Generalmente se atiende más a las segundas pero alguien me dijo que en la experimentación científica pueden mucho las anomalías no esperadas, los llamados sucesos fortuitos. En fin, que esto que nos pasa ahora ya lo vieron los griegos y los calificaron: de a(n) y “-omalos” que en su idioma se asigna a semejantes o iguales.

Las anomalías en el discurrir de Urano, en forma de desviación de órbita según las predicciones newtonianas, indujeron a Le Verrier en París y Adams en Cambridge a pronosticar que allí había una interferencia. Johann Galle observó el cielo e identificó un planeta azul al que puso de nombre Neptuno, imaginamos que en honor al dios del mar, azul. El descubrimiento de Neptuno provocó envidietas por la cuestión de autoría entre británicos y franceses. Al final todo concluyó dando el honor merecido tanto a Le Verrier, como a Adams y Galle. Y la anomalía dejo de serlo y añadió un planeta gaseoso al sistema solar.

Los científicos también se han empeñado desde hace siglos en elaborar teorías y leyes, en encontrar certeza en el funcionamiento de algo físico y cambiante. Lo hacen seguramente para que los que no sabemos casi nada lo entendamos y podamos predecir lo que va a suceder y organizar nuestra vida en función de ello. La gente que vivía cercana al Nilo sabía más o menos cuándo debía sembrar y el qué, porque las aguas bajarían por cauce estrecho o ancho. Sin embargo, también se encontraron con irregularidades no esperadas. Las siete plagas de Egipto que recoge la Biblia fueron anomalías del discurrir de la vida. Ahora mismo, la ciencia moderna encuentra fundamento a algunos de estos episodios tan antiguos. También es de todos conocida la llamada “pequeña Edad del Hielo” que produjo convulsiones sociales y ambientales en los siglos XVII y XVIII (o XIV a XIX), de los cuales nos dan fe los cuadros de los Brueghel. En fin, que la vida no es una regularidad perfecta, sino que está siempre expuesta a extrañezas. Quienes quieran disfrutar de cómo se veían en otros tiempos las dimensiones climáticas deben conocer las pinturas seleccionadas en el blog de la Aemet (Agencia Estatal de Meteorología de España). Suponen un excepcional repaso a nuestro pasado artístico y climático.

De esas queremos hablar y enlazarlas con el cambio climático. No es normal, anómalo sí, que en esta haya sido la Navidad más cálida en Alaska, con temperaturas superiores a los 15 ºC. En el Reino Unido, Bélgica y otros países del norte europeo sucedió algo parecido. En Bilbao, sin ir más lejos, se registraron 23 ºC el 31 de diciembre, 24,6 en San Sebastián. En muchas ciudades de la costa cantábrica se superaron el 1 de enero los 25 ºC de máxima, ambiente más propio de una buena primavera o un otoño plácido. Además esto tan raro sucede cuando las horas de insolación son las mínimas del año. Resulta que una masa de aire subtropical se encontraba instalada sobre Europa occidental y las altas presiones impedían cualquier movimiento masivo del aire. Este fenómeno no es puntual, aunque este año sea límite. Ya se apunta en un gráfico de la Aemet titulado varías anomalías de la T (temperatura media) desde el año 1961, pero no positivas ni tan continuadas como ahora. Una cosa es la variabilidad climática, siempre presente, como sucedió una semana más tarde de lo sucedido en este diciembre con máximas que no superaban los 10 grados en las mismas zonas. Sin embargo, si constatamos la concatenación de cambios tan bruscos nos puede obligar a cambiar el concepto y valor de un determinado clima.

¿Qué sucederá si estas anomalías se certifican en todo el mundo por continuadas y configuran una nueva zonificación del clima terrestre? Si así se pudiera decir porque el clima (múltiple y heterogéneo aunque se pronuncie en singular) es una abstracción/calificación no cerrada construida como consecuencia de múltiples causas y efectos concatenados, muy diversos en cada lugar, más observados e investigados en nuestros días. En cualquier caso, las altas temperaturas de este comienzo de invierno cálido no son presagio de algo bueno; por más que mucha gente esté contenta de unas navidades un poco menos duras que laminan por momentos los estragos de la COVID. Por más que hayamos visto bañistas en playas mediterráneas, cantábricas y algunas del norte de Europa. La biodiversidad anda algo despistada. Visto lo que viene, convenzámonos ya de que por mucho que nos empeñemos nunca encontraremos la normalidad climática, en el sentido de las variables meteorológicas que no nos molesten y de que no volveremos a la supuesta normalidad con clara división estacional en la que vivíamos antes, que quizás no lo era.

Si queremos verlo desde otro ángulo utilicemos aquello que dijo Robert Pirsig: el mundo viene hacia nosotros como una interminable secuencia de piezas que nos gustaría encajasen de alguna manera. Pocas veces se consigue. También añadió: por cada hecho hay una infinidad de hipótesis. Anotémoslo para entender las anomalías y reflexionar sobre si estas no deberían formar parte de la cotidianeidad del pensamiento, que nunca será monótono para muchas personas. Así podremos actuar en consecuencia. Descubrir que lo monótono es poco más que un vacío interpretativo. Si no que se lo digan a toda esa gente que ha perdido todo por la repetición de esos fenómenos extremos que entrarían en la categoría de anomalías climáticas.

Dicen quienes pronostican la buenaventura para 2022, que estos dos últimos años pandémicos habremos aprendido a reconocer las crisis sociales, a manejar algunas incertidumbres o momentos traumáticos y, en consecuencia, a revisar prioridades. Pensemos en positivo pero toca ahora poner en práctica lo aprendido de lo vivido y analizado, para descubrir si no nos encontramos ante permanentes anomalías. ¡Mira que si se estuviese experimentando un fenómeno de metamorfosis natural y social!

Cambiaría el futuro si a la vista de las dificultades una mayoría de las personas fuese capaz de tener unas expectativas vitales más ajustadas. Habríamos descubierto el tipo de persona que queremos ser y cuál es el sentido o el propósito de nuestra vida. En el caso que nos ocupa están relacionados con el devenir climático. Quién sabe si esas reflexiones individuales no se podrían trasladar a la esfera de lo colectivo: si queremos convivir con otra gente necesitamos imponernos ciertas obligaciones personales. Bastantes actuaciones necesitan una deliberación previa, y es mejor que estos propósitos vengan de un impulso personal y no sean impuestos. El futuro es hoy, oculto detrás de lo que hacemos entre todos. Porque el cambio climático está entremezclado en la mayoría de las crisis socioambientales venideras.

A este paso, voy a volverme un “ecoanómalo”, debido a que por mucho que me esfuerce nada entiendo. Empezaré leyendo ese libro de Hervé Le Tellier de la mano de mis compañeras del grupo de lectura el IES “Miguel Catalán” de Zaragoza para situarme dentro de la anomalía. A ver si me centro con los personajes desdoblados o soy siempre el mismo. Será por eso que no entiendo del todo las magnitudes y me resisto a que ese estado sea el de “la diferente y peligrosa normalidad climática” que se ha hecho cotidiana. ¿O ya lo era antes? Además, a decir verdad la gente no ha cambiado mucho sus comportamientos ante los episodios críticos precedentes. Y nos duele la indiferencia de la gente buena, como decía Martin L. King