El rescate del futuro climático, algo más que una ley

El espacio social no es un territorio fijo sino una construcción sometida a continuas evoluciones y procesos. La transformación industrial europea de hace poco más de 200 años o la acaecida en el mundo de las ideas tras la revolución francesa servirían como ejemplo. Los últimos 100 años, más o menos, nos han traído otros cambios trascendentales, entre ellos el uso masivo de los combustibles fósiles y la tecnología para todo, trabajo y vida. Paralelamente, los avances en salud, más o menos universal, han favorecido un aumento poblacional casi exponencial. Aquí estamos, cuando redacto estas líneas, unos 7.858.499.510 habitantes en el planeta finito, todos herederos del pasado y constructores del futuro.  En este convulso año 2021, el deseo particular de mejorar ciertas cuestiones vitales se ve condicionado por el entramado comercial y geopolítico llamado globalización: la licencia para subordinar la vida de las personas al consumo de bienes y servicios, tanto que tergiversó buena parte del entramado social, y condicionó la interacción entre sociedad, demandante de recursos, y naturaleza, proveedora de los mismos.

(GTRES)

Ahora hay muchas voces que claman por la necesaria transformación social. El cambio climático podría ser el espacio olvidado. Tiene riesgos, algunos muy graves y de difícil gestión. Ya son apreciables a escala global, en países concretos y afectan a actividades cotidianas. Seguir como si nada pasara no solo es cosa de demasiados ciudadanos “mal educados” que no se plantean otras formas de vida. La organización social y comercial es renuente a los cambios, aunque de un tiempo a esta parte intentan vendernos lo contrario. Todo tiene bastante relación, aparte de evidentes mejoras en la vida global, con la esencia consumista: el elixir de la felicidad según nos vendieron. Tal ha sido el impacto que nos han sumido en una distopía creciente.

Pero han aparecido novedosos mensajes, sumamente atractivos aunque siempre aventurados en el teatro de la vida. Unos lo titulan economía circular, otros Green New Deal y por aquí Pacto Verde Europeo; en el extremo de lo poco amable se llama colapso planetario, y no hay que desdeñar este significado. Con diferentes matices, en las acepciones prima algo tan sencillo y grandioso como liberar el entramado climático de una buena parte de las ataduras antropogénicas. Se trata de poner en marcha transformaciones; algunas inciertas debido más que nada a las inercias pasadas que hemos expuesto. Pongamos como ejemplo la movilidad, la generación energética y su consumo o la industria turística. De lo que se habla aquí es algo así como una operación de rescate. Si triunfase esta intención que ha sido calificada como utópica, muchas personas (las citadas en la cifra antes señalada y los miles y miles que habrán nacido desde que se escribió esta entrada) se verían beneficiadas. Es más, se repondrían estilos de vida menos agresivos con el incierto armazón climático. ¿Una quimera?, más bien algo imprescindible. La dialéctica entre los distópicos -los pesimistas de la realidad- y los utópicos -los optimistas de la intervención comprometida- probablemente tendrá un efecto revitalizador para lo que se titula como bien común.

La utopía fundamentada en estudios proactivos empieza a generar un cierto movimiento en ese necesario (a la vez que posible) rescate, o reducción de varias magnitudes, si se acomete como estrategia colectiva. Gente de ciencia, ONGs y cada vez más entidades públicas y privadas son conscientes de que su aspiración nunca debe parecer inalcanzable, por más que ahora mismo sean visibles múltiples transgresiones que la dificultan demasiado. Por más que muchos sucesos de la vida se presenten escalonados o superpuestos sin orden aparente; por más que para encontrarlo hagan falta abstracciones, y ese ejercicio es en sí mismo perezoso. Es por eso que se movilizan en la búsqueda de un universo social, ecológico y económico, que a otros parece quimérico; son plenamente conscientes desde el principio de que costará lograrlo. Aún así, se quiere ralentizar el inexorable avance del cambio climático, ampliar el espacio vital que justifica un sueño: vivir de otra forma, sufrir menos efectos más gente, poner las bases de un futuro menos incierto. Quieren imaginar y representar una sociedad futura con características favorecedoras del bien humano. Los renovadores de las estrategias de vida más generosa climáticamente se encuentran también entre los organismos de gobernanza y en unas cuantas agrupaciones de signos varios. Es más, hay mucha ciudadanía que va por libre en la misma intención, convencida de su acción positiva y comprometida.

La globalización generó monstruos modernos que hubieran inspirado a Goya para mezclar algo de ignorancia con bastante estupidez de los grandes, en un mundo nada estable en donde prevalece demasiado la noche y cunden las pesadillas; aquel paraíso soñado en el que mucha gente vio agrandada su vulnerabilidad. Los males climáticos venían de antes pero crecieron sin tasa, pese a las muchas cumbres del clima celebradas. El combate contra el cambio climático, la utopía si se quiere ver así, exige una amplia negociación social que ponga al descubierto las múltiples esferas de responsabilidad, en diferentes lugares, ahora mismo o para el rescate del futuro; empeño que perderá visibilidad si lo inmediatamente gratificante es el único interés. Vaya en una momentánea descarga de culpa que los individuos no percibimos de inmediato la acción-efecto sobre el conjunto; ahí está una de las razones de nuestro descuido o pasotismo.

A veces, quienes se ocupan de la gobernanza generan normas y ordenan sus utopías para acudir al rescate climático vía descarbonización, que se ha convertido en la palabra mágica. Acaba de aprobarse en España en la Ley de Cambio Climático y Transición Energética impulsada desde el primer ministerio de España que se ha creído de verdad que se puede hacer algo por el medioambiente y las personas que interaccionan con él; alguna iniciativa en esta dirección empezó hace más de una década. Pero toda ley tiene tramitaciones zigzagueantes que la despojan de parte de su ser, por eso de las cavilaciones y presiones varias. Lo que nos llega a los ciudadanos no son las mejoras buscadas, si el compromiso es suficiente o se queda corto como denuncian las organizaciones ecologistas. Si así fuese según lo primero se entenderían los protocolos del camino a recorrer, para acelerar el paso si se intuye que la resolución de la crisis climática se ve cada vez más lejos. Los medios de comunicación no se han ocupado del tema, con escasas excepciones. En general han estado más pendientes de los argumentos de laboratorio mesiánico de algunos negacionistas exhibidos en los diferentes ámbitos legislativos, de partido y mediáticos. Cuando lo conveniente hubiera sido adentrarse en la utopía de forma pedagógica, animando a reflexionar sobre lo que dice la ciencia para organizar la gobernanza de cualquier país o actividad vivencial y productiva; cuando lo deseable para el rescate sería esforzarse en compaginar la política con la ética, la macroeconomía con la vida cotidiana de la gente. Si no sucede así se corre el riesgo de que la sociedad, cada vez más confundida, sea renuente a sumarse al rescate.

La ministra Teresa Ribera en el Congreso en una imagen de archivo. (GTRES)

Es evidente que la Ley aborda muchas cuestiones pendientes, quiere poner orden en el desbarajuste climático y avanzar en la imprescindible transición energética y ecológica. Se cuenta que al final las leyes se convierten en el máximo posible o en el mínimo común. El sí quiero pero no puedo, o no me lo permiten otros ministerios o fuerzas sociales y económicas, se deja ver. Por eso no extrañe que desde diversas instancias se haya criticado la escasa ambición de la ley citada. La ciencia ya dice que es insuficiente pues le falta velocidad en sus fases y deseos más contundentes. Algo parecido opinan Equo y Más País, también las organizaciones ecologistas Greenpeace y Ecologistas en Acción, que la ven desdibujada y poco atrevida, una oportunidad perdida para abordar con contundencia la emergencia climática. También se le achaca que no lleve pareja una educación ambiental que sostenga a los gestores y anime a la ciudadanía. Al final corremos el riesgo de que nos quede la historia interminable de la esperanza climatizadora; así no haremos Historia relevante en forma de una revolución de la trascendencia de las citadas al comienzo de este artículo. Pero ahí estará la Ley, para quienes las quieran enriquecer.

Es lo que tenemos ya para empezar a caminar, para exigir su cumplimiento, para enriquecer los intentos y detectar las ausencias, para que nadie quede al margen. Seguro que habrá un antes y un después a partir de esta Ley, por más que su andadura no sea fácil. Por lo tanto, gracias a quienes han luchado por sacarla adelante. Pero para salir de esta situación de crisis climática se necesita algo más que una ley, hay que convertir el rescate climático en una suerte de utopía en la modificación del estilo de vida, imprescindible en ese distinto escenario social que, querámoslo o no, será realidad en poco tiempo, más bien ya estamos inmersos en él. Ojalá el lastre del pasado espacio social, demasiado escorado hacia el consumo desmesurado, no dificulte la configuración de comportamientos más acordes con la estrategia climática emergente.

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