Educación para el planeta: es cosa nuestra

Seguro que quienes nos leen recuerdan que uno de los más rutilantes Objetivos de Desarrollo Sostenible (el paradigma que nos marca en teoría el futuro) hacía mención a “Objetivo 4. Una educación de calidad”. Puede que alguien desconozca o haya olvidado lo que venía detrás de este enunciado tan deseado: Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos. Y todo esto para el año 2030.

Ahí es nada el reto planteado al completo. En él la educación tiene un protagonismo especial. Esta conlleva una gran complejidad. Hacerla de calidad, inclusiva y equitativa son deseos sin límites fijos, susceptibles de matices diversos según quienes lo interpreten. Por otra parte está el “todos” expresa sin excluir a nadie, sin dejar de lado a cualquier habitante del mundo, sea joven o no. No se detiene en las diferencias de género pero está implícito en la caracterización, como tampoco se circunscribe a quienes viven cerca o lejos. Lo cual nos lleva a plantearlo como un desafío prioritario.

Será necesaria una gran implicación para aproximarnos a ese objetivo, hacer realidad el deseo para la vida completa. Además, los puntos de partida son muy diferentes según el colectivo en el que nos fijemos la acción. No obstante la meta real da la impresión de que es la misma, así lo manifiestan quienes la idearon. En el contexto espacial en el que nos movemos, como sucede en otros lugares, tenemos una duda razonable de su desarrollo y consecución. La duda nos mantiene alertas; es conveniente si nos ayuda a trazar el camino.

Para acercarnos a nuestra relación con el planeta, a si hemos sido más o menos educados con él, podemos utilizar la reflexión pausada sobre lo vivido a título particular o como parte de una historia colectiva. Debería ser así porque siempre cuesta llevar a la vida lo formulado en un deseo particular, lo dicho en una instrucción o planteamiento de alguna institución, país o supranacional. Por eso, contemplemos lo hecho hasta ahora en relación con dos vectores sociales que marcan el futuro: necesidad y rapidez de las tareas pendientes, de los esfuerzos educativos. En este último campo, no resultará fácil educar para construir un mundo menos desigual. Cualquier cambio social es un recambio, el cual no toda la gente ve igual. Por eso mismo, el intento nos afecta en mayor o menor grado a todas las personas, tanto por activa como por pasiva. Por consiguiente, repitamos la frase que ha lanzado muchas transformaciones: ¡basta ya de quedarnos mirando!

Volvamos al análisis del deseo complejo que formula el titular de la entrada. ¿Se puede educar un planeta? Cualquiera podría discutir el título. Puede que bastantes personas respondiesen que no, sin dudar. Planteemos la hipótesis de que sí, al menos algo, si atendemos a lo que una parte de sus habitantes puede proporcionarle en forma de cuidados y beneficios varios. El planeta nos da mucho pero no habla, luego no puede pedir sin parar. Pero lanza mensajes continuados.

Sin duda, estaremos de acuerdo en que la educación para tratarlo con respeto y emoción se construye sobre/en torno a las personas que viven en él. Unas y otras se manejan de una forma determinada en la vida, y dejan tras de sí lo que se ha llamado huella ecológica. A esa gente que vive/gestiona con más o menos acierto las relaciones causales, que adivina o proyecta escenarios de futuro le preocupa su intervención planetaria. Se diría que quieren poner un cinturón verde al planeta, más bien un ropaje adecuado. Algo así nos hubiera aconsejado Wangari Maathai, la Premio Nobel de la Paz 2004. ¿Y si fuera en forma de educación?

Nos ha animado a pensar en esto la lectura de la publicación de la Unesco Aprender por el planeta. Revisión global de cómo los temas relacionados con el medio ambiente están integrados en la educación. En ella se lleva a cabo una revisión de los que se hace en educación reglada en diversos países. Están revisados algunos y faltan otros. La lectura comparativa de datos no puede ser simple y requiere una prevención: el sistema socioeconómico que está detrás de cada ley educativa nacional condiciona la educación que se desarrolla, que puede ser o no planetaria en su sentido de globalidad. Puede leerse el resumen en español pero es mejor revisarlo completo por ahora se encuentre en inglés. En ese documento hay unas infografías esclarecedoras. El informe se ha hecho coincidir con la Conferencia Mundial sobre la Educación para el Desarrollo Sostenible, un evento virtual celebrado entre el 17 y el 19 de mayo de 2021, en Berlín.

Necesitamos saber muchas cosas sobre el planeta para fortalecer nuestra educación, que en parte él nos la da y se la devolvemos. Así es posible que mejoremos la lectura crítica que hacemos de la vida e incluso generemos compromiso ecológico y social, que también se aprende. Esto no es una moda sino una necesidad, habida cuenta de las situaciones críticas que tenemos planteadas en este momento. El pasado 5 de junio se conmemoró el Día Mundial del Medio Ambiente. Es un buen momento para lanzar acciones comprometidas que insistan en que el sistema socioeconómico está detrás de muchos peligros actuales, y de los futuros como podría ser la venidera crisis de recursos.

En el resumen no caben muchas cifras ni datos pero sí se dicen cuestiones interesantes. Como la constatación de que nuestra manera de vivir hoy no es sostenible. En consecuencia los estudiantes actuales, serán la ciudadanía del mañana, necesitan más apoyo para aprender y entender lo que es la vida planetaria, para actuar a favor de esta. De hecho, el informe recoge que en el 45% de los documentos educativos analizados (planes y leyes en su mayor parte) de los diferentes países no se hace ninguna referencia o muy escasa a los temas relacionados con el medioambiente, por más que el 92% lo citasen. Pero este hecho, o cuando se cita sostenibilidad (69%), que podrían calificarse como muy positivos,  se derrumban si reparamos en que cambio climático y biodiversidad no alcancen la relevancia (47 y 19% lo citan respectivamente) educativa que deberían tener para la educación social y la planetaria. Además, los temas ambientales más incluidos son los de biología, ciencia y geografía. Lo cual aporta una visión parcial de lo que debería ser la educación planetaria. Lo positivo es que la mayoría de las escuelas a las que pertenecían los encuestados disponían de actividades o planes con contenido ambiental y pensaban continuar con ellos. Por otra parte, en torno a un 60% de los participantes en la encuesta manifestaba que el alumnado participaba en actividades relacionadas con el medioambiente fuera de la educación formal.

Pero cuidado, parece ser que el fomento de las competencias socioemocionales y las capacidades fundamentales para actuaciones de compromiso con el medio ambiente no se contemplan. ¿Quién sabe si lo que se dice para la escuela se podría aplicar a la educación ambiental planetaria no formal? Esa que publicitan los organismos o entidades diversas, y a la informal que fluye por los medios de comunicación o redes diversas. A lo largo de estos días nos han apabullado las llamadas verdes desde diversas entidades. Si bien demasiadas veces se olvidan de resaltar que hay una relación causal antrópica en la generación de los problemas que ahora se pretende solucionar.

Pasó el 5 de junio y toca educarse. El informe acaba haciendo una serie de recomendaciones. Entre ellas que educar para el planeta exige mucho más medioambiente. Debe convertirse en prioridad absoluta, incluyendo de forma principal cambio climático y biodiversidad. Lo que se haga debe superar el conocimiento cognitivo exclusivo. Ha de ser mucho más holístico para conseguir involucrar a los y las estudiantes social y emocionalmente. Si desea facilitarles aprendizajes orientados a la participación. Todos los agentes educativos, gestores y profesorado, deben estar familiarizados con esta misión transformadora y ser mucho más ambiciosos. Se puede si nos aliamos en el empeño; se debe porque es urgente.

En cierta manera, cada cual tiene su papel como maestros y maestras para el planeta. ¿Quién iba a decírnoslo? Sin duda es una responsabilidad. A la vez se convierte en reto apasionante: participar en la transformación del mundo transitando por la vía educativa. No permanezcamos impasibles hasta que llegue el 5 de junio de 2022.

(GTRES)

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