Ecogestos que susurran placer

Si alguien se asoma a los medios de comunicación o se aventura en las redes sociales se verá salpicado, quizás cabría decir mejor abrumado, por la cantidad de gente, empresas de todo pelaje y gobiernos más o menos democráticos, que manifiestan portar la bandera ecológica como argumento de vida o regulador de su actividad. Muchos se atreven incluso a ponerse la etiqueta de sostenibilidad, sustentabilidad en otros lugares, aun a riesgo de devaluar su fin primero que no era otro que dejar de hacer lo que en sí mismo en insostenible por las afecciones que causa en la gente y en el medioambiente. Por cierto, no sabría cómo calificar a la gente que vive en un presente continuo ni atreverme a decir si eso es bueno o malo. Cabría resumirlo en una novela de aventuras pero no alcanzo a ver ni siquiera el nudo y desenlace; el epílogo que le pondría no me acaba de convencer.

Claro que el asunto de la sostenibilidad, uno ya duda qué significado darle en el contexto mundial, no es fácil de conducir hacia metas menos difuminadas. Puede que en algún momento conviniese pensar aquello de que todos, en cierta manera, somos una réplica del yo. Entonces cabría cavilar si lo que esos otros yos hacen no me vendría bien a mí; o al contrario, como les haría llegar mi yo actuante a ellos. Aquí me surge otra dificultad, el yo se mezcla con el mío o lo mío, ya no sé si como característica o pertenencia. Lo mío propio se enfrente con lo ajeno. Los países malinterpretan esas interferencias, los individuos las ven de otra manera, quienes las creen se acercan más al mío universal, o no.

Sea como fuera, el sistema se está demostrando insostenible. Actúa cual centrifugadora, al menos eso piensa el yo que esto escribe, que lanza lejos a los seres humanos mal agarrados, y destartala una parte del planeta que nos acoge. Uno se pregunta dónde caerán, más cerca o lejos, más dañados o menos. Las actuales crisis ecológica, sanitaria, social y económica son unos grandes toboganes que para nada querríamos ver en uso, pero en la feria de la vida los hay, incluso acompañados por casas mágicas, norias más o menos altas, martillos zigzagueantes, látigos circulares  y todos los artilugios que componen la feria de atracciones que es la vida. Ni siquiera faltan las clásicas tómbolas.

(GTRES)

Por eso bastante gente se apunta a los ecogestos y sociogestos, no digamos ya las administraciones y los grupos empresariales. Es el nuevo lenguaje, unas veces explícito y otras sin decir una palabra. Sostenibilidad es una idea sanadora, compleja y a veces inabarcable, que se contamina con facilidad. Como creación humana está sujeta a simbiosis complejas: lo de ahora y el futuro, lo conveniente y demasiado incógnito, lo de aquí y lo de allá, lo posible y lo improbable, lo urgente y lo aplazable, lo imprescindible y lo que suena a ecogestos, y así podríamos seguir con otro párrafo. Cerremos los ojos para bucear en la sontenibilidad propia y de los otros. Dicen que hay personas, instituciones de diversos tipos, que la portan en su ADN mientras que a otras se les ve que es un adorno estético. Pero la sostenibilidad estará siempre ahí, nos tenemos que comunicar a través de ella; mejor incluso dentro de ella. Aquí no tratamos de criminalizar a quienes no encuentran motivos para actuar de otra forma, sino de reclamar un puesto para ella en el controvertido ideario global de la especie.

Este mismo blog es un simple cronista del propósito, como hay otros por ahí. Un cuentacuentos del que alguien notará un suave runrún; a veces suelta una algarabía ante una problemática concreta que afecta a las personas de un lugar o al planeta en su conjunto. Pero apetece decirle a la gente que puede ir más allá de los ecogestos –seleccionar mejor la basura, gastar menos agua o utilizar un poco más el transporte público podrán servir de ejemplos- y de los sociogestos –atender a los peticionarios de las ONG que nos asedian por la calle, mandar un sms cuando surge una catástrofe, o poner la X en la casilla de la renta-. La gente no es buena o mala, egoísta o desprendida porque sí; simplemente no es consciente del momento. Hay factores diversos que condicionan su aportación a la sostenibilidad ecosocial.

Solo así se explica que no salten cuando observan una imagen de una catástrofe ambiental o aquellas que recogen la vida corriente de la gente a la que la vulnerabilidad dejó tan maltrecha, valdría cualesquiera de los refugiados que se hacinan en condiciones penosas en campos por todo el mundo. No me atrevo a imaginar qué pensarán de la sostenibilidad esos millones de expatriados. Aunque las estampas, que son en sí misma denuncia, aparezcan en los medios de comunicación, ante ellas el yo tarda en sintonizar con el otro. Mientras, el álbum de las catástrofes humanitaria y ambiental se amplía sin cesar; a veces están concatenadas las dos. Así sucede con el creciente cambio climático, el punto de encuentro de la incertidumbre ambiental y de los trastornos sociales, ecológicos y económicos. La pandemia oscurecida por otras preocupaciones vitales.

Niños refugiados sirios, en el campo de refugiados de Mohammara, Líbano. (Nabil Mounzer / EFE/Archivo)

Acaso el despiste se deba a que cuando entra la acción lo cotidiano nuestro cerebro tarda en reaccionar. La capacidad de sufrimiento no lanza acciones más allá del “ecosociogesto”, tranquilizante y un poco exonerador, y dificulta el salto comprometido, o lo lamina considerablemente. Sí se pone en marcha la acción contundente ante una catástrofe más o menos apocalíptica. Esta nos aboca a acciones que nos congratulan un poco con la propia humanidad escondida. La capacidad de sufrir por las desgracias ajenas y de alegrarnos por sus conquistas funciona de manera intermitente, incluso es evanescente. Depende demasiadas veces del lugar en dónde suceden las cosas o catástrofes, del color de la piel o de la religión profesada por los malheridos. Entonces cuesta ver que quienes sufren son una réplica del yo posible, que los desastres naturales podrían habernos afectado.

Los ecogestos sin compromiso, los sociogestos también, aunque se repitan, están bien pero no debemos contentarnos con ellos. La mayoría son poco menos que nada en lo tocante a la sostenibilidad, al futuro multidiverso de la ciudadanía global, sobre todo porque no hay mucha gente que los practique a diario en casi todo lo que hace. Pasó su tiempo como alerta colectiva; ahora se necesita una revolución en el pensamiento. Solo suponen un placer para el yo colectivo cuando se justifican en la creencia proactiva que todas las personas llevamos dentro, más o menos escondido; cuando el susurro anima a desvelar el secreto de la sostenibilidad, cuando lo que deseamos realmente es cambiar el modelo de vida y hacerlo saber a los demás. Convenzámonos de una vez: no podemos conseguir resultados distintos haciendo casi lo mismo, o siendo tan lentos.

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