Archivo de julio, 2021

El apetito cárnico, en revisión pendiente, complica el gran sudoku de la vida

La vida es tan compleja que solamente pronunciar esa palabra esplendorosa ya se amontonan las incógnitas. La existencia de cada persona se sustenta en la alimentación/nutrición. Esta es cada día un poco más compleja. Algo parecido sucede con todos los asuntos que afectan simultáneamente a la economía, la salud y el medioambiente. Sectores que interaccionan entre sí constantemente, se complementan o no tanto. Pero querámoslo o no es la intersección donde se aloja la vida. Si se miran parcelados tienen muchas aristas, que a veces se intercalan en los otros y provocan rasguños o cortes profundos. En ocasiones chocan porque no se libran de egoísmos fuertes. Resolver este sudoku es una tarea colectiva. De otra forma la convivencia siempre será fragmentada.

El problema es que los asuntos de la vida, por más complejos que sean, tienen una atención esporádica. Vayamos a un ejemplo concreto. Hace unas semanas se produjo  una declaración del Ministro español de Consumo recomendando la reducción del consumo de carne por su relación con problemas de salud de las personas levantó un aluvión de críticas. Reflexionaba sobre la alimentación y aportaba sugerencias, no sabemos si propias o de su Ministerio. No muy diferentes a las que desde hace años recomiendan la OMS y la FAO. Así como entidades diversas de reconocido prestigio científico, algunas de cuyas investigaciones se han publicado en The Lancet. También opinan parecido una mayoría de nutricionistas. Pero esas palabras/ideas/reflexiones fueron tomadas como un ataque al sector comercial y ganadero. Es posible que quienes así lo vieron no atendieron al discurso completo, diseccionando cada parte para analizarla bien y comprobar si había alguna inexactitud que mereciese una razonada explicación.

La necesaria crianza ganadera es muy variada. Dicen quienes de esto saben que se deberá potenciar aquella que cabe en el gran sudoku de la vida sin menoscabar el espacio y la dimensión del resto de las casillas. En ella no habrá solo vacuno, de donde parece que procedía un chuletón alabado por el Presidente del Gobierno español. Se supone que para defender una parte del sector ganadero. No sabemos si tendría in mente la diversa ganadería extensiva que muchas mujeres y hombres practican con profesionalidad en la España vaciada. Derrochan esfuerzo y cuidado, pero también respeto hacia los animales y por la tierra en sus iniciativas agroganaderas pequeñas o medianas; así como afectos múltiples. Buena parte de su actividad supone un ejercicio de custodia del territorio, otra potencia la cría ecológica. Los beneficios sociales y naturales trascienden fuera del espacio concreto. A modo de ejemplo serviría lo contado en algunos capítulos de El campo es n(v)vuestro de la Televisión de Aragón.

(GTRES)

En esto de consumir carne hay que valorar la aportación social que supone hacerlo de la de cercanía. Frente a ella inunda el mercado otra elaborada en las macrogranjas estilo EE UU, en las que no faltan incentivos medicinales supuestamente peligrosos. También habrá que reflexionar si merece la pena que llegue tanta procedente de Sudamérica. Está criada en extensas zonas deforestadas lo que tantos daños ambientales provoca en suelos, acuíferos y aire. Por no hablar de la zoonosis inducida tan de actualidad con la COVID-19. Además deja de lado a los pequeños campesinos de allí.

Miremos por ejemplo hacía la Amazonía. Una reciente investigación publicada en la revista Nature afirma que la selva amazónica emite ahora más CO2 que captura, debido a los incendios provocados para despejar el suelo para criar carne o cultivar soja. A esa práctica agroganadera agresiva debería reducírsele su valor en el sudoku global. De paso, agrandaríamos la casilla del Planeta, muy inestable al paso que vamos. A ese no le iría mal que se le asignase alguna nueva parte que lo relacionase claramente con nuestro futuro y bienestar, con más o menos ingestión de carne de diversos tipos. ¡Ah!, que no se olvide que enmarcando todas las partes figura el cambio climático, condicionando cada vez más lo de dentro de cada espacio.

Entre las diferentes parcelas del sudoku deben completar existencia global en horizontal y en vertical. El rompecabezas es dinámico y tiene también dimensión personal, social y medioambiental. Pero no es irresoluble a pesar de que vienen tiempos difíciles. En lugar de pelearse por lo que unos u otros manifiestan, los gobernantes y los sectores sociales diversos se podrían dedicar a darle el tamaño y contenido adecuado a cada casilla. Así facilitarían que el conjunto ecosocial se pueda ir gestionando por las generaciones futuras.  Por cierto, algo de esto de consumo de carne y salud de las personas se decía en el Plan para la España 2050 del Gobierno, que el Presidente prologaba curiosamente con «España: un país con hambre de futuro».

Se dice que últimamente casi nada es lo que parece en buena parte de las proclamas políticas lanzadas por cualquier protagonista de España. ¡Ojo!, pues lo que parece difícilmente llega a ser realidad. Habría que recordar a quienes tienen responsabilidades en la gobernanza social de todo tipo que nada de lo que construye sociedad depende únicamente de la casualidad, ni debe estar sujeto al beneficio exclusivo.

Ojalá las manifestaciones del ministro Garzón, se vean o no oportunas, sirvan para impulsar la sosegada búsqueda de una sociedad informada en su nutrición y alimentada más equitativamente en conjunto. Además, tal que reflexiva se pueda convertir en cuidadora del Planeta. Algo así como decíamos de las mujeres y hombres que están dignificando la vida rural con prácticas sostenibles agrícolas y ganaderas. Sería lo lógico pues en el Planeta están las fuentes del sustento vital de la sociedad ecodependiente. Por lo que parece ni el uno ni la otra están exentos de interrogantes. Pero claro, quién se mete en estas controversias que afectan a consumo, economía y medioambiente. A nuestro modo de ver, pasado aquel impacto es momento de convertir la alimentación/nutrición en una cuestión de Estado, de diálogo reposado pensando siempre en el bien común. No es conveniente aplazar la respuesta sine die, transferir los problemas presentes al futuro. Se sabe que no está bien. Pero se deja pasar sin pizca de rubor delator. Así nos va en otros muchos retos pendientes.

Maquillaje ambiental, bien publicitado y muy consumido

Vivimos en un presente sustentado en la explotación abusiva de los recursos materiales.  Lo cual nos coloca un permanente futuro imperfecto. Se acabarán los patrimonios de no ser que aumenten las prevenciones ambientales: potencial con varios condicionantes detrás. Los tiempos vitales se conjugan con los residuos y vertidos industriales, que van desajustados en personas y número. Suenan verbos que alertan de que se ha incentivado la compra del vehículo privado y se ha abandonado el transporte público; que esa movilidad del cada uno con su coche de estos últimos 60 años tiene mucho que ver en el cambio climático y con la salud. ¿Dónde quedará la gente?

Dicen quienes mandan que todo se arreglará con la Agenda 2030. Aunque a este paso va a tener menos páginas rellenas que un calendario de bolsillo. Hay quienes aseguran que la legislación renovará todo, para bien. Ahí están las muchas leyes y normas existentes y las que vendrán a la carrera tras el Pacto Verde Europeo. Tanto avanza (sic) la sostenibilidad que figurará en todos documentos oficiales, al menos en sus preámbulos. Se nos antoja raro que a partir de ahora se apueste en la normativa por un cambio del modelo vivencial y contra ese desarrollo/crecimiento responsable del deterioro ambiental. Pero demos tiempo.

Se escribe y difunde que cada administración (estatal, autonómica o local) que se precie ya está redactando la coordinación entre departamentos para llevar todo esto a término. Han diseñado sus fases de implementación; tienen muy claros los criterios y momentos de valoración de las acciones. Además, todo gobierno se dotará pronto de un órgano de vigilancia independiente, cuyas recomendaciones tendrán carácter vinculante. Están tan preparados para completar bien este proceso de cambios productivos y ambientales que ya tienen comprometida una sustancial dotación presupuestaria. Se dice que la Unión Europea va a destinar millonadas de euros al tránsito hacia una preponderante sostenibilidad. Ojalá las grandes corporaciones no acaparen casi todos.

Cada vez más gente puede hacer propia esa tendencia de sostenibilidad que se escucha por todos los lados; cual misión redentora de los males ambientales. Pero cuidado con sucumbir sin reflexión a la sostenibilidad publicitada y escasamente reflexionada. Tal como se disemina el término se corre el riesgo de que termine desgastado, como otros muchos que afectaban al pensamiento y bienestar colectivo. Más o menos lo que antes se llamaba ética, pero ahora lleva añadida la dimensión ecosocial.

Las astutas empresas también nos la venden. Se adelantan con su protagonismo reverdecedor. Ya florecen varios fondos de inversión que manifiestan que se van a dedicar a impulsarla en cualquier generación de riqueza o actividad. Incluso las comercializadoras eléctricas se publicitan como verdes. Nos trae a la memoria el olivo centenario de aquella película de Icíar Bollaín que acabó en un vestíbulo, dando lustre ecológico a una supuestamente dañina energética alemana.

No falta gente suspicaz con la gran conversión. Le cuesta creer que los perezosos gobiernos y las empresas nos vayan a ayudar a cambiar nuestros estilos de vida. Los mismos que han permitido o provocado ‒o al menos ayudado por acción u omisión negando evidencias‒ una buena parte de los desastres del descabellado modelo de crecimiento. Por eso se duda de la publicidad ambiental con que ahora abruman día sí y otro también. Es más, tanta hay que no da tiempo de pensar si sus voluntades parecen inequívocas.

Levantan su voz advertidora las ONG pero también se oyen desde la ciencia y organismos internaciones. Alertan de que esa publicidad es de por si insostenible si se queda en la laminación de las preocupaciones ambientales, vía emoción exprés. Demasiadas veces decae el interés por el cambio de estilo de vida si aparece la autosatisfacción no razonada. Es más sanatorio comprometerse con la sostenibilidad que solo comprarla. Da más réditos personales y sociales. Alguien tituló la inversión personal como generadora de cultura y recursos ecosociales. ¡Ahí es nada!

No podemos resignarnos a que el maquillaje ambiental, por más que sea bien consumido,  mejore nuestro exterior mientras el interior no se conmueve. No seamos como los gobiernos que en este asunto están presos del cortoplacismo. Hemos sido testigos de que lo que el departamento administrativo encargado de la imprescindible transición ecológica propone es contradicho por las acciones del resto. Pensemos en la simple gestión del agua, en la contaminación del aire por actividades industriales o de movilidad incentivada, en la lucha razonada contra la pobreza energética y otras cuestiones ecosociales de fuerte impacto.

Las voces que nos alertan sobre la necesidad de un cambio en los estilos de vida desde hace más de 30 años apenas han conseguido rascar un poco en la tan nombrada concienciación ambiental. Transitando en ese estadio se encuentra bastante gente a la que el “viejo progreso” no le genera emoción, como puede ser, hay otros grupos activos, el Foro Transiciones. Luchan porque lo que en un principio fue un compromiso minoritario con el medioambiente se convierta en un reto de humanismo crítico en la actualidad.

Es hora de pasar a la acción. Dejemos la pereza  y hagámonos cómplices en el ejercicio continuado de la nueva marca existencial, aunque sea poco a poco. No nos quedemos en los ecogestos, en el maquillaje que con el tiempo y el calor se desvanece. Sobran consumidores de sostenibilidad. Hacen falta productores de tránsito ético, tanto de cercanía como hacia el ancho mundo.

(GTRES)