Archivo de junio, 2021

Doñana como epítome de la protección ambiental de la errática España

De poco le han servido sus más de 50 años de declaración de Parque Nacional. Tampoco que sea a la vez Parque Natural. Ni siquiera sus más de 25 años de ser considerado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Poco enclaves mundiales poseen ese oropel. Ser algo en relación con la humanidad entera supone pertenecer a la cultura global, y eso es tan grandioso que hay que conservar como un tesoro. Ni por esas. En el país de la mayor diversidad de vida atesora en Europa, Doñana se ve sometida a atropellos varios. En este cultivo de lo efímero que desde hace unas décadas nos ofusca, se perdió la grandiosidad compartida. En enclave se merece algo más, aún se recuerdan las maniobras que costó componer su candidatura en plena dictadura.

Miles de ánades en el Cerro de los Ánsares, una zona de dunas de Doñana. (José Manuel Vidal / EFE / Archivo)

Fuera de España constituye el icono conservacionista de todo un país. Con solo pronunciarlo en cualquier foro la conversación se llenaba de biodiversidad y de generación fluvial, de lo que representaba en la relación de las aves entre África y Europa. Sigue siendo lugar de peregrinaje de la ornitología europea. Se lo merece por ser lugar de estancia permanente de millones de aves, mamíferos, reptiles y demás seres vivos; espacio de acogida de muchas aves migrantes; escenario de investigación científica a la busca de catalogaciones diversas y en defensa de protecciones singulares. Todo eso y muchísimo más es Doñana.

Sin embargo, ha tenido que soportar quebrantos continuos. No solo la extracción del agua de los miles de pozos que resisten en la ilegalidad. Difícil de olvidar el tóxico vertido de Aznalcóllar, que ya nadie recuerda pero ahí siguen sus efectos. Incluso han querido gasear el subsuelo de este santuario vivo. La desidia no viene de ahora. Unesco ya avisaba en un informe de 2011 que se debía hacer algo para detener todas las amenazas que ahora mismo cuestionan la existencia del espacio natural y en el fondo han sido motivadoras de la sanción actual. La WWF, cansada ya de tanta desidia y de dar avisos continuos a las autoridades competentes, denunció a Unesco su situación. Greenpeace hace años que avisa de hay que tomarse en serio el deterioro de Doñana. Las llamadas de alerta surtieron efecto y la Unión Europea dio hace 5 años un ultimátum a España.

El 1 de diciembre de 2016 el Gobiernos de España y la Junta de Andalucía remitían un informe a Unesco considerando que el estado de Doñana era satisfactorio, a pesar del riesgo que acumulaba por minería, gas, dragado del río, pozos extractivos, etc. Recuerdo de aquellos años  el documental El corazón humano de Doñana de WWF, una campaña de concienciación para presentar la cara humana del Parque. Por aquellos días trataba de imaginar lo que supondría ser un habitante orgulloso en el primer país de la UE al que se quita de la lista un sitio natural declarado Patrimonio de la Humanidad. Tampoco he olvidado aquellos documentales de Jordi Évole en La Sexta.

El complejo Doñana lo han escrito las aportaciones del tiempo en forma de suelos y agua circulante, en ciclos más o menos rigurosos. También las trazas de gente que va y viene, que quiere vivir de una u otra forma en sus cercanías y por ello se pelea. Deseos y acciones de las autoridades que llegan o se van dejando en el alejamiento o para más tarde sus posibles preocupaciones. Plantas y animales que allí se asientan y cuya opinión no cuenta. No hablan pero verlas simplemente da para admirar la vida y a la vez escribir muchas preocupaciones y deseos. Tan variadas amenazas tenía encima que hace un tiempo se habló de lanzar una llamada mundial. Iría dirigida no solo al ecologismo sino a todas aquellas personas con una mínima sensibilidad por la naturaleza. Esas que saben observar estos enclaves en los que la magia de la biodiversidad nos muestra los vaivenes que la naturaleza lleva en sí misma si se le deja en paz, o no la empujamos mucho.

Ahora conocemos que el Tribunal de Justicia de la UE condena a España “solo” por no proteger el permanente expolio del agua para el riego o el abastecimiento urbano, por contravenir la Directiva Marco del Agua de la UE. El mismo tribunal dice que no ha quedado demostrada por la Comisión Europea que la calidad del agua subterránea haya disminuido.  La sentencia conmina a España a que repare estos desaguisados, como también la destrucción de hábitats, a la mayor brevedad. Si no lo hacen así España será multada con equis euros. Doñana bien merece un esfuerzo por parte de todos, un diálogo razonado para asegurarle un futuro esplendoroso. Lo mismo sucede con el resto de los parques nacionales de España, que han crecido en número. Son una parte de nuestro pasado pero a la vez un lugar de encuentro de todas las gentes que aman la naturaleza, también de aquellos lugareños que los ven de otra forma.

El epítome de los españoles podría resumirse en un amor por la naturaleza y la biodiversidad con evidentes altibajos. No olvidemos aquella recomendación de Miguel Delibes de no usar la naturaleza como si fuéramos el último inquilino. Por cierto, esos atropellos o despistes no solo suceden por aquí. Hay bastantes más “doñanas” por el ancho mundo y políticas erráticas en lo que se refiere a la protección de la compleja naturaleza y su biodiversidad.

Tres ejemplares de caballos salvajes de las retuertas, una de las razas de equinos más antigua de Europa y que viven libres en Doñana. (Staffan Widstrand / EFE /Archivo)

Desertificación, sequía y otras grand(v)es menudencias sociales

Cada 17 de junio se nos recuerda que la desertificación es una incógnita de vida que no solamente afecta al medio natural. Es un estado que tiene relación con la sequía. La tierra, el suelo, lleva aneja una biodiversidad. Todo sufre vaivenes más o menos serios, acelerados o retardados, por las circunstancias climáticas y meteorológicas. Además, el incrementado y diversificado uso del suelo y del agua debido a prácticas antrópicas trastoca demasiado los ciclos naturales, esos que permiten una cierta renovación de la biomasa que el suelo, no todos, recuperaría según y cómo, antes o después. Aquí habría que hablar de la diferencia entre desertificación y desertización pero mejor incluimos el enlace de la Fundación Aquae en donde habla de ello.

Copiamos textualmente una reciente advertencia de Greenpeace: más del 75% de la superficie de España está en riesgo de desertificación y el 70% de las demarcaciones hidrográficas presentan niveles de estrés hídrico alto o severo. Pero hay más motivos para la preocupación, razones para la modificación de las estrategias de la gestión del agua para acompasarlas con las disponibilidades actuales y futuras. Expone el Observatorio Ciudadano de la Sequía de FCyT (Fundación para la Ciencia y la Tecnología) que es urgente acabar con la sobreexplotación y contaminación de los recursos hídricos. La finalidad de las políticas sugeridas no es otra que no hacer más grande la desertificación que ya es incuestionable y así paliar los riesgos de la sequía que ya tenemos con nosotros. Quienes tengan interés pueden transitar por el Monitor de Sequía Meteorológica del CSIC para ver cómo la sequía ha afectado a las distintas zonas de España entre 1961 y 2021.

La Fueva, en Huesca, Aragón, España.
(Greenpeace/Pedro Armestre)

El asunto ya era grave hace unas décadas pero ahora se ha visto acrecentado con el cambio climático. Así lo asegura el informe Impactos y riesgos derivados del cambio climático en España (2021), elaborado por personas expertas del Ministerio de Transición Energética y Reto Demográfico. Según dice, en un cercano horizonte se vislumbra un aumento generalizado de la intensidad y magnitud de las sequías meteorológicas (relacionadas con las precipitaciones), e hidrológicas (afectan al caudal de los ríos que según parece han visto como se reducía entre un 10 y un 20% desde mediados del siglo pasado). Todo esto en un contexto de una creciente aridez y un aparatoso riesgo de desertificación.

El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación también parece estar preocupado. Sin embargo, permite e impulsa prácticas agrícolas, entre ellas el aumento de regadíos derrochadores, que van en contra de las políticas posibles ante el escenario futuro. Si atendemos a lo que nos dice la Fundación Biodiversidad, el 74% del territorio español se encuentra en riesgo de desertificación y un 20% corre un peligro alto o muy alto de convertirse en desierto, lo cual es irreversible. Además, más de una administración no ve las extracciones ilegales de agua que han secado buena parte de los acuíferos.

Diversos organismos internacionales están alarmados ante el problema que no hace sino avanzar. Incluso ha preocupado hasta al Tribunal de Cuentas Europeo, que redactó su informe especial núm. 33 en 2018 con un título expresivo La lucha contra la desertificación en la UE: una amenaza creciente contra la que se debe actuar más intensamente. En él enfatizaba la relación entre desertificación, pérdida de biodiversidad y cambio climático. Expresaba la sensibilidad a la desertificación en Europa meridional, central y oriental (2008-2017), el cambio previsto del riesgo de desertificación y el índice de aridez en 2071-2100 frente a 1981-2010, etc. Además de otros asuntos de peligro colectivo. El Europarlamento instaba en el mes de abril a una acción decidida por parte de la Comisión Europea para la protección del suelo, en particular cuestiones relativas a su sellado y su relación con la gestión del agua.

La degradación de la tierra, la desertificación es una de sus estampas más visibles, ha motivado que la ONU alerte de que en el mundo aquella deteriora el bienestar vital de más de 3.200 millones de personas.

La situación viene de antaño. Como se lamentaba Antonio Machado en Por tierras de España:

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Desde que Machado expresara sus pesares en este poema han pasado más de 100 años y los muchos hombres abusan de ruindades que dicen proteger y amar, tal que entonces. Ahora el despiste y la desidia se manifiestan en un contexto de lucha política en la que la coherencia a la hora de ver los problemas a los que nos enfrentamos se ve solapada por la lucha partidista, exclusivista, dentro de un mismo país y en relación con otros. “Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta, …, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín”, terminaba el poema machadiano. Aquí y en el mundo entero los problemas ecosociales –la gestión del suelo y sus beneficios lo son- apenas suscitan acuerdos políticos duraderos. Lo que para los y las parlamentarios son menudencias como cosa de poco aprecio y estimación, para el conjunto de la ecodependiente sociedad requiere esmero y escrupulosidad en su consideración, sin omitir lo más menudo o leve. Este es el significado de la RAE que más conviene ahora al problema de la desertificación. En España, al paso que van parlamentos, del estado y autonómicos,  llegarán muy tarde las necesarias medidas para detener el ritmo de la desertificación.

A esperar el 17 de junio del año próximo deseando que el desierto no nos atropelle más todavía. Cuando se publique esto habrán pasado apenas unos días en los que se miró de reojo a la desertificación. Revisen los diarios de sesiones de los parlamentos del estado, autonómicos o municipales por si se habló del asunto. Incluso cualquier periódico en papel o no. ¿Qué encuentran? Menudencias para unos, trascendencias para otros.

(EFE)

El incuestionable derecho a la alimentación todavía no es universal, tampoco en España

Todos los habitantes de la tierra tenemos derecho a una alimentación asequible, equilibrada y saludable. ¿Alguien está en contra de semejante formulación? Quizás no pensemos a menudo en ello, lo demos por supuesto. Al menos la mayoría de la gente de los llamados países ricos como España, que tienen satisfechas sus necesidades. Sobre los países pobres, esos de ingresos bajos o medios bajos no hay duda de que ese derecho no existe. Pero esta cuestión nos queda más lejana; será porque desconocemos cómo resolverla. Del asunto de las desigualdades en la disposición de alimentos y de una buena nutrición ya hemos escrito en este blog cuando hemos comentado el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y la soberanía alimentaria comparada.

Resulta un poco fuerte, por decirlo de una forma suave, que a estas alturas del siglo XXI estemos preguntándonos si se cumple ese derecho universal en España. Para situarnos debidamente sobre cuestiones tan elementales es conveniente conocer investigaciones y reflexiones como Haciendo realidad el derecho a la alimentación en España. Para la redacción de esta entrada vamos a seguir buena parte de lo que se dice en dicho trabajo de investigación, publicado hace un par de años cuando todavía no habían impactado los efectos de la reciente pandemia. Fue realizado por la Universidad de Oviedo y la de Sevilla dentro de un proyecto de I+D+i., auxiliado por el Ministerio de Economía y Competitividad de España.

Por lo que hemos leído en el trabajo de investigación este derecho se impulsa desde ángulos de la vida muy diversos; a ellos se dedican varios artículos de este trabajo colectivo. En uno se habla del “Observatorio sobre el derecho a la Alimentación en España”. Su Web es una ventana abierta a múltiples paisajes alimentarios. Allí aporta análisis críticos, recoge noticias interesantes, quiere hacer pedagogía sobre el tema. También incluye un enlace al reciente Informe mundial 2021 sobre crisis alimentarias (GRFC 2021) . Subraya que los últimos datos disponibles demuestran que estamos peor que hace 5 años. Semejante retroceso lo relaciona con los conflictos bélicos y religiosos permanentes y con los efectos económicos relacionados con la COVID-19, pero también con fenómenos meteorológicos extremos. El dato que puede resumir el estado de preocupación es que 155 millones de personas se encuentran en situación de inseguridad alimentaria aguda en 55 países y territorios.

Por lo que parece, a pesar de las muchas leyes y normas publicadas en España, cabe mejorar el derecho a la alimentación. Habrá que considerar el papel que desempeña la esfera pública en la consecución de este derecho. Porque aunque no todo sea su responsabilidad sí que debe dirigir el esfuerzo público-privado en conseguir el disfrute de ese derecho universal. Cáritas alertaba de que durante 2020 alrededor de medio millón de personas de las que recurrían a su ayuda alimentaria lo hacían por primera vez. Algo estaba mal planteado cuando “las colas del hambre” han sido una imagen dolorosa en varias ciudades españolas. Chefs y restaurantes, junto con muchas entidades sociales como los bancos de alimentos y alguna administración,  han colaborado en dar un ligero y temporal remedio a este problema. Seguramente habrá que recapacitar por qué es tan necesaria la adopción de una “Carta contra el hambre” y la dotación de suficientes recursos.

Gente espera en las llamadas ‘colas del hambre’ en Madrid. (GTRES/ARCHIVO)

Hay otras cuestiones acerca del derecho a la alimentación sobre las que se reflexiona en el observatorio. Una de ellas tiene que ver con la manera de planificar la alimentación en los hogares españoles. Puede que los hábitos alimentarios no sean adecuados, otras veces la gente sucumbe a lo que en el informe se califica como “consumocracia”. También se habla de otros retos pendientes como el papel que desempeñarían los huertos urbanos, presentes ya en algunas ciudades españolas y europeas. Convendría preguntarse si la agroecología puede cambiar la relación alimentaria. Y hay un punto especial que preocupa a entidades y organizaciones que abordan estas temáticas: Cómo se asegura la nutrición de las personas mayores, cuáles son sus mayores dependencias y sus riesgos de vulnerabilidad. No se nos ha olvidado aquel proyecto que se llamaba “Hambre cero”, encuadrado en el segundo de los ODS, que no solo falla fuera de España. Además de todo lo anterior, hay muchas variables más que no se mencionan aquí por no hacer demasiado extensa la entrada.

Estaría bien conocer si la ayuda española como Estado contribuye a que la alimentación sea un derecho universal en otros países. El derecho humano a la alimentación se impulsa desde una “Unidad para el derecho a la alimentación de la FAO”, que plantea unas necesidades que sin duda parecerán de justicia. Son una obligación legal ratificada por los Estados dentro del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (Art. 11 del Pacto). La medida será bien recibida por la gente, que siempre quiere alimentarse dignamente. Si no se lo procuran los estados, tiene derechos que se pueden hacer valer ante los tribunales. Es económicamente racional ya que si todos tenemos seguridad alimentaria se mejora la productividad global, se tiene mejor salud. Empoderaría a la sociedad, pues un enfoque convivencial basado en derechos anima a participar en la adopción de decisiones. También para hacer valer los derechos y para exigir recursos. En suma, con iniciativas de este tipo se intenta resolver las causas fundamentales: la inseguridad alimentaria y la pobreza crónicas suelen tener carácter estructural y son causadas por factores sociales y políticos subyacentes. Es una cuestión de ética: la malnutrición puede superarse y el derecho a la alimentación puede hacerse realidad en cualquier país. La inacción se hace crónica y supone un atentado contra la ética cercana y universal.

Y, cómo no, habremos en encontrar las interacciones entre el derecho humano a la alimentación y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Por si alguien tiene interés, la FAO incluye un enlace en el que se puede ver cómo va el derecho a la alimentación país por país. También en la base de datos FAOLEX se accede a la relación de las políticas puestas en marcha en relación con la alimentación, la agricultura y los recursos naturales.

Educación para el planeta: es cosa nuestra

Seguro que quienes nos leen recuerdan que uno de los más rutilantes Objetivos de Desarrollo Sostenible (el paradigma que nos marca en teoría el futuro) hacía mención a “Objetivo 4. Una educación de calidad”. Puede que alguien desconozca o haya olvidado lo que venía detrás de este enunciado tan deseado: Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos. Y todo esto para el año 2030.

Ahí es nada el reto planteado al completo. En él la educación tiene un protagonismo especial. Esta conlleva una gran complejidad. Hacerla de calidad, inclusiva y equitativa son deseos sin límites fijos, susceptibles de matices diversos según quienes lo interpreten. Por otra parte está el “todos” expresa sin excluir a nadie, sin dejar de lado a cualquier habitante del mundo, sea joven o no. No se detiene en las diferencias de género pero está implícito en la caracterización, como tampoco se circunscribe a quienes viven cerca o lejos. Lo cual nos lleva a plantearlo como un desafío prioritario.

Será necesaria una gran implicación para aproximarnos a ese objetivo, hacer realidad el deseo para la vida completa. Además, los puntos de partida son muy diferentes según el colectivo en el que nos fijemos la acción. No obstante la meta real da la impresión de que es la misma, así lo manifiestan quienes la idearon. En el contexto espacial en el que nos movemos, como sucede en otros lugares, tenemos una duda razonable de su desarrollo y consecución. La duda nos mantiene alertas; es conveniente si nos ayuda a trazar el camino.

Para acercarnos a nuestra relación con el planeta, a si hemos sido más o menos educados con él, podemos utilizar la reflexión pausada sobre lo vivido a título particular o como parte de una historia colectiva. Debería ser así porque siempre cuesta llevar a la vida lo formulado en un deseo particular, lo dicho en una instrucción o planteamiento de alguna institución, país o supranacional. Por eso, contemplemos lo hecho hasta ahora en relación con dos vectores sociales que marcan el futuro: necesidad y rapidez de las tareas pendientes, de los esfuerzos educativos. En este último campo, no resultará fácil educar para construir un mundo menos desigual. Cualquier cambio social es un recambio, el cual no toda la gente ve igual. Por eso mismo, el intento nos afecta en mayor o menor grado a todas las personas, tanto por activa como por pasiva. Por consiguiente, repitamos la frase que ha lanzado muchas transformaciones: ¡basta ya de quedarnos mirando!

Volvamos al análisis del deseo complejo que formula el titular de la entrada. ¿Se puede educar un planeta? Cualquiera podría discutir el título. Puede que bastantes personas respondiesen que no, sin dudar. Planteemos la hipótesis de que sí, al menos algo, si atendemos a lo que una parte de sus habitantes puede proporcionarle en forma de cuidados y beneficios varios. El planeta nos da mucho pero no habla, luego no puede pedir sin parar. Pero lanza mensajes continuados.

Sin duda, estaremos de acuerdo en que la educación para tratarlo con respeto y emoción se construye sobre/en torno a las personas que viven en él. Unas y otras se manejan de una forma determinada en la vida, y dejan tras de sí lo que se ha llamado huella ecológica. A esa gente que vive/gestiona con más o menos acierto las relaciones causales, que adivina o proyecta escenarios de futuro le preocupa su intervención planetaria. Se diría que quieren poner un cinturón verde al planeta, más bien un ropaje adecuado. Algo así nos hubiera aconsejado Wangari Maathai, la Premio Nobel de la Paz 2004. ¿Y si fuera en forma de educación?

Nos ha animado a pensar en esto la lectura de la publicación de la Unesco Aprender por el planeta. Revisión global de cómo los temas relacionados con el medio ambiente están integrados en la educación. En ella se lleva a cabo una revisión de los que se hace en educación reglada en diversos países. Están revisados algunos y faltan otros. La lectura comparativa de datos no puede ser simple y requiere una prevención: el sistema socioeconómico que está detrás de cada ley educativa nacional condiciona la educación que se desarrolla, que puede ser o no planetaria en su sentido de globalidad. Puede leerse el resumen en español pero es mejor revisarlo completo por ahora se encuentre en inglés. En ese documento hay unas infografías esclarecedoras. El informe se ha hecho coincidir con la Conferencia Mundial sobre la Educación para el Desarrollo Sostenible, un evento virtual celebrado entre el 17 y el 19 de mayo de 2021, en Berlín.

Necesitamos saber muchas cosas sobre el planeta para fortalecer nuestra educación, que en parte él nos la da y se la devolvemos. Así es posible que mejoremos la lectura crítica que hacemos de la vida e incluso generemos compromiso ecológico y social, que también se aprende. Esto no es una moda sino una necesidad, habida cuenta de las situaciones críticas que tenemos planteadas en este momento. El pasado 5 de junio se conmemoró el Día Mundial del Medio Ambiente. Es un buen momento para lanzar acciones comprometidas que insistan en que el sistema socioeconómico está detrás de muchos peligros actuales, y de los futuros como podría ser la venidera crisis de recursos.

En el resumen no caben muchas cifras ni datos pero sí se dicen cuestiones interesantes. Como la constatación de que nuestra manera de vivir hoy no es sostenible. En consecuencia los estudiantes actuales, serán la ciudadanía del mañana, necesitan más apoyo para aprender y entender lo que es la vida planetaria, para actuar a favor de esta. De hecho, el informe recoge que en el 45% de los documentos educativos analizados (planes y leyes en su mayor parte) de los diferentes países no se hace ninguna referencia o muy escasa a los temas relacionados con el medioambiente, por más que el 92% lo citasen. Pero este hecho, o cuando se cita sostenibilidad (69%), que podrían calificarse como muy positivos,  se derrumban si reparamos en que cambio climático y biodiversidad no alcancen la relevancia (47 y 19% lo citan respectivamente) educativa que deberían tener para la educación social y la planetaria. Además, los temas ambientales más incluidos son los de biología, ciencia y geografía. Lo cual aporta una visión parcial de lo que debería ser la educación planetaria. Lo positivo es que la mayoría de las escuelas a las que pertenecían los encuestados disponían de actividades o planes con contenido ambiental y pensaban continuar con ellos. Por otra parte, en torno a un 60% de los participantes en la encuesta manifestaba que el alumnado participaba en actividades relacionadas con el medioambiente fuera de la educación formal.

Pero cuidado, parece ser que el fomento de las competencias socioemocionales y las capacidades fundamentales para actuaciones de compromiso con el medio ambiente no se contemplan. ¿Quién sabe si lo que se dice para la escuela se podría aplicar a la educación ambiental planetaria no formal? Esa que publicitan los organismos o entidades diversas, y a la informal que fluye por los medios de comunicación o redes diversas. A lo largo de estos días nos han apabullado las llamadas verdes desde diversas entidades. Si bien demasiadas veces se olvidan de resaltar que hay una relación causal antrópica en la generación de los problemas que ahora se pretende solucionar.

Pasó el 5 de junio y toca educarse. El informe acaba haciendo una serie de recomendaciones. Entre ellas que educar para el planeta exige mucho más medioambiente. Debe convertirse en prioridad absoluta, incluyendo de forma principal cambio climático y biodiversidad. Lo que se haga debe superar el conocimiento cognitivo exclusivo. Ha de ser mucho más holístico para conseguir involucrar a los y las estudiantes social y emocionalmente. Si desea facilitarles aprendizajes orientados a la participación. Todos los agentes educativos, gestores y profesorado, deben estar familiarizados con esta misión transformadora y ser mucho más ambiciosos. Se puede si nos aliamos en el empeño; se debe porque es urgente.

En cierta manera, cada cual tiene su papel como maestros y maestras para el planeta. ¿Quién iba a decírnoslo? Sin duda es una responsabilidad. A la vez se convierte en reto apasionante: participar en la transformación del mundo transitando por la vía educativa. No permanezcamos impasibles hasta que llegue el 5 de junio de 2022.

(GTRES)

Con(Pre)servar la naturaleza. ¡Basta ya de olvidos y negligencias!

Decir a estas alturas que las personas somos naturaleza no es descubrir algo nuevo. Si las civilizaciones han crecido, se han desarrollado o han desaparecido se ha debido en gran parte, demás de ideologías más o menos guerreras y excluyentes, a su relación con el medio natural. Por allí transitaban las múltiples biodiversidades que componían ecosistemas concretos, más o menos extendidos por el mundo. Esos han sufrido cambios propios, transformaciones más o menos lentas hasta que ha aparecido la influencia antrópica, la cual ha llevado a un considerable deterioro de algunos y a la destrucción de otros. Ahí estamos. Eso sí, nos da tiempo de mirar la naturaleza. Ahora mismo la repaso con Eduardo Chillida y sus Elogio del aire, en Cántico de Jorge Guillén y la ooesía órfica de Gabriel Celaya. Quienquiera que busque, si quiera sin buscar, encontrará naturaleza en su vida, bien sea percibida u olvidada, pasada o futura, relumbrante o humilde.

Ahora mismo, año 2020 y 2021 miramos a la naturaleza como tabla de salvación anímica. La pandemia nos ha encerrado y confinado en ciudades y pueblos. En cuanto se ha abierto la válvula de escape, quienes han podido han viajado a la naturaleza buscando algo que les faltaba. No faltan optimistas que aseguran que este redescubrimiento ha venido para quedarse; la llamada de la naturaleza no ha hecho sino mostrar un mundo olvidado por la urbanizada sociedad. Veremos en qué queda todo esto, si solamente en el ánimo o también en el pensamiento. Por cierto, dedíquenle un buen rato a esas viñetas donde El Roto interpreta su/nuestra naturaleza. Merecen adornar nuestro pensamiento visual, son como el museo vivo de lo natural.

Las ideas que aquí exponemos cual vitrina reflexiva, para que caminen hacia el consenso universal, aparecen recogidas en el informe IPBES que lleva un título tan atractivo como Evaluación mundial sobre la diversidad biológica y los servicios de los ecosistemas, seguido de algo tan relevante como Resumen para los encargados de la formulación de políticas. Sería algo así como la naturaleza vista desde la ciencia aplicada, ahora que se debate en parlamentos español y europeo mucho de lo que tiene que ver con la extracción de recursos vs protección de la naturaleza. Hemos querido rescatar unas cuantas, vayan disculpas si son demasiadas, para recordar un poco el pasado a través de la lectura del presente para que nos sirva de alerta de futuro. Seguro que son conocidas por los legisladores y el público en general pero merece la pena recordarlas, espacialmente a los primeros, demasiado escorados en mantener privilegios de unos pocos en detrimento del bien social que es la naturaleza, con suficiente entidad para ser también ella misma per se. Los dividiríamos en:

Algunos hechos y episodios que desvelan que algo no va como debiera:

  • Sin naturaleza no hay vida social. ¿Alguien lo duda?
  • La mayor parte de las contribuciones a la vida de las personas son irremplazables. ¿A qué no encuentran ni siquiera cinco?
  • Los beneficios de la naturaleza no llegan equitativamente a todas las personas. Solamente debemos mirar cerca o lejos.
  • La naturaleza se ha visto muy alterada en la mayor parte del mundo, especialmente en los últimos 50 años. ¿Por qué será?
  • El semáforo rojo del deterioro esta encendido en el cambio de uso de la tierra y el mar, la explotación directa de los organismos, el cambio climático, la contaminación y la invasión de especies invasoras. Por señalar solamente las más llamativas.
  • El aumento de la intensidad de la luz roja ha sido condicionada por comportamientos sociales tales como los hábitos de producción y consumo, las dinámicas y tendencias de la población humana, el comercio, las innovaciones tecnológicas y los sistemas de gobernanza, desde los locales hasta los mundiales. Cada cual tenemos nuestra parte.
  • A punto de estallar la luz roja debido a que en los últimos 50 años, la población humana se ha duplicado, la economía mundial se ha multiplicado casi por 4, mientras que el comercio global lo ha hecho por 10. Todo esto en un contexto de crecimiento sin límites, por ahora, de la demanda de energía y materiales y sin contar demasiado los daños ambientales, o la imprescindible conservación de los valores y la restauración de las afecciones. ¿Y nosotros, miramos o hacemos?
  • Como siempre, determinadas zonas del mundo sufrirán enormes efectos negativos; seguro que todos estamos pensando en los más vulnerables y las zonas empobrecidas del planeta; África es el foco en donde todos miramos en primer lugar. ¡hasta cuándo podemos permitirlo?

Intenciones y acciones que según cuentan por ahí restaurarían la esperanza naturalística:

  • Todavía es posible conservar, restaurar y coexistir con la naturaleza de manera amigable, sostenible a la vez se pueden alcanzar varias metas sociales pero para lograrlo hay que emprender urgentemente iniciativas coordinadas en todo el mundo que se encaminen a una transformación en el escenario de lo colectivo. Empresas más difíciles se han logrado.
  • La naturaleza es profundamente ecosocial. Imaginemos que se consigue una convivencia sin estridencias entre una y otra de tal manera que en todo el mundo mejore la alimentación, se reparte y se utilice mejor la energía, la salud universal sea casi una realidad; que el bienestar humano dé para todos, que se mitigue el cambio climático y se logre una adaptación a sus efectos. Todo esto en un contexto innegociable a la baja de una conservación y el uso sostenibles de la naturaleza. Para lograrlo será necesario que se alcancen alianzas mediante vías sostenibles acompañadas de los instrumentos normativos ágiles que ilusionen a la gente y consigan el apoyo individual y colectivo para impulsar el cambio transformador.
  • Todavía es posible si se las estructuras actuales pues a menudo van en menoscabo del desarrollo sostenible. No resultará sencillo pues la acción social deberá enfrentarse a la resistencia de quienes están interesados en mantener el estado actual (sic) de las cosas. Quienes no están de acuerdo en lo anterior habrán de preguntarse por qué razón.

En fin, si la naturaleza nos ha devuelto ilusiones olvidadas habrá que reconocerle los servicios sociales que presta, mantenerla en su evolución natural y no condicionar como hasta ahora sus ritmos. Habrá que pasar del pasotismo al compromiso, aunque nada más fuese por egoísmo, que no solo. Si los horizontes de los acuerdos internacionales nos marcan los años 2030 y 2050 como puntos de inflexión restauradora, queda mucho por hacer desde aquello que se dijo en Aichi en noviembre de 2014. Conservar y preservar parecen sinónimos pero tienen sus matices; la primera se acerca más a mantener mientras que la segunda suena a defender, es más comprometida. ¿Lo saben quienes aprueban las leyes o reglamentos?

Hay una palabra que se ha convertido en mito positivo, ineludible: sostenibilidad. El Informe IPBES identifica varios recorridos para la sostenibilidad del conjunto, de la naturaleza de la que formamos parte, que en cierta manera son una reorientación la vida colectiva: “Perspectivas de lo que implica una buena vida; consumo y generación de desechos en su conjunto; valores y acciones; desigualdades; justicia e inclusión en materia de conservación; externalidades y teleacoplamientos; tecnología, innovación e inversiones, educación y generación e intercambio de conocimientos. Los desarrolla con detalle. Sea por curiosidad o convicción merece la pena revisarlos. Algunas ideas de las expuestas merecen un pensamiento personal y una entrada pausada en las conversaciones con las personas más cercanas. Aunque nada más sea para reconocer si estas se sienten parte de la interdependiente “socionaturaleza”.

(Jeffrey Arguedas / EFE)