Archivo de diciembre, 2021

Balances de sostenibilidad para seguir adelante

Sostenibilidad es una palabra rara, pero también moderna. Es una de esas que en forma de comportamientos e ideas se ha manejado siempre pero se ha tardado en asignarla a sus múltiples significados. Pensarían en su aplicabilidad la gente del Paleolítico, algo de ella habrá en la interpretación de las pinturas de aquellos tiempos. Es de esas que han existido sus maneras y contenidos antes de encontrar un vocablo universal que las definiera. De hecho, tardó mucho en entrar como significado en el diccionario de la RAE. Parece que salió a la luz tras la presentación del Informe socio-económico Brundtland elaborado para la ONU hacia 1987.

Según dicen quienes de esto saben, sus raíces latinas vendrían a decir, simplificando, que es algo que puede perdurar en el tiempo “parado por sí mismo”. Profundizando un poco más, la palabreja tan pronunciada actualmente se podría trocear en sos (sub) para decir que está debajo de pero se traslada a un estadio más alto donde se ve, tenere (dominar o retener), bilis- ahí hay algo de posibilidad- y -dad, que alude a una cualidad. Por Latinoamérica y otros lugares se usa más sustentabilidad, y así le han dado un matiz ambiental al adjetivo de la misma familia, sostenible/sustentable, que enlaza con esa malla relacional que se puede o se debe sostener y equilibrar para que las cosas vayan mejor. Eso que se ha de amparar y defender. Más o menos, sustentable sería algo a mantener, conservar e incluso mejorar durante largo tiempo sin causar daño al medioambiente. Por eso ha encontrado acomodo tanto en la ecología como en la ecología y la economía. Es más, la comisión encabezada por la doctora Gro Harlem Brundtland utilizó por primera vez el término desarrollo sostenible (o desarrollo sustentable) en su informe Medio ambiente y desarrollo sostenible. Nuestro futuro común, y lo definió como “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”.

Han transcurrido suficiente tiempo para reconocer cómo estamos en relación con estas intenciones. Es lo que se recoge cada año en los informes de la SDSN (Sustainable Development Solutions Netword, por sus siglas en inglés), en este caso referidos a Europa; los hace también del mundo. El año pasado todo se ha visto alterado por la COVID: la esperanza de vida ha descendido (ODS3), han aumentado las personas en riesgo de pobreza severa (ODS1), la empleabilidad ha caído (ODS 8). Las diferencias son notables entre países, de ahí que se elabore un índice anual que utiliza datos de años diferentes según países. Elabora un ranquin donde los mejor situados son los nórdicos, después algunos de Europa central. El resto van campeando el temporal pero algunos muy mal, como los nuevos miembros de los antiguos países de la órbita de la URSS. Interesa echar un vistazo al Informe para hacernos una idea del estado actual, ponernos al día de quienes van adelante, de aquellos ODS en lo que se mejora o empeora colectivamente. Su infografía está bien pensada porque mediante colores marcan las diferencias. Así vemos una panorámica del conjunto de la Unión Europea y por regiones. Se puede hacer una lectura múltiple. Primero los ODS logrados totalmente según los objetivos previstos por la ONU: la UE en su conjunto ninguno. También los retos pendientes (algo, bastante o significadamente) y los mayores retos, en rojo. Así mismo se marcan trayectorias mediante flechas que marcan tendencias ascendentes o descendentes con respecto a años anteriores. España se encuentra en la mitad de la clasificación hacia abajo (lugar 20 de los 27).

Pero el mundo, compuesto por muy diferentes países y regiones, es un todo interrelacionado. Lo que ocurre en un lugar puede quedarse por ahí o extenderse. Todo se entiende según la magnitud que sea y la lectura que de ella se haga. En el Anexo 2 del informe citado se da, a partir de la página 97, un informe por países miembros de la UE y otros de Europa. España aparece en las páginas 164 a 166. Ninguno de los ODS se pintan de verde esperanza; los hay amarillos, naranjas y rojos. Solamente en la reducción de las desigualdades se está cerca de conseguir el logro. Pero nuestro país suspende estrepitosamente en el 2 (Reducción del hambre), 8 (Trabajo decente y crecimiento económico), 13 (Acción para reducir el cambio climático), 14 (Vida en las masas de agua) y 15 (Vida en los ecosistemas terrestres). Bien es cierto que en trece de los diecisiete objetivos/temas vitales se observan mejoras pero también hay que hacer notar que se suspende clamorosamente en el 15, que afecta a la vida de los ecosistemas terrestres. Tal anomalía sucede en el país europeo que más biodiversidad acoge. Por no cansar más, en eso de no dejar a nadie atrás estamos por debajo de la media europea como también en el índice de desbordamiento, que tiene que ver con la despensa del ecosistema planeta Tierra, con sus tierras, lagos y aire.

En fin, volviendo a aquello de la idea de sostenibilidad, la posibilidad y la cualidad de mantener un entorno mundial sustentable para “satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades” nos quedan demasiadas tareas pendientes y el tiempo se nos acorta. Alguien opinará que con la pandemia que nos ha tocado padecer ya hemos hecho bastante. Sí y no, porque sus afecciones negativas han tenido mucho que ver en algunos indicadores pero en otros que empeoramos no; de unos y otros no partíamos en buena posición. Vamos a desear que todo esto sea solamente un paréntesis. Mientras tanto no estaría de más leer lo que cuenta la gente de EOM, sobre cómo ve el mundo en 2022.

Todo esto sucede cuando el término/concepto sostenibilidad impregna la mayor parte de los mensajes de comerciales y de la administración. Sabemos que cuesta llegar a la creencia ambiental y socializarla. Resulta más sencillo acopiarse de estética que abrazar una ética socioambiental, pero ya van bastantes años hablando de lo mismo. Por cierto, tanto sostenibilidad como sustentabilidad son indivisibles, por mucho que nos empeñemos en hacer mal, o menos bien, las cosas que en conjunto dan forma a la vida. Una anécdota sobre ambas: una búsqueda en Google el día que se redactaron estas líneas arrojó 1.150.000.000 resultados sobre sostenibilidad mientras que fueron 80.600.000 los de sustentabilidad. Si dicho buscador fuese en algún momento un barómetro social, diríamos que a la gente le interesa, que no todo está perdido.

En cualquiera de los casos, llegados a un 2022 que deseamos próspero en sostenibilidad, la ciudadanía debe despertar y retomar el debate sobre sus estilos de vida. No sea cosa que cuando las generaciones venideras lleguen a lo que debería ser su futuro más o menos amigable se encuentren con muros insalvables para mucha gente. Máxime cuando aquí hemos hablado solamente de Europa. Démosle una vuelta a aquellas reflexiones que nos dejo E.F. Schumacher en Lo pequeño es hermoso o Guía para perplejos. En sus libros hay bastante sobre aquello que decíamos al principio de la –bilis. Personalmente me quedo con los enigmas que me plantea esta frase: Cualquier cosa que podemos destruir pero no podemos construir es en cierto sentido sagrada.

Dejemos al menos abierta la puerta para que entre la posibilidad en nuestra vida. O cerrada la actual para que no se salga la que poco a poco hemos ido construyendo en esos 34 años desde que la ONU aprobó el informe coordinado por la ex primera ministra sueca G. H. Brundtland: siempre seguir adelante en la aventura hacia la sostenibilidad. Por cierto, hagamos un homenaje a Rachel Carlson cuando se va a cumplir el 60 aniversario de La primavera silenciosa. Leamos de nuevo lo que en su libro aportaba. Dedicar momentos de reflexión durante del año que va a comenzar será el mejor epitafio a todo quien tanto luchó por preservar la biodiversidad, eje básico en la sostenibilidad del planeta y sus criaturas de todo tipo.

(GTRES)

La España saturada frente a la vaciada

El medioambiente se resiente por los cuatro costados. No es necesario buscar mucho; simplemente mirarlo desde la ventana de la gestión territorial hacia ese fenómeno que se llama urbanización. Sitios donde se aglomera la gente a lo largo de los siglos dejan espacios vacíos. Ese desequilibrio poblacional se da por todo el mundo. Desiertos humanos en tierras abandonadas donde crecen plantas de diversas formas y colores frente a zonas masivamente habitadas, donde el suelo es un pavimento continuo. Ciudades que son ahora megalópolis, imposibles de gobernar con unos criterios saludables para el medioambiente propio y las personas. De hecho, las ciudades del mundo ocupan solo el 3% de la tierra, pero representan entre el 60% y el 80% del consumo de energía y el 75% de las emisiones de dióxido de carbono. Ahora mismo, más del 65% de la población vive en ciudades, según el Banco Mundial. El EOM (Orden Mundial) avisa de que los habitantes de las ciudades se enfrentan cada día a más retos y de mayores dimensiones.

En España, las zonas urbanas (no solo las ciudades) concentran el 80% de la población total. Se han primado, al menos en el mundo rico y en España desde hace unos 40 años, modelos de crecimiento diseminado en torno a las ciudades. Por eso han proliferado nuevas urbanizaciones residenciales de baja densidad. Estas conllevan un alto consumo de suelo y una elevada dependencia del vehículo privado, con los consiguientes impactos sociales, medioambientales y energéticos. La gente, que se ha convertido en “periurbanita” se ha lanzado a ellas porque mezclan proximidad urbana con disfrute de un mejor ambiente natural; a veces jardines relajantes. Esto es por ahora, pues nadie es capaz de predecir hacia dónde vamos. Dentro del desierto interior hay oasis donde se acumula la gente, pues allí se concentran los servicios públicos y surgen más posibilidades de vida laboral y social. Todo es muy complejo y no se puede justificar con un solo argumento. La población concentrada en capitales de provincia supone un 32% de la población total según datos del INE. En cierta forma constituyen nodos de actividad que al igual que proporcionan mejoras abducen todo lo que les rodea.

Imagen de la Gran Vía de Madrid. (Jorge París).

Pero hay otras situaciones a tener en cuenta en esto de la España desigual: entre seis provincias concentran el 43,5% de habitantes, las seis CC AA más pobladas acogen al 70% de la población.  Al otro lado del balancín humanizado se encuentra buena parte de la España olvidada, menguante la llamaba Julio Llamazares en un artículo reciente. Entre esta, escondidos porque tienen pocos votos y menos voz, están 3.403 municipios (42% del total) en riesgo de despoblación, como los califica el Informe Anual del Banco de España. Acumulan apenas un 2,36% de la población. Por lo que podemos decir que la España fragmentada no solo se da entre la costa y el interior, sino entre el medio rural y urbano, también dentro de provincias o comunidades que cuentan con una elevada población como Madrid (el norte de su provincia es otro desierto demográfico). Así pues, la distribución poblacional es un conglomerado con acumuladas incógnitas con respecto a sus posibilidades vitales y a la dotación de servicios indispensables, de complejo encaje en esta lanzada carrera hacia la difusa meta del año 2030. Fecha marcada en rojo intenso en muchos calendarios y agendas tanto de la Administración General y Autonómica como de los responsables municipales.

En periodos concretos festivos o vacacionales la gente urbana provoca la España abarrotada. Es una estrategia de liberación, aseguran algunos. Será porque la vida urbana tiene de todo, menos ser amigable. Las ciudades no se han planificado pensando en los ciudadanos. Esa masiva huida a enclaves concretos, que Internet promociona con insistencia, genera patentes desigualdades y dependencias ambientales nada desdeñables en las zonas de acogida y recreo: contaminación del aire, generación de residuos, consumo de agua, gastos energéticos, etc. Hace años que se producía pero lo hemos visto este año cuando la pandemia ha abierto ventanas para la movilidad. Cualquiera que haya visitado estos meses “los pueblos más bonitos de…” o “los enclaves que no debe perderse” se ha encontrado con multitudes que buscaban la solitaria belleza y se han encontrado con la masividad del urbanita. Si hubieran ido en un día no festivo hubieran visto otro paisaje y paisanaje.

Podemos mirar las cosas de otra manera. Seguro que recuerdan aquello que decía que la única perspectiva de resistencia global era ir configurando ciudades y comunidades sostenibles (ODS 11). El Gobierno de España había marcado que se proponía lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles. Bien parece. Pero para lograrlo se hacían imprescindibles unas políticas que no dejasen a nadie atrás. Difícil desempeño cuando España presenta un acusado envejecimiento en 22 de las 50 provincias, existiendo una situación crítica en 14 de ellas. Por otra parte, la creciente urbanización está ejerciendo presión sobre los suministros de agua dulce, las aguas residuales, etc. Afectan tanto el entorno de vida como a la salud pública. En especial generan contaminación de aire y ruidos cuando sus habitantes no paran de desplazarse motorizados por unas ciudades que han crecido en extensión. Por eso ha habido familias que ante las limitaciones de la pandemia, o por convicción reflexiva, han aprovechado para huir hacia pueblos pequeños. Si bien suponen poca población en el conjunto global. Pero quién sabe si pasado un tiempo y hay servicios…

Hasta el dinero guardado ha huido de la España marginada. Muchas entidades bancarias, que obtienen beneficios del mundo rural, han cerrado sus oficinas en los pueblos. Han condenado a sus habitantes a hacer malabares –quién sabe si escondiéndolo en los colchones o debajo de las baldosas- para tener el dinero disponible en el momento oportuno o para un imprevisto. Además buena parte de los pobladores de esas pequeñas localidades son gente mayor que tiene cierta dificultad con los manejos informáticos. Parece ser que el concierto entre Administración y Correos va a paliar este nuevo desamparo.

La España marginada comienza a levantar su voz. Surgen agrupaciones de electores como Teruel Existe que quieren llevar sus penurias al Parlamento. Otras iniciativas políticas de signos parecidos están en construcción. Están cansados de muchos olvidos y peajes ambientales que soportan. Una granja enorme en x sin contar con x, se despliegan energías renovables por doquier, sin una planificación compensada, en sitios poco poblados, para satisfacer necesidades de lugares muy alejados. Incluso en lugares en donde la belleza del territorio era un valor supremo. Si hay que construir un cementerio nuclear se busca en… Por cierto, nadie sabe en qué va ese asunto. Se gobierna contra la España vaciada, escuchamos decir a Julio Llamazares, que hizo de Ainielle (Pirineo Aragonés) el epítome de la desigualdad territorial. Apetece volver a ver El disputado voto del señor Cayo, película de Giménez Rico basada en la novela del mismo título de Miguel Delibes en la cual desarrolla una ácida interpretación del devenir del éxodo rural y de la acción política en relación con la España olvidada.

Hace unos días se reunieron los Presidentes de 8 comunidades autónomas. Reclaman una atención especial a sus peculiares territorios, con muchas localidades con pocos habitantes que demandan unos servicios básicos que suponen un alto costo por persona e hipotecan los presupuestos de sus comunidades. Demandan recursos del Estado para atender las necesidades de una escasa y envejecida población y no están de acuerdo con que distribuya por población el fondo extraordinario de 13.486 millones de euros destinado a las Comunidades Autónomas. Más detalles en 20minutos.es. También en sus comunidades se dan los extremos poblacionales, con los consiguientes efectos. Zaragoza concentra más de 680.000 habitantes de los 1.325.371 de Aragón. Imaginemos el reparto espacial en un territorio de 47.719,2 km².

Frente a ellos se encuentran los políticos de la España superpoblada que aducen que se utilice un prorrateo del dinero en función de los habitantes censados. Además, se quejan de que su representatividad en Cortes Generales resulta cara. Que a las provincias menos pobladas les corresponde más escaños por habitante. El sistema se podrá criticar pero dado el funcionamiento partidista de nuestro Parlamento no sabemos si es un argumento válido de queja. Más bien parece que los grandes partidos están mosqueados por el desafío rural.

Sea como fuera, si se piensa en llegar en situaciones similares de bienestar individual al año 2030 habrá que sentar a dialogar a esas dos Españas. Por cierto, muchas localidades pequeñas tienen en las condiciones actuales, como mucho, un horizonte de vida de 50 años, cuando la generación de los resistentes desaparezca. No será necesario llevarles los servicios que ahora demandan.