Archivo de mayo, 2021

Salud global desde casa comiendo de forma saludable y sostenible

A pocos extraña ya la evidente relación entre la salud global, del planeta y todos sus rincones, con lo que sucede a dos metros de nosotros. Aquello que respiramos, comemos y demás funciones básicas del día a día vienen y van, lo que hace difícil estar al tanto de su trazabilidad. Antes no nos preocupaba, o estábamos instalados en la seguridad de uso. La pandemia nos ha demostrado la complejidad de la vida.

Salud es algo más que estar bien de forma particular, tanto que nos hemos enterado de que lo que nos suceda a nosotros le afecta también al rebaño (sic) y viceversa. Sentirse inerme, tener miedo socializado, ha sido un golpe tremendo a nuestro bienestar. ¡La salud lo primero!, pero otras muchas variables de las que la acompañan también.  Deberíamos aprovechar este momento crítico para aprender mucho y bien, para que otra vez no nos vuelva a suceder algo similar; pero en el rebaño (sic) hay identidades muy diversas, lo digo por sus prioridades de intereses, no por cualquier cuestión de raza, sexo o religión. Por si las cosas no fuesen ya complicadas para las personas en general, vienen por ahí ecologistas y gente ligada a la salud que nos avisan de que mantener una relación más o menos armónica entre el entrópico planeta y su biodiversidad, con el conjunto de las diversas sociedades, es la estrategia a seguir si no queremos poner en excesivo peligro lo que se llama simplemente vivir.

En este asunto hay que señalar de entrada que en España, en Europa, cada vez más gente se preocupa por su salud, también por la del planeta. Según recogen redes sociales y publicaciones varias, bastantes personas son conscientes de que una alimentación saludable mejora su vida, además de ciertos hábitos del mantenimiento activo del cuerpo y la mente. También conocen que lo que ellas coman, y hagan en general, convierte al planeta en más saludable y le alarga los periodos de confortabilidad que siempre vienen bien, a él mismo y a nosotros que somos sus inquilinos, a la vez que compradores de sus productos y gestores de una parte de sus cualidades. Alguien apuntó que la dieta del planeta, expresada de formas diversas y no solo alimentarias, la seguimos todos por activa y por pasiva. Lo cual nos debería ocupar y preocupar. Pongamos por caso la cantidad de agua que el planeta gasta en darnos de comer, ya no solo de beber o procurarnos placeres varios. Fijémonos también lo que significa para el suelo la producción de determinados alimentos más o menos cargados de nutrientes diversos y sujetos al uso eficaz del agua. Durante este proceso de darnos de comer se emiten, o absorben, una serie de gases de los que componen el aire. Su nueva combinación se incorpora a la salud personal y global, para ser más exactos condiciona ambas.

Así pues, el planeta se alimenta y respira, cada minuto de cada día, en todo lugar por insignificante que ese parezca. En el conjunto unitario planeta está incluidos suelos, aires y aguas, continentales y marinas; más sus pobladores respectivos. Todo lo anterior puede parecer una digresión para hacer ver que la dieta de casa tiene una enorme relación con la salud del planeta. Estamos dibujando un escenario que a más de una persona le parecerá un acertijo, o una perogrullada de la que no merece la pena ocuparse. ¿Siempre ha sido así y seguirá siéndolo, por los siglos de los siglos? No es seguro.

Hemos vuelto a leer Alimentos, Planeta, Salud. Dietas saludables a partir de sistemas alimentarios sostenibles publicado hace un par de años por la Comisión EAT-Lancet, entidad que viene desplegando desde hace tiempo un esfuerzo encomiable por hacernos entender la vinculación entre dietas saludables, sistemas alimentarios sostenibles y salud planetaria.  Reproduzcimos un entrecomillado del informe antes aludido. Dice así: “Para el año 2050 se requerirán cambios sustanciales en la dieta universal. El consumo mundial de frutas, vegetales, nueces y semillas, de las legumbres deberá duplicarse, y el consumo de alimentos como la carne roja y el azúcar deberá reducirse en más del 50%. Una dieta rica en alimentos de origen vegetal y con menos alimentos de origen animal confiere una buena salud y beneficios ambientales”. La despensa de casa y la del planeta deben caminar al unísono.

(GTRES)

El envite es importante porque de no obrar así lo más probable es que la degradación planetaria aumente y buena parte de los niños y niñas del mañana deban soportan cada vez más desnutrición y enfermedades prevenibles. Mal asunto, cuando la ciencia ha demostrado que hay una estrecha vinculación entre la salud humana y la sostenibilidad ambiental. Sin embargo, cuesta mucho definir unos objetivos científicos a escala mundial de lo que significan dietas saludables y la producción sostenible de alimentos, lo cual ha echado por tierra los esfuerzos realizados hasta ahora para la transformación del sistema alimentario mundial. El objetivo es simple y claro: asegurar dietas de salud planetaria para casi 10 mil millones de personas en el 2050. Aunque no sea fácil de conseguir.

Definir lo que son dietas saludables, con el respaldo de criterios científicos, no es complicado. Pero requerirá grandes cambios dietéticos, véanse pág. 10 y siguientes del documento anteriormente reseñado. Pero aquí chocamos con la tradición alimentaria y con la potencia embaucadora de las grandes marcas comerciales, que por cierto copan la mayor parte de los productos que viajan por las tiendas de comestibles.  Sin embargo, hay que señalar que el simple hecho de modificar las dietas en ese sentido evita de entrada enfermedades particulares y millones de muertes de niños y adultos al año. Trae añadido un rejuvenecimiento planetario.

Dicen por ahí que la producción sostenible de alimentos es cara, que como lo intensivo alimentario no hay nada, asumidos costes y beneficios. Vamos a cuestionarlo y pensar en nuevas dietas más sostenibles, en evitar el despilfarro de alimentos producidos y no consumidos y, en suma, en la reducción de los impactos ambientales de las prácticas productivas. Combinadas debidamente estas acciones mejoran la salud particular y la del planeta. Todo esto teniendo encima la amenaza multidiversa del cambio climático y las emergencias que genera.

El informe que sustenta esta entrada define cinco estrategias básicas para conseguir lo buscado: concertar el compromiso internacional y nacional para cambiar hacia dietas saludables; reorientar las prioridades agrícolas pasando de producir grandes cantidades de alimentos a producir alimentos saludables; intensificar de forma sostenible la producción de alimentos para aumentar la producción de alta calidad; gestión firme y coordinada de la tierra y los océanos; reducir al menos a la mitad la pérdida y desperdicio de alimentos, en línea con los ODS. ¿Todo esto para mañana mismo? No claro, pero ya hemos perdido demasiado tiempo.

Nos parece que ahora le cambiaríamos el título a la entrada. Diríamos alimentación saludable para darle larga vida al planeta y asegurar su sostenibilidad. Me suena que esto último que escribo tiene que ver con aquello que servía de presentación para un Máster de Salud Global de la Universidad de Zaragoza que decía así: Cuidarnos y cuidar el entorno es preservar la salud global. Hay otros estudios posgrado con la misma intención en distintas universidades europeas y americanas, lo que evidencia los avances del conocimiento científico y las oportunidades de la gente para cambiar el mundo. Pues eso.

El reciclado del reciclaje (des)enmascarado

Cuesta decirlo pero hemos de hacerlo. Después de tantos años practicando reciclamos poco y mal. Es uno de esos extravíos que la despistada sociedad moderna atesora, por desidia o ignorancia. Siendo las generaciones más informadas que nunca han poblado la Tierra, tardamos tiempo en darnos cuenta de que las cosas de la vida, buena parte de los productos que consumimos, tienen bastante de ida pero también no poco de vuelta. Las sociedades de antaño se contentaban con satisfacer sus necesidades vitales, que ya era bastante. En esa tesitura aguantaron siglos y siglos. Sin embargo, hay que recordar que unos cuantos individuos poseían la marabunta de dineros y cosas, de animales e incluso personas, mientras que otros malvivían o morían por causas diversas relacionadas con los bienes a su alcance. Quienes tenían satisfechas ciertas necesidades básicas se afanaban en atesorar otras. Salvando las distancias, bastante gente de la moderna sociedad global encuentra placer en disponer de muchas cosas. Esa tendencia no solo ha calado en los ricos.

Es admisible, casi un deber personal o familiar, que las personas de cualquier condición siempre hayan querido progresar. Palabra que aunque se presta a múltiples interpretaciones casi siempre se asimila con vivir mejor. ¿Por qué criticar ese empeño? Con el tiempo progresar significó no solo enriquecer el pensamiento y aumentar las potencialidades vivenciales, sino que se focalizó demasiado en poseer más cosas, muchísimas más cada vez y más pronto. Dicen que todo empezó con fuerza explosiva cuando la publicidad y los medios de comunicación nos nublaron la vista y taladraron la mente diciéndonos que cuanto más consumiésemos seríamos más felices. De esta inclinación, casi plaga, no se salvó nadie, excepto quienes por cuestiones religiosas o filosóficas no se dejaron convencer/embaucar. Tampoco transitaron por ese estadio quienes por mucho que se esforzasen no lograron salir de la pobreza o el hambre. Miremos a determinados continentes o a los barrios pobres de las grandes ciudades.

Con el tiempo se instaló en la creencia colectiva, escasas mentes lo negaron, aquello de que consumir y tener más nos daba confortabilidad vivencial y hasta emocional. Se había institucionalizado el Homo consumus. Aquí estábamos tan tranquilos cuando alguien empezó a divulgar que el reciclaje era el mundo de los sueños de la ciudadanía que sabe ver la realidad. No falta quien atribuye la súbita moda al hecho de que un número importante de materias primas empezaban a disminuir, o eran cada vez más caras; valgan como ejemplo los líos de los combustibles fósiles o el episodio del escaso cobre que queda, que ha disparado más de una alarma. Ante la escasez de materias primas que viene ya de hace unos años, quienes gobiernan este mundo desde la empresa o entramados de otro tipo, la bolsa y esas gentes, lanzaron los mensajes recicladores a todos los rincones de la tierra. Decían: ida y vuelta, cosas que sirven para más de una ocasión. El milagro que asegura el futuro se llama reciclaje. El mensaje sonaba bien.

(GTRES)

Para nuestra desdicha, o mala suerte, hemos de reconocer que tardamos en desprendernos de ciertos hábitos: usar y tirar es uno de los más extendidos. Sin embargo, todavía queda gente que mira con una especie de pena a ese producto que en todo o en parte admite un segundo uso, quizás algún día. ¡Lástima abandonarlo sin más! En lugar de tirarlo lo arrincona en un lugar poco visible. Si lo miramos bien, cada objeto tiene su propia vida, más o menos glamurosa. ¡Qué pena que la de muchos acabe después del primer servicio prestado! En tiempos, buena parte de los utensilios y productos domésticos se fabricaban para durar, por ejemplo los electrodomésticos que tanto protagonismo tuvieron en el confort domiciliario. La resistencia y la permanencia de utilidad eran cualidades que se vendían de ellos. Hoy ya no. Puede más la estética, el diseño y si me apuran el pasarse de moda. Podríamos asimilarlo a la finitud, la cual tiene su máxima expresión en la obsolescencia programada. Con todo, el derroche va y viene sin parar, como nos cuenta de Annie Leonard en la estupenda lección La historia de las cosas. Se recuerda con añoranza aquellos tiempos en los que la gente habilidosa se apañaba la vida arreglando tal o cual aparato, remendando algún que otro roto. Ahora eso es imposible; es un signo de vejez o de anécdota de países depauperados como Cuba en donde los repuestos siempre han escaseado y recomponían todo, los vehículos motorizados fueron un ejemplo palpable. Tal está las cosas que hasta lo objetos más familiares y cercanos han perdido singularidad; son “no-cosas”. Antes se hablaba de mi… (pongámosle el producto que queramos) como denotando una cierta familiaridad por la cercanía o el uso práctivo. Ahora se habla de “el o un” lo que sea, ya no ocupa un lugar en la existencia personal. Es algo así como el vaquero de Toy Story  que va y viene, perdiendo parte de su existencia afectiva.

No todo está perdido. Bastante gente, gobiernos y entidades varias también, se creyeron lo del reciclaje, que era posible. Alguien decía que en caso contrario habría que inventarlo. Las autoridades despertaron y pusieron en marcha la recogida selectiva de los residuos de nuestras casas, ordenaron un poco los industriales y comerciales. Una nueva tendencia social había nacido y quienes fueran contra ella no eran bien vistos; se miraba con desaprobación a los domicilios que sacaban en la misma bolsa de basura todo mezclado y despreciaban el triaje de residuos. Por poner un solo ejemplo de nuestro buen pensar, después de muchas visitas al contenedor amarillo de nuestras calles, nos dimos cuenta de que el mundo era algo más que un plástico. Empezamos a entender la economía circular y vimos sus ventajas. El mundo cambiaba para bien y tan importante como reciclar era reducir la producción de residuos.

Ahora vivimos en otra secuencia: ese reciclaje de tiempos pasados no sirve, o no cumple su función primordial. Desde distintos instancias nos alertan de que el convencimiento personal y sus consecuencias ha podido ir más o menos bien pero el porcentaje de materiales que son separados y viajan hacia un segundo o posteriores usos es bajo, que eso de la economía circular no va como estaba previsto. Varias organizaciones ecologistas en España y Europa sostienen que solamente partes mínimas de lo que se deposita en los diferentes contenedores son las que realmente se reciclan, recuperan. Que el concepto reciclaje se ha quedado en el triaje de materiales que se sacan del domicilio de forma diferenciada. Que la gestión de estos residuos por parte de las empresas contratadas por las administraciones es muy deficiente.

Este asunto sigue tan vivo que el día 17 de mayo viene señalado en el calendario como Día Mundial del Reciclaje, efeméride que lanzó Unesco allá por 2005. Visto lo sucedido, es un día para conmemorar un deseo no para celebrar un éxito. Transcurridos ya 15 años es momento de desenmascarar el reciclaje enmascarado en la recogida separada de residuos, si como parece su viaje es lineal y los residuos separados van en su mayoría a los vertederos clásicos, como hemos señalado aquí varias veces. En España, la Asociación para la Defensa del Administrado y el Contribuyente (ADAC) demanda a la FEMP (Federación Española de Municipios y Provincias la confirmación o el desmentido razonado de este hecho. Lo denuncia Greenpeace afirmando que si bien puede ser cierto que el 75% de los residuos domiciliarios son recogidos de manera separada solamente se recupera el 25%. Quién sabe hasta dónde llegará el Plan de Economía Circular de España 21-23 en relación con las propuestas que se manejan en el Parlamento Europeo. Un par de ejemplos: parece que estamos muy lejos de conseguir aquello de que en 2021 desapareciesen de nuestras manos los plásticos de un solo uso o de que el viaje del reciclado fuese circular no solamente en el vidrio y en el papel y cartón.

Al final, sean o no verdad los datos, en el camino nos hemos dejado una parte del convencimiento;  al menos eso muestran las actitudes y hábitos observados aunque la opiniones manifestadas en encuestas vayan para otro lado. Hubo un tiempo en el que el reciclaje estaba asociado a un convencido sentido, personal y para el conjunto mundo. ¿Volverá reciclado a tiempo?

(GTRES)

El eje terrestre se trastabilla con el cambio climático

Parece ser que el eje de la Tierra anda un poco perturbado. Me da por pensar cómo irá dentro de unos 30 y 50 años. ¡Cómo cambia todo! Vivimos un tiempo en el que el anteayer se transforma en un segundo en el pasado mañana. Lo incuestionable deja de serlo y nos golpea el pensamiento, al menos nos mueve la curiosidad como en el caso de la inclinación del eje de la Tierra. La Tierra real en una esfera con una superficie más imperfecta que la que estaba muy presente en sus representaciones, en esas esferas terrestres que hay en las escuelas. De estas las hubo en la antigüedad de papel, de maderas diversas; hace un siglo de un material parecido a la escayola, después vinieron las de plástico, incluso las había con luz interior. En algún momento se regalaba en España a los neo comulgantes. También servía como adorno en la mesa para hacer la foto personal del paso por la escuela a niños y niñas de los años 60-70 del siglo pasado. Si la miramos bien, la Tierra representada en una regular esfericidad es algo imperfecta, tiene el eje inclinado. Tomen una y háganla girar, hace cosas raras y da la impresión de que está en riesgo de caerse; quién podría explicarnos por qué no lo hace. Las peonzas giran sobre su eje, que se bambolea, pero al final caen.

(GTRES)

Cada vez que miro una Tierra representada veo a Mafalda hablando con ella. La esfera terrestre, protagonista olvidada en las aulas tenía su réplica en el mundo real, ¿o era al contrario? Ya la representaron en forma de disco los mesopotámicos hace unos 2.500 años; se dice que unos siglos antes Thales de Mileto ya andaba dándole vueltas a su esferidad; también se comenta que Platón y Aristóteles se ocuparon del tema. Por ahí hemos leído que fueron los árabes quienes le dieron el volumen a la representación de la Tierra; en otros lugares se dice que los chinos. Parece que el globo terrestre más antiguo que se conserva es ‘Erdapfel’ construido por Martin Behaim entre 1491 y 1493. Por todo esto, y mucho más que no decimos, la esfera escolar que fue nuestra primera visión del planeta habitado hubiera merecido un capítulo entero tanto en El florido pensil (la memoria de la escuela nacional católica) de Andrés Sopeña como en Yo fui a EGB de Javier Ikaz y Jorge Díaz.

Habrá quien se pregunte porqué la Tierra se muestra así de inclinada, qué ventajas e inconvenientes tiene semejante mecanismo natural, o forzado por las circunstancias. Puede que no interese demasiado pues ya supone bastante abstracción entender que la Tierra gire sobre su eje sin más ni más, sin una fuerza visible que lo explique y menos que las vueltas sean siempre de oeste a este. Asombro no previsto provoca enterarse de que las tierras situadas en la zona ecuatorial giran más rápidas, 465,11 m/s, vistas desde la posición de una observación externa de lo que lo hacen países como España; no digamos ya Suecia. Bien pensado es normal, porque dan una vuelta mucho más larga en el mismo tiempo que todas. Volviendo a la escuela nacional católica o a la de la EGB, seguro que el alumnado de entonces no llegaría a posicionarse bien con lo de la traslación. Tampoco lo hace mucha gente ahora, por más que hayan pasado más de 400 años desde que el sabio toscano Galileo sufriera tanto por demostrarlo ante gente tan incrédula.

El lío no se despeja del todo cuando en las imágenes de la traslación terrestre aparecen 4 tierras inclinadas en una especie de baile difícilmente comprensible, colocadas en cruz elíptica. Así se pretende demostrar que la incidencia de la luz solar es distinta según zonas terrestres y eso marca las estaciones. En realidad entenderlo no es fácil excepto para gente como Kepler, que se empeñó en escribir matemáticamente el movimiento de los planetas alrededor del sol. O para quienes entienden el movimiento de prelación/precesión y otros fenómenos raros de los que no vamos a hablar aquí para no liar más la cosa. Además, lo de que el ángulo de inclinación con la eclíptica sea 23º y 27’, más o menos, es otra cosa sorprendente.

Para confundirnos un poco más, la gente de la ciencia nos asegura ahora que ese eje de rotación está modificándose. La cosa no es nueva pues parece que ya tuvo que ver en la finalización de las edades de hielo del último millón de años; se producía cuando el ángulo de inclinación del eje de la Tierra se acercaba a valores más altos. Otro más de los enigmas de la ciencia que nos toca entender; a decir verdad barruntamos que a la ciudadanía tampoco le interesa demasiado. Lo de entender que cuando más cerca estamos del Sol es invierno en el Hemisferio norte no lo acabamos de ver ni siquiera la gente adulta.

(GTRES)

Volvamos a lo del desvío del eje. Hace poco leímos una investigación publicada en la revista  Geophysical Research Letters. El asunto ya lo recogía 20minutos.es  en un artículo (26-09-2018) con un titular expresivo: La Tierra se “bambolea” debido al cambio climático. Volvía a insistir el 23 de abril de este año en donde se noticiaba de forma explícita la alteración del eje por la misma cuestión. Según la investigación aludida, parece ser que la velocidad promedio de la deriva del Polo Norte -el punto donde el eje de rotación de la Tierra se cruza con su corteza- entre 1995 a 2020 fue 17 veces más rápida que la de 1981 a 1995. Si esto es así, la posición de los polos se ha movido unos 4 metros de distancia desde 1980, debido a cambios en el almacenamiento del agua terrestre. Aunque dé la impresión de que es casi nada puede tener mucha importancia si la tendencia se mantiene. Leemos en un artículo de National Geographic que la extraña rotación de la Tierra podría resolver el enorme cambio climático que supuso que paisajes frondosos se convirtiesen en desiertos hace unos 160 millones de años. Quién sabe si el disloque estaba ligado al movimiento de las placas terrestres. En fin, que cada cosa que descubren sobre el asunto plantea demasiadas incógnitas a la gente que tiene curiosidad. En la esfera escolar no se notará mucho pero aun así hay que prestarle importancia pues es otro efecto más de la emergencia climática anunciada desde hace tiempo y más que presente hoy.

Pero la cosa de los cambios en la rotación terrestre no acaba aquí. Varias investigaciones científicas han comprobado que la velocidad de giro se está acelerando. Hasta ahora se calculaba que cada día/noche duraba aproximadamente 86.400 segundos. Pero la ciencia actual nos dice que es variable, mucho más de lo que se intuía. De hecho, parece que el pasado 29 de julio se pudo registrar el día más corto. Algo de esto ya se sabía y según Time and Date, una web que nos aporta recursos para enterarnos de cómo medir el tiempo y las zonas horarias, el 2021 también traerá días especialmente breves. La ciencia considera que varios factores tienen impacto planetario: el tirón de la Luna, los niveles de los hielos, la erosión de las montañas; a los que han añadido el calentamiento global y sus repercusiones en la distribución de las aguas. La gente de ciencia se pregunta que si los milisegundos se van acumulando año tras año habría que intercalar un segundo negativo. Preocupa esta cuestión porque una gran parte de la tecnología moderna se basa en lo que se describe como «tiempo real».  Vaya lío. Por eso ya hay quien sugiere cambiar los relojes del mundo de la hora solar (día-noche) a la hora atómica. Otra complicación aún mayor. Más si pensamos en el año 2050, o en años posteriores. Trato de imaginarme qué relojes emplearán mis hijos y nietos en el año 2030, el del consenso climático o en 2050, en el cual todo debe haber dado un vuelco considerable. Como da la impresión de que el asunto es imparable habrá que tener algo previsto.

Total, que entre el desvío del eje terrestre y los cambios de velocidad nos están desmontando otras de las muchas ideas que nos parecían inamovibles. Si prefiere verlo desde la posición de los ejes magnéticos, que es algo de lo que hay que hablar y conocer, aconsejamos el visionado de un programa de La noche temática que Rtve le dedicó al fenómeno titulado de forma expresiva La Tierra pierde el norte.

Dado que somos terrícolas, por ahora sin alternativa, deberemos pensar qué podemos hacer para reducir ese cambio climático nuevo, el antrópico, que sigue velocidades muy diferentes a los anteriores que pudieron provocar cambios en la verticalidad del eje terrestre y no sabemos el alcance de estos fenómeno transcurridas unas decenas de años. ¡Ánimo!